Nos reunimos como de costumbre en una de las casas de Raqqa alrededor de una cena compuesta por una olla de arroz partido cocinada al fuego, aceitunas y pan duro. Las personas mayores compartían una lata de halva –un dulce– para mantener sus niveles de azúcar. La brisa que entraba por los agujeros causados por los bombardeos hacía temblar la luz de las velas, haciendo complicado ver con detalle los rostros a mi alrededor.
La falta de comida se debía a la llegada repentina de algunas familias sacadas de sus casas por el ISIS, al aproximarse a sus hogares la lucha con las Fuerzas Democráticas Sirias.
Sentados en un rincón de la habitación había un matrimonio de recién llegados con cuatro niños pequeños. El hombre se negaba a comer y decía no tener hambre, una afirmación que sorprendió a todo el mundo porque ¿cómo puede un hombre en Raqqa no tener hambre? Insistimos para que nos acompañara en la comida pero rechazó la invitación, aunque su mujer sí se unió a nosotros para poder alimentar a sus pequeños. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Nada fuera de lo común, porque las mujeres y los niños siempre lloran en Raqqa.
Después de la cena nos sentamos cerca de él e intentamos hacer que se uniera a la conversación, pero sus respuestas eran siempre cortas y no quería hablar. Su dialecto indicaba que no era de Raqqa y otra de las familias dijo que ya se habían tenido que desplazar desde otra ciudad siria. La conversación derivó a temas militares, hasta dónde habían llegado los frentes de batalla y al número de familias que habían conseguido huir. Fue entonces cuando empezó a llorar.
Su mujer se sentó a su lado y le acarició la cabeza, diciendo: “Ocurrirá lo que Dios haya predestinado”. Todo el mundo permanecía en silencio, mirándole, esperando oír su historia. Su mujer empezó a hablar, explicando que habían estado esperando una oportunidad para salir de Raqqa para poder tratar a su hijo enfermo, que podría necesitar cirugía. Su marido la interrumpió y empezó a hablar, describiendo el día anterior a la llegada de las Fuerzas Democráticas Sirias a su barrio y cómo habían planeado salir de aquel infierno para que su hijo pudiese recibir tratamiento.
Un riesgo demasiado grande
Alguien le preguntó por qué no asumió el riesgo sin más y huyó, como otras familias, ya que la vida de su hijo dependía de ello. Contestó que no podía poner la vida de todos sus hijos en juego para salvar solo a uno de ellos, y que de todas formas no podía cargar con todos ellos en brazos y esquivar con ellos a los francotiradores y a las bombas. Mientras que pronunciaba estas palabras sollozaba. La gente intentó reconfortarlo, pero meneaba la cabeza sin cesar, como diciendo que las palabras no servían de nada.
Me senté a su lado y le sugerí con delicadeza que seguía estando fuerte, que podía llevar a dos de sus hijos, su mujer podía llevar a uno y yo llevaría al cuarto, y que entonces todos podríamos correr y huir de allí. Me miró asombrado, preguntándome si hablaba en serio o si estaba bromeando.
Ese fue el último y corto instante que tuve para echarme atrás, pero las lágrimas en sus ojos fueron suficientes para convencerme. Contesté que no estaba bromeando, que podía ayudar a llevar a sus hijos y que conocía bien las calles. Hasta ese momento no había tenido intención de abandonar Raqqa.
El hombre se emocionó mucho, hasta el punto de pedir huir en ese mismo instante. Le dije que teníamos que esperar: era de noche e imposible ver nada. Nos podían disparar al llegar a la zona controlada por las Fuerzas Democráticas Sirias si en la oscuridad nos confundían con miembros de ISIS. Teníamos que esperar a un poco antes del amanecer, entonces nos iríamos.
Fui a la casa en la que estaba viviendo y destruí el dispositivo de internet y mi ordenador, luego los enterré. Me preocupaban las familias que se quedaban, en caso de que ISIS allanara la casa y los castigara al encontrar los dispositivos.
Salida al amanecer
Partimos media hora antes del amanecer, abriéndonos paso entre casa derruidas en las que a veces nos escondíamos al escuchar disparos. Tuvimos que andar unos 1.500 metros antes de llegar a una zona segura. Mi mayor miedo era pisar una mina que nos hiciera saltar a todos por los aires. El niño estaba abrazado a mí, podía sentir su respiración agitada en el cuello. Le susurré que no tuviese miedo, que llegaríamos pronto, y él asentía sonriendo.
Estábamos a solo dos calles de la zona segura cuando los francotiradores de ISIS empezaron a dispararnos. No sabíamos de dónde venían los tiros, así que nos agachamos y empezamos a correr. Nos escondimos durante un tiempo en los escombros de un edificio derruido. Le dije al padre que dejara a sus hijos y fuera despacio para señalar a las Fuerzas Democráticas Sirias que éramos civiles y no disparasen en nuestra dirección.
Las Fuerzas Democráticas Sirias dispararon al cielo para indicarnos que teníamos que darnos prisa. El francotirador de ISIS seguía disparando hacia nosotros, pero la balas daban en el suelo. El niño tiraba de mi pelo. Corrí lo más rápido que pude y llegamos a la casa de las Fuerzas Democráticas Sirias estaban ocupando y salimos por la parte de atrás.
Cuando llegamos a la zona controlada por las Fuerzas Democráticas Sirias, unos combatientes nos dieron agua y comida y preguntaron si alguno de nosotros estaba herido. El padre les dijo que su hijo estaba enfermo, y uno de los combatientes dijo que un médico kurdo de la Media Luna Roja lo vería. Me dijeron que me preparase para ir a un campamento para los desplazados de Raqqa.
Campamento de desplazados
Me quedé en el campamento una semana. Las condiciones eran malas, pero mejores que la vida dentro de la autoproclamada capital del califato de ISIS. Ahora estoy esperando a encontrarme con mi familia cerca de Alepo, y después esperamos ir a Turquía. La situación sigue siendo volátil dentro de Raqqa; combatientes liderados por kurdos siguen limpiando la ciudad de minas y de militantes de ISIS. Así que por ahora seguiré las noticias de la ciudad desde la lejanía.
Después de prometer que me quedaría en Raqqa hasta la caída de ISIS, siento tristeza por perderme el momento en el que se quitaron las banderas negras y se echó al odiado ISIS. Pero entonces recuerdo a la familia con la que huí, y a ese niño luchando por su vida, que ahora al menos tiene alguna oportunidad de tener un futuro mejor.
Tim Ramadan es el pseudónimo de un periodista sirio basado en Raqqa.
Traducido por Marina Leiva