La debacle laborista en Copeland (un bastión del partido) no da lugar a titubeos. Los partidos de la oposición no pierden elecciones parciales frente al partido en el gobierno. Sí, el Partido Laborista ha ido perdiendo votos en esta circunscripción desde 1997 y sabemos que la clase trabajadora está desilusionada con el partido desde que este impulsó el Nuevo Laborismo.
Sin embargo, se suponía que el proyecto de Jeremy Corbyn iba a revertir esta tendencia. Su misión no era liderar una espectacular caída de votos a los dos años de las últimas elecciones generales. Y si bien el Partido Laborista en Stoke puede presumir de haber retenido su escaño ante la amenaza del UKIP, lo cierto es que muchos votos han ido a los conservadores.
Los sondeos dejan entrever la situación catastrófica del Partido Laborista. El veterano analista John Curtise afirma que el giro de los votantes de Copeland hacia el Partido Conservador es mayor de lo que las encuestas de opinión han empezado a mostrar. Sí, los sondeos pueden equivocarse: los de 2015 y 1992 fueron los más desastrosos de nuestra era. No obstante, en ambos casos el error fue precisamente sobrevalorar la ventaja del Partido Laborista. Si las encuestas actuales también se equivocan, la experiencia nos demuestra que lo más probable es que la situación para el Partido Laborista sea peor de lo previsto.
Si el Partido Laborista pierde las próximas elecciones generales, se consolidará un gobierno tory de derechas, marcado por un discurso populista, xenófobo y autoritario, y con una mayoría sólida e irrefutable. Corbyn dimitirá. Acusarán a la izquierda de destrozar al Partido Laborista. Algunos parlamentarios del ala más de izquierdas perderán su escaño. El Partido Laborista se escorará hacia la derecha.
Los que creen que la caída de Corbyn podría propiciar políticas vinculadas al Nuevo Laborismo deberían ser conscientes de que unos resultados desastrosos en las elecciones los llevarían exactamente hacia esa dirección.
Los que en estos momentos están dando la espalda a los laboristas no lo hacen por el hecho de que el partido opte por el gasto público en vez de los recortes, quiera impulsar un salario que sea digno de verdad, quiera devolver las empresas y los servicios públicos a los ciudadanos británicos o reforzar los derechos de los trabajadores. Millones de ciudadanos apoyan estas medidas.
Una clara derrota del Partido Laborista propiciaría el fin de todas las medidas que los partidarios de Corbyn apoyan. Quedarían enterradas entre los escombros del partido. Cada vez que alguien propusiera unas medidas parecidas, la respuesta sería: “El Partido Laborista ya apoyó estas medidas cuando Corbyn lideraba el partido y todos sabemos que fue un desastre”.
Si el Partido Laborista sufre una gran derrota en las próximas elecciones generales, todo el país quedará bajo los efectos del triunfalismo tory y será imposible proponer ideas que sean mínimamente progresistas.
El debate político en el Reino Unido, y en gran medida en Occidente, es tóxico y crispado. También dentro del Partido Laborista y en los partidos de izquierdas en general.
Las facciones beligerantes del laborismo se niegan a aceptar que se puede discrepar de buena fe. Prefieren ver intenciones ocultas; que van desde el objetivo de trepar, al de figurar o presentarse como un ejemplo de virtud. Cuando, en el marco de las elecciones para elegir al líder laborista, formulé preguntas de fondo a los partidarios de Corbyn, un veterano político de izquierdas me espetó que “había abandonado a la izquierda”. Otros en la izquierda no dudan en afirmar que el lavado de cerebro de los medios de comunicación es el responsable de las victorias de los conservadores.
Corbyn no ganó en 2015, perdieron sus rivales
Por otro lado, dentro del partido, los detractores de Corbyn más beligerantes no parecen comprender los motivos de su derrota. También creen que los medios de comunicación hicieron un lavado de cerebro a los votantes y encumbraron a Corbyn. El sistema electoral laborista, que propició la victoria de Corbyn, fue diseñado bajo presión del ala más conservadora del partido. Pensaron que con este sistema limitaban el poder de los sindicatos y que conseguirían que más votantes se unirían a las filas y apoyaran a los candidatos de centro.
