A principios de la década de 2000, llegó un momento en el que parecía que ningún baño público se libraba de la campaña de guerrilla de las fans de las copas menstruales, que inundaron los baños de Reino Unido con pegatinas de la marca Mooncup. En los aseos de festivales, de las universidades, de clubes y de bares, si alguien se sentaba en un inodoro y se bajaba las bragas, lo más probable es que tuviera enfrente un adhesivo de color blanco que promovía una regla “más segura, más eco y más barata”. Solo que, en aquel momento, esquivaban las palabras “periodo” y “regla”.
En 2002, cuando dos emprendedoras de Brighton lanzaron Mooncup, la primera copa menstrual de silicona reutilizable, esos términos todavía eran un tabú. “A la gente le revolvía nuestro proyecto”, explica Eileen Greene, una de las fundadoras y directoras de la empresa. “Nadie hablaba de la regla. Fuimos bastante radicales. Montábamos casetas en festivales y ferias y lo llamábamos la 'zona de repulsión'; se formaba un semicírculo alrededor del puesto y la gente ni siquiera se acercaba”.
17 años después, el cambio es impresionante. The Guardian se reunió con Greene y Kath Clements, otra de las directoras de Mooncup, que se unió al proyecto en 2005, en sus oficinas de Brighton. Sin lugar a dudas, la empresa ha crecido desde que fue fundada en una habitación de una finca del barrio de Whitehawk por dos personas que trabajaban rodeadas de montones de folletos, copas menstruales y pegatinas. Ahora, 40 personas trabajan en Mooncup, que cuenta con una oficina acorde con la envergadura del proyecto y una cocina con una larga mesa de madera donde todos los días los trabajadores se reúnen para compartir la comida vegetariana que ellos mismos preparan allí. También hacen yoga y meditación. “Es lo que siempre hemos hecho”, señala Greene.
Si no sabe lo que es una copa menstrual, visualice un cuenco para un huevo cocido, solo que en este caso de silicona y flexible, que cuando se introduce en la vagina, recoge el flujo menstrual. Se puede cambiar cada ocho horas, pues tiene capacidad para almacenar el triple de sangre que un tampón. Cuando te la sacas, tiras la sangre, la lavas (con una botella de agua si no quieres hacerlo en el lavabo de un baño público) y te la vuelves a poner. Una copa menstrual dura unos 10 años, por lo que el precio de 22 libras esterlinas –unos 25 euros– se amortiza en unos seis meses con lo que ahorras en compresas y tampones.
Una amiga ha utilizado una copa menstrual desde que es adolescente. Ahora tiene treinta y pico y, desde que la tiene, su regla le ha costado unas 40 libras esterlinas –alrededor de 46 euros–. Las copas menstruales también son beneficiosas para el medioambiente. Se calcula que todos los años unas 200.000 toneladas de productos sanitarios relacionados con el periodo (compresas, tampones y demás) terminan en los vertederos de Reino unido.
Las copas menstruales se están poniendo de moda. En los últimos cinco años, las ventas han aumentado un 98%. El éxito de Mooncup no solo refleja el poder de los negocios éticos sino también del marketing del boca a boca en un sector dominado por las multinacionales. No hay que olvidar que el suyo ha pasado de ser un producto de nicho que se vende en las tiendas de alimentos saludables a comercializarse en cadenas de farmacias como Boots o en la tienda de ropa online Asos.
Octubre ha marcado un punto de inflexión importante: por primera vez desde el lanzamiento del producto, el envase ha sido rediseñado para mostrar la copa menstrual en la parte delantera de la caja. “Hasta ahora habíamos apostado por una caja blanca con una flor”, sostiene Greene. “Que era una forma de decir: 'Mira, esto no da miedo'. Ahora, creemos que podemos ser más directas”.
En la última década se ha producido un cambio cultural muy drástico que se ha alejado de la discreción y de los eufemismos que rodeaban todo lo relacionado con el ciclo menstrual de la mujer. “En 2015, ya se empezó a notar que los tabúes que rodeaban todo lo relacionado con la regla empezaban a desvanecerse”, afirma Clements.
