Una mujer bajo el seudónimo Grace escribió un artículo sobre la horrible experiencia sexual que tuvo en una cita con el actor Aziz Ansari, protagonista y creador de la serie Master of None. Cinco mujeres dan su opinión sobre la polémica.
Anne Perkins: “La juventud es el momento de aspirar a la utopía”
Una parte de mí quiere decir a Grace que despierte. ¿Qué esperaba de una cita con Aziz Ansari, un hombre diez años mayor que ella y lo bastante famoso como para creer que a él le están permitidas más cosas, por mucho que tuviera una reputación de persona amable y respetuosa, y totalmente partidaria del movimiento #MeToo? La prisa de Ansari por salir del restaurante, la comida apenas terminada, el vino sin probar, y el hecho de que la haya hecho correr de vuelta al piso era un mensaje tan obvio que igual podía haberlo escrito en un letrero de neón.
La incapacidad de Grace de decirle qué hacer una vez que las cosas empezaron a ir mal en el piso es aún más preocupante. Sí, es verdad que le dijo lo que no quería. Un hombre verdaderamente respetuoso habría respondido bien. Anzari no lo hizo. En ese momento ella debería haberse ido. Eso es nivel uno en el curso de habilidades sociales básicas.
Pero me doy cuenta de que al poner la responsabilidad en la reacción de Grace, también estoy diciendo que de algún modo el comportamiento de Ansari está bien: así se comportan los hombres, a las mujeres les corresponde lidiar con eso, hay que acostumbrarse.
Pero el sentido de contar historias como esta es poder decir a otras mujeres, y hombres: 'no eres tú, es él'. Decirles que tienen que repasar sus ideas sobre el significado del consentimiento. El consentimiento no es la ausencia de rechazo. No es un silencio tenso. No es pasivo. No debería poder ser malinterpretado.
Tal vez sea una utopía, ¿pero qué sentido tiene tener 23 años si no te niegas a acostumbrarte a cosas que están mal?
Anne Perkins es columnista de The Guardian.
Iman Amrani: “Las malas experiencias no se deben mezclar con los verdaderos acosos”
De acuerdo con mi experiencia, hay tres razones básicas para entender por qué las jóvenes llegan a exponerse a una situación de explotación o de incomodidad. La primera, el dinero. Ya sea por mantener un trabajo o un techo sobre su cabeza, la necesidad de dinero puede empujar a algunas mujeres a circunstancias que no elegirían libremente.
En segundo lugar, la ambición. El deseo de progresar y lograr un objetivo mayor puede hacer a las mujeres sentirse obligadas a soportar cosas que ellas saben inaceptables.
Los dos factores dejan a las mujeres expuestas a abusos de poder tal y como hemos visto en muchos de los casos de acoso laboral, desde Hollywood a Westminster (el Parlamento británico) y pasando por todas las mujeres que contribuyen al movimiento #MeToo. Es esta lucha de poder la que da peso específico a esas historias de manos posándose sobre rodillas femeninas o de avances masculinos indeseados. Por eso es importante que el movimiento continúe.
La tercera trampa es el deseo de ser querido. La presión social sobre las mujeres exige que sean atractivas, amistosas y agradecidas, y eso es algo que sienten con mayor intensidad las jóvenes.
La acusadora de Aziz Ansari, Grace, y la narradora de Cat Person corresponden a esta categoría. La de Cat Person podría ser una ficción pero los dos relatos tienen un gran impacto entre las mujeres jóvenes. Ambos presentan a mujeres de veintitantos años que se vieron en circunstancias a las que no querían llegar y se sintieron incapaces de expresar plenamente que ya habían llegado a sus límites de lo aceptable.
Parte del sentido de salir y tener sexo en la juventud es encontrar nuestros límites, aprender a protegerlos y desarrollar la confianza para decir a las personas que se sobrepasan, en términos inequívocos, hasta dónde pueden llegar. No muchas personas nacen con esta confianza y tampoco es algo que se aprenda en un taller de dos horas sobre consentimiento, sino cometiendo errores.
