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ANÁLISIS

La nueva cepa del coronavirus deja más claro que nunca que tenemos que actuar para eliminar el virus

Carteles que promueven el distanciamiento físico y el uso de mascarillas en las calles de Bogotá (Colombia). Foto: EFE/ Carlos Ortega

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Una montaña rusa de emociones. Probablemente esa sea la mejor descripción de las últimas semanas en el Reino Unido, con el gobierno oscilando desde el permiso para las ‘burbujas’ en Navidad hasta la cancelación total de las fiestas, y el virus generando una nueva variante semanas después de la aprobación de una vacuna eficaz. Hay quien argumenta que los virus mutan todo el tiempo y que no hay nada de qué preocuparse con la última variante. Otros dicen que es motivo de pánico. La verdad debe de estar en algún punto entre los dos.

La información sobre la nueva variante es escasa pero la lección de 2020 es que hay que anticiparse y hacer que se cumplan las medidas de precaución en vez de esperar a que se desarrollen los acontecimientos. En primavera, el gobierno retrasó un confinamiento que habría reducido la tasa de mortalidad y Reino Unido aprendió, por las malas, que antes que esperar y observar habría sido mejor evitar el desastre en gestación. Como dijo la primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, cuando ves un tren que va hacia ti a toda velocidad, ¿esperas a ver si te atropella o reaccionas rápidamente para evitar el choque?

Tres aspectos que preocupan

A los científicos les preocupan específicamente tres aspectos de la nueva variante. El primero: ¿se extiende más rápidamente, dificultando así su erradicación? Según el Grupo Asesor sobre Amenazas de Virus Respiratorios Nuevos y Emergentes (Nervtag, en sus siglas en inglés), la variante de la COVID-19 que parece haber surgido en el sudeste de Inglaterra es hasta un 70% más contagiosa. También preocupa que esta variante pueda contagiarse con mayor facilidad entre los niños, aunque no hay pruebas contundentes sobre eso. Hasta ahora, los niños más pequeños no han contagiado en la misma medida que los niños mayores y los adultos. Si su capacidad de contagiar a otros aumenta con esta variante, habrá que tomar un nuevo montón de decisiones sobre cómo reabrir los colegios, de forma segura, en el año que comienza.

Pero el hecho de que el virus se propague más rápidamente no tiene por qué significar que sea peor para la salud. Tampoco hay pruebas de una mayor tasa de hospitalización entre los que dan positivo. Además, los científicos son optimistas sobre la eficacia de las vacunas desarrolladas con esta variante, ahora que muchas personas se están preguntando si la nueva mutación podría eludir nuestra reacción inmune o representar un problema para esas vacunas. También es probable que con la tecnología ya disponible para producir vacunas exitosas contra la COVID-19, los científicos puedan adaptarlas para ajustarlas a los cambios de la variante.

Pese al miedo y a las dudas generadas con esta nueva situación, todavía hay razones para el optimismo. Pocos habían imaginado que para finales de 2020 ya tendríamos al menos tres vacunas eficaces y seguras contra la COVID-19. La vacuna de Pfizer se administra desde hace casi un mes en el Reino Unido; la de Moderna ya está siendo utilizada en Estados Unidos; y la de AstraZeneca no está muy lejos. Ahora tenemos las pruebas PCR, las pruebas rápidas que dan resultados en minutos, y las pruebas de anticuerpos, además de algunos tratamientos que han hecho que las tasas de supervivencia sean hoy mucho mejores que hace unos meses.

Sabemos que las vacunas pueden hacