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The Guardian en español

El Monte de los Olivos, último objetivo en la lucha por el control de Jerusalén

Vista panorámica de Jerusalén desde el Monte de los Olivos

Bethan McKernan

Jerusalén —

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Incluso en una ciudad con la historia de Jerusalén, algunos lugares son más sagrados que otros. El Monte de los Olivos, con sus iglesias que conmemoran acontecimientos de la vida de Jesús y María, con el cementerio judío más sagrado del mundo, y con tumbas de personajes célebres como las de la mística sufí Rabia al-Basri y el erudito medieval Mujir al-Din, es uno de ellos.

Los cristianos creen que Jesús pasó en este lugar los últimos días de su vida, mientras que, según la Biblia hebrea, en el monte es donde comenzará la resurrección. Tanto en el cristianismo como en el islam se venera como el lugar en el que Jesús ascendió a los cielos. La cima del Monte de los Olivos, que ofrece la vista más clara del Monte del Templo, o al-Haram al-Sherif, ha servido como destino de peregrinación para las tres religiones durante milenios.

Actualmente, el monte es también la última parte de Jerusalén Este (ocupado) fuera del alcance del movimiento de colonos israelí que lucha por convertir la ciudad en un lugar más judío. Un proyecto de ocupación, escondido bajo un proyecto de parque nacional, podría alterar radicalmente el carácter espiritual de la ciudad santa y ha hecho saltar las alarmas en la Santa Sede y en la Casa Blanca.

Las disputas por el control de Jerusalén en la era moderna suelen considerarse más territoriales que religiosas. Tanto israelíes como palestinos reclaman la ciudad como su capital. La ocupación israelí de los territorios palestinos comenzó en 1967 y la Ciudad Vieja y el resto de la mitad oriental de Jerusalén fueron anexionadas totalmente en 1980, aunque el derecho internacional los sigue considerando territorios ocupados.

Sin embargo, en ningún otro lugar del mundo se encuentran los lugares sagrados de tres religiones tan cerca los unos de los otros, ni tan ferozmente disputados: la arqueología, la historia y la religión son también armas en la lucha por la ciudad de Dios.

La erosión de la presencia islámica y cristiana en Jerusalén –las dos confesiones palestinas– no está ocurriendo por casualidad. Los colonos están expulsando a los palestinos de la Ciudad Vieja y de los barrios de Jerusalén Este. Mientras tanto, el Gobierno israelí está demoliendo un número cada vez mayor de viviendas palestinas alegando que carecen de permisos de obra y está desplazando a la comunidad por medio de proyectos de desarrollo que apenas responden a las necesidades de los residentes palestinos.

El Monte de los Olivos es el último objetivo, y posiblemente el más importante, de los lugares sagrados de la Ciudad Vieja. Mientras que los palestinos desalojados en otras partes de Jerusalén tienen poco que hacer contra el Estado israelí, más de una decena de lugares de peregrinación en el monte son propiedad de poderosas iglesias, incluido el Vaticano. Los intentos por cambiar el equilibrio de poder en la zona tendrán consecuencias para los 2.000 millones de cristianos del mundo.

Nos atacan desde todos los frentes

La Jerusalén moderna es un lugar conocido por su complejidad. Los visitantes pueden tardar mucho tiempo en comprender lo que están viendo en una ciudad de 5.000 años de antigüedad.

En la actualidad, la Línea Verde de 1948, que delimita las posibles fronteras de un Estado palestino, sigue atravesando el centro de la ciudad, rozando el lado oeste de las murallas otomanas de la Ciudad Vieja, pero es prácticamente invisible. El tren ligero, inaugurado en 2011, cruza sin problemas de un lado a otro de Jerusalén y es uno de los únicos entornos en los que la diversa población de la ciudad se encuentra codo con codo.

Uno de los elementos más desconcertantes de Jerusalén son los asentamientos: la presencia de viviendas judías israelíes en la parte oriental de la ciudad. Según el grupo de derechos Ir Amim, que trabaja para garantizar “la dignidad y el bienestar” de todos los habitantes de Jerusalén, después de 1967 los sucesivos Gobiernos israelíes expropiaron alrededor de un tercio de Jerusalén Este para construir grandes barrios de mayoría judía que establecieran los límites recién ampliados de la ciudad. En su mayor parte, estas zonas tienen el aspecto de suburbios de clase trabajadora y sus habitantes no se consideran colonos.

El segundo tipo de asentamientos son los llamados “enclaves de asentamiento”, casas unifamiliares o comunidades de casas en la Ciudad Vieja y barrios conflictivos de Jerusalén Este en la cuenca histórica que la rodea, como Sheikh Jarrah y Silwan. Muchos israelíes que viven es estos barrios creen que la totalidad de la tierra bíblica de Israel debe ser devuelta al pueblo judío por cualquier medio necesario, incluida la violencia.

