“No he podido llorar a mis hijos como todo el mundo”: Israel mató a tres hijos y a la esposa del periodista Wael al Dahdouh en Gaza
Wael al Dahdouh estaba en directo cuando se dio cuenta de que algo iba mal. Era el 25 de octubre de 2023, alrededor de las 17:00 horas en Gaza y Dahdouh, por entonces jefe de Al Jazeera en la Franja, se encontraba transmitiendo desde la azotea del edificio de oficinas del canal, informando sobre los ataques aéreos del día. “Va a ser una noche sangrienta”, dijo Dahdouh, mientras su voz acompañaba las imágenes en directo de las explosiones que se veían en el horizonte.
Por el rabillo del ojo, Dahdouh vio que su sobrino Hamdan, productor de Al Jazeera, parecía agitado. El teléfono móvil de Dahdouh, guardado en el chaleco antibalas, empezó a sonar: Hamdan se acercó, sacó el teléfono y contestó. Dahdouh pensó que era extraño que lo hiciera mientras estaban en directo. Alarmado, se dirigió a Hamdan: “¿Quién es?”, preguntó Dahdouh, cuya voz seguían escuchando los telespectadores. Tras unos segundos al teléfono, Hamdan pateó con rabia una pared. “¿Qué está pasando?”, preguntó Dahdouh. Hamdan respondió: “Tu hija. La niña está en el hospital. Han atacado el lugar donde están tu mujer y tu familia”. Dahdouh cogió en ese momento el teléfono. Mientras los telespectadores continuaban viendo imágenes en directo de Gaza, también podían oír la creciente preocupación del reportero y las exclamaciones nerviosas de Hamdan. Entonces, el canal interrumpió la señal en directo y pasó a transmitir desde el estudio en Doha.
Al otro lado del teléfono estaba la hija de Dahdouh, Khulood, de 21 años, que estaba desconcertada y no podía ofrecerle un panorama claro de lo que había pasado. Dahdouh colgó y a toda prisa se dirigió al campo de Nuseirat, a 11 kilómetros de distancia, donde su esposa y siete de sus ocho hijos se habían refugiado, en una zona que Israel había designado como “segura”. Cuando llegó unos 40 minutos más tarde, Dahdouh se encontró con una escena caótica: la gente escarbaba entre los escombros con las manos, utilizando las linternas de sus teléfonos móviles para poder ver. Algunos lloraban, otros gritaban los nombres de los muertos. Entre los escombros, Dahdouh encontró a su nieto de 18 meses, Adam, cubierto de polvo e inconsciente. Con el niño en brazos, Dahdouh corrió al Hospital de Al Aqsa, situado a 15 minutos de distancia.
En el tumulto alrededor del hospital, Dahdouh se encontró con Khulood. Cuando vio el cuerpo de Adam en los brazos de su padre, la joven empezó a gritar y a acariciar la cara de su sobrino. Luego se desplomó, arrastrando consigo a Dahdouh, que seguía sujetando al niño. Dahdouh se levantó tambaleándose. Dentro del edificio, entregó a Adam a un médico y empezó a buscar al resto de la familia, dando tumbos entre la multitud que también buscaba a sus seres queridos en aquellos pasillos repletos de personas heridas.
El periodista se había hecho famoso en Gaza por aparecer en la televisión y, mientras continuaba su búsqueda, preguntando si alguien había visto a su mujer y a sus hijos, empezó a darse cuenta de que la gente le evitaba, como si supieran algo que él ignoraba. Entonces una ambulancia trajo a su hijo menor, Yahya, de 12 años: tenía el cráneo al descubierto y la cabeza cubierta de sangre, pero estaba consciente. Dahdouh lo llevó corriendo a un médico que empezó a coserle las heridas allí mismo. No había anestesia y Yahya gritaba de dolor, hasta que por fin alguien dio con una dosis de anestesia y se la administró.
Mientras esperaba junto a su hijo Yahya, trajeron al hospital a otra de sus hijas, así como a su suegra y a varios de sus primos. Gracias a ellos supo que la madre de Adam y otras tres de sus hijas habían sobrevivido al ataque. Su hijo mayor, Hamza, de 27 años, estaba a salvo en el sur de Gaza. Seis de sus ocho hijos estaban a salvo o, como Yahya, heridos pero vivos. Sin embargo, la esposa de Dahdouh y otros dos de sus hijos continuaban desaparecidos. La morgue era el único lugar donde aún no los había buscado.
“Se vengaron de nosotros a través de nuestros hijos”
Dahdouh entró en la morgue improvisada en los patios del hospital, conocida como la “tienda de los mártires”, mientras la prensa y el público filmaban cada momento. Gaza es un lugar pequeño, que en su punto más estrecho tiene menos de seis kilómetros de ancho, y Dahdouh llevaba casi tres décadas informando desde allí. Es alguien a quien muchos palestinos en Gaza conocen o creen conocer. Dahdouh apenas podía caminar entre la muchedumbre que se agolpaba a su alrededor. Algunos se limitaban a mirarle, otros le gritaban palabras de apoyo o se acercaban para ofrecerle consuelo.
En la morgue, Dahdouh encontró los cadáveres de su hijo de 15 años, Mahmoud, su hija de siete, Sham, y su esposa, Amina. El hombre alzó a Sham y, con el rostro retorcido por el dolor, le habló. Se arrodilló junto al cuerpo de su esposa y le cogió la mano. A medida que iba de cadáver en cadáver, los brazos de extraños, algunos de ellos niños, se extendían para sostenerle. Fue al arrodillarse junto al cuerpo ensangrentado de Mahmoud cuando soltó su primer grito y pronunció una frase que resonaría en todo el mundo árabe: “Se vengaron de nosotros a través de nuestros hijos”.