Corbyn no ganó en 2015, más bien perdieron sus rivales. No presentaron una alternativa coherente o convincente. No consiguieron convencer a su propio partido, y ya no digamos a la gente, de que los votaran. Dejaron un vacío y Corbyn lo llenó.
Esto sigue siendo así. Los miembros más inteligentes del partido fueron los primeros en darse cuenta. Los menos se han convertido en unos nihilistas amargados cuyo único elemento en común es su hostilidad hacia la izquierda.
De hecho, la victoria de Corbyn es un ejemplo más de que la insatisfacción que impregna Occidente tiene consecuencias de lo más dispares: de Trump a Sanders, del movimiento independentista escocés al Frente Nacional en Francia, de Podemos en España a la extrema derecha austriaca.
Corbyn es un hombre de sólidos principios que una y otra vez ha defendido al bando correcto. Cuando Margaret Thatcher afirmaba que los miembros del Congreso Nacional Africano eran terroristas, a él lo detuvieron por protestar contra el apartheid. Defendió los derechos del colectivo LGBT cuando solo la llamada 'izqquierda lunática' lo hacía. Protestó contra Sadam Hussein mientras el Gobierno vendía armas a este déspota asesino. Más tarde se opuso a la guerra de Irak. Y en cuanto a las cuestiones actuales más relevantes, como la inversión pública, la justicia fiscal, los derechos de los trabajadores, la crisis por la falta de acceso a una vivienda, el sistema de salud pública, también ha demostrado que tiene razón.
Corbyn no es el culpable de todos los males del Partido Laborista; todo lo contrario. El partido tiene muchos problemas estructurales. Uno es la crisis de los partidos socialdemócratas y de centroizquierda en Occidente. Otro, la fractura que se ha producido tras el Brexit dentro del partido, y entre los votantes de clase trabajadora de pequeñas localidades y los votantes con estudios universitarios que viven en las grandes ciudades. También ha aumentado la brecha generacional entre los distintos tipos de votantes. Los antecesores de Corbyn no supieron defender la apuesta laborista por el gasto público. Estos son los problemas de fondo que socavan el proyecto de Corbyn.
Estrategia inexistente
El problema es que la dirección del partido no solo no ha sido capaz de solucionar estos problemas sino que los han empeorado. Como los defensores de Corbyn suelen señalar, es cierto que los medios de comunicación del Reino Unido están en manos de empresarios de derechas que atacan a cualquier candidato que cuestione el statu quo. No obstante, es necesario trazar una estrategia sofisticada que pueda lidiar con este tipo de oposición tan arraigada. Una estrategia que hasta ahora ha brillado por su ausencia.
Los que lo apoyan están en lo cierto cuando afirman que las caóticas luchas internas que tuvieron lugar el año pasado y que tenían por objetivo fulminar a Corbyn los perjudicaron a todos. Fue una situación indignante, y además evidenció la falta de una estrategia política para frenar a la oposición en el contexto de crisis nacional que tuvo lugar tras conocerse el resultado del Brexit.
Sin lugar a dudas, eso ha tenido un impacto en la intención de voto mostrada en las encuestas. Pensar que Owen Smith tenía más posibilidades que Corbyn era delirante, si tenemos en cuenta su desafortunada estrategia para revocar el resultado del referéndum del Brexit y su negativa a descartar que el Reino Unido se integre en la zona euro y el espacio Schengen.
Algunos laboristas en el parlamento socavaron los esfuerzos de Corbyn desde el principio. Los laboristas no han estado por delante en ninguna media de las encuestas –que es lo que cuenta– hechas desde las últimas elecciones generales.
Bajo el liderazgo de Miliband, el partido obtuvo una clara ventaja durante largos periodos de tiempo en la anterior legislatura, pero esto no fue suficiente para garantizar la victoria. El hecho de que los laboristas no estén obteniendo buenos resultados en los sondeos es un indicador bastante claro de derrota. Desde el fallido golpe interno para propiciar la caída de Corbyn, sus detractores en el partido han permanecido en silencio, y sin embargo, los resultados de las encuestas siguen cayendo en picado.
