Las mujeres que han denunciado a Dinamarca por colocarles anticonceptivos a la fuerza: “El dolor era indescriptible”
Hedvig Frederiksen llevaba sólo un par de días en su nueva escuela, en Paamiut (Groenlandia), cuando un casero danés la sacó de su dormitorio y la llevó al hospital local. Tenía 14 años y no tenía ni idea de lo que estaba pasando. “Pero en aquella época [1974], la palabra de un danés era ley, así que había que hacerle caso”, dice desde su casa en Nuuk, la capital de Groenlandia.
Alrededor de una docena de niñas fueron trasladadas al hospital. Algunas de ellas tenían tan sólo 13 años. Una a una, entraron en la consulta el médico. Una a una, salieron llorando. Frederiksen estaba aterrada, pero se empeñó en quedarse quieta.
Su hija Aviaja Fontain relata la historia mientras Frederiksen llora en silencio. “Su memoria llega hasta el momento en el que entra ahí [en la consulta del médico]. Ella cree que es por el trauma, por lo que pasó allí dentro. Su compañera de dormitorio dice que el médico no tenía ayudante; estaba él solo colocando espirales anticonceptivas dentro de las chicas”.
Frederiksen, que hoy tiene 63 años, es una de las 143 mujeres groenlandesas que este mes anunciaron que demandarían al Estado danés, exigiendo un pago colectivo de cerca de 43 millones de coronas danesas (5,7 millones de euros) por lo que consideran una violación de sus derechos humanos.
Acusan a médicos daneses de colocar dispositivos intrauterinos anticonceptivos (DIU) a niñas de tan sólo 12 años, en un intento de reducir la población de la excolonia, actualmente territorio autónomo del Reino de Dinamarca. Se cree que, entre 1966 y 1975, se les implantó el dispositivo a 4.500 mujeres y niñas, y que durante las décadas posteriores se llevaron a cabo muchos más procedimientos sin consentimiento. Sin embargo, las denuncias han tardado mucho tiempo en salir a la luz y ser tomadas en serio.
“Llevo muchos años sintiéndome muy avergonzada y soy muy tímida”, dice Frederiksen. “Ni siquiera podía hablar al respecto”.
Años sin saberlo
La primera mujer groenlandesa en acusar públicamente al Estado danés de haber implementado el método anticonceptivo a la fuerza fue Naja Lyberth, que en 2017 publicó en Facebook su experiencia. Según relató, le habían colocado una espiral cuando era adolescente sin su consentimiento ni el de sus padres. “El dolor era indescriptible”, diría en entrevistas posteriores.
A pesar del estremecedor relato de Lyberth, el escándalo ha tardado mucho tiempo en atraer la atención general. No fue sino hasta el lanzamiento de una serie de podcasts de DR, la radiotelevisión pública de Dinamarca, cuando el asunto empezó a ganar atención política. Una mujer no supo hasta 2022 que le habían colocado una espiral.
Tras una visita el año pasado, el relator especial de la ONU sobre los derechos de los pueblos indígenas, Francisco Calí Tzay, destacó el escándalo como un elemento especialmente perturbador del legado colonial de Dinamarca, condenando la discriminación racial estructural y sistémica infligida al pueblo inuit de Groenlandia y sus repercusiones que llegan hasta el día de hoy.
“A pesar de los importantes avances, el pueblo inuit sigue enfrentándose a obstáculos para gozar plenamente de sus derechos humanos”, dice Calí Tzay, que está “especialmente consternado” por los testimonios de mujeres a las que se había colocado un DIU a la fuerza.
Aunque no tuvo gobierno y parlamento propios hasta 1979, Groenlandia dejó de ser colonia danesa en 1953. Desde ese entonces, la sanidad y las condiciones de vida mejoraron, la esperanza de vida aumentó y la población groenlandesa creció. Se cree que fue entonces cuando las autoridades danesas pusieron en marcha su drástica intervención. En pocos años, el programa de control forzado de la natalidad redujo a la mitad la tasa de natalidad.
La denuncia
El pasado octubre, 67 mujeres dieron un paso al frente, exigiendo al Estado danés que las indemnizara o se enfrentara a acciones legales, pero el Gobierno no actuó. Desde entonces, el número de mujeres -cada una de las cuales reclama 300.000 coronas danesas (40.500 euros)- se ha más que duplicado.
Las mujeres siguen esperando una respuesta completa del Gobierno, que ha iniciado una investigación sobre las prácticas de control de la natalidad llevadas a cabo por las autoridades danesas entre 1960 y 1991 (Groenlandia obtuvo el control de sus políticas sanitarias en 1992). Está previsto que la investigación presente su informe en mayo de 2025. Mientras tanto, al Gobierno no parece gustarle hablar del testimonio de estas mujeres.
La primera ministra danesa, Mette Frederiksen, visitó Groenlandia el 15 de marzo junto a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, para inaugurar una nueva oficina en Nuuk. Durante su visita, Frederiksen no trató las violaciones históricas en ningún discurso oficial. La ministra de Igualdad de Género de Groenlandia ha instado a la ministra de Sanidad danesa, Sophie Løhde, a que “se suba a un avión” para escuchar por sí misma las historias de las mujeres afectadas, algo que aún no ha hecho.
