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The Guardian en español

La muerte de inmigrantes en mares y desiertos representa el fracaso político más grave

Varios refugiados sirios llegan en una lancha neumática a la costa de Mitilene, en la isla de Lesbos, Grecia, el 10 de septiembre de 2015.

António Guterres

Gestionar las migraciones es uno de los mayores retos de nuestro tiempo en materia de cooperación internacional. La migración impulsa el crecimiento económico, reduce la desigualdad y conecta sociedades diferentes. Aún así, también es una fuente de tensiones políticas y tragedias humanas. La mayoría de los inmigrantes vive y trabaja de forma legal. Pero una minoría desesperada está jugándose la vida para entrar en países donde se enfrentan al abuso y la desconfianza.

Las presiones demográficas y el impacto del cambio climático en las sociedades vulnerables probablemente aumenten los procesos migratorios en los próximos años. Como comunidad global, nos enfrentamos a una decisión: ¿queremos que la migración sea una fuente de prosperidad y de solidaridad internacional o que se convierta en sinónimo de crueldad y fricción social?

Este año, los gobiernos negociarán un convenio global sobre la migración a través de la ONU. Será el primer acuerdo internacional global de su ámbito. No será un tratado formal. Tampoco impondrá obligaciones a los Estados. En su lugar, es una oportunidad sin precedentes para los líderes para contrarrestar los mitos malignos que rodean a los migrantes y presentar una visión común de cómo hacer que la migración funcione para todas nuestras naciones.

Esta es una labor urgente. Hemos visto lo que pasa cuando tienen lugar migraciones a gran escala sin los mecanismos efectivos para gestionarla. El mundo se conmovió con este reciente vídeo en el que se venden inmigrantes como esclavos.

Por desalentadoras que sean estas imágenes, el escándalo real es que miles de migrantes sufren el mismo destino cada año y no son grabados. Muchos más están atrapados en trabajos humillantes y precarios que también rozan la esclavitud. En la actualidad hay cerca de seis millones de inmigrantes atrapados en trabajos forzosos, a menudo en economías desarrolladas.

¿Cómo podemos acabar con estas injusticias y evitar que vuelvan a ocurrir en el futuro? Al establecer una clara dirección política sobre el futuro de la migración, creo que tres consideraciones fundamentales deberían guiar las discusiones del convenio.

Las barreras fomentan la inmigración ilegal

La primera es reconocer y reforzar los beneficios de las migraciones, a menudo perdidos en el debate público. Los inmigrantes hacen inmensas contribuciones tanto para los países receptores como para sus países de origen.

Cogen trabajos que la mano de obra local no puede ocupar, fomentando la actividad económica. Muchos son innovadores y emprendedores. Cerca de la mitad de todos los migrantes son mujeres buscando una vida mejor y oportunidades de trabajo.

Los inmigrantes también hacen una gran contribución al desarrollo internacional enviando remesas a sus países de origen. El total de remesas sumó el año pasado cerca de 600.000 millones de dólares, tres veces el total de toda la ayuda al desarrollo. El reto fundamental es maximizar los beneficios de esta migración ordenada y productiva al mismo tiempo que se acaba con los abusos y los prejuicios que convierten la vida en un infierno para una minoría de migrantes.

Segundo, los estados tienen que fortalecer el Estado de derecho que sustenta la forma en que gestionan y protegen a los migrantes por el beneficio de sus economías, de sus sociedades y de los propios migrantes. Las autoridades que levantan grandes obstáculos a la migración –o que imponen severas restricciones en las oportunidades de trabajo– se autoinfligen un daño innecesario, dado que imponen barreras a satisfacer sus necesidades laborales de una forma legal y ordenada.

Peor todavía, fomentan involuntariamente la migración ilegal. Cuando se niega a los migrantes las vías legales a viajar, recurren inevitablemente a métodos irregulares. Eso no solo les coloca en una posición vulnerable, sino que también debilita la autoridad de los gobiernos. La mejor forma de acabar con el estigma de la ilegalidad y el abuso con los migrantes es, de hecho, que los gobiernos pongan en marcha más vías legales para la migración. De esta forma se eliminan los incentivos a saltarse las normas al tiempo que se abordan mejor las necesidades de sus mercados laborales por trabajo extranjero.

Los estados también tienen que trabajar estrechamente para compartir los beneficios de la migración, por ejemplo asociándose para identificar importantes necesidades de capacidades en un país que los migrantes de otro pueden cubrir.

El fracaso político más grave

Tercero y final, necesitamos una mayor cooperación internacional para proteger a los inmigrantes vulnerables, así como a los refugiados, y debemos restablecer la integridad del régimen de protección de refugiados de acuerdo con el derecho internacional.

El destino de los miles de migrantes que mueren en esfuerzos condenados al fracaso por cruzar mares y desiertos no es solo una tragedia humana. Representa el fracaso político más grave: movimientos masivos no regulados en circunstancias desesperadas alimentan la sensación de que las fronteras están bajo amenaza y de que los gobiernos no controlan la situación.

Como resultado, esto provoca controles fronterizos draconianos que debilitan nuestros valores colectivos y que ayudan a perpetuar las tragedias que hemos visto demasiado a menudo en los últimos años.

Debemos cumplir nuestras obligaciones básicas para proteger las vidas y los derechos humanos de aquellos migrantes a los que ha fallado el sistema. Debemos tomar acciones urgentes para asistir a aquellos que ahora están atrapados en campos de tránsito, en riesgo de esclavitud o enfrentándose a situaciones de violencia grave, ya sea en el norte de África o en América Central. Tenemos que concebir una acción internacional ambiciosa para reasentar a aquellos que no tienen ningún sitio al que ir.

También deberíamos dar pasos –a través de la ayuda al desarrollo, esfuerzos para atenuar los efectos del cambio climático y la prevención de conflictos– para evitar en el futuro estos grandes movimientos de personas no regulados. La migración no debería significar sufrimiento.

Debemos dirigirnos hacia un mundo en el que podamos celebrar las contribuciones de la migración a la prosperidad, al desarrollo y a la unidad internacional. Está en nuestro poder colectivo el alcanzar este objetivo. El convenio global de este año puede ser un punto de inflexión en el camino para hacer que la migración tenga de verdad efectos positivos para todos.

António Guterres es secretario general de la ONU.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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