En las horas que siguieron, vídeos, imágenes y testimonios de la tragedia de Dahdouh se difundieron velozmente en las redes sociales. El día en que miembros de su familia habían sido asesinados, Dahdouh se convirtió en un icono de las devastadoras pérdidas sufridas por todos los gazatíes y de la situación de los periodistas palestinos.
Aunque la guerra había comenzado menos de un mes antes, entre las víctimas se estimaba que había miles de niños. Los hijos de Dahdouh se convirtieron en el rostro de todos los demás menores que estaban siendo sacados de entre los escombros. También se volvieron evidentes los peligros a los que los reporteros de Gaza se estaban enfrentando. Ya habían muerto unos veinte, una cifra calificada por el Comité para la Protección de los Periodistas de “sin precedentes”.
En todas las imágenes tomadas en el depósito de cadáveres, Dahdouh lleva puesto su chaleco antibalas con la palabra 'Press' (prensa) en el pectoral. No solo era el periodista palestino con más trayectoria en Gaza, sino también el corresponsal de más alto perfil, que cubría una guerra de la que el mundo entero estaba pendiente –dado que Israel ha impedido la entrada a la prensa internacional en la Franja desde el comienzo de su ofensiva–. Pero ni su puesto ni su prestigio le protegieron del ataque.
Dahdouh no había siquiera salido del hospital y ya estaba siendo entrevistado. Durante semanas había informado de la muerte de otros y ahora la noticia era él. En el ataque aéreo que se cobró la vida de su esposa y dos de sus hijos, también murieron los cinco nietos de su hermano, todos menores de 10 años. Su nieto Adam, el bebé de 18 meses que había encontrado entre los escombros, falleció en el hospital. “Sospechábamos que la ocupación israelí castigaría colectivamente a los palestinos de Gaza por el 7 de octubre”, dijo Dahdouh a sus colegas de Al Jazeera en su primera entrevista, minutos después de haber encontrado los cadáveres de sus familiares. “Y tristemente, eso es lo que ha ocurrido”.
Lo que hizo a continuación le convirtió en el emblema no solo de los estragos de la guerra, sino también de la tenacidad frente a una pérdida inconmensurable. La tarde del 26 de octubre, las cámaras le siguieron mientras dirigía la plegaria en el entierro de sus seres queridos. Yahya, el hijo de Dahdouh, estaba de pie junto a él, con la cabeza inclinada y vendada, las manos juntas sobre el pecho, y el cuerpo de su madre envuelto en una manta en el suelo a sus pies. Dahdouh entonaba el rezo, seguido por un coro de hombres alineados detrás de él. Terminada la oración, el reportero acarició por última vez la cabeza del Adam, envuelto en un pequeño sudario blanco.
Seguir informando, a pesar de todo
Unas horas más tarde, tras varios intentos de sus editores por disuadirle, Dahdouh estaba nuevamente transmitiendo en directo. En pantalla, el presentador en los estudios de Doha le ofreció sus condolencias y, a continuación, Dahdouh empezó a hablar, con claridad y calma, de su rol como periodista. Era un “deber en circunstancias tan históricas y excepcionales, continuar la cobertura con profesionalidad y transparencia, a pesar de todo”, dijo. Acto seguido, pasó a informar sobre los últimos acontecimientos en Gaza.
Dahdouh no imaginó el impacto que generaría. La noticia de un periodista tan comprometido con su misión que había vuelto a informar horas después de haber enterrado a su familia recorrió el mundo. Aparecieron murales de Dahdouh con su casco y chaleco antibalas no solo en Idlib, en el norte de Siria, sino también en Londres y Dublín.
No fue hasta que surgieron esos homenajes, junto con las protestas a favor de Palestina que ganaban impulso en las calles de las ciudades occidentales, que Dahdouh fue consciente de cuánta gente estaba pendiente. Había cubierto cuatro guerras en Gaza a lo largo de dos décadas, pero aquellas no habían atraído ni de lejos ese nivel de atención pública, simpatía y movilización. Esta guerra era diferente.
También lo era para Dahdouh. Apenas volvió a aparecer en televisión, se dio cuenta del orgullo que el público sentía por él. No podía caminar por la calle sin que le ofrecieran tanto condolencias como ánimos. Empezó a recibir llamadas de desconocidos. “Usted no me conoce”, le dijo uno. “He perdido a todos mis hijos y a toda mi familia, pero en tu honor y por solidaridad contigo, me mantendré en pie”.
Ya no era visto solamente como un periodista de renombre, sino como portador del dolor de Gaza y símbolo del carácter de su pueblo. Y en una guerra en la que ya habían muerto tantos periodistas, el nuevo y magnificado papel de Dahdouh lo ponía en el punto de mira: Dahdouh era un experimentado reportero de guerra, pero era la primera vez que sentía que podía ser personalmente blanco de ataque por hacer su trabajo.
A lo largo de las semanas y meses que siguieron, fue tomando conciencia de que tendría que decidir entre dos responsabilidades: una hacia su trabajo, ahora más importante que nunca, y otra hacia su familia. Durante casi tres meses, Dahdouh hizo malabarismos para cumplir ambas, hasta que ya no pudo evitar elegir una.
“No he podido llorar a mis hijos como el resto del mundo”, me dijo Dahdouh este verano, mientras estábamos sentados en el salón de su casa en Doha, donde vive ahora. En Gaza, sentía que tenía la obligación de ser el pilar que los demás necesitaban. Su antigua vida había desaparecido y no había podido detenerse ni un segundo para hacer balance o procesar lo que estaba ocurriendo. Habla de ese período con un cierto toque místico, maravillado por su propia respuesta ante la calamidad y por la reacción que suscitaba de los demás.
