Maxwell Frost, estudiante de 25 años, conductor de Uber, activista por el control de armas y candidato al Congreso de EEUU
Ya ha pasado una década desde que Maxwell Alejandro Frost lanzó su primera gran campaña. Tenía 15 años, acababa de terminar un tiempo como voluntario en la campaña de la reelección de Barack Obama y estaba desesperado por asistir a la segunda toma de posesión del presidente. Buscando entradas en Internet, Frost encontró una página en la que se aceptaban solicitudes para presentar espectáculos en el desfile inaugural. Mandó lo que pensó que sería el espectáculo perfecto para representar al centro de Florida, la región que considera su hogar: Seguro Que Sí, su grupo de salsa de nueve miembros de la escuela secundaria. “Reuní algunos vídeos, escribí sobre el grupo y sobre cuánto nos gustaría representar a Florida y, en especial, a su creciente población latina”, dice Frost.
Semanas después, cuando estaba en clase recibió una llamada del comité organizador de la toma de posesión con la invitación para que su grupo tocara, siempre que consiguieran a un senador que los apoyara y que ellos mismos financiaran el viaje a Washington. Cuando Frost hizo las cuentas, el coste del transporte, el alojamiento y la comida para el grupo alcanzaba los 13.000 dólares. Un profesor le dijo que el colegio no tenía ni el dinero ni el poder para organizar el viaje y le sugirió que lo olvidara. Pero Frost estaba decidido.
Durante las vacaciones de Acción de Gracias estuvo recorriendo comercios locales pidiendo donaciones y reunió 5.000 dólares. También llamó insistentemente a la oficina de Bill Nelson, senador de Florida, y después de dos semanas consiguió su carta de recomendación. Al final, la escuela de Frost cambió de opinión y agregó una donación al dinero recaudado. El comité de la toma de posesión quedó tan impresionado que se hizo cargo del coste del transporte.
El día de la ceremonia era imposible no ver a Seguro Que Sí, tocando por la avenida de Pensilvania con abrigos negros y pañuelos rojos, y con Frost liderando la banda con sus timbales. En cuanto el presidente y la primera dama escucharon al grupo se levantaron de sus asientos para bailar. Para Frost, el momento es la prueba del poder del activismo local. “Un grupo de adolescentes y yo llevamos nuestro grupo a Washington, e hicimos bailar al presidente”, dice Frost. “Siempre tuve ideas locas. A veces funcionan. Otras no”.
Favorito para la Cámara de Representantes
La última osadía de Frost es su candidatura a la Cámara de Representantes en las elecciones del próximo martes, y por ahora también parece estar funcionando. Este verano, destacó en un grupo de 10 demócratas al ganar con comodidad las elecciones primarias del décimo distrito de Florida, que incluye una parte importante de Orlando. Esto ocurrió después de que Val Demings, quien ya había sido el candidato demócrata tres veces, se retirara para disputar a Marco Rubio su sitio en el Senado.
En un estado en el que la política está cada vez más definida por Donald Trump, el gobernador Ron DeSantis y otros hombres blancos conservadores mayores, Frost va contra la corriente. Es progresista y de ascendencia afrocubana, apenas tiene la edad legal para alquilar un coche, y lucha a favor de la salud universal y en contra de la violencia de las armas. No es parte de una dinastía política ni se educó en una universidad de la Ivy League (la liga de las universidades que une a las universidades más prestigiosas del país). Es adoptado, y asistió a la universidad online. “Antes de que estuviera de moda”, bromea el estudiante de Ciencias Políticas, al que le faltan algunos créditos para obtener su título de grado. Ha conseguido más de 1,5 millones de dólares para la campaña (de lejos, más que cualquier otro candidato), pero Frost no viene de una familia con recursos. Para llegar a fin de mes conduce un coche para Uber. Entretanto, se alimenta con una dieta de sándwiches de huevo, queso y aguacate. (“Me encantan los sándwiches de desayuno”, dice entusiasmado). Espera que su campaña anime a más personas comunes a presentarse a elecciones.
La “generación de los tiroteos masivos”
Si Frost obtiene su escaño en las elecciones legislativas del 8 de noviembre, tal y como vaticinan ahora las encuestas, no solo será una victoria para la clase trabajadora. También será la primera vez que un miembro de la generación Z llegue al Congreso. A sus 25 años, apenas tiene la edad legal para ser candidato. Si se le pregunta por qué quiere cambiar la historia en lugar de hacer TikToks y perder el tiempo de su juventud, responde citando la inspiración que sintió por Amanda Litman, que trabajó para Hillary Clinton y fundó Run For Something, una organización que anima a jóvenes progresistas a entrar en política. “Ella decía: 'No eres candidato a los 25 años porque es un paso lógico en tu carrera ni porque es algo que planeabas desde que estabas en el jardín de infantes o en la universidad. Eres candidato porque hay un problema muy penetrante que te anima, y porque no puedes imaginarte haciendo otra cosa con tu tiempo'”, dice. “Para mí, eso lo describe a la perfección. Hay mucho trabajo por hacer”.