Señala el caso de la tenista Heather Watson, que no dudó en afirmar que obtuvo un mal resultado en el Open de Australia porque tenía la regla, y el de la baterista Kiran Gandhi, que corrió la maratón de Londres con el pantalón manchado de sangre. Para ella, se trata de dos momentos clave que cambiaron el discurso sobre la menstruación. “Nosotros también hemos desempeñado un papel en el cambio de percepción, hemos intentado que se hable de la regla de otra manera”, indica. Sin embargo, subraya que se trata de un cambio que concierne a Reino Unido: “No es el caso de muchos otros países”.
La primera copa se inventó en 1937
La primera copa menstrual la inventó una actriz estadounidense, Leona Chalmers, quien la patentó en 1937. Desde entonces, se fabricaron con materiales como caucho y látex. A finales de la década de los noventa, Green oyó a hablar por primera vez de este producto. Mientras participaba en un evento de Critical Mass (un grupo cuyos miembros se reúnen para compartir un trayecto en bicicleta y reivindicar que este medio de transporte sea más seguro), una mujer le habló de este invento. “Pensé 'caramba, nunca he oído hablar de algo así”, afirma.
Un año después, Greene se fue de viaje por Australia. “Estaba acampando en el parque nacional de Boonoo Boonoo y tenía enfrente a una familia británica. Había una mujer lavando compresas reutilizables en un cubo, algo que no era frecuente y que me intrigó”. Esa mujer era Su Hardy y Greene le habló sobre la copa menstrual. A Hardy le interesó tanto ese invento que cuando regresó al Reino Unido consiguió importar una copa menstrual de Estados Unidos. “En esa época, las copas menstruales eran de goma y bastante rudimentarias. Comenzó a importarlas a pequeña escala y luego a venderlas a amigas de amigas. Estaban bien, pero algunas mujeres tuvieron una reacción alérgica al látex, así que eso le hizo pensar: '¿Cómo puedo mejorarla?' Y se le ocurrió la idea de hacerla con silicona de uso médico. Lo convirtió en un producto del siglo XXI”.
Por aquel entonces Hardy ya se había mudado a Brighton e impulsaba el proyecto desde su casa. “Fueron unos inicios muy caóticos”, señala Clements. “Ni siquiera podía levantarme de la silla.” Las pegatinas fueron idea de Hardy. “La cruzada de una sola mujer”, dice entre risas Clements. “Ella andaba por ahí pegándolas en baños públicos. Todos los días, corría a la oficina de correos con esta cesta de mimbre llena de pedidos. Cada Mooncup venía con una pegatina, así que nuestras usuarias también empezaron a pegarlas.”
“Se trata de un concepto muy diferente al de las compresas y los tampones que siempre hemos utilizado. Para que alguien se anime a utilizar las copas menstruales, es necesario que otra mujer se lo recomiende”, agrega.
Como era previsible, las consumidoras, que tienen una relación con las marcas de tampones que se remonta al instituto, reaccionaron con reservas. “Tengo muy buen recuerdo de la mujer que promocionaba los tampones y que vino a mi instituto, lo cual te demuestra lo astutos que eran”, indica Clements.
Tiene que ser doloroso, entonces, ver cómo las compañías de la competencia inundan el mercado con copas menstruales. ¿Qué les parece que Tampax haya lanzado su propia copa menstrual? “Han visto una oportunidad de negocio, han entendido que los tiempos están cambiando y se han subido al carro”, responde Greene. El producto de Tampax, sin embargo, viene con un recipiente de plástico y está envasado también en plástico. “Hubiera sido deseable que se centraran en eliminar el plástico de un solo uso. Eso sería un enfoque ambiental inteligente, en lugar de añadir otro producto a la gama”.
En cuanto a las demás marcas, Clements cree que vale la pena celebrar, aunque con prudencia, que los esfuerzos de su compañía han servido para transformar el pasillo de productos de higiene femenina de los supermercados. Sin embargo, advierte de que las empresas también deberían pensar en “dónde fabrican y si le añaden colores”. “Además, he visto algunas marcas que dicen que es aconsejable cambiar la copa menstrual todos los años, y algunas que vienen en envases de plástico”, añade.