Cuando presentó su candidatura para liderar el partido, la prioridad de Corbyn no era ganar. Quería que las políticas de izquierdas volvieran a estar en el orden del día, quería frenar a otros candidatos que se habían escorado hacia la derecha, y construir un movimiento de base. En ese contexto, no buscaba asegurarse la dirección del partido sino conseguir que una izquierda organizada volviera a ocupar un lugar destacado en la escena política. El día primer debate electoral televisado, Corbyn me comentó que para él sería un éxito conseguir el 25% de los votos (en las primarias laboristas).
Cuando era evidente que iba a ganar, muchos empezaron a ponerse nerviosos porque el propósito de su candidatura no había sido convertirse en el líder. Se cuestionó, por decirlo suavemente, la capacidad de Corbyn para ocupar un cargo de esa responsabilidad, en parte por su falta de experiencia y por la tormenta que su victoria iba a desencadenar. Al mismo tiempo, era imprescindible defender esa victoria inesperada y trabajar para impulsar un programa de izquierdas.
Si Corbyn cae, también podría hacerlo su causa
En mi opinión, Corbyn aún no está sentenciado y podría revertir la situación dirigiéndose a votantes ni pobres ni ricos, teniendo una estrategia de comunicación sofisticada, centrándose en cuestiones importantes para el votante medio, como las personas mayores y los trabajadores autónomos, desplegando un discurso en torno a los inmigrantes que no incite a la xenofobia, con una redefinición del patriotismo que aplauda grandes logros, como el sistema de salud pública y los derechos y libertades alcanzados por nuestros ancestros. Y, por encima de todo, asegurándose de que la dirección del partido causa una buena primera impresión, ya que es extremadamente difícil dar la vuelta a una primera mala impresión.
Muchas personas que quieren que el inesperado líder laborista tenga éxito han dado consejos útiles. Sin embargo, nadie los ha escuchado ni ha seguido sus consejos. Corbyn causó una primera impresión desastrosa. Nunca mostró una estrategia y una visión coherente ni lanzó un mensaje claro. Cometió varios errores de calado que jugaron a favor del discurso tory. Si no consigues definir tu proyecto, serán tus rivales quienes lo hagan, y sin lugar a dudas esto es lo que le ha pasado a Corbyn.
Sorprendentemente, los sondeos parecen indicar que la gente sabe menos de las ideas y principios de Corbyn que de Theresa May. Es desgarrador ver cómo los grandes ideales y proyectos se desvanecen por una falta de visión estratégica y de competencia.
Entonces ¿qué nos espera a partir de ahora? Corbyn es un hombre de principios, honorable y respetable. Tanto él como los laboristas en el Parlamento que se muestran más críticos con él tienen que tomar una decisión. Con independencia de lo que pase con la dirección del partido, deben trazar una estrategia coherente que marque cómo van a superar su crisis existencial actual. Desde la derrota en las elecciones parciales, Corbyn ha dejado claro que no se va pero no ha indicado cómo piensa revertir la situación. Teniendo en cuenta lo que está en juego, no es suficiente. Tanto él como su equipo tienen que esforzarse más.
Si finalmente Corbyn llega a la conclusión de que no se siente capaz de plantar cara a las muchas crisis existenciales del partido, entonces debe lograr un acuerdo que garantice que, tras su dimisión, el partido tendrá al frente a un diputado de la nueva generación que defenderá las medidas que inspiraron a los votantes de Corbyn. Esta es una labor tanto de Corbyn como del grupo parlamentario laborista. Todos ellos tienen que ser conscientes de que la historia es una jueza implacable.
Entiendo el dilema que atormenta a muchos de los que votaron a Corbyn. Su compromiso de por vida a una causa noble y justa. El miedo a que si Corbyn cae en desgracia la causa también lo hará. Lo cierto es que si su proyecto fracasa, también fracasará su causa. Las decisiones que tome el Partido Laborista afectarán no solo al futuro del laborismo sino también al del país. O nos convertimos en un país que se deja llevar por el odio y el miedo, un parque temático de multimillonarios que niega la ayuda a los pobres y a los discapacitados y que recorta los servicios más elementales, o en un país que responde a los intereses de los que realmente generan riqueza: los miembros de la clase trabajadora.
Traducido por Emma Reverter