“Nos atacan desde todos los frentes, tanto el Gobierno como los colonos, que trabajan juntos”, afirma Fakhri Abu Diab, cofundador de la ONG Solidaridad Jahalin, que lucha por impedir el traslado forzoso de palestinos de sus hogares. Su casa de al-Bustan, junto con otras 100 del barrio situado justo al sur del Monte de los Olivos, corre el riesgo de ser demolida para hacer sitio a otro parque nacional.

“Nos dicen que a cambio construirán apartamentos, pero nadie sabe cuándo lo harán. Pagamos impuestos aunque no tengamos la ciudadanía ... Las casas judías no se derriban. Merecemos el mismo trato”, denuncia.

Desde que surgieron en la década de los 90, los enclaves de asentamiento han florecido. A menudo se utilizan nombres falsos y empresas fantasma para comprar propiedades y la policía fronteriza de Israel reprime con notoria contundencia cualquier objeción palestina a sus nuevos vecinos. En los últimos cinco años, la presión municipal para registrar las tierras de Jerusalén Este en la agencia israelí del suelo se ha convertido en una campaña para registrar casi todas las parcelas como propiedad judía, a menudo sin el conocimiento de las familias palestinas que viven en ellas.

“No tengo ningún problema con los árabes; tengo muchos amigos árabes. Las normas se aplican a todos por igual: todos deben utilizar el registro de la propiedad y obtener los permisos de construcción adecuados”, afirma Aryeh King, teniente de alcalde de Jerusalén y conocido defensor de los asentamientos.

Cerco a la Ciudad Vieja y los lugares santos

Los colonos no sólo atacan la propiedad privada, también inciden en el ámbito público. Elad es una gran asociación de colonos que invierte en turismo y arqueología para “reforzar la conexión judía con Jerusalén”, financiada por el multimillonario ruso Roman Abramovich. En las dos últimas décadas ha ganado concursos, a veces sin otros concursantes, para explotar y urbanizar lugares de Jerusalén bajo el control de la Autoridad de Parques y Naturaleza de Israel (INPA).

En 2014, un informe del interventor del Estado israelí afirmaba que la relación entre la INPA y Elad se había convertido en “simbiótica”, a pesar de que Elad ha sido acusada en repetidas ocasiones de hacer afirmaciones históricas falsas para promover sus intereses. El ejemplo más infame es el parque arqueológico de la Ciudad de David, en Silwan, en el extremo sur del Monte de los Olivos. Los arqueólogos dudan mucho de que la atracción turística sea el verdadero emplazamiento del palacio del rey David, pero de todos modos se apropiaron de tierras palestinas para construirlo. INPA y Elad no han respondido a las numerosas solicitudes de información de The Guardian sobre los proyectos en torno a la ciudad. El Ayuntamiento de Jerusalén ha remitido las preguntas a la INPA.

Desde 2020 se ha producido un fuerte aumento de los proyectos municipales de infraestructuras y desarrollo en Jerusalén Este, muchos de ellos relacionados con Elad. Las actas de planificación muestran que el presupuesto para este proyecto asciende a 322 millones de euros, aunque los residentes palestinos afirman que pocas de las propuestas abordarán las necesidades de infraestructura, como las viviendas nuevas que necesitan desesperadamente. Al mismo tiempo, los estrictos criterios para los permisos de construcción y el costoso proceso de registro de tierras hacen casi imposible que los palestinos puedan construir legalmente

Un teleférico que pasará por zonas palestinas y conectará un barrio judío con la Ciudad Vieja, varios parques nacionales nuevos y proyectos de ocio nocturno en el barrio cristiano figuran en el programa del comité de planificación urbanística del municipio. Casi todos implican la apropiación de tierras palestinas, incluido, por primera vez desde que comenzó la ocupación, el desplazamiento de comunidades enteras en lugar de edificios o familias aisladas, como por ejemplo un parque empresarial que sustituirá a la bulliciosa calle comercial principal de Wadi Joz, al norte de la Ciudad Vieja.

Intentar seguir la pista de las innumerables propuestas de urbanismo es una tarea abrumadora. Pero si se da un paso atrás y se observa la situación en su conjunto, surge un patrón claro: la suma total de los proyectos garantiza la continuidad geográfica israelí en la ciudad mientras que fragmenta la vida palestina.

Si se piensa en Jerusalén como en la esfera de un reloj, en la actualidad existe una presencia israelí consolidada en toda la parte oriental de la ciudad, excepto en la franja de 2 a 4 de la tarde, donde se encuentra el Monte de los Olivos. El inminente plan de convertir gran parte del monte en un parque nacional, muy probablemente administrado por el Elad, completará el cerco de la Ciudad Vieja y sus lugares sagrados.

