James Comey en el Senado: EEUU se prepara para un momento político histórico
El jueves 8 de junio, cuando James Comey se presente ante un comité del Senado para declarar sobre el presidente que lo sacó de la jefatura del FBI, quedará grabado como uno de los días más importantes en la historia política de Estados Unidos.
En la audiencia hay más cosas que nunca en juego. Una de las preguntas que le hará el Comité de Inteligencia del Senado será si Donald Trump trató o no de persuadirlo para que cesara en su investigación por contactos inapropiados entre un importante asesor del presidente y empleados del gobierno ruso. También, si Trump exigió a Comey que le prometiera lealtad personal y si lo despidió por haberse negado a obedecer.
Trump niega haber pedido a Comey que olvidara el caso. Pero si Comey lo contradice y otras pruebas lo demuestran, estaríamos ante una posible obstrucción de la justicia por parte del presidente, un primer y gran paso en el camino hacia el juicio político.
Ni siquiera en el escándalo de Teapot Dome que golpeó a la presidencia de Warren Harding a principios de la década de los 20, o durante el caso Watergate, medio siglo después, se habló de un presunto intento por parte del presidente de intimidar al investigador.
Otra mancha para la democracia
Además, el contexto de este caso (la posibilidad de una conspiración con el Kremlin para inclinar los resultados de la elección presidencial) es mucho más serio que el soborno y el juego sucio detrás de esos dos momentos, históricos por la mancha que dejaron en la democracia moderna estadounidense.
Por todas esas razones, lo que diga Comey el jueves puede ayudar a definir si Trump termina o no su primer mandato como presidente, una posibilidad puesta en duda desde el 17 de mayo, cuando se nombró a un fiscal especial para dirigir la más amplia investigación por vínculos entre la campaña de Trump y el Kremlin.
Se ha dicho que el presidente podría invocar su privilegio ejecutivo para impedir que Comey testifique. Citando a dos altos funcionarios de la presidencia, el periódico The New York Times informó que el magnate no intentará bloquearlo. Pero la portavoz de Trump, Kellyanne Conway, no lo descarta: dijo que la decisión depende exclusivamente del presidente.
Invocar el privilegio ejecutivo sería una jugada desesperada. Ningún presidente ha intentado jamás usar esa medida para evitar que testifique un exfuncionario. Según Richard Painter, el abogado a cargo del Comité de Ética de la Casa Blanca durante el gobierno de George W. Bush, después de haberlo despedido Trump tiene poco margen para impedir que el director del FBI hable. “No creo que a Jim Comey le importe demasiado lo que Kellyanne Conway tenga para decir”, dijo.
En teoría, Trump podría hacer que el Ministerio de Justicia interponga un recurso para que la Justicia emita una orden cautelar que impida a Comey testificar, pero sería una batalla difícil para los abogados del gobierno. Durante el escándalo Watergate, las cortes dictaminaron que ese privilegio no podía ser usado para esconder conductas inapropiadas o ilegales por parte del Poder Ejecutivo.
El propio Trump se encargó de publicar la índole de sus charlas con Comey cuando dio su versión de las mismas en la cadena NBC, y dijo que el director del FBI le había dicho tres veces que no estaba siendo investigado. Según el ex portavoz del Ministerio de Justicia, Matthew Miller, impedir la declaración “representaría un gran riesgo político para la Casa Blanca, dadas las pocas probabilidades de lograr un resultado positivo en la corte y el coste político que acarrea fallar en esa instancia”.
La Casa Blanca ha usado otros métodos para intentar bloquear la investigación del Congreso por vínculos entre Trump y Rusia. Tomó la inédita medida de pedir a las agencias gubernamentales que no respondieran a los pedidos de información que hicieran los demócratas. Pero Trump no puede confiar plenamente en la lealtad de los congresistas republicanos. Y lo que es aún más importante, Richard Burr, presidente del Comité de Inteligencia del Senado, demuestra cada vez más independencia respecto a la Casa Blanca. Hasta la fecha, la prueba más sustancial de ese cambio es la invitación del Comité para que Comey preste testimonio en una sesión abierta.
Trump tampoco puede hacer demasiado para impedir el trabajo del fiscal especial, Robert Mueller, predecesor de Comey en la jefatura del FBI. Su nombramiento como máximo responsable de la investigación por la posible conexión rusa fue una consecuencia directa (e involuntaria) del despido de Comey. Tiene amplios poderes y será difícil deshacerse de él. El viernes 2 de junio se informó que Mueller había ampliado el alcance de su investigación para incluir en ella el trabajo de cabildeo que hizo el ex asesor de seguridad nacional, Michael Flynn, mientras decidía sobre las políticas de EEUU en Siria.