Dahdouh desde su exilio en Doha
En persona, Dahdouh se parece mucho a su personaje en la pantalla: sereno, cómodo consigo mismo, acostumbrado a mantener la compostura. Emana una calma autoridad y evita recurrir a su lengua vernácula en favor del árabe clásico y formal que acostumbraba hablar en televisión. Pero de cuando en cuando surge otra faceta suya, pícara y capaz de reírse de sí mismo, como un padre que impone un respeto temeroso pero lo adereza con momentos de calidez.
Dahdouh nació en una familia numerosa –es uno de ocho hermanos y ocho hermanas– en el norte de Gaza en 1970. La familia llevaba generaciones cultivando la tierra; era una vida dura, que dependía de un trabajo físicamente agotador, pero durante la mayor parte de la infancia de Dahdouh también era una vida normal. Siempre había suficiente para comer y un techo sobre la cabeza. Dahdouh describe su juventud como un “periodo rico”, lleno de actividades y amigos, con la natación como su “primer amor”. La playa quedaba cerca de la granja y durante el receso escolar “vivía en el agua”.
Adel Zaanoun, ahora periodista de la Agencia France-Presse, creció junto a Dahdouh en el barrio de Zeitoun. Describe a Wael de joven con admiración, orgullo y una sorna cariñosa: “Ahora no te lo creerías, viendo lo calvo que está”, me dice Zaanoun, “pero entonces tenía una enorme y hermosa melena, y cada vez que ganaba un partido o marcaba un gol sacudía la cabeza enérgicamente para mofarse de los perdedores, y su melena se mecía como la de un león”. “Siempre fue inquieto, siempre le gustó ser el centro de atención”, recuerda Zaanoun.
A medida que Dahdouh y sus hermanos crecían, y algunos abandonaban la escuela para incorporarse a la granja mientras que otros aceptaban trabajos ocasionales; su padre estaba cada vez más convencido de la importancia de estudiar y buscar otro tipo de vida. Pero la ocupación militar israelí, que comenzó en 1967, confundió a quienes hacían caso de esos consejos. La educación parecía un objetivo lejano e indulgente cuando el futuro resultaba tan incierto.
Tras convertirse en el primero de su familia en terminar la escuela secundaria, en 1988 Dahdouh recibió una beca para estudiar medicina en Irak. Pero la Primera Intifada, o levantamiento palestino –que comenzó en Gaza en diciembre de 1987 y se extendió al resto de los territorios ocupados–, echó por tierra sus planes. Días antes de que Dahdouh partiera hacia Irak para empezar la carrera de medicina, el Ejército israelí se presentó en su casa en plena noche y lo detuvo. Tenía 17 años.
Tras tres meses de detención e interrogatorios, Dahdouh fue acusado de lo que él mismo definió como “actividades habituales de la intifada”: lanzamiento de piedras, quema de neumáticos y enfrentamientos con las fuerzas armadas. Fue condenado a 15 años de prisión. Siguiendo una política común durante la Intifada, que buscaba disuadir a los palestinos de movilizarse contra la ocupación, las autoridades israelíes tiraron abajo la casa de su familia. Según Zaanoun, “las demoliciones de casas eran habituales en esa época. A veces las demolían a medias, a modo de advertencia”. Dejaban una o dos habitaciones en pie para que los residentes pudieran refugiarse. Si no hacían caso de la advertencia, las fuerzas israelíes regresaban y destruían lo que quedaba.
Dahdouh cumplió su condena en cárceles de toda Gaza. En instituciones gestionadas por la Policía israelí, como la prisión central de Gaza, vio que los reclusos eran capaces de presionar colectivamente a las autoridades para que les garantizaran derechos básicos. En las prisiones militares, donde pasó casi la mitad de su condena, la vida era mucho peor. Según cuenta, los soldados eran inexpertos y no estaban preocupados por controlar a los presos, sino por quebrantar su moral. El agua estaba racionada y los reclusos pasaban semanas sin bañarse. Las alcantarillas se desbordaban con regularidad y las aguas fecales se quedaban estancadas. En los siete años que pasó preso, solo permitieron que su familia lo visitara en dos ocasiones.
Tras ser liberado en 1995, a los 24 años, Dahdouh intentó de nuevo perseguir su objetivo de licenciarse en medicina en Irak, pero las autoridades israelíes le impidieron salir del país. En aquel momento no había facultades de medicina en Gaza, pero la Universidad Islámica de Gaza acababa de poner en marcha una nueva licenciatura: Periodismo y Medios de Comunicación. Dahdouh se matriculó y se casó: “Había desperdiciado siete años”, recordó riendo, “así que no había tiempo que perder”. En 1998 empezó a trabjar en Al Quds, el periódico más importante de los territorios palestinos, y dos años más tarde, durante la Segunda Intifada (2000-2005), Dahdouh pasó a trabajar como periodista Freelance en radio y televisión.
El salto a Al Jazeera
Rushdi Abualouf, que pasaría a ser corresponsal de la cadena BBC durante muchos años, conoció a Dahdouh cuando eran estudiantes de periodismo en Gaza. Recuerda que en aquella época él, Dahdouh, Zaanoun y otros pocos eran los únicos reporteros con formación profesional que se encontraban en Gaza. Juntos conformaban una pequeña generación de pioneros: “Cubríamos todos los acontecimientos políticos de Gaza”, dice Abualouf. “[El líder palestino] Yaser Arafat nos conocía a todos por nuestro nombre y preguntaba por nosotros si no aparecíamos en una rueda de prensa”.
