Justo pasada la medianoche, en un bosque nevado cerca de Kiev, cuatro hombres vestidos de negro y con porras atadas a la cintura escuchan con atención el zumbido de las motosierras de los leñadores furtivos. “Los policías de nuestro país son incompetentes, corruptos o unos borrachos”, afirma Zhenya, uno de ellos. “Por eso tenemos que tomar cartas en el asunto y solucionar los problemas”.
Estos guardabosques, todos de unos veinte años, no son los típicos activistas medioambientales. Son miembros de la Milicia Nacional, una organización ultranacionalista estrechamente vinculada al movimiento ucraniano Azov, un grupo de extrema derecha con un ala militar que tiene miembros abiertamente neonazis, y su escisión política, el partido Corpus Nacional.
“El nacionalsocialismo, como idea política, no tiene nada intrínsecamente nocivo”, indica Alexei, otro integrante de la milicia, mientras los hombres se mueven sigilosamente entre los árboles cubiertos por escarcha e iluminados por la luz de la Luna. “No sé por qué siempre lo asocian con los campos de concentración”.
Además de la tala ilegal, la Milicia Nacional afirma que su objetivo es combatir la delincuencia, el narcotráfico y el alcoholismo callejero. “Somos muchos. No tenemos miedo de usar la fuerza para establecer el orden en el país”, aseguró recientemente el grupo en un comunicado.
El 29 de enero, miembros encapuchados de la milicia se presentaron en una reunión del consejo municipal en Cherkasy, en el centro de Ucrania, y se negaron a permitir que los funcionarios abandonaran el edificio hasta que hubieran aprobado el presupuesto de la ciudad, que se había estado postergando durante mucho tiempo.
Según la Milicia Nacional, sus miembros son todos voluntarios y los gastos los cubren personas y empresas afines a sus actividades.
La Milicia Nacional está integrada por veteranos de la guerra que libra Ucrania desde hace cuatro años contra los separatistas rusos, así como exjugadores de fútbol que participaron en la insurrección que tuvo lugar en 2013 y 2014.
Algunos son 'straight edge', un movimiento de fanáticos por el estado físico que ni beben ni fuman. Muchos no han conocido el país cuando integraba la Unión Soviética, ya que crecieron en una Ucrania independiente, donde las fuerzas policiales gozan de poca confianza a pesar de las recientes reformas.
“Las reformas de la policía han sido como echar chocolate en la mierda”, indica Alexei tras terminar, junto a sus compañeros, la infructuosa búsqueda de leñadores ilegales. “Sigue siendo una mierda, ¿sabes?”, añade.
Aunque la Milicia Nacional inició sus actividades hace un año y ha organizado patrullas callejeras en pueblos y ciudades bajo control del Gobierno ucraniano, empezó a tener más notoriedad a finales del mes pasado, cuando unos 600 miembros participaron en una marcha por el centro de Kiev.
Algunos iban vestidos de camuflaje, mientras que otros vestían de negro y se cubrían el rostro con un pasamontañas. Esta provocadora demostración de fuerza culminó con la llegada del grupo a una fortaleza iluminada con antorchas, donde los miembros de la milicia juraron lealtad a Andriy Biletsky, un parlamentario ultranacionalista que dirige el partido del Corpus Nacional.
“Cuando las autoridades muestran su impotencia para resolver cuestiones de vital importancia para la sociedad, entonces las personas de a pie se ven obligadas a asumir la responsabilidad”, explicó Biletsky a los medios ucranianos.
Biletsky ha suavizado su discurso en los últimos años, pero lo cierto es que en 2010 el excomandante del batallón Azov declaró que la misión de la nación ucraniana es “liderar la raza blanca del mundo en una cruzada final... contra los Untermenschen [subhumanos] liderados por los semitas”.
Si bien la legislación ucraniana permite que las organizaciones civiles desarmadas puedan ayudar a los organismos encargados de velar por el cumplimiento de la ley, a muchos analistas la ceremonia en Kiev les evocó la Alemania de los años treinta y les hizo temer que la frágil democracia ucraniana pueda caer en manos de una extrema derecha cada vez más segura de sí misma.
El Corpus Nacional y otros partidos de extrema derecha obtienen menos del 5% de los votos, pero los analistas afirman que podrían aprovechar la inestabilidad económica y social de Ucrania para mejorar sus resultados electorales.
“Nos preocupa el auge del nacionalismo en Ucrania y la aparente falta de voluntad del Gobierno para frenarlo. Los simpatizantes y donantes internacionales deberían estar muy preocupados”, afirma Tanya Cooper, investigadora de la organización Human Rights Watch en Ucrania.
Los responsables de la Milicia Nacional aseguran que estos temores son infundados. “Si el mundo está preocupado por la amenaza del neonazismo ucraniano, puedo asegurarles que no somos neonazis, simplemente somos personas que queremos mejorar nuestro país”, afirma Ihor Vdovin, portavoz de la Milicia Nacional. “No queremos establecer una especie de orden blanco”, añade.
No obstante, puntualiza que no puede hablar en nombre de los miembros de la milicia que tienen ideas supremacistas o neonazis.
“La gente se asustó al ver el nivel de organización y de disciplina de la marcha en Kiev”, señala Stepan Holovko, un destacado miembro del Corpus Nacional: “Pero, ¿por qué deberíamos disculparnos por el hecho de que nuestra gente pueda llevar a cabo las tareas que se les han encomendado?”.
A Azov y al Corpus Nacional se los vincula a Arsen Avakov, el ministro de Interior, considerado como un posible sucesor del impopular presidente ucraniano, Petro Poroshenko. Avakov ha silenciado las voces que afirmaban que la Milicia Nacional es su propio ejército privado y ha asegurado que no permitiría que unas “estructuras paralelas” desafiaran la autoridad de la policía.
Vyacheslav Likhachev, jefe del Grupo de Supervisión de los Derechos de las Minorías Nacionales, insinúa que las actividades de la milicia tienen por objetivo que el Corpus Nacional destaque entre los partidos ultranacionalistas rivales antes de las elecciones parlamentarias del próximo año: “Tratan de demostrar que tienen más activistas convencidos, así como su capacidad de movilizarlos en las calles”.
Traducido por Emma Reverter