El Ministerio de Sanidad danés informó de que había recibido una citación judicial en el marco de la acción legal emprendida por las mujeres y declinó hacer comentarios sobre el caso. Løhde ha declarado: “Es un asunto trágico y debemos llegar al fondo de lo sucedido, por lo que un equipo de investigadores está llevando a cabo una investigación independiente e imparcial”.
Para Lyberth, hoy una destacada psicóloga y activista, el resultado de esa investigación no puede esperar. “Estamos absolutamente convencidas de que fuimos objeto de violaciones de los derechos humanos y que no se nos preguntó ni dimos nuestro consentimiento. No podemos seguir esperando porque debemos actuar ya, en especial por nuestra [reclamante] de más edad... [que] tiene más de 80 años”.
Aunque las historias de las mujeres son muy distintas entre sí, hay patrones reconocibles en los relatos. Bula Larsen, que también forma parte del grupo que ha demandado al Gobierno, tenía 14 años cuando el director de su internado en Paamiut le ordenó sin explicación alguna que se dirigiera al hospital.
Estribos metálicos
“Recuerdo que estaba asustada porque no sabía lo que iba a pasar”, dice Larsen, que tiene 65 años, es traductora y vive en Aarhus (Dinamarca). “En el hospital nos dijeron que entrásemos en una habitación de una en una. Cuando me tocó a mí, al entrar en la habitación, pude ver a un danés que tenía puesta una bata blanca de médico”.
Larsen cuenta que también había allí una mujer groenlandesa que le ayudó. “Me dijeron que me tumbara en una cama con estribos metálicos. Recuerdo que estaba muy fría porque no llevaba ropa y me dolía el estómago”.
Recuerda los fríos instrumentos que el médico utilizó para insertar el DIU, el shock que sintió y “un dolor tremendo”. Él le dijo que se lo ponía “para que no me quedara embarazada”. “Era sólo una niña. Sólo tenía 14 años. Y cuando volví al internado me puse a llorar”.
En la actualidad, las espirales anticonceptivas son una forma segura y muy eficaz de control de la natalidad. Pero Larsen, como muchas de las mujeres que desde los años 60 y 70 vienen denunciando los hechos, experimentó graves dificultades reproductivas. Una consecuencia, dicen, de que se les colocara a la fuerza, sin consentimiento ni información, dispositivos poco sofisticados que a menudo eran demasiado grandes para sus jóvenes cuerpos, lo que conllevaba un riesgo adicional de infección.
Las consecuencias
Para Larsen, aquella experiencia se sintió como una agresión. Experimentó tanto dolor que “después sentía como si tuviera cristales rotos en el abdomen”. Más tarde, cuando se casó e intentó quedar embarazada, se dio cuenta de que no podía. Años más tarde, cuando la examinaron en un hospital, descubrieron que tenía las trompas de Falopio cerradas a causa de la espiral, que le había provocado graves hemorragias y la había dejado estéril. “Mi marido de entonces y yo intentamos una y otra vez [tener un bebé] después de que el médico me abriera las trompas de Falopio en una cirugía, pero no pasó nada”.
Cada vez que una de sus tres hermanas se quedaba embarazada, Larsen lloraba por el hijo que le habían arrebatado. “Mi madre me llamaba y yo no paraba de llorar porque no lograba quedarme embarazada”, cuenta.
No fue sino hasta hace dos años, cuando escuchó el podcast de DR, Spiralkampagnen, que Larsen se dio cuenta de que no estaba sola en sus experiencias. Pudo encontrar la alegría al adoptar a una hija, que tiene 27 años y también vive en Dinamarca. Pero la experiencia le ha dejado con una profunda desconfianza en las autoridades sanitarias, miedo a los médicos y la autoestima dañada.
“Es terrible que tantas mujeres y niñas groenlandesas sufrieran abusos y a causa de ello no pudieran quedarse embarazadas y tener una familia. Ningún Estado debe pasar por encima de mí ni de las demás mujeres: es un derecho, nuestro derecho a decidir por nuestro propio cuerpo”.
Hedvig Frederiksen coincide. No entiende cómo el Gobierno danés puede seguir negándose a reconocer sus experiencias, con todas las pruebas que hay. Y cada día aparecen nuevas víctimas, aunque “muchas de ellas piensan que no se puede hablar de ello porque se sienten como si hubieran sido abusadas o violadas”, dijo Frederiksen.
Frederiksen recuerda que, después de que le colocaran la espiral, sintió muchísimo dolor. Todas las chicas regresaron a sus dormitorios llorando y avergonzadas, y empezaron a tener menstruaciones muy dolorosas.
La espiral permaneció en su interior durante ocho o nueve años porque el médico no le dijo cuándo debía quitársela. Después de quitársela se quedó embarazada de Aviaja, pero la siguiente vez que se quedó embarazada se le rompió la trompa de Falopio y perdió mucha sangre. Su abogado dice que se trata de un efecto secundario común en las mujeres a las que se les colocaron espirales a la fuerza. Muchos años después, Frederiksen tuvo dos hijos más.
Aunque Frederiksen está contenta por la acción legal emprendida y el apoyo que han recibido, siente rabia y tristeza al pensar en lo que tuvo que soportar siendo tan pequeña. “Si no me hubiera ocurrido eso, no habría sido tan tímida durante muchos años. Y si no hubiera ocurrido, mi vida podría haber sido muy diferente”, concluye.
Traducción de Julián Cnochaert.
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