En ese entonces, la televisión por satélite se estaba convirtiendo en una fuerza arrolladora en todo Oriente Medio. Importantes canales de noticias en árabe, entre ellos Al Arabiya (de propiedad saudí) y Al Jazeera (de Qatar), habían empezado sus emisiones y las antenas parabólicas eran cada vez más baratas, lo que permitía que estos nuevos canales gratuitos llegasen a un público cada vez más amplio en la región.
A través de la televisión, los árabes se conocieron unos a otros. Se quedaban sin aliento ante el libertinaje de los libaneses y sus estrellas femeninas de pop, con sus vídeos musicales subidos de tono. Y les cautivaron los programas de debate político, sobre todo los de Al Jazeera. Más allá de los canales estatales sujetos a la censura, muchos árabes vieron por primera vez cómo sus propios dirigentes –que el pueblo no había elegido– y funcionarios israelíes se sometían a preguntas y escrutinio. Los programas de debate, como The Opposite Direction de Al Jazeera, criticaban a algunos sectores hasta entonces intocables, como las familias reales del Golfo. A menudo, los invitados llegaban a las manos y el presentador tenía que intervenir (esto daba mucho juego en televisión y los clips de ciertos altercados aún circulan por internet, tras pasar a formar parte de la cultura popular).
Para Dahdouh, esa época parecía una fantasía. Pocos años antes había estado en la cárcel; ahora, como periodista en ciernes, formaba parte de una revolución mediática. En 2004 ya trabajaba para Al Jazeera. La vida que había planeado tener fuera de Gaza se había visto interrumpida antes de empezar, pero en la Franja, en casa, había encontrado algo que sentía como una vocación.
Dahdouh ha cubierto todos los conflictos de Gaza desde que los israelíes se retiraron de la franja en 2005. Con los años, el periodismo de guerra en Gaza se fue convirtiendo en una especie de industria artesanal. Cuando el trabajo escaseaba, los gazatíes podían trabajar como productores, operadores de cámara, conductores y técnicos, forjando una comunidad de confianza en la que los jóvenes aprendían de profesionales veteranos como Dahdouh. Hamdan, su sobrino, productor y cámara durante muchos años, dice que Dahdouh era “una escuela” para los periodistas gazatíes más jóvenes. Casi todos sus colegas con los que he hablado se referían a Dahdouh como Abu Hamza (el padre de Hamza, su hijo mayor, en árabe).
Tras el ataque en el que murieron su mujer y sus hijos, Dahdouh permaneció en la Ciudad de Gaza, mientras enviaba a sus cuatro hijas y a su hijo Yahya a un lugar relativamente seguro en el centro de la Franja. Con un equipo de tres personas, formado por su sobrino Hamdan, un chófer y un redactor, Dahdouh siguió informando. Lo que los telespectadores no veían era que, siempre que Dahdouh estaba en directo, detrás de la cámara había una gran multitud, apretujada, que estiraba sus cuellos para oír mejor lo que él decía. “Cada vez que la gente lo veía, corría, empujándose unos a otros, para escucharlo, para oír las noticias y ponerse al día sobre lo que sucedía en sus zonas”, dice Hamdan. No había “internet ni electricidad y las emisoras de radio locales habían sido destruidas al principio de la guerra”, por lo que, además de cumplir con su rol de corresponsal internacional, Dahdouh se convirtió en un cronista de noticias locales itinerante.
Dahdouh se había mudado a la oficina de Al Jazeera y salía cada día para informar. Lo describe como un “periodo muy difícil”. Los ataques aéreos se intensificaban, mientras Israel preparaba el terreno para sitiar la Ciudad de Gaza y prolongar la invasión terrestre iniciada el 28 de octubre de 2023. Según Hamdan, lo que él y Dahdouh vieron “pone los pelos de punta”. “Caminábamos sobre partes de cuerpos” humanos, dice. Las noches eran las más duras. “Sin electricidad, sin gente, el sonido de las explosiones sacudía el edificio. No se podía dormir”, recordaba Dahdouh.
Cuando las fuerzas terrestres israelíes entraron en la ciudad de Gaza el 2 de noviembre, Dahdouh vio a los tanques por la ventana de su oficina. El reportero y su equipo empezaron a recibir mensajes de familiares y amigos rogándoles que se marcharan. Dahdouh quería quedarse, pero tras discutirlo con los demás, llegó a la conclusión de que si se quedaban, casi con toda seguridad los matarían o los detendrían. Así que el 10 de noviembre se quitaron los chalecos y los cascos de prensa, y abandonaron las oficinas de Al Jazeera. Momentos después de su partida, los tanques llegaron a la entrada del edificio.
Abandonar el norte de Gaza, el lugar donde había crecido y donde los combates eran más intensos, fue una experiencia “muy, muy, muy amarga” para Dahdouh. “Lo sentí como una derrota”, aseguró después. Él y su equipo se establecieron en Jan Yunis (sur) y empezaron a cubrir la información de todo el centro de la Franja de Gaza, así como la zona de Rafah, en el sur. Mientras tanto, el número de periodistas que trabajaban en Gaza disminuía. El 14 de diciembre pasado, la ONU dio la voz de alarma debido al “índice sin precedentes de periodistas y trabajadores de los medios de comunicación asesinados en Gaza”. Para entonces, las cifras oficiales de la ONU hablaban de 50 periodistas muertos en Gaza.
El 15 de diciembre, Dahdouh y el cámara Samer Abu Daqqa acudieron al lugar de un ataque aéreo contra un edificio escolar en Jan Yunis. Se desplazaron hasta allí en una ambulancia, acompañando a tres miembros de la Defensa Civil, cuerpo gubernamental responsable de los servicios de emergencia, que, a través de la Cruz Roja, habían obtenido permiso del Ejército israelí para moverse en la zona.