Imposible presuponer buena fe

A primera vista, un parque nacional parece un buen uso del espacio y la financiación. En febrero del año pasado, el Times of Israel informó de que el comité de urbanismo del municipio iba a aprobar de forma preliminar una propuesta de ampliación de los límites del actual parque nacional de las Murallas de Jerusalén para incluir una franja del Monte de los Olivos.

La INPA afirmó que la ampliación preservaría mejor el paisaje histórico y no perjudicaría a las propiedades eclesiásticas, pero la noticia fue recibida con una furia inusitada por parte de los patriarcas y líderes eclesiásticos de Jerusalén.

En una carta abierta, las iglesias armenia, católica y ortodoxa griega acusaron a la INPA de promover un proyecto “cuyo único propósito aparente es confiscar y nacionalizar uno de los lugares más sagrados para el cristianismo... bajo el pretexto de proteger espacios verdes”.

La medida no despojaría a las iglesias de su propiedad, pero otorgaría al Estado el poder de demoler, reajustar el paisaje y llevar a cabo trabajos de restauración e inspecciones.

“A este proyecto no se le puede presuponer buena fe se mire como se mire”, afirma Daniel Seidemann, abogado y fundador de la ONG Terrestrial Jerusalén, que ha analizado durante décadas el impacto político del desarrollo urbanístico en la ciudad.

“El Estado se lo planteó en los años 60, pero decidió que no sería apropiado. Las leyes de zonificación existentes son más que adecuadas y en cualquier caso las iglesias no están estropeando precisamente el Monte de los Olivos. Lo conservan con devoción”, señala.

Documentos de la Autoridad de Ordenación Urbanística de Jerusalén muestran que hay planes específicos para el Monte de los Olivos que afectan a propiedades de las iglesias. Un camino para los peregrinos judíos que visitan el cementerio sagrado del monte y celebran la fiesta de la cosecha de Sucot atravesará terrenos eclesiásticos. Según un plan presupuestario, para construirlo habrá que confiscar parte del orfanato de las Hermanas de Santa Isabel, dirigido por monjas polacas. En la base del monte hay planes para un centro de visitantes asociado a Elad.

Los patriarcas temen que el paseo restrinja el acceso a las iglesias y lugares santos cristianos y dificulte la procesión anual del Domingo de Ramos, que celebra la resurrección.

“Es greenwashing, en estado puro”, afirma Seidemann. “ Supondrá que la presencia cristiana en el monte quedará restringida al interior de los muros de las iglesias y los colonos controlarán todo lo demás”, añade.

Aumento de los ataques a dignatarios cristianos

Aunque millones de personas la visitan cada año, actualmente son muy pocos los cristianos que viven en Tierra Santa. Hace un siglo constituían una cuarta parte de la población de Jerusalén, peor hoy son menos del 2%. La comunidad tiene dificultades para costearse una vivienda y el muro de seguridad de Cisjordania los ha aislado de sus hermanos de Belén, a pesar de que las ciudades están a sólo 10 kilómetros de distancia.

Los ataques de extremistas judíos contra dignatarios cristianos y lugares sagrados no son nuevos, pero van en aumento: en lo que va de 2023, un cementerio y una estatua de Jesús han sufrido ataques vandálicos y unos jóvenes atacaron un restaurante de propiedad cristiana en la Ciudad Vieja.

“En estos días, la sensación es que somos huéspedes en Jerusalén, en lugar de tener derechos y estatus como comunidad. Hay que entender que no somos huéspedes”, señala Pierbattista Pizzaballa, respetado patriarca latino de la ciudad y embajador de facto del Vaticano, sopesando cuidadosamente sus palabras.

La Iglesia Ortodoxa griega, en particular, ha sido acusada por los palestinos de colaborar vendiendo o alquilando propiedades a organizaciones de colonos judíos.

El año pasado, ante la indignación de Pizzaballa y otros líderes eclesiásticos por las propuestas del Monte de los Olivos, el Ayuntamiento de Jerusalén retiró rápidamente los planes y afirmó que consultaría a las iglesias y otras partes interesadas.

Pero, según la página web del Ayuntamiento, el proyecto vuelve a estar en el orden del día. Está previsto que se debata y apruebe en agosto de este año, aunque las iglesias afirman que, por el momento, ninguna autoridad israelí se ha puesto en contacto con ellas.

Desde que se hicieron públicos los planes para el Monte de los Olivos, Israel ha elegido el Gobierno más derechista de la historia del país. Por primera vez, varios de los nuevos miembros del gabinete son colonos extremistas que han dejado clara su intención de desafiar el delicado statu quo de la ciudad santa; son los candidatos con menos posibilidades de interponerse en el camino del impulso final para rodear la Ciudad Vieja.

“Llevo más de 30 años viviendo en Jerusalén. He visto cambiar mucho la ciudad durante ese tiempo”, asegura el patriarca latino. “Debemos asegurarnos de que siga siendo un lugar acogedor para todos”.

Traducción de Emma Reverter

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