Reino Unido condena a los refugiados sin cuenta bancaria a vivir en la miseria

Cuando su solicitud de asilo en el Reino Unido fue aceptada el año pasado, John (nombre ficticio) confiaba en comenzar una nueva vida. Eso fue justo antes de verse forzado a sobrevivir sin apenas comida durante cinco días.

Este trabajador de hostelería de 45 años huyó de Nigeria por razones políticas tras recibir amenazas de muerte. Al pisar suelo británico, tuvo que afrontar un obstáculo temporal que pronto se convirtió en un callejón sin salida. Las organizaciones por los refugiados reconocieron entonces un patrón común en todas las situaciones parecidas a la de John. A los recién llegados les resultaba imposible abrir una cuenta bancaria.

Según el Consejo de refugiados, la mayor parte de las personas que superan el proceso de admisión se tiene que enfrentar después a los bancos británicos. Los obstáculos que interponen las entidades bancarias les afectan a la hora de conseguir trabajo o cobrar subsidios sociales. Por consiguiente, un gran número de refugiados contrae deudas o depende de las limosnas, y otros se ven forzados a dormir en la calle.

El origen de este problema se encuentra en que los empleados de los bancos no reconocen la única tarjeta de identificación que poseen los recién llegados, su permiso de residencia. Este documento es semejante a un carné de conducir –con foto, el año de nacimiento y la condición de refugiado– y es expedido por el Ministerio del Interior, lo que tendría que ser suficiente para abrir una cuenta bancaria.

Sin embargo, el Consejo de Refugiados afirma que el personal del banco suele exigir documento de identidad adicional, como un pasaporte, un permiso de conducción o una factura domiciliada. Es un requisito imposible de cumplir para aquellos que abandonan su país de origen con la intención de asentarse en otro Estado mientras tramitan sus papeles.

“El personal de las entidades no está familiarizado con estos permisos de residencia, no los han visto nunca antes”, ha declarado Andrew Lawton, encargado del departamento de integración en el Consejo. “El proceso habitual para abrir una cuenta bancaria implica enseñar el pasaporte. Este trámite no suele representar un problema, excepto para los refugiados. Como recién llegados al país, es evidente que estas personas no cuentan con los documentos legales que les solicitan”.

Esta situación se agrava con los nuevos residentes en el Reino Unido que no hablan todavía un correcto inglés, como explica Lawton. “Muchas veces no conocen sus derechos, lo que hace que prefieran no insistir”.

Sin cuenta no hay prestación

Cuando alguien consigue el permiso de residencia en el Reino Unido, dispone de 28 días para encontrar casa, conseguir un empleo y hacer la solicitud para recibir un subsidio, para lo que se le exige una cuenta bancaria. Como otros muchos, John se quedó sin recursos mientras esperaba. “Cuando pedí la prestación de desempleo, no pude aportar ninguna cuenta corriente donde pudiesen ingresarme el dinero, lo que se convirtió en un problema. No tenía nada para subsistir”, explica el nigeriano. “Estaba muerto de hambre, no había comido durante cinco días. Pedí ayuda y solo me ofrecieron un cupón para el banco de alimentos. Pero estaba confuso y deprimido”.

Stephanie (también nombre ficticio) llegó al Reino Unido desde Nigeria, víctima de la trata de personas. Cuando su solicitud de asilo fue aprobada el año pasado, esta madre soltera de dos hijos tuvo que enfrentarse a los mismos problemas. “Fui a todos los bancos posibles y no me dejaron abrir una cuenta. Fui a Halifax y me exigieron una prueba de tener una dirección postal. Intenté darles lo que tenía, pero un tipo me dijo que también necesitaba conseguir un permiso de conducir temporal”, explica.

Cumplió con lo que le pidieron. Envió su permiso de residencia e incluso obtuvo el carné de conducir, pero el banco volvió a declinar su petición. “Fui a otros bancos y la historia se repitió. Lo intenté con la banca online, aportando la tarjeta de identificación. Pero ocurrió lo mismo, decían que necesitaban mi pasaporte, yo les respondía que no tenía y ellos repetían que no podían aceptar mi permiso de residencia. Así que me rendí”.

Stephanie dependió totalmente de préstamos de otras personas en los meses que le tomó abrir una cuenta bancaria, deudas que tuvo que saldar cuando consiguió sus primeros sueldos. Más de una vez se quedó sin comer para que sus hijos, de cuatro y dos años, tuviesen algo que llevarse a la boca. Además, tuvo que andar largas distancias con los pequeños al no disponer del dinero suficiente para usar el transporte público. “Estaba realmente nerviosa, pero cuando tienes niños pequeños aprendes a mantener la boca cerrada. Si admites en alto que estás deprimida, posiblemente intenten arrebatarte a tus hijos”, se lamenta la mujer.

Un rechazo escondido entre la burocracia

Este tipo de testimonios son habituales, como admite Lawton. “Cada vez hay más personas durmiendo en la calle o dependiendo de la caridad de la gente, de las organizaciones sin ánimo de lucro y de los bancos de alimentos para subsistir”, añade. “Debería ser un momento en el que tuvieran algún tipo de seguridad y estabilidad en sus vidas, ahora que han conseguido contar con protección. Y de repente quedan en una posición muy vulnerable”.

En ocasiones, la organización en la que trabaja Lawton envía a voluntarios a los bancos para insistir en la apertura de las cuentas. “Nuestros recursos son muy limitados y solo podemos asistir a unas pocas personas. Pero ni siquiera esto tendría que ser necesario”.

La BBA, asociación de bancos británicos, asegura que sus miembros están “dispuestos” a ofrecer más ayuda a los refugiados. “Los bancos deben hacer una serie de comprobaciones antes de abrir una cuenta para acatar las duras normas contra el blanqueo de capital. Estamos en plena negociación con el Ministerio del Interior para mejorar la situación y agilizar este proceso a los refugiados”, ha declarado un portavoz de la BBA.

Stephanie consiguió abrir una cuenta de ahorros muy básica, pero admite que no le interesa cambiarse a una más flexible hasta que no disponga de sus papeles en regla. “No quiero volver a las oficinas del banco hasta no tener un pasaporte, facturas... de todo. Cuando les enseñas la tarjeta de refugiado te miran por encima del hombro. No quiero pasar por eso de nuevo”, concluye.

Traducción de: Mónica Zas