Greene señala que la aversión por los residuos es la razón por la que Mooncup no ampliará su gama de productos. “No haremos toallitas o productos para limpiar la copa menstrual, toda esa parafernalia del consumismo, porque simplemente no son necesarios”.
Cuando Hardy se jubiló en 2014, traspasó la propiedad del negocio a los empleados. También hay transparencia salarial. “A veces olvido que se trata de una práctica bastante radical”, dice Clements. ¿Esta transparencia ha generado tensiones?, pregunto. Reconoce que a veces es complicado: “Para muchas personas, las conversaciones sobre dinero se convierten en algo muy personal”. También le pregunto si la decisión de vender en Asos produjo alguna tensión, habida cuenta de las críticas a la trayectoria de la empresa en materia de derechos de los trabajadores y a sus almacenes, que los sindicatos han calificado de “oscuros molinos satánicos”. “Es evidente que se esfuerzan por mejorar”, dice Greene. “Nos pareció que era una oportunidad de llegar a un nuevo grupo demográfico”.
Al margen del hecho de que algunas mujeres todavía puedan sentir aprensión ante la idea de un contacto tan directo con la sangre menstrual (que según las usuarias es mínima), las críticas a Mooncup son escasas. Pero no es aconsejable su uso en lugares donde no hay agua limpia para esterilizarla, o si a una determinada usuaria le recomiendan no usar un producto interno, explica Greene.
Hacia una publicidad “más feminista”
En los últimos años, la compañía ha apostado por anunciarse y ha trabajado con una agencia de publicidad que funciona como una cooperativa. Sin embargo, las directoras de Mooncup no quieren comprometer sus valores éticos. Muchas personas les han transmitido que creen en su causa, y por ello decidieron apostar por una estrategia diferente. Primero, lanzaron unos carteles que reivindican el amor hacia la vagina. Recibieron criticas, ya que muchas personas se quejaron a la Autoridad de Estándares de los Anunciantes por el uso de la palabra “vagina”.
Más tarde, en 2015, llegó la campaña Period drama (“el drama de la regla”), que parodiaba a Poldark [una serie de época del Reino Unido]. El anuncio mostraba a una frágil dama que montaba a caballo agarrada a un hombre. Cabalgaban para ir a buscar tampones, cuando lo único que hubiera necesitado era una copa menstrual. “Nuestro objetivo era iniciar otro tipo de conversaciones feministas, más profundas, en el sector de los anuncios”, indica Clements. De hecho, grabar el anuncio se convirtió en un drama feminista en sí. “Cuando el entrenador del caballo se percató de que se trataba de un spot de un producto de higiene femenina, decidió no rodarlo, pues pensó que eso dañaba la reputación del animal”, explica Clements riendo.
No puedo finalizar la entrevista sin compartir con las fundadoras la única historia negativa que me han contado de su producto, la única negativa que conseguí tras entrevistar a decenas de consumidoras que están fascinadas con los beneficios de la copa menstrual y quieren que todo el mundo lo sepa. Una amiga me contó que en diez años solo se manchó una vez de sangre mientras llevaba una copa menstrual pero que fue “apocalíptico”. “Con un tampón te puedes manchar un poco”, me contó, “pero con una copa menstrual pierdes un volumen de sangre equivalente a una taza pequeña de café”.
“Hmm,” reflexiona Clements. “Normalmente te manchas cuando las utilizas por primera vez. Y por eso tenemos un teléfono para resolver las dudas de las consumidoras. A veces, se las introducen demasiado profundamente en la vagina, ya que es donde pondrías un tampón, y lo haces de forma instintiva. La tienes que introducir más abajo, para sellar la salida”. El caso parece haberla dejado preocupada y promete indagar más sobre esta posibilidad.
De cara al futuro, Mooncup tiene que promover la nueva presentación de la caja con orgullo y llegar al mayor número de mujeres posible. ¿A Clements y Greene les aburre hablar de la regla todo el día? “Es divertido si has estado trabajando en la caseta de un festival durante unos días”, dice Clements. “Al final de la semana, a menudo no sabes los nombres de las personas pero conoces el historial ginecológico de todas”.
Traducido por Emma Reverter.