El Mount Rushmore del Ku Klux Klan: el problema con Stone Mountain
El espectáculo Lasershow Spectacular (marca registrada) es una celebración de la marca 'Estados Unidos'. Se trata de una gigantesca proyección en 3D (más alta que la estatua de la Libertad) y muestra todos los símbolos patrióticos, desde águilas calvas [símbolo nacional de Estados Unidos] hasta el ratón Mickey, o las letras 'U-S-A'. Esta proyección se acompaña de teatrales explosiones y de una banda sonora muy emotiva. La página web oficial afirma que el espectáculo es tan grandioso “que los organizadores han hablado con la Agencia Federal de Aviación para estar seguros de que los láseres no cieguen a los aviones”.
Las familias que visitan el parque, que es la atracción turística más popular de Georgia, comen al aire libre en la explanada y contemplan el espectáculo, que se proyecta directamente sobre el monumento confederado de Stone Mountain. La muestra termina con una visión de las tres esculturas de los líderes confederados –los generales Robert E Lee, Stonewall Jackson y el presidente confederado Jefferson Davis– que cobran vida y “cabalgan” hacia la puesta de sol.
Probablemente las proporciones del monumento, que no se terminó hasta 1972, solo se pueden apreciar desde el sitio. Es, de lejos, el mayor monumento confederado, y con sus 48 metros de altura es la mayor escultura de piedra de este tipo en el mundo.
Un dato más: fue el Ku Klux Klan el que empezó este proyecto. El propietario de las tierras donde se asienta era miembro del KKK, como también lo fue su primer escultor (que también creó Mount Rushmore). Se encuentra dentro del parque estatal de Stone Mountain, situado al este de la ciudad de Atlanta, a pocos kilómetros de donde nació Martin Luther King.
De hecho, King incluyó Stone Mountain en su famoso discurso “Tengo un sueño”. Lo pronunció en 1963, en el momento más álgido del resurgimiento del KKK, y coincidiendo con la aprobación del diseño final de la escultura de Stone Mountain.
“Y si Estados Unidos ha de ser grande”, dijo King: “Que repique la libertad desde la Stone Mountain de Georgia”. Este monumento es un homenaje a hombres que lucharon por defender la esclavitud y el dominio de los blancos. Algunos lugareños consideran que debería ser destruido mientras que otros creen que ya forma parte de la historia del país y debe conservarse.
Sin lugar a dudas, Richard Rose, presidente de la sección de Atlanta de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas Negras (NAACP) se encuentra en el primer grupo.
Señala que los tres hombres cuyos perfiles han sido tallados en la roca participaron en una guerra que se libró para defender la esclavitud y que dejó un balance de miles de muertos. Y no terminó ahí. “Tras la guerra, continuaron defendiendo el dominiode los blancos”, indica Rose.
En su opinión, Stone Mountain “no es tanto un recordatorio para Atlanta sino para el estado de Georgia, que cada año trata de impulsar el mes de la historia de la Confederación”.
¿Sí o no a los símbolos?
En un contexto en el que va ganando terreno el movimiento para retirar todos los símbolos de la Confederación de Estados Unidos, así como arriar las banderas confederadas de los edificios estatales, los ojos están puestos en el monumento confederado de mayores proporciones del país.
Stacey Abrams, la candidata demócrata a gobernadora de Georgia, que libra una acalorada batalla para conseguir que el estado deje de estar en manos de los republicanos, y convertirse en la primera gobernadora negra del país, ha criticado el monumento en el pasado.
Tras la violencia vivida en Charlottesville en agosto, Abrams criticó el monumento en varios tuits. “Los monumentos confederados deberían estar en museos donde podamos estudiar y reflexionar sobre esa historia horrible, no deberían ocupar sitios de honor a lo largo y ancho de nuestro estado”, escribió. “El monumento Stone Mountain representa una mancha para nuestro estado y debe ser eliminado”.
Sin embargo, la medida no está exenta de dificultades; no es tan fácil retirar unas esculturas que están talladas en la piedra de una montaña. Recientemente Abrams ha puntualizado que si bien no ha cambiado de opinión, el monumento no es una de sus prioridades.
De hecho, no todos los activistas y políticos negros tienen la misma opinión. Michael Thurmond es el primer y único afroamericano que integra el patronato del parque de Stone Mountain. En su opinión, sería mejor no tocarlo.
Michael Thurmond contempla el monumento desde el pabellón conmemorativo del parque, muy cerca de donde un grupo de trabajadores construye una pista de esquí de 120 metros con nieve artificial. El veterano político de 65 años señala que es un “tributo al mito de la causa perdida”. El sur, dice, era un “experimento fallido de los supremacistas blancos”.
“La guerra civil fue un momento crucial en la historia de Estados Unidos”, indica. “El grabado es una oportunidad para explicar a esta generación y a las siguientes cómo los movimientos que se basan en el racismo, la discriminación y los prejuicios pueden ser vencidos”.
Señala que el perfil de los visitantes del parque suele ser muy heterogéneo. Durante el día el parque se llena de cestas de picnic y de escaladores que ascienden la montaña por el monumento.
Algunos de los turistas blancos que visitaron el parque recientemente comparten su opinión. Como Margie Legg, una mujer de 67 años y que vive en Maryland, y que estaba pasando unos días en casa de su hija.
