En su última comparecencia ante el tribunal el jueves, Alexéi Navalni tenía un aspecto frágil. Apareció por videoconferencia, muy afeitado y con el rostro demacrado. Su aspecto deteriorado reflejaba unos años en la cárcel plagados de acusaciones de abusos sistemáticos.
Pero se mostró desafiante. Impregnado de un fuerte toque de ironía y humor, sello distintivo del líder de la oposición, Navalni bromeó con los periodistas e increpó a las autoridades. Con ironía, pidió al juez parte de su “enorme salario”, “porque me estoy quedando sin dinero gracias a sus decisiones”, dijo Navalni, refiriéndose a las numerosas multas que le han impuesto.
Al día siguiente, las autoridades rusas anunciaban que había muerto en una prisión de máxima seguridad en el extremo norte del país. Su fallecimiento se considerará el último capítulo de lo que parece un esfuerzo sistemático del Kremlin por silenciar a la espina más clavada y prominente del Gobierno ruso.
Durante años, Navalni fue acosado, intimidado y encarcelado a medida que crecía su prominencia en Rusia. En 2017, un médico le dijo que había perdido el 80% de la visión de un ojo tras sufrir una quemadura química cuando un agresor le arrojó un líquido verde a la cara. Pero esos ataques parecieron un juego de niños cuando en 2020 sobrevivió a un elaborado complot del FSB (el servicio de seguridad ruso) para envenenarlo con novichok.
Navalni, envenenado, acosado y encarcelado
Navalni se sintió mal poco después de subir a un avión en la ciudad siberiana de Tomsk para un vuelo de regreso a Moscú. El cambio en su estado fue repentino y violento, fue al baño en la parte trasera del avión. No volvió a salir, sino que se desplomó. Las imágenes de vídeo muestran a la tripulación corriendo hacia él. Los pasajeros describieron aullidos de dolor. Al parecer, la decisión no autorizada del piloto de desviar el avión a una ciudad cercana, donde recibió tratamiento de urgencia, le salvó la vida.
A la intoxicación siguió un largo e incierto camino de recuperación en Europa. Paso a paso, Navalni se fue haciendo más fuerte. Empezó a andar y a reconocer a la gente. Los médicos alemanes no tardaron en confirmar que había sido envenenado con un agente nervioso de uso militar de la familia del novichok.
Más tarde, Navalni engañó a sus atacantes para que admitieran haber puesto veneno en su ropa interior en Tomsk. Al preguntarle por qué había sobrevivido, la oficina del FSB dijo a Navalni que probablemente se debía a que su avión había realizado un aterrizaje de emergencia. Si hubiera continuado hasta Moscú –un viaje de unas tres horas más– probablemente habría muerto, dijo el agente. El agente subrayó que sus superiores habían acertado con la dosis de veneno.
Pero aunque Navalni sobrevivió al primer atentado contra su vida, éste marcaría el inicio de una sombría serie de acoso que acabaría conduciéndole a la muerte en una prisión en el círculo polar Ártico, cerca de la cordillera de los Urales. Rodeado de montañas y tundra, con inviernos gélidos y oscuros que dejan paso a veranos cortos e infestados de mosquitos, Navalni estaba prácticamente aislado del mundo exterior.
“Sigo de buen humor, como corresponde a un Papá Noel”, decía, refiriéndose a su indumentaria invernal de abrigo de piel de oveja y gorro de piel y a la barba que se dejó crecer durante su traslado. Pero sus allegados expresaban gran preocupación por las duras condiciones a las que se enfrentaba su ya frágil cuerpo. “Esta prisión será mucho peor que la anterior”, advirtió su portavoz, Kira Yarmysh.
Navalni pareció perseverar. Su última carta, entregada a sus abogados el día de San Valentín, estaba dedicada a Yulia. “Cariño, entre nosotros hay ciudades, luces de despegue de aeródromos, tormentas de nieve azul y miles de kilómetros. Pero siento que estás cerca a cada segundo y te quiero con todas mis fuerzas”.
Había preparado un mensaje para el peor de los casos. Poco antes de volar a Moscú en enero de 2021, le preguntaron qué le diría al pueblo ruso si lo mataban: “Mi mensaje para la situación si me matan es muy sencillo: no os rindáis”.
Otras muertes de críticos de Putin
Enemigos y críticos de Vladímir Putin, presidente de Rusia tras casi un cuarto de siglo en el poder, han muerto de forma violenta en el punto álgido de sus conflictos con el líder del Kremlin.
Muchos líderes extranjeros y simpatizantes han calificado de asesinato la muerte de Alexéi Navalni, producida tras el destierro del opositor ruso a una prisión del Círculo Polar Ártico, donde le encerraban en en una celda de castigo, expuesto a la intemperie y sometido a condiciones de desnutrición. Varias autoridades occidentales han culpado directamente al Kremlin por la muerte de Navalni. Entre ellas, Joe Biden, presidente de Estados Unidos.
