Por supuesto que Ivanka Trump y Kellyanne Conway están trabajando duro para convencernos de que el presidente no es un misógino. Mientras Conway tuitea sobre el compromiso de Trump con “la salud de las mujeres” e intenta esconder su intolerancia en los telediarios, la primera hija del presidente continúa con su misión de presentar el lado más amable de un hombre cuya cita de género más conocida es “agarrar coños”.
Sería irrisorio si no fuese tan peligroso. El feminismo se hace cada vez más poderoso –millones de mujeres se manifestaron contra Trump y su sexismo hace menos de dos meses– y las mujeres conservadoras intentarán aprovechar la retórica del movimiento para enmascarar la misoginia republicana.
En un momento en el que muchos malinterpretan el feminismo y lo convierten en “cualquier cosa que una mujer haga” en lugar de un movimiento bien definido por la justicia, esta estrategia podría funcionar bastante bien. La mala descripción del feminismo es oro político para las mujeres de la derecha: las que una vez llamaron a las feministas asesinas de bebés y enemigas acérrimas de los hombres, ahora reivindican esa etiqueta al mismo tiempo que defienden privar a las mujeres estadounidenses de sus derechos fundamentales, que tan duramente han conseguido.
La jugadora más peligrosa en todo esto es la propia Ivanka: serena, refinada, fotogénica y utilizada como bálsamo contra el sexismo explícito de su padre.
Precisamente esta semana Ivanka tuiteó una imagen de su padre firmando dos leyes a favor de la igualdad de género en el ámbito de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas con el hashtag #ClosingTheGenderGap (acabando con la desigualdad de género). En la fotografía, Trump está rodeado por Ivanka, su esposa y por personal femenino. La fotografía es una clara respuesta a la imagen que se hizo viral en enero de Trump rodeado de hombres en el momento en que restablecía el ordenamiento provida conocido como Ley Mordaza Global –una legislación responsable de la muerte de miles de mujeres en todo el mundo–.
Incluso antes de las elecciones, Ivanka nos intentaba convencer de que su padre no era un misógino. Su discurso en la Convención Nacional Republicana en Cleveland hizo parecer a Trump un revolucionario feminista más que un hombre que se pasea por los vestidores de niñas adolescentes. Hasta le ha llamado feminista.
Aunque los actos feministas de buena fe de Ivanka son, en el mejor de los casos, cuestionables –el plan de cuidado de menores que ha impulsado no incluye a los padres, su campaña Women Who Work [Mujeres que trabajan] es más Pinterest que activismo y defiende a un racista misógino impenitente– cualquier crítica a Ivanka se posiciona como un rechazo a los ideales feministas. Mientras la marca Trump obtiene grandes éxitos, conservadores como Tomi Lahren insisten en que cualquier boicot a su marca de ropa es un prueba de que no eres una verdadera feminista y de que no apoyas a las mujeres.
Que Ivanka se interese por los asuntos de las mujeres está bien, pero utilizarlo para cubrir la absoluta intolerancia de su padre es reprobable.
El feminismo no es apoyo ciego a cualquier otra mujer a pesar de su ideología política, es un movimiento a favor de la justicia y una exigencia de cambio sistémico. Puede parecer obvio, pero es algo que tendremos que clavar a martillazos en nuestros hogares durante los cuatro próximos años si queremos impedir que los republicanos reduzcan los derechos de las mujeres al tiempo que señalan a Ivanka y a Conway como prueba de que es imposible que sean sexistas.
La mayoría de las mujeres estadounidenses no serán engañadas como tontas por eslóganes y hashtags de “empoderamiento”. Sabemos qué es el verdadero feminismo y cómo es el sexismo. No importa el número de mujeres del que se rodee Trump, sabemos exactamente quién es y lo que piensa de nosotras.
Traducido por Javier Biosca Azcoiti