“Mi bisabuelo luchó en la guerra civil. Fue un prisionero de guerra”, explica, y cambia de tema para puntualizar que ella es una demócrata progresista. “¿Qué sentido tiene? Alguien dedicó mucho esfuerzo en levantar este monumento, es una obra de arte. No tiene sentido darle tantas vueltas”.
Legg reconoce que no sabía que el grabado se había terminado hace tan solo unas décadas; pensaba que era mucho más antiguo. Sin embargo, este nuevo dato no la hace cambiar de opinión: “Es importante que dejemos el pasado atrás, que nos olvidemos de esa parte”.
“Buena o mala, la historia es historia”
Otros han vivido esta historia de cerca. Gloria Brown tiene 78 años, creció en Stone Mountain y todavía vive en una casita de madera blanca en una de las calles de esta localidad. Recuerda que de niña solía visitar los almacenes de Rich en el centro de Atlanta y que solía subir y bajar las escaleras mecánicas que llevaban al restaurante Magnolia Room. Tenía prohibida la entrada.
Brown no pudo entrar en el restaurante hasta que se convirtió en una veinteañera, cuando en los sesenta el establecimiento puso fin a la segregación, tras una sentada popular en señal de protesta, en la que participó King.
“Me moría de ganas de entrar y comer en ese restaurante. Lo tenía prohibido. ¿Qué podía hacer?”, recuerda. “Sin embargo, el día que cambió la normativa y pude entrar, vestí a mi hija y fuimos al Magnolia Room a comer. Ni siquiera recuerda qué comimos”, señala con una carcajada.
Su madre trabajaba como sirvienta de verano para James R. Venable, cuya familia era una de las máximas impulsoras de la facción local del Ku Klux Klan. La familia Venable era dueña de Stone Mountain antes de que el estado la comprara en 1958.
De hecho, fue Samuel Venable, miembro del KKK y operador de canteras, quien cedió la cara norte de la montaña a United Daughters of the Confederacy [ Hijas Unidas de la Confederación, una organización fundada por las hijas de soldados de la confederación] para la escultura original. El tío de Brown trabajaba como empleado de mantenimiento para James Venable.
Por todo ello, podría resultar sorprendente que Brown opine que el monumento debe quedarse donde está. Considera que es un recuerdo de su vida, de la historia de su familia en el sur, de su experiencia como mujer afroamericana; un elemento de la historia de Estados Unidos que no debe ser borrado.
Indica que no entiende por qué algunos políticos y activistas de los derechos civiles afroamericanos quieren retirar el monumento. “Buena o mala, la historia es historia. No se puede borrar el pasado. La esclavitud fue un error pero no la podemos borrar de los libros de texto”, puntualiza.
George Coletti, un hombre blanco de 79 años, es vecino de Brown, y vive una calle más arriba (una calle después de la calle Venable). Recuerda las conversaciones que tuvo con sus padres por el hecho de crecer en tiempos del KKK. Su madre tuvo que contratar a un genealogista para demostrar al KKK que a pesar de sus raíces libanesas era caucásica, y poder asistir a la escuela para blancos.
Coletti explica que en los años sesenta, la guerra civil despertaba un sentimentalismo más intenso que en la actualidad. Cuando era niño, desde los barrios de los alrededores de Atlanta se podían ver a lo lejos las cruces ardiendo del KKK en Stone Mountain. Recuerda que sus vecinos no lo consideraban un problema grave.
“Michael Thurmond está llevando a cabo una gran labor para explicar a los afroamericanos qué está pasando” en Stone Mountain, indica Coletti: “¿Por qué esta gente quiere borrar la historia?”.
Retírenlo de la montaña, pero consérvenlo con una finalidad educativa
El hecho de que el KKK quemara cruces, y causara el terror entre la población y amenazara con actos violentos, tal vez no representó un grave problema para los
vecinos de Coletti. Otros no comparten esa opinión. De hecho, el monumento tampoco evoca solo tiempos pasados. En 2015, antes de que el presidente Donald Trump invitara a un grupo de supremacistas blancos a la Casa Blanca y optara por no condenar las acciones violentas de los supremacistas que se manifestaron en Charlottesville, Stone Mountain ya acogió un acto con cientos de participantes que se manifestaron a favor de la bandera de la Confederación.
“[Este monumento] es excéntrico, absurdo y ridículo”, exclama Joseph Crespino, profesor de historia de la Universidad Emory de Atlanta: “Teniendo en cuenta el cambio de discurso, el cambio de valores, la actual interpretación de los límites morales... o simplemente cómo interpretamos la historia”. “La Confederación y la causa de la Confederación no es algo a lo que hoy en día queramos rendir tributo”.
En su opinión, sería necesario reformar las leyes del estado para retirar el grabado de la montaña. A él le gustaría que esta reforma tuviera lugar lo más pronto posible aunque no es partidario de la destrucción de esta obra. “”Como historiador, me gustaría verla preservada como un objeto con valor histórico, para que las generaciones futuras puedan recordar lo engañadas que estaban las generaciones anteriores. Y las enormes diferencias del presente respecto al pasado“, afirma.
“Puede servir como recordatorio de la locura de la humanidad y de nuestra facilidad para caer en discursos engañosos, y para entender cómo se puede llegar a crear un monumento en honor a una causa que era manifiestamente injusta”.
Traducido por Emma Reverter