Algunas de las situaciones que contribuyen a nuestra experiencia pueden ser desagradables o lamentables, pero no significa necesariamente que deban ser clasificadas como agresión, acoso o violación.
Tiene que haber espacio para que tanto los hombres como las mujeres se equivoquen, para crear un espacio donde se pueda dar un diálogo de verdad y la gente pueda aprender lo que está bien y lo que no.
Agrupar todas estas zonas grises en el debate más amplio del #MeToo sobre violaciones, acosos y abusos de poder sólo sirve para perder en la multitud las voces de mujeres cuyas historias sí deberían ser el centro del debate esta semana, como la de Simone Biles y las de incontables otras mujeres que valientemente se han atrevido a hablar.
Iman Amrani es un periodista multimedia de The Guardian.
Marie Le Conte: “Los hombres ya no deben ser vistos como seres guiados por sus sudorosas entrepiernas”
Hace poco tuve una conversación con una feminista de más edad que me preguntaba por qué las mujeres de mi generación parecíamos odiar a los hombres: que nunca dejamos de criticarlos, que andamos buscando un sinfín de ejemplos de comportamientos censurables, y que nos regodeamos excitando a cualquier hombre que no consideremos lo suficientemente bueno para nuestro nivel.
No estaba del todo equivocada en el sentido de que nuestras expectativas son claramente más altas de lo que solían ser. Pero mi respuesta fue que, al menos desde mi punto de vista, estaba ocurriendo exactamente lo contrario.
Esperamos más de los hombres porque queremos tener más fe en ellos.
Me niego a ver a los hombres como animales insensatos, torpes y por los que sentir pena cuando no entienden a las confusas y complejas mujeres que los rodean y eligen por ello ser guiados por sus sudorosas entrepiernas.
Por esa razón me parecieron desconcertantes algunas de las reacciones a las denuncias contra Aziz Ansari. Claro que podemos preguntarnos por qué la mujer no se fue, ¿pero por qué no hablamos de él y de la necesidad que sintió de seguir intentándolo?
¿Cómo es posible que haya tantos hombres que se sienten cómodos tratando de acostarse con mujeres que no quieren acostarse con ellos? ¿Por qué tantos hombres piensan que pueden meter su lengua en la garganta de una mujer antes de asegurarse de que es deseada?
Incidentes que algunas personas consideran demasiado pequeños como para llegar al escándalo revelan la forma en que los hombres ven a las mujeres. Si no tienen problemas en cruzar una o dos veces los límites de las mujeres, ¿dónde se detendrán?
Hemos sido criadas para ver a los hombres como el género intelectual superior, así que por favor no me digan que simplemente no saben lo que están haciendo.
Si las mujeres pueden pasar por la vida sin lanzarse contra los hombres, toquetearlos y tratar sus cuerpos como si fueran de su propiedad, entonces seguramente podemos esperar que los hombres hagan lo mismo a cambio.
Marie Le Conte es una periodista freelance francesa que vive en Londres.
Rachel Shabi: “Las mujeres están bajo presión constante para agradar pasivamente en todos los sentidos”
Estas historias han iluminado otro ámbito en el que hacía mucha falta la luz: la falta de paridad en la voluntad, expectativa y deseo sexual. Está clara en un duro y espantoso detalle: las distorsionadoras y perjudiciales formas en que se define socialmente la vida sexual de hombres y mujeres heterosexuales.
Pese a algunas de las reacciones que han provocado los relatos, no estamos hablando de una brecha generacional. Sin duda, es un terreno más espinoso para las mujeres jóvenes. Además de con los prejuicios habituales, deben lidiar con las nuevas complicaciones impuestas por un cierto tipo de cultura pornográfica. También deben soportar la carga de las imágenes distorsionadas que se proyectan en las redes sociales y atentan contra su confianza.