Frost lleva mucho tiempo intentando hacer ese trabajo. Después del tiroteo en la escuela de Sandy Hook en 2012, en el que un chico mató a 20 niños y seis adultos, el joven fundó una organización para luchar contra la violencia de armas, una lacra que se ha vuelto tan constante durante su vida que él usa otro nombre para la generación Z: “La generación de los tiroteos masivos”.
Solo en Florida y pensando en los últimos años, se han sucedido varios tiroteos, entre ellos el de la escuela Marjory Stoneman Douglas en Parkland (donde un joven asesinó a 14 estudiantes y tres empleados, en 2018) y el tiroteo en Pulse, el club nocturno gay de Orlando (donde un hombre mató a 49 personas, en 2016).
Además de la reelección de Obama, Frost fue voluntario en las campañas de Clinton y Bernie Sanders, y trabajó para la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU, en sus siglas en inglés). En 2018, ayudó a la aprobación de la enmienda 4 de Florida, que devolvió el derecho a voto a 1,5 habitantes de Florida con condenas penales.
Los apoyos políticos a Frost cubren un espectro amplio, desde Sanders hasta David Hogg, el superviviente de Parkland, pasando por el PAC Congressional Progressive Caucus, que lucha por una reforma de las armas y por el derecho al aborto. Pero su estrellato político sobre todo sucedió cuando fue director nacional de organización de March for Our Lives (el grupo formado por supervivientes de Parkland) y demostró que no se deja intimidar por los defensores de las armas.
Frost relata cómo durante una gira con otros activistas, un grupo llamado Utah Gun Exchange los siguió en un coche blindado. Le dio miedo, dice: “Pensé 'Guau, estoy viajando con un grupo de supervivientes de un tiroteo en una escuela y esta gente presume de sus armas'. Pero un día dijimos 'Basta'. Aparcamos el autobús, bajamos y empezamos a hablar con ellos”. Eso llevó a largas conversaciones, e incluso acuerdos en algunos asuntos, como por ejemplo el control de los antecedentes penales antes de poder comprar un arma.
Momentos como estos dan a Frost la confianza de que se puede llegar a conversar con el otro lado y establecer vínculos que conduzcan a leyes importantes. Pero cuando esas conversaciones respetuosas no pueden ocurrir, Frost no lo duda. Si es elegido, dice, luchará para prohibir las armas, para desmantelar la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) y otros grupos de presión de defensa de las armas, y para crear una fuerza nacional contra la violencia de armas formada por representantes jóvenes y de minorías.
Contra el gobernador de Florida
Hace unos meses, Frost levantó revuelo cuando se enfrentó al gobernador de Florida DeSantis en un evento en Orlando después del tiroteo en la escuela en Uvalde, Texas, donde 19 estudiantes y dos profesores fueron asesinados. En un video muy compartido, publicado en Twitter, se puede ver a Frost pidiendo a DeSantis que haga algo con la violencia de las armas. “Nadie quiere escucharte a ti”, resopla DeSantis, mientras Frost es expulsado del lugar. “No tengo miedo”, dice Frost. “Me han tirado gases lacrimógenos. Me han encarcelado por decir lo que creo. Mi umbral de incomodidad es más alto que el de la media”.
Más allá de su evidente madurez, Frost está preparado para continuar la tradición de la congresista de Nueva York Alexandria Ocasio-Cortez, la primera ministra finlandesa, Sanna Marin, y otros políticos jóvenes a los que se ha ridiculizado por su edad. Su juventud es un claro flanco de ataque para su contrincante republicano, Calvin Wimbish, un exmiembro de los Boinas Verdes de 72 años que trabajaba en operaciones de inteligencia en Irak mientras Frost todavía llevaba ropa para niños de GapKids. Pero Frost no cambia de actitud por ningún oponente; si le arrojan un guante, él lo recoge bailando. “Me van a ver en conciertos”, dice. “Me van a ver tocando la batería. Me van a ver bailando. Hace poco estaba en una biblioteca y alguien me dijo: 'Te vi bailando el día de las elecciones y me alegró ver a un político bailar'.
“Nos hemos acostumbrado a pensar que los políticos se deben comportar de cierta forma. Por eso bailé en el escenario después de mi discurso. Quería mostrarle a la gente un poco cómo soy yo, y desmitificar todo para ellos. Yo soy tú, y tú eres yo; soy una pieza pequeña en un rompecabezas”.