Atacado por un dron
Llegaron al mediodía. Con drones israelíes sobrevolando en círculos, Dahdouh y Abu Daqqa informaron durante más de dos horas. Entonces, mientras regresaban a su vehículo, un dron los alcanzó. Dahdouh explicaba que sintió como si le hubiera envuelto una tormenta. En los momentos previos a desmayarse, estaba convencido de que había llegado su hora. Siete semanas después de la muerte de sus familiares, él también moriría. Se imaginó a sí mismo en una especie de videojuego. Ya no habría más movimientos ni niveles que desbloquear. “Se acabó el juego, Abu Hamza”, se dijo.
Pero volvió en sí. Había perdido la audición y tenía el brazo entumecido. Mientras se arrastraba hacia el refugio, se dio cuenta de que el hombro le sangraba. Cerca de allí encontró los cadáveres de los tres trabajadores de la Defensa Civil. Entonces vio a Abu Daqqa a cierta distancia, en el suelo aún consciente, gesticulando con la mano. Sangrando abundantemente, Dahdouh trató de pedir ayuda para su colega y viejo amigo, pero cuando encontró una ambulancia que pasaba cerca del lugar, los conductores no quisieron llegar hasta Abu Daqqa por miedo a ser atacados ellos también.
Dahdouh fue trasladado al hospital. Las imágenes lo mostraron tumbado en una cama, mientras los médicos intentan detener el sangrado de su brazo, mientras él pide que salven a Abu Daqqa. “Samer estaba conmigo en el lugar. Samer gritaba”, repetía Dahdouh agonizante mientras lo atendían. “Coordinen con la Cruz Roja”, decía. “Que alguien vaya a buscarle”.
El jefe de las oficinas de Al Jazeera en Ramalá (en la Cisjordania ocupada), Walid al Omari, siguió el protocolo y se puso en contacto con el Comité Internacional de la Cruz Roja para que solicitara permiso a Israel para enviar una ambulancia a rescatar a Abu Daqqa. Pasaron horas cruciales mientras los equipos de rescate esperaban la aprobación del Ejército para acceder al lugar de forma segura. Al Jazeera empezó a emitir un contador en directo en su canal de noticias, mostrando las horas y los minutos que pasaban sin que el periodista recibiera ayuda. Unas cinco horas después del ataque aéreo, se concedió permiso y se facilitó el acceso al lugar, pero cuando las ambulancias llegaron media hora más tarde encontraron muerto a Abu Daqqa. Se convirtió en el primer periodista de Al Jazeera asesinado en Gaza desde el comienzo de la guerra.
Dahdouh pasó una noche en cuidados intensivos. Al día siguiente estaba en el funeral de su amigo, acariciándole la cara y sollozando. Su hijo mayor, Hamza, estaba de pie detrás de él. Una vez más, una muchedumbre de cuerpos se formaba alrededor de Dahdouh mientras enterraba a un ser querido. Y, una vez más, Dahdouh volvió a salir en televisión unas horas después, con el brazo vendado y cánulas saliéndole de las muñecas.
Uno de los apodos de Dahdouh es 'al yabal' (la montaña, en árabe). “Soy un hombre testarudo”, afirmó Dahdouh para explicarme por qué decidió no marcharse, incluso después de haber resultado herido. Había experimentado tantas pérdidas, visto tantas muertes y estado tan cerca de morir él mismo que ya no tenía miedo alguno. “La vida y la muerte”, para él, “se habían vuelto lo mismo”. Lo único que le importaba era que, cuando la muerte llegara, le encontrara “de pie”. Estaba seguro de que mientras siguiera vivo, por muy malherido que estuviera, se quedaría en Gaza y seguiría informando.
“Le llamaron muchas personas de alto nivel para convencerle”, dice Zaanoun, su amigo de la infancia. Para la mayoría de los palestinos de Gaza, marcharse era imposible, pero Dahdouh se encontraba en una situación diferente. Al Jazeera ya había conseguido que las autoridades israelíes autorizaran la evacuación de otros miembros de su personal con sus familias. Zaanoun y otros le dijeron que su marcha no sería vista como una derrota. Ya había hecho bastante y era hora de que cuidara de su familia y de sí mismo. Sin atención médica urgente, podría perder el brazo. Además, ya se había convertido en un tótem, un icono. El riesgo de que Israel se fijara en él era mayor que nunca, le decían. ¿De qué valdría que lo mataran?
Tres días después del ataque aéreo, Dahdouh decidió tomar los pasos necesarios para salir de Gaza, pero guardaba dentro de sí un plan secreto. Si a su familia le permitían salir por el paso fronterizo de Rafah, él iría con ellos hasta la frontera. Una vez que los demás hubieran cruzado, daría media vuelta. Confiaría a Hamza la responsabilidad de “guiar a los Dahdouh hacia el futuro”.
Hamza, su hijo mayor y principal apoyo
Hamza no era solo el hijo mayor, sino el apoyo y la columna vertebral de Dahdouh. Había aprendido el oficio de periodista de su padre y se había incorporado recientemente a Al Jazeera. A lo largo de los años, cuando Dahdouh se ausentaba por motivos de trabajo, Hamza ocupaba su lugar en la casa. Dahdouh habla de su hijo con orgullo, describiéndolo como un joven amable, generoso, ambicioso. Cuando le contó su plan a Hamza en la última semana de diciembre, su hijo le dijo que él había tenido la misma idea, salvo que al revés: su padre cruzaría y Hamza regresaría. Dahdouh dijo que no se lo permitiría.