Tiroteos, envenenamientos y hasta un accidente aéreo han sido otras causas de fallecimiento para los enemigos de Putin. En muchos casos, las muertes nunca se llegan a esclarecer y siguen figurando como accidentes o suicidios, lo que deja abierta la pregunta sobre el número final de críticos de Putin que han sido despachados por el presidente a lo largo de los años.
Alexander Litvinenko
En el año 2000, comenzaron los envenenamientos a exmiembros de los servicios de espionaje rusos que habían desertado en Occidente.
La primera vez que el mundo supo de los oscuros métodos de Putin fue con el caso de Alexander Litvinenko. El exagente del FSB devenido en opositor murió en 2006 tras ser envenenado en Londres con polonio 210. Los dos ejecutores del asesinato, vinculados al servicio de espionaje ruso, fueron acusados de envenenar el té de Litvinenko con un elemento radiactivo.
Poco antes de su muerte, Litvinenko dijo a los periodistas que el FSB aún operaba laboratorios de veneno de la era soviética. Una investigación británica concluyó que Litvinenko había sido asesinado por agentes rusos con la probable aprobación de Putin.
En 2018, agentes del servicio de espionaje militar ruso GRU enviados a la ciudad inglesa de Salisbury embadurnaron con el agente nervioso novichok el pomo de la puerta en la casa de Sergei Skripal.
Skripal había sido un oficial de inteligencia militar en Rusia, donde fue condenado por traición y posteriormente intercambiado con Occidente. Tanto él como su hija Yulia estuvieron a punto de morir por el envenenamiento. Dwan Sturgess, otra vecina de Salisbury, sí falleció por exposición al novichok, pese a no tener ninguna relación con los Skripal.
Yevgeni Prigozhin
En agosto de 2023, la relación del exjefe del grupo paramilitar Wagner con Putin no pasaba por su mejor momento. Había viajado a Moscú para negociar con Putin tras el abortado motín en el que sus mercenarios se hicieron con la ciudad de Rostov y marcharon hacia Moscú.
Prigozhin parecía haber llegado a una tregua con el Kremlin a cambio de evacuar a sus mercenarios a Bielorrusia y de centrarse en las actividades de Wagner fuera de Ucrania. Pero una explosión a bordo del Embraer Legacy 600 en el que viajaba hizo que el avión cayera en espiral, matando a Prigozhin, al comandante de campo Dmitry Utkin y a las otras ocho personas a bordo.
Putin se deshizo en elogios después. “Conozco a Prigozhin desde hace mucho tiempo, desde los años noventa; cometió algunos errores graves en la vida, pero también logró lo que le hacía falta a sí mismo, y también lo que hacía falta por un bien mayor cuando se lo pedí”, dijo. Poco después, Putin firmó el decreto que obligaba a los mercenarios de Prigozhin a jurar la bandera nacional rusa.
Boris Nemtsov
Uno de los asesinatos más descarados de un crítico de Putin es el tiroteo en 2015 contra Boris Nemtsov, vice primer ministro de Boris Yeltsin, líder de la oposición, y posible sucesor.
Un desconocido le descerrajó cuatro tiros por la espalda en un lugar desde el que se veía el Kremlin. Aunque fueron detenidos cinco hombres de origen checheno, personas cercanas a Nemtsov dijeron que el Kremlin estaba directamente implicado.
De acuerdo con una investigación conjunta de la BBC, la organización de periodismo de fuentes abiertas Bellingcat y la organización independiente rusa de periodismo de investigación Insider, el FSB había puesto a sus agentes a seguir a Nemtsov durante casi un año antes del asesinato en el puente. La investigación también demostró que algunos de esos agentes del FSB participaron en el envenenamiento de otros críticos destacados del Kremlin.
Anna Politkovskaya
A la periodista que publicaba artículos críticos con Putin y con el líder checheno Ramzan Kadyrov la mataron a tiros en 2006 en el ascensor del edificio donde vivía en Moscú. La redactora de Novaya Gazeta era una de las periodistas más destacadas del país. Su asesinato fue un jarro de agua fría para los medios libres de Rusia.
Aunque detuvieron a cinco personas por el asesinato, los fiscales admitieron no haber descubierto quién ordenó el ataque. Putin pidió que se encontrara a los asesinos. También dijo que el efecto de Politkovskaya sobre la vida rusa había sido “muy menor”.
Muertes sin explicación
También ha habido destacados hombres de negocios de Rusia muertos en circunstancias misteriosas, como suicidios aparentes o caídas desde grandes alturas.
En 2013, Boris Berezovsky fue encontrado aparentemente ahorcado en el baño de su casa de Ascot. Exmiembro del Kremlin y autoexiliado en el Reino Unido a principios de los 2000, Berezovski se había convertido en un crítico del régimen de Putin. Las investigaciones e indagaciones públicas sobre su muerte no llegaron a ninguna conclusión más allá de la causa oficial de suicidio.
Muchos de los socios de Berezovski también han muerto en circunstancias misteriosas, entre ellos Badri Patarkatsishvili, oligarca georgiano. Nikolai Glushkov y Yuri Golubev, fundador de la petrolera Yukos, fueron encontrados muertos en Londres.
Traducción de Francisco de Zárate