Vuelo de la libertad desde Cuba
Como afrocubano, Frost corre el riesgo de que votantes de distintos grupos lo discriminen. Pero debajo de su ascendencia mixta y su historia como bebé adoptado, hay una larga historia.
Su madre adoptiva llegó a Estados Unidos cuando era niña en los años 60, en un Vuelo de la Libertad desde Cuba, con su abuela y su tía; solo traían una maleta, y nada de dinero. Su infancia está repleta de recuerdos alegres de comidas y fines de semana en el sur de Florida. El padre adoptivo de Frost, un hombre blanco de Kansas, era percusionista a tiempo completo. Fue él quien le mostró por primera vez a John Coltrane y Earth, Wind & Fire, y le regaló un kit de batería en segundo grado. “No quiero profundizar demasiado, pero cuando me mostró la maravilla del arte, la música y la cultura, me cambió la vida”, dice Frost. “Me abrió los ojos a la importancia de ser vulnerable y lo que significa permitir que el arte te haga vulnerable”.
Frost no anticipó que su perfil político cada vez más notorio lo llevaría a ser candidato tan pronto. Cuando los demócratas lo reclutaron, Frost estaba contento trabajando en organizaciones locales.
En julio, Frost volvió a conectar con su madre biológica. Entre otras cosas, ella le reveló que cuando Frost nació ella llevaba un tiempo luchando contra las drogas, el crimen y la pobreza. “Lo que hizo que la conversación fuera aún más poderosa fue que yo no esperaba tenerla”, dice. “No porque la odiara, sino porque yo estaba viviendo mi vida”. Ella le explicó que lo había dado en adopción no solo para darle la oportunidad de una vida mejor, sino también para que pudiera hacer algo aún más grande. Tras la conversación, Frost estaba convencido: sería candidato a diputado.
Hasta ahora, la mayor parte de las ganancias de la campaña han llegado a la manera tradicional, a través de un trabajo disciplinado y metódico. Frost estuvo especialmente decidido a hacer campaña en la Universidad del Florida Central, con sus 70.000 estudiantes, muchos de ellos habitantes del estado. “Montamos 'Las noches de Frost' para organizar a grupos de voluntarios y que pidieran el voto de puerta en puerta”, dice. “Hicimos recorridos por los colegios mayores muchas veces. La gente suele desestimar el voto joven porque no es tan activo como el de otros grupos. Pero también hay que reconocer que hay muchas barreras estructurales que dificultan que los jóvenes vayan a votar. Hay mucho trabajo por hacer, más allá de registrar votantes. No es solo hablar con chicos de 18, sino hablarles cuando tienen 16 o incluso 14, creando activistas para toda la vida, y no esperar a que tengan 18”.
Un mes viviendo en su coche
Frost no solo entiende de dónde viene la gente joven, sino que él está en el mismo barco. Vive con su novia y su hermana. Cuando tuvieron que mudarse por el elevado precio de su piso, se quedó en el sofá de amigos y durmieron en el coche de la novia durante un mes, hasta que encontraron otra casa. “No podía volver a casa porque allí vive mi abuela de 97 años y fue en medio de la variante delta”, dice.
Ahora vive en un piso nuevo, en el que se dividen los 2.100 dólares de alquiler al mes, aunque él dice que sigue siendo demasiado alto. Ya ha decidido mudarse cuando termine el contrato en noviembre, lo que quizás lo lleve a no tener casa el día de las elecciones. Si gana, dice que no va a recibir su salario hasta febrero, como mínimo. Técnicamente, podría recibir un pago por parte de su campaña, pero no quiere dar a la campaña de Wimbish y sus aliados la posibilidad de un flanco de ataque. Para atenuar el posible golpe, trabajó más en su Uber, completando 60 viajes el fin de semana. Hizo esto entre las 70 horas por semana que trabaja en la campaña. Por eso, cuando habla con urgencia sobre la crisis de la vivienda, para él es algo real. “Hay muchas barreras para que la gente de clase trabajadora sea candidata a puestos de gobierno”, dice. “Yo quiero ser la voz que muestre lo arruinado que está el sistema, y ayudar a desmitificar el proceso”.
A la hora de considerar su posible legado político, según dice Frost, si hace bien su trabajo, no se quedará por mucho tiempo. “Quiero vivir en un mundo en el que no haya que preocuparse por la política”, dice, “donde estos clubes políticos no existan. Donde no exista March for Our Lives. Donde la cadena de televisión MSNBC sea irrelevante. Donde la televisión sea puro entretenimiento, porque el gobierno trabaja para ti. Es utópico, sí, pero para eso debemos trabajar”.
Traducción de Patricio Orellana
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