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Opinión

¿Por qué no se están haciendo las preguntas fundamentales sobre el huracán Harvey?

No es solo que el Gobierno de Donald Trump censure el debate sobre el cambio climático; es que lo haga toda la opinión amable con el sistema. Es por eso que, aunque los vínculos son claros y obvios, la mayoría de las informaciones que cubren el huracán Harvey no hace ningún tipo de mención a la contribución que hace el ser humano.

En 2016, EEUU eligió a un presidente que cree que el calentamiento global provocado por el hombre es una farsa. Fue el año más cálido jamás registrado, en el que EEUU fue azotado por una serie de desastres relacionados con el clima. Sin embargo, la suma de la cobertura total de todo el año en los programas de noticias de la noche y de domingo de ABC, CBS, NBC y Fox News fue de 50 minutos. Nuestra mayor urgencia, el problema que definirá nuestras vidas, ha sido borrada de la mente de la población.

Esto no ocurre de manera accidental. Pero tampoco (a excepción de Fox News) es probable que sea una cuestión política. Refleja una autocensura profundamente arraigada de la que apenas somos conscientes. Los periodistas y los directores ignoran el asunto porque tienen un instinto que les guía para evitar meterse en problemas. Hablar sobre colapso climático (que en mi opinión es un término mejor que las curiosamente etiquetas blandas con las que calificamos esta crisis) no es solo cuestionar a Trump, la actual política medioambiental o las políticas económicas, sino cuestionar el sistema político y económico por completo.

Es exponer un programa que se basa en robar el futuro para alimentar el presente, que exige un crecimiento perpetuo en un planeta de recursos finitos. Es desafiar la base misma del capitalismo. Es informarnos de que nuestras vidas están regidas por un sistema que no puede sostenerse, un sistema que está destinado (si no se reemplaza) a destruirlo todo.

Afirmar que no existe ningún vínculo entre el colapso climático y la gravedad del huracán Harvey es como afirmar que no existe ningún vínculo entre el cálido verano que hemos vivido y el final de la última glaciación. Cada aspecto de nuestro clima se ve afectado por el hecho de que las temperaturas globales aumentaron unos cuatro grados entre la Edad del Hielo y el siglo XIX. Y cada aspecto de nuestro clima se ve afectado por el aumento de 1ºC de calentamiento global causado por la actividad humana. Si bien es cierto que ningún fenómeno meteorológico puede tener como único causante el calentamiento producido por el hombre, ninguno se libra de verse afectado por esto mismo.

Sabemos que dos factores agravan la gravedad y el impacto de los huracanes en las ciudades costeras: el alto nivel del mar, causado principalmente por la expansión térmica del agua, y una mayor intensidad de las tormentas, causada por la mayor temperatura del agua y por la capacidad del aire caliente de acumular más agua que aire frío.

Politizar el huracán

Antes de llegar al Golfo de México, los expertos bajaron de categoría a Harvey pasando de tormenta tropical a depresión tropical. Pero cuando llegó al Golfo, donde las temperaturas este mes han estado notablemente por encima de la media, volvieron a subirlo primero a borrasca tropical y posteriormente a huracán de categoría uno. Se podría haber esperado que se debilitase al tiempo que se acercaba a la costa, dado que los huracanes agitan los mares y suben a la superficie aguas más frías. Pero el agua de las profundidades (100 metros o más) que ha traído el huracán también es extrañamente caliente. En el momento que tocó tierra, Harvey se había convertido en huracán de categoría cuatro.

Nos lo advirtieron. En junio, por ejemplo, Robert Kopp, profesor de Ciencias de la Tierra, predijo: “En ausencia de grandes esfuerzos para reducir las emisiones y fortalecer la resiliencia, la costa del Golfo recibirá un inmenso golpe. Su exposición al aumento del nivel del mar supone un gran riesgo para sus comunidades”.

Plantear esta cuestión, me dicen en las redes sociales, es politizar el huracán Harvey. Es un insulto a las víctimas y una distracción de sus necesidades más urgentes. El momento adecuado de discutirlo es cuando la gente haya reconstruido sus hogares y los científicos hayan podido llevar a cabo un análisis de hasta qué punto ha contribuido el colapso climático. En otras palabras, hablar de ello cuando está fuera de las noticias. Cuando los investigadores determinaron, nueve años después, que la actividad humana había contribuido de forma significativa al huracán Katrina, apenas se registró información.

Creo que lo que es político es el silencio. Informar de la tormenta como si hubiese sido un fenómeno exclusivamente natural, como el eclipse solar de la semana pasada, es tomar una posición. No hacer el vínculo obvio y no hablar del colapso climático implica que los medios se están asegurando de no resolver nuestro gran reto del futuro. Ayudan a empujar el mundo hacia la catástrofe.

El Huracán Harvey deja entrever un probable futuro global; un futuro cuyas temperaturas medias son tan diferentes como lo son las nuestras respecto a las de la última Edad de Hielo. Un futuro en el cual la emergencia se convierte en la norma y en el cual ningún Estado tiene la capacidad de responder.

Es un futuro en el que, como se explica en un documento en la publicación Environmental Research Letters, desastres como el de Houston ocurren en algunas ciudades varias veces al año. Es un futuro que, para gente en países como Bangladesh, ya ha llegado, aunque pase prácticamente inadvertido para los medios de comunicación de los países ricos. Es el no hablar lo que hace que esta pesadilla se pueda materializar.

El silencio mediático

En Texas, la conexión no podría ser más evidente. La tormenta ha arrasado los campos petrolíferos, obligando a las plataformas y a las refinerías a cerrar, incluidas aquellas que son propiedad de algunas de las 25 empresas responsables de más de la mitad de las emisiones de gas invernadero desde el comienzo de la Revolución Industrial. El huracán Harvey ha devastado un lugar en el que se genera el colapso climático y en el que se formulan las políticas que impiden que se aborde este asunto.

Como Trump, que niega el calentamiento global provocado por el hombre, pero que quiere construir un muro alrededor de su complejo de golf en Irlanda para protegerlo del creciente nivel del mar, estas compañías, algunas de las cuales se han gastado millones en financiar a negacionistas del cambio climático, han aumentado progresivamente la altura de sus plataformas en el Golfo de México, en respuesta a las advertencias por el creciente nivel del mar y por las tormentas, cada vez más fuertes. Estas plataformas han pasado de 12 metros sobre el nivel del mar en 1940, a 21 en los 90 y a 27 en la actualidad.

Sin embargo, esto no es una historia de justicia mortal. En Houston, como en cualquier otro sitio, son generalmente las comunidades más pobres –y a su vez las menos responsables del problema– las primeras y más brutalmente golpeadas. Pero hasta las mentes más lentas deberían ver la conexión entre causa y efecto.

El problema no se limita a Estados Unidos. La situación sobre la que pende cualquier aspecto de nuestras vidas está en una situación de marginación en todo el mundo, excepto en raras ocasiones, cuando los líderes mundiales se reúnen para discutirlo con seriedad (y después, también seriamente, acuerdan no hacer prácticamente nada). Con lo cual, el instinto a seguir las maquinaciones del poder supera al instinto de evitar un tema problemático. Y, cuando se aborda, suelen destrozarlo.

En Reino Unido, este mes la BBC ha vuelto a invitar al negacionista Nigel Lawson al programa Today, bajo la creencia equivocada de que la imparcialidad requiere un equilibrio entre datos correctos y datos falsos. Pocas veces comete la cadena tal error con otros temas, porque se los toman más en serio.

Cuando los encargados de Trump indican a sus trabajadores y científicos que borren cualquier mención al cambio climático en sus publicaciones nos escandaliza. Pero cuando los medios lo hacen, sin necesidad de un memorándum, lo dejamos pasar. Esta censura es invisible incluso para los que la llevan a cabo y está planeada en el tejido de organizaciones que están constitucionalmente destinadas a dejar sin resolver las principales cuestiones de nuestro tiempo. Reconocer este problema es cuestionarlo todo. Y cuestionarlo todo es convertirse en un paria.

Traducido por Javier Biosca y Cristina Armunia