Maestra nació como consecuencia de dos fracasos. Unos años atrás, mi agente literaria me sugirió que escribiera una novela erótica. No le gustó lo que escribí y decidí aparcar el libro para terminar otro proyecto; una biografía política de la Reina Isabel I. Uno de los aspectos que quería explorar al abordar el reinado de Isabel I era su capacidad para manipular el concepto de patriarcado y las expectativas que genera. Consiguió desconcertar y embaucar a varias generaciones de embajadores utilizando los prejuicios de género como mejor le convenía y con el propósito de alcanzar sus objetivos. Es muy probable que todavía tuviera sus estrategias en mente cuando decidí recuperar el manuscrito que mi agente había rechazado y mezclar lo que ya tenía con un texto que había empezado años atrás, cuando trabajaba como becaria en una casa de subastas.
Por aquel entonces había escrito algo que no tenía muchas posibilidades pero sí un elemento interesante: una obra falsificada del pintor del siglo XVIII George Stubbs. Entrelacé una historia erótica con un thriller del mundo del arte y eso me obligó a crear una protagonista muy especial. Cuando finalmente le puse voz a Judith Rashleigh, escribí sin parar hasta que dos meses más tarde terminé la novela. Escribí gran parte del libro en el sur de Francia y tal vez es por este motivo que el libro parece tener una cierta atmósfera vacacional. Lo cierto es que detesto el proceso de escritura y siempre busco excusas para no tener que hacer el esfuerzo. Sin embargo, por primera vez tras ocho intentos fallidos, solo sentí placer mientras construía la historia.
Todo el mundo detestó el libro.
Mi agente, mi editor y prácticamente todos los que leyeron el manuscrito. Incluso ahora, que los derechos de Maestra se han vendido en 42 países y han comprado los derechos para hacer la película, sigue enfureciendo a muchos lectores.
Por otra parte, también me he sentido muy halagada y alentada por todos aquellos que han afirmado que les ha encantado, en particular mujeres jóvenes que creen que Judith es un nuevo tipo de heroína feminista. Y, sin embargo, ambas reacciones me sorprenden y son una buena muestra de la desconexión entre mis intenciones y cómo se han interpretado. Yo creía que había escrito un libro divertido y entretenido en torno a una Becky Sharp (una joven tenaz que quiere abrirse camino en la sociedad inglesa) de nuestros días.
Al igual que la protagonista de la Feria de las Vanidades, la protagonista de mi libro se esfuerza por sobrevivir en un mundo de hombres, y su inteligencia y su belleza son sus únicas armas. Nunca pensé que este planteamiento indignaría a muchos de mis lectores y fascinaría a muchos otros. Isabel I, príncipe del Renacimiento era un libro mucho más radical, pero parece ser que escribir sobre la política de género del siglo XVI es mucho más seguro.
Muchos periodistas han querido saber cómo pasé de escribir respetables libros de historia a publicar lo que en teoría perciben como una novela de dudosa reputación. Todo lo que puedo decir es que cuando pasas tanto tiempo estudiando la Europa del Renacimiento, ninguna escena de sexo o de violencia puede escandalizarte. El proceso de escritura no ha sido distinto, ya que tanto cuando escribes sobre un hecho histórico como cuando escribes una novela, lo más importante es la estructura, el ritmo, los matices y encontrar una voz narrativa que resulte creíble.
Maestra tiene escenas de sexo, pero lo que me interesaba era el reto que supone escribirlas; los aspectos técnicos que deben tenerse en cuenta. Para una persona una escena puede ser erótica mientras que para otra puede ser cómica, así que intenté describir escenas eróticas que se integren en la trama y que sean originales, honestas y, lo más importante en mi opinión, modernas. Judith forma parte de la generación Tinder; su percepción de sus experiencias y cómo las cuenta tiene que traducirse en una voz narrativa que resulte creíble y que no sea demasiado “literaria”.
Maestra me ha cambiado la vida, entre otros motivos porque me he pasado el último año subida a un avión. A veces incluso viajo en primera. Sin embargo, he tenido que defender mi trabajo con uñas y dientes y en público; una situación que no se da cuando escribes una biografía histórica.
Miro al cielo y pienso que tal vez no he escrito un buen libro, pero ahora soy una escritora mucho más sabia. Me ha obligado a reflexionar sobre el proceso de escritura; hasta ahora lo hacía de forma intuitiva. He descubierto que el proceso creativo me interesa mucho más de lo que pensaba. Hasta ahora, no me consideraba una escritora. Estoy bastante satisfecha con el hecho de haber conseguido que tantas personas se enfaden. Significa que probablemente estoy haciendo mi trabajo.
La novela Maestra, de LS Hilton, ha sido publicada en España por Roca Editorial.publicada en España por Roca Editorial
Traducción de Emma Reverter
En los tres días siguientes hubo algo muy parecido a la presión casi insoportable del deseo. Ese zumbido permanente de la falta del amado, que parece susurrarte al oído y vibrar en tus venas sin descanso. Esperé como una mujer enamorada, como una amante escondida a quien solo la liberarán del lánguido tormento de la ausencia los pasos de su amado en el pasillo de un hotel barato. Cada mañana salía a correr, me forzaba a subir por los empinados y vertiginosos senderos hasta que me temblaban los muslos y me ardían las pantorrillas. Pedía el almuerzo y la cena, pero apenas comía. Fumaba hasta que acababa vomitando agua y encendía cigarrillos todavía con el regusto metálico de mis intestinos. Compré una botella de brandy barato y unas pastillas para dormir sin receta, y trataba de dejarme a mí misma sin sentido cada noche, pero me despertaba antes del amanecer con un dolor penetrante en el cráneo y veía las palpitaciones de mi propio corazón bajo la sábana azul iluminada apenas por las primeras luces. Sentía que la piel de mis mejillas se ahuecaba por debajo de los pómulos y que el plano de la cadera se volvía más duro contra mi palma. Intentaba leer —sentada en bancos desde los que se dominaba un panorama de postal, agazapada en el alféizar de la ventana, tumbada en la playita de guijarros—, pero lo único que podía hacer era mirar al vacío y revisar una y otra y otra vez mi móvil. Me planteaba juegos a mí misma, como una adolescente colada por un chico. Si el tipo de la gorra de béisbol azul compra un gelato de chocolate, llamarán; si la bocina del ferry suena dos veces, llamarán. Cada vez que zumbaba el móvil, me abalanzaba como si fuera una botella de agua en el desierto y empezaba a manipular torpemente el teclado. Pero aparte de un único mensaje de Steve —«Eh, ¿qué tal?»—, no me llegaba nada, solo anuncios de Telecom Italia. No compraba el periódico; temía que no fuera a ser capaz de reaccionar con naturalidad si estaba sobre aviso, aunque probablemente era una estupidez. Yo había deseado otras veces —deseado intensamente, con verdadera avidez—, pero nunca en mi vida había sentido un anhelo tan apremiante como el que sentí al oír la voz balsámica del inspector Da Silva en el teléfono, después de todos aquellos días transcurridos con la lentitud de las gotas de ámbar rezumando de un pino.
Traducción de Santiago del Rey