Esperaron a que llegara el permiso. A finales de diciembre de 2023, el Sindicato de Periodistas Egipcios recibió la autorización para que Dahdouh y los nietos e hijos que le quedaban, y sus cónyuges, pudieran salir de Gaza por el paso fronterizo de Rafah, el 2 de enero de 2024. Dieron inicio a los preparativos, pero la noche antes de partir, Dahdouh se dio cuenta de que en la lista de los autorizados faltaban los nombres de una de sus hijas y de dos de sus nietos.
En los días siguientes, mientras Dahdouh esperaba a que llegaran los documentos necesarios, permaneció en Jan Yunis, donde siguió informando. Hamza hizo lo mismo desde su puesto en Rafah, mostrando las repercusiones de los ataques aéreos en la ciudad, en particular los que se produjeron cerca del Hospital Kuwaití, donde tenía su base.
El 7 de enero, mientras Dahdouh trabajaba sobre el terreno, recibió la noticia de que Hamza había resultado herido. El padre se dirigió al lugar del ataque, echó un vistazo al coche en el que viajaba su hijo y supo que había muerto. Lo encontró en la morgue del Hospital Kuwaití. Hamza estaba en una bolsa para cadáveres: Dahdouh lo sacó de esa bolsa y lo abrazó. Sintió algo. Hubiera podido jurar que Hamza le había devuelto el abrazo.
Mientras me describía lo que vio, Dahdouh hace una pausa y, recurriendo a décadas de práctica profesional, se prepara, como a menudo solía hacer, para presentar una conclusión, un comentario que cierre el reportaje y lleve la conexión de vuelta al estudio. Pero no se le ocurrió nada. Respiró hondo y dijo: “Todo estaba fuera de mi alcance”.
El día del funeral de Hamza, el público se arremolinó en torno a un aturdido Dahdouh. Una vez más, Dahdouh era el canal para el dolor de toda una sociedad. Los niños se agolpaban a su alrededor mientras recibía las condolencias. Una anciana puso su mano sobre la cabeza de Dahdouh y rezó por él. Su tragedia fue noticia internacional. El Secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, que se encontraba en Doha en ese momento, calificó el asesinato de “pérdida inimaginable”. Como padre, no podía “ni empezar a imaginar el horror” que Dahdouh había experimentado, “no una, sino dos veces”.
Durante nuestra conversación en Doha, varias veces le ofrecí a Dahdouh tomarse un descanso y le aseguré que podía volver en otro momento, si él lo prefería. Se negó, alegando que necesitaba expurgar todo de una vez. La única pausa que Dahdouh aceptó durante las horas que duró nuestra charla fue cuando llegamos al tema de Hamza. Para él, Hamza ocupaba un lugar especial. A medida que la conversación se alargaba, aparecía un patrón que consistía en referirse a Hamza para luego alejarse de él y pasar a otra anécdota u observación. En un momento dado, tras hablar del hallazgo del cadáver de su hijo en la morgue, Dahdouh intentó captar a Hamza con palabras. Empezó a hablar de todo lo que estaba a punto de lograr como periodista. Entonces hizo una pausa, intentando de nuevo reconciliarse con lo sucedido. Sacudió la cabeza: “Esa es su historia”. Fue todo lo que pudo decir.
Dos días después del asesinato de Hamza, Dahdouh fue con su familia a la frontera, ahora con una lista de evacuados completa. Se aseguró de que todos pudieran cruzar sanos y salvos, y después, como siempre había planeado hacer, se dio media vuelta. Su lugar estaba en Gaza, aunque parecía ser solo cuestión de tiempo para que también lo mataran a él.
Pero pasados unos días de que su familia cruzara la frontera, Dahdouh empezó a ceder. La muerte de Hamza lo había cambiado todo. Rushdi Abualouf, que conoce a Dahdouh desde hace 30 años, lo llama “el golpe fatal”. Sin Hamza, Dahdouh tenía menos certezas respecto al destino de su familia en el extranjero. La posibilidad de irse, que antes descartaba de plano, comenzó a persuadirlo. Dahdouh explica su cambio de opinión afirmando que “en la guerra, son las mujeres y los niños los que te parten en dos”.
En el funeral de Hamza, una de las hijas de Dahdouh besó el cadáver de su hermano y, acto seguido, rodeó a su padre con las manos, llorando. “Por favor, quédate con nosotros”, suplicó, “no nos queda nadie más que tú”.
Así que, en la segunda semana de enero, Dahdouh rezó. Recurrió a la istikhara, con la que el creyente busca la ayuda de Dios para tomar una decisión, pone la decisión en sus manos y pide yaqeen, un estado sereno de sabiduría e iluminación. Tras la oración, Dahdouh se sintió satisfecho con su decisión de marcharse de Gaza y reunirse con su familia.
Los sucesores de Dahdouh
El 16 de enero, Dahdouh cruzó la frontera de Egipto y posteriormente partió hacia Qatar. Delegó sus tareas a un periodista más joven, Ismail al Ghoul, en el norte de Gaza, la parte más peligrosa de la franja, y le dijo que si él también deseaba dejar de trabajar y buscar refugio junto a su familia en el sur, nadie le culparía. Al Ghoul se negó. Unos meses después, estaba muerto.
En el último año, las antiguas tensiones entre Israel y Al Jazeera, financiada por Qatar, se han convertido en un conflicto abierto. En mayo, el Parlamento israelí votó por unanimidad prohibir Al Jazeera en el país, tras calificar la cadena de amenaza para la seguridad israelí e instrumento de propaganda del grupo islamista Hamás. Ese mismo día, las autoridades israelíes allanaron las oficinas de Al Jazeera en Jerusalén Este y confiscaron su equipamiento.