Pero tal vez esas mujeres mayores que se preguntan por qué las millennials no se van cuando están en medio de un encuentro sexual horrible se hayan olvidado de aquellos tiempos en los que ellas también se quedaban en lugar de enfrentarse a la vergüenza, de arriesgarse a una reacción airada o de lidiar con la paralizante responsabilidad de haber sido confusas. Porque las mujeres son socializadas para ser educadas y adaptarse. Están bajo presión constante para agradar pasivamente en todos los sentidos, hasta el punto de que rutinariamente nuestros propios deseos y ambiciones se quedan sin salir.
Tan omnipresentes son el mensaje social en torno al género y la sexualidad y los prejuicios que una mujer que afirma su propia voluntad o que expresa una preferencia corre el riesgo de ser tildada de desagradable, poco atractiva o agresiva. Lo mismo que ocurre en la sala de juntas ocurre en el dormitorio. Y eso es antes de poner en la ecuación a los hombres con su carga social de expectativas, prejuicios dañinos y suposiciones tóxicas.
Es desordenado, incómodo y está todo mezclado, pero si este debate del #Metoo nos lleva a preguntarnos cómo sería una igualdad genuina en el sexo y las relaciones, estará bien. Para lograrlo, como en todas las partes de este debate, estaría bien juzgar menos y escuchar más.
Rachel Shabi es escritora y comentarista freelance.
Ash Sarkar: “Es preciso hablar de la divergencia en las percepciones de hombres y mujeres”
Hay una verdad en la historia de Aziz Ansari que va más allá de saber si él se comportó o no como fue denunciado y es que demasiadas de nosotras hemos tenido encuentros sexuales en los que el bienestar de una persona estaba subordinado a la urgencia del deseo de otra.
El discurso feminista tradicional, desde el Contra nuestra voluntad de Susan Brownmiller hasta los más recientes debates por las revelaciones sobre Harvey Weinstein, ha pintado al violador como una persona monstruosa y maligna. Sin embargo, casi una de cada tres mujeres ha experimentado violencia sexual por parte de su pareja íntima. El autor arquetipo se parece menos a un hombre extraño y grotesco que a un vecino conocido. Le tenemos afecto y estima. Confiamos en él. Podríamos incluso desearlo.
“¡No importa la ropa que llevemos o el lugar al que vayamos, sí significa sí y no significa no!”. El viejo lema Reclaim the Night (“Reclama la noche”) confundió a una generación de feministas que entendieron el consentimiento como algo binario y la violación como algo evidente. Se supone que debemos anunciar nuestro consentimiento (o la falta de él) como si estuviéramos pronunciándonos en un juicio.
Pero el “sí”, en un contexto de respeto mutuo, puede ser una alegre ausencia de palabras. Y el “no” puede venir disfrazado de “no ahora”, “tal vez más tarde”, o incluso un “bueno, está bien entonces”. En una sociedad en la que a menudo el sexo es visto como algo que sacar de las parejas como si fuera un mineral, un “no suave” es simplemente un montón de sedimento social a quitar del camino.
Una definición estrictamente legalista del consentimiento no sirve para que los hombres cambien los parámetros con que comprenden el sexo. Las acusaciones de Ansari demuestran que la tarea no es conseguir que los hombres se vean a sí mismos como violadores, sino que entiendan que el deseo de su pareja es igual de importante que el suyo. No hay ningún derecho divino al orgasmo: incluso un rollo de una noche requiere paciencia, empatía y la capacidad de interpretar señales más complejas que las usadas en un tribunal de justicia.
Por si sirve de algo, creo el relato de los acontecimientos de Grace. También creo a Ansari cuando dice: “Era verdad que todo me parecía bien, así que cuando escuché que no era así para ella, me sorprendí y me preocupé”. Es precisamente esta divergencia de percepción lo que los hombres necesitan abordar. Se empieza viendo al consentimiento como el inicio de un proceso social, y no como un veredicto final en un largo litigio.
Ash Sarkar es redactora jefe de Novara Media y profesora de teoría política en Anglia Ruskin y el Sandberg Instituut.
Traducido por Francisco de Zarate