De acuerdo con la agencia de noticias Associated Press, Mueller también se hizo cargo de una investigación penal que involucra a Paul Manafort, exjefe de campaña de Trump, y podría indagar por el papel que ejercieron el fiscal general Jeff Sessions y su vicefiscal general, Rod Rosenstein, en el despido de Comey.
Con la investigación de Mueller se intentará descubrir si miembros del equipo de campaña de Trump se confabularon con Rusia para influir en el resultado de las elecciones de 2016 hackeando y filtrando correos electrónicos del Partido Demócrata, usando medios de propaganda como la cadena Russia Today y la agencia Sputnik, y difundiendo noticias falsas en las redes sociales.
Cada vez hay más pruebas circunstanciales de esa confabulación. Siguen saliendo a la luz reuniones entre Trump, sus asistentes y funcionarios rusos, junto con evidencias de que sus hombres intentaron ocultar esos contactos. De acuerdo con un informe de Yahoo News publicado el jueves 1 de junio, el gobierno de Trump priorizó en sus primeros días el levantamiento de sanciones contra Rusia y solo se detuvo cuando desde el Ministerio de Asuntos Exteriores dieron la alarma y el Congreso quitó a la presidencia el control sobre las sanciones.
“Un personaje fascinante”
La investigación de Mueller llevará muchos meses. Tal vez incluso años. La amenaza más inmediata para la presidencia de Trump proviene de Comey. Cuando el exdirector preste juramento ante el Senado el jueves, toda la atención se centrará sobre él, uno de los personajes más interesantes de la vida pública estadounidense.
Los demócratas acusaron a Comey de ser un republicano chiflado cuando en julio rompió todos los protocolos con sus trascendentales declaraciones sobre el uso que Hillary Clinton dio a su servidor privado de correo electrónico (a la vez que anunciaba que no presentaría cargos contra ella). La candidata demócrata y sus simpatizantes lo acusaron entonces de arruinar la campaña por hablar, once días antes de las elecciones, de nuevas pruebas relacionadas con la investigación. Más tarde, se descubrió que esas pruebas eran poco menos que nada.
Pero los demócratas vuelven hoy a querer a Comey por la tenacidad que ha demostrado en la investigación del vínculo entre Trump y Rusia tras la toma de posesión y por su evidente negativa a prometer lealtad al presidente. El magnate republicano ha pasado de idolatrar a Comey a llamarlo “fanfarrón” y “demente”.
En realidad, el exdirector del FBI es un rara avis de la política estadounidense, un intelectual público con una complicada historia personal. Nacido en una familia de irlandeses católicos demócratas de Yonkers (Nueva York), dio la espalda a ese legado cuando decidió estudiar en la universidad College of William and Mary en Virginia, un bastión del conservadurismo sureño. Allí abandonó el catolicismo en el que había sido criado y probó con varias formas de la fe evangélica. En su tesis sobre Jerry Falwell quiso demostrar cómo este pastor evangelista representaba las enseñanzas del influyente teólogo Reinhold Niebuhr, gran influencia para Martin Luther King y autor de Moral Man and Inmoral Society (“El hombre moral y la sociedad inmoral”), un libro sobre la relación entre la fe, la política y la acción social.
A medida que Comey ascendía en el FBI, sus ideas políticas parecían suavizarse y acercarse a las del republicano medio. Dejó de ser evangélico para convertirse en metodista pero su interés y su apego por el trabajo de Niebuhr se mantuvieron. En marzo, la publicación digital Gizmodo informaba que se había abierto una cuenta personal en Twitter con ese pseudónimo: Niebuhr.
Según Scott Horton, un abogado especializado en Derechos Humanos que ha estudiado la historia de Comey, “es una figura fascinante por sus antecedentes”: “Forma parte de la derecha política y en mi opinión ha seguido fiel en su corazón al movimiento republicano, pero también es alguien que ha visto cómo el partido derivaba hacia algo que no reconocía. Pero Niebuhr siempre fue su referente”.
“Claramente, Comey piensa profundamente sobre esto. La integridad es clave para él. No es el tipo de persona que hace trampas para que avance la carrera de un político”, apunta.
Según Karen Greenberg, del Centro de Seguridad Nacional de la Universidad de Fordham, Comey es “un individuo muy complicado y reflexivo y alguien con conciencia, aunque funcione de manera distinta a como esperan los demás”.
Para Greenberg, la cita que Comey tiene este jueves con el destino podría ser el clímax perfecto en la vida pública de un fiel estudiante de Niebuhr: “Si uno piensa en esa idea del hombre moral atrapado en una sociedad inmoral, para alguien que verdaderamente entiende a Niebuhr y los conflictos inherentes entre poder y justicia, en todo esto hay un aura de destino”.
Traducido por Francisco de Zárate