A mediados de julio, me reuní en la sede de Al Jazeera en Doha con Tamer al Mishaal, que dirige el equipo de reporteros en Gaza. Habló de Dahdouh con preocupación, pero sin compasión ni alarma. Al menos ahora estaba a salvo. Al Mishaal se centró en los corresponsales que quedaban en Gaza, los cuales necesitaban un par de hora cada día para conseguir comida y agua potable.
Además de lo que llamó el “exterminio” de la familia de Dahdouh, Mishaal dijo que Moamen Al Sharafi, un reportero con base en el sur de Gaza, había perdido a 22 miembros de su familia en un solo bombardeo. Sus cuerpos siguen bajo los escombros. El 31 de julio, el mismo Mishaal perdió a dos miembros de su equipo: el sucesor de Dahdouh, Ismail al Ghoul, y el cámara Rami al Refee murieron en un ataque aéreo israelí. Habían estado transmitiendo en directo desde la ciudad de Gaza hasta dos horas antes del ataque.
En septiembre, soldados israelíes cerraron la oficina de Al Jazeera en la ciudad cisjordana de Ramalá, alegando que el canal “incitaba al terror” y “apoyaba actividades terroristas”. El 7 de octubre de 2024, Ali Attar, un cámara de Al Jazeera, resultó herido durante un ataque frente al Hospital de Al Aqsa, en el centro de Gaza, donde se refugiaba con otros civiles. Dos días después, un dron abrió fuego contra otro cámara de Al Jazeera, Fadi al Wahidi, y un equipo de periodistas mientras informaban sobre el asalto al campo de refugiados de Yabalia, en el norte de Gaza. Todos llevaban chalecos antibalas con la palabra 'Press'. Al Wahidi recibió un disparo en el cuello. Attar y Al Wahidi siguen en estado crítico, este último en coma.
Cuando en octubre volví a hablar con Mishaal, el tono del corresponsal jefe para Al Jazeera en Gaza había cambiado. En verano, se había mostrado preocupado por los problemas logísticos sobre el terreno, pero parecía sereno, incluso orgulloso. Ahora habla con urgencia, incluso con pánico, casi sin respirar. En los últimos meses, los ataques contra periodistas se han intensificado. Sus hombres están muriendo. A pesar de la presión internacional, Israel no ha autorizado la evacuación de Attar y Al Wahidi. “Cada minuto que pasa sin que este asunto sea tratado les acerca más a la muerte”, lamentó Mishaal.
Al Jazeera sostiene que Israel sigue una clara política de atacar a periodistas con el fin de silenciar la cobertura del conflicto. Israel lo ha negado. En diciembre, tras la muerte de Samer Abu Daqqa, el Ejército declaró que había tomado “todas las medidas operativamente viables para proteger tanto a civiles como a periodistas”.
“Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) nunca han atacado ni atacarán deliberadamente a periodistas”, afirmaron. En junio de 2024, declararon que ni siquiera quienes trabajaban para la red de medios de comunicación Al Aqsa (dirigida por Hamás), 23 de los cuales habían muerto desde el comienzo de la guerra, eran objetivos. “Las FDI no consideran que las redes de medios de comunicación de Hamás o los periodistas, como tales, sean miembros del ala militar de Hamás”, señalaron en un comunicado en respuesta a una investigación de The Guardian. “En consecuencia, las FDI no atacan a periodistas como tales”.
En la mayoría de los casos en que han muerto periodistas, los militares han descrito esos incidentes como trágicos accidentes o daños colaterales. Sin embargo, en algunos casos, como el asesinato de Al Ghoul, las FDI han alegado que las personas asesinadas suponían una amenaza activa o eran agentes secretos de Hamás o de otros grupos armados. Estas acusaciones han sido rotundamente negadas. En el caso de Al Ghoul, Reporteros Sin Fronteras dijo que esas acusaciones estaban “basadas en pruebas insuficientes y cuestionables”.
Cuando el hijo de Dahdouh, Hamza, murió en enero, las FDI primero afirmaron que había sido identificado y atacado “como terrorista que pilotaba un avión que suponía una amenaza para las tropas”. La aeronave que pilotaba Hamza era un pequeño dron utilizado para grabar imágenes. Al día siguiente, las FDI parecieron retractarse, insinuando que el asesinato había sido un error. El portavoz militar Daniel Hagari declaró a la cadeba NBC que “cada vez que muere un periodista es lamentable”. Hagari dijo que el dron que pilotaban Hamza y otro periodista les hacía parecer “terroristas” y que se llevaría a cabo una investigación.
Dos días después, las FDI aseguraron tener pruebas de que Hamza y Mustafa Thuraya, un periodista independiente asesinado junto a él, eran miembros de grupos militantes y que el dron suponía “una amenaza inmediata”. En marzo, el periódico The Washington Post recuperó la tarjeta de memoria del dron empleado por Thuraya y descubrió que “en las imágenes tomadas ese día no se ve a ningún soldado, avión u otro equipo militar israelí”. Cuando el diario presentó esta información al Ejército israelí, éste declaró que no tenía “nada más que añadir”.
A partir del verano de 2024, Israel endureció aún más su postura hacia Al Jazeera. En octubre, las FDI afirmaron haber descubierto pruebas de que seis periodistas de Al Jazeera que trabajaban en Gaza eran militantes activos de alto rango de Hamás y el grupo Yihad Islámica. Estas afirmaciones sobre la supuesta afiliación terrorista previas al asesinato de un periodista “son algo que no habíamos visto antes en absoluto”, dice Jodie Ginsberg, directora del Comité para la Protección de los Periodistas [CPJ, por sus siglas en inglés].
