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“Yo no elegí ser hombre, blanco y heterosexual” ¿Los hombres modernos son el sexo débil?

Rose Hackman

Cada vez que escribo un artículo sobre cuestiones de género sucede algo interesante. Hombres que conozco, y muchos más que no conozco, me dicen que se sienten tratados injustamente, incluso silenciados. 

Recientemente, debajo de un artículo mío en The Guardian, un comentarista escribió que últimamente optaba por no decirles nada a las mujeres progresistas, pero cuando estaba con una mujer conservadora sentía que podía hablar “de todo y de cualquier tema, como si estuviera con un hombre”. Me llamó la atención, pero lo pasé por alto.

Finalmente, lo que me hizo detenerme y prestar atención de verdad fue un correo electrónico de un amigo con una gran formación académica, un profesional exitoso y mayormente progresista, con un enlace a un vídeo de mujeres golpeando a hombres. El vídeo servía como ilustración de, según decía, los males del mundo “post-feminista” en que vivimos.

“¡Venga!,” contesté, respondiendo a la provocación y citando estadísticas que demuestran que las mujeres todavía estamos en desventaja social, económica y política. “Tú y yo sabemos que no vivimos en un mundo así.”

Mi amigo me respondió, en tono muy serio, que aunque podía ser que yo tuviera razón, de todas formas él creía que las mujeres estaban “en misa y repicando”.  Según él, los avances feministas han llevado a una doble moral, según la cual supuestamente las mujeres ahora no son castigadas por acciones por las que sí se castigaría a un hombre, y no es justo.

En ocasiones anteriores yo no había tenido en cuenta a aquellos que argumentan que esta sociedad cada vez más igualitaria había convertido a los hombres en el sexo débil. Pensaba que esa visión era minoritaria, algo que sólo defenderían los activistas por los derechos de los hombres o los misóginos más testarudos. Pero por más frustrante que fuera aceptarlo, era cada vez más obvio que no podía negar la coherencia, y por tanto la validez, de esos sentimientos que me manifestaban.

Al reconocer la validez de estos sentimientos, comencé a preguntarme si lo que estaba sucediendo era realmente un silenciamiento. Así que pensé que para realmente entender lo incomprendidos, estafados, mal tratados y silenciados que se sentían estos hombres, debía primero dejarlos expresarse.

“Lo que se está desafiando es la sensación general de privilegio”, explica Michael Kimmel, profesor de sociología y género de la Universidad Estatal de Nueva York y director ejecutivo del Centro para el Estudio de los Hombres y las Masculinidades.

“Antes el mundo entero era como nuestro vestuario masculino. Podíamos decir lo que nos diera la gana con total impunidad. Ahora muchos hombres tienen que cuidarse mucho de lo que dicen. Eso les resulta muy duro”. 

Pero para muchos de los hombres que entrevisté, elegidos por su diversidad, su apertura al diálogo, su honestidad y su respeto hacia las mujeres, el tema iba más allá de poder hablar libremente. Las frustraciones parecían ser mucho más profundas. 

Tom Coss, un carnicero de 32 años residente de Seattle, dice que agradece la oportunidad de quedarse callado y aprender sobre las cuestiones de género que enfrentan las mujeres (como el acoso verbal callejero, una realidad que reconoce que le era “ajena” hasta hace muy poco). Este tipo de comportamiento, dice, lo hace sentirse “avergonzado de ser un hombre, y me enfada mucho.”

Pero no entiende por qué se lo puede hacer responsable de problemas que son sistémicos y a los que no contribuyó necesariamente.

“Puede ser que me sienta más cómodo caminando solo por la noche. Puede ser que me sea más fácil conseguir empleo, pero no soy necesariamente la causa de ninguna de esas cosas.  Uno nace con ese privilegio, pero no hemos hecho nada para que ese privilegio exista”. 

Coss afirma que en conversaciones con amigas o potenciales parejas, sintió que no daban importancia a su experiencia y se sintió incomprendido. 

“Hablamos de aceptar a las personas, de que nadie elige ser trans o gay, así que yo tampoco quiero que me juzguen de esa forma: yo no elegí ser hombre, blanco y heterosexual”.

Coss se siente frustrado porque las personas parecen sólo prestar atención al género y la raza como formas de opresión, algo que siempre le dicen que él no podría entender. “Si queréis que hablemos de privilegios, para mí la gran división son las clases sociales, mucho más que el género y la raza”.

La sensación de derrota es compartida por otros hombres, de otras formas.

“Las mujeres dominan el mundo”

“Yo realmente siento que las mujeres están dominando el mundo,” asegura Ishwar Chhikara, un oficial de inversiones de 36 años que trabaja en un banco de desarrollo internacional, citando estadísticas que muestran que actualmente en Estados Unidos más mujeres que hombres tienen títulos universitarios. Lo dice entre risas, aparentemente sin ironía. 

“Me sabe mal por los hombres, especialmente los que no tienen estudios. El sistema está cambiando drásticamente con la era informática. Ya no se trata de tener fuerza, sino de tener cerebro”. 

Mientras los músculos eran el centro de la economía, el sexo más fuerte físicamente tenía más poder. Ahora, el cambio no convence tanto a Chhikara. “Desde el punto de vista de las mujeres, es algo positivo. Desde la perspectiva masculina, no lo sé.”

Como todos los hombres que entrevisté, Chhikara no niega el privilegio masculino a lo largo de la historia. Justamente eso hace que la pérdida se sienta más fuerte, dice.

“Es por este sentimiento de privilegio. Si creces convencido de que hay una inclinación intrínseca a favor de los hombres, y de pronto te la quitan, pues no es fácil.”

Esa sensación concuerda con estudios recientes hechos sobre raza y percepción en Estados Unidos. Un estudio de 2011 demostró que, aunque seguían teniendo beneficios en cuanto a salario, empleo, propiedad de viviendas y salud, los estadounidenses blancos sentían que mientras los negros habían ganado en derechos en la segunda mitad del siglo XX, los blancos habían retrocedido. 

Este razonamiento es falso, tanto en lo que respecta a la raza como al género, afirma Kimmel, el profesor de sociología. El progreso en materia de género, así como el progreso hacia una sociedad más justa en cuestiones raciales, no es un juego en el que para que unos ganen otros deban perder.  Utilizando el argumento de tipo “cuando sube la marea, todos los barcos flotan”, Kimmel afirma que la igualdad de género no sólo es justa y democrática, sino que además conlleva resultados más felices tanto para mujeres como para hombres.

Treva Lindsey, profesora en la Universidad Estatal de Ohio en el departamento de estudios de mujeres, género y sexualidad, dice que la gran pregunta es: ¿Qué significa movernos por fuera del privilegio cuando el privilegio es la norma?

“Lo que tiene que suceder es un duro proceso de desaprendizaje, pero sentirse silenciado y aprender a estar callado son dos cosas muy distintas,” explica. Lindsey dice que se trata de aprender a crear espacios para otras personas, y entender que tus pensamientos y tus ideas no estarán automáticamente en el centro de la conversación.

John Acosta, un estudiante de diseño de 31 años que creció en lo que él describe como un pueblo pequeño y conservador, cuenta que al haber viajado y vivido en distintas ciudades de Estados Unidos, tuvo que aprender a reprimir ciertos comportamientos que cuando era pequeño estaban bien vistos o eran incluso de buena educación.

“De pequeño me enseñaron a ceder el asiento a las mujeres en el metro, sean jóvenes o mayores. Ahora ya no lo hago. Pienso, 'Vale, somos iguales'. Pero me quedo preocupado. ¿Se dará cuenta la mujer de que no le doy el asiento porque pienso que somos igual de capaces de estar de pie hasta la siguiente estación?”. 

Cuando trabajó como montador de muebles en una tienda, se esforzaba demasiado por ayudar a su jefa, pero enseguida se dio cuenta de que tenía que reconsiderar su forma de actuar. “A veces los hombres podemos ser molestos al querer ayudar demasiado. Hay que cambiar el pensamiento. En vez de decir ”déjame que te ayude“, tienes que decir ”Tú mandas, ¿en qué puedo ser útil?“. 

¿Y la galantería?

José Oliveras, un mensajero de 26 años, dice que le resulta difícil saber cómo hablarle a las mujeres que le gustan. El feminismo lo ha hecho dudar de las galanterías y prefiere quedarse callado.

“No se puede decir ni hola, no se puede decir cumplidos, como no tengas un as en la manga, vas muerto”. Oliveras asegura que una mujer una vez se mostró molesta porque él le dijo simplemente “disculpa”. 

“Las mujeres ya no te dan ni una oportunidad. Dicen que ya no tienen que esforzarse por los hombres, pero lo que hacen es eliminar a cualquier hombre que siquiera intente establecer un vínculo con ellas. 'Vale, como quieras', pero es un rollo”.

Lo mismo piensa Burton Williams, un ingeniero de sistemas de 35 años que afirma que muchas mujeres todavía esperan que el hombre sea galante, le lleve las bolsas y les abra la puerta, pero otras se ofenden por el mismo comportamiento, gritándole “poder femenino” a “casi todo”.  Es confuso, y el doble mensaje puede hacer que un hombre se sienta maltratado por intentar hacer lo correcto.

“Yo estoy a favor del empoderamiento de la mujer, pero es que a veces parece que quieren empoderarse tanto que quieren eliminar a los hombres de la ecuación”, dice Oliveras, y especula con que las mujeres actualmente no tienen interés en crear vínculos de intimidad pues ya no dependen económicamente de los hombres.

Kimmel, el sociólogo, afirma que los cambios que han tenido lugar en la sociedad a nivel del género en las últimas dos generaciones han sido “tremendamente rápidos”. Las mujeres han entrado en todos los campos profesionales y laborales, provocando cambios que han dejado a algunos hombres “desconcertados”, argumenta Kimmel.

La consecuencia de esto es que los hombres a menudo no ven la entrada de las mujeres en terrenos que antes dominaban los hombres como una entrada, sino como una “invasión”, dice Kimmel. “Los hombres lo viven como una pérdida. Sienten que se los ha invadido”.

“Desde que las mujeres comenzaron a luchar por la igualdad de derechos, los hombres se lo han tomado como algo personal contra ellos,” agrega entre risas.

Coss, el carnicero, señala que deberíamos aspirar a terminar con el patriarcado y luchar por la igualdad, en vez de crear un nuevo orden de matriarcado. Y no hacer presunciones debería funcionar en ambas direcciones, afirma. 

“Jamás diría que las mujeres lo tienen más fácil en la oficina porque la gente es más amable con ellas, porque no quiero herir susceptibilidades. Nunca me atrevería a pensar que sé lo que se siente ser mujer. Esa presunción no funciona hacia los hombres blancos y heterosexuales…pero tener esa presunción sobre los hombres blancos y heterosexuales también es prejuicioso.”

Tanto Lindsey como Kimmel están de acuerdo en que se pueden trazar muchos paralelismos entre este tipo de sentimientos y la retórica utilizada para facilitar y justificar el ascenso político de Donald Trump como candidato presidencial (aunque ninguno de los hombres entrevistados para este artículo se declaró seguidor de Trump).  

“Hagamos que Estados Unidos vuelva a ser grande” como eslógan claramente apela a la nostalgia por un prestigio auto-proclamado y con pretensiones de superioridad, y a la percepción de su pérdida. “Creo que hay una relación directa. Si miras el eslógan ”recuperemos el país“ o ”hagamos que Estados Unidos vuelva a ser grande“, lo que tenemos es la definición misma de pretensión de privilegio. Los únicos estadounidenses que podrían decir algo así son los aborígenes”, afirma Kimmel.

“¿Qué es exactamente lo que se nos ha quitado?” se pregunta Lindsey. “Si forzamos la articulación de qué se nos ha quitado, veremos que muchas de las respuestas están relacionadas con cuestiones de género y raciales”. 

Pero es otra pancarta que a menudo se ve en los actos de Trump la que resuena aún más en este contexto: “La mayoría silenciosa está con Trump.”

“Pues yo no creo que hayan estado muy callados,” dice Lindsey. 

Traducción de Lucía Balducci