Las FDI también aseguraron tener pruebas de que “Hamás controla la cobertura de prensa de Al Jazeera para que se ajuste a sus intereses”, supuestamente indicando a esa cadena cómo cubrir ciertos incidentes o qué historias no deben ser difundidas. Al Jazeera rechazó las acusaciones de Israel sobre sus periodistas, calificándolas de “inventadas” y de “flagrante intento de silenciar a los pocos periodistas que quedan en la región”. Respecto a las declaraciones sobre la supuesta coordinación con Hamás, Al Jazeera las calificó de “intento desesperado” de Israel “de ocultar sus crímenes”.
Evaluar de forma independiente de estas afirmaciones y réplicas resulta dificultoso debido a que, desde hace más de un año, no se permite la entrada de ningún periodista extranjero en Gaza. Mientras tanto, son los periodistas palestinos los únicos que cubren la guerra sobre el terreno, a pesar de los peligros a los que están expuestos. Según el CPJ, Israel ha matado a al menos 123 periodistas palestinos desde el comienzo de la guerra –cifra que las autoridades locales elevan a casi 200–.
Cuando aún había futuro
La casa de Dahdouh en Doha es un hogar bullicioso, sin mucha decoración pero bien equipado. Lo acompañan sus cuatro hijas, tres suegros y tres nietos. Su hijo Yahya, ya curado, también está con ellos. Mientras Dahdouh hablaba, oía a los niños corretear, la televisión y, en algún momento, el llanto de una bebé, Amani, llamada así por su abuela, la difunta esposa de Dahdouh. En el pasillo, enfrente de donde estábamos sentados, cuelgan las palabras “Baby Girl”, escritas en grandes y brillantes letras de globo. En el salón hay enmarcada una foto de Hamza, con su casco de prensa y su chaleco antibalas.
Cada vez que la emoción invadía su relato, Dahdouh carraspeaba o tosía, sobre todo cuando hablaba de los hijos que ha perdido. De forma espontánea, los resucitó y habló de ellos como si aún estuvieran con vida. Hamza es el mayor de todos. Mahmoud es un muchacho lleno de energía y vivacidad. Va a la American International School in Gaza, una prestigiosa escuela de lengua inglesa, relató Dahdouh con cierto orgullo. Mahmoud es un periodista en ciernes al que le encanta contar historias. Sham es la hija pequeña, traviesa y mimada. Uno a uno, los invocaba, con una sonrisa que se iba desvaneciendo a medida que recordaba que están muertos.
A veces se limitaba a sacudir la cabeza, como para volver a una realidad de la que aún no es consciente. Dos días antes de que empezara la guerra, el año pasado, había estado planeando su primer viaje a Europa (unas vacaciones en París por Año Nuevo) con sus viejos amigos Zaanoun y Abualouf. “No se hablaba de la guerra, solo del futuro”, dice Abualouf.
A veces, mientras hablaba con él, Dahdouh pierde el hilo. En un momento, dijo que había perdido a cuatro de sus ocho hijos, contando sus nombres con los dedos. Su yerno lo corrigió: le quedan cinco hijos, no cuatro. Dahdouh había contado a Adam, su nieto, entre sus propios hijos. Se produjo una macabra confusión y el yerno de Dahdouh le recordó que Adam era hijo suyo.
Sus días estaban llenos de ansiedad, siempre preparado para recibir malas noticias desde Gaza. Solo podía sentir “amargura e impotencia” por haber pasado de ser alguien que estaba en el “corazón de los hechos” a un mero observador. Dormía mal. Los nervios del brazo no cicatrizaban. Iba recuperando la sensibilidad, pero no el movimiento. El brazo estaba envuelto en un artilugio negro que le iba desde el hombro hasta la punta de los dedos y le causaba molestias. Pasaba los días haciendo fisioterapia y recibiendo visitas y buenos deseos. Zaanoun y Abualouf le han visitado varias veces en Doha.
Dos días después de haberlo conocido, Dahdouh partió hacia Alemania para seguir con su tratamiento. Era lento, dijo cuando hablé con él en octubre, pero había progresos. Y “por respeto a un anciano”, dijo, el clima europeo había sido amable con él. Mencionó que en dos días se cumpliría un año del asesinato de su mujer, sus dos hijos y su nieto.
Cuando Dahdouh habló de la muerte, lo hacía prestando una atención forense a los detalles. Él no aparecía en ningún momento del relato. Hablaba como periodista, más que como padre, abuelo, marido o amigo. Estaba tan acostumbrado a desempeñar su trabajo con la pena bajo control que el periodismo se convirtió en lo que le protegió frente al colapso. Pero también en lo que le impide llorar por las vidas que se han perdido.
Pueden encontrarse destellos de aquellas vidas en los materiales de archivo. Hay un vídeo en particular que no se me va de la mente. En los últimos segundos de un documental de Al Jazeera de 2016 sobre Dahdouh y sus colegas, se le ve nadando en el mar frente a la costa de Gaza. Se sumerge bajo el agua, se desliza justo por debajo de la superficie y vuelve a salir para respirar. Sale del agua con una camiseta y unos pantalones cortos que no combinan y se sienta en la arena, con aspecto renovado y tranquilo. Junto a él hay un pequeño grupo de chicos y jóvenes que charlan, ríen y se llaman unos a otros. Entre ellos están sus hijos Hamza y Mahmoud. Detrás de ellos, los edificios de Gaza se extienden hacia el cielo.
En esa instantánea de normalidad, hay un recuerdo de todo lo que se ha perdido: un tiempo antes de que Dahdouh, su familia y toda Gaza fueran fagocitados por la guerra. Aquel día, en la playa, había un futuro. Se inicia una pelea de arena y todos empiezan a agacharse y saltar, mientras se lanzan puñados de arena unos a otros. Luego, todos juntos, se zambullen en el mar.
Traducción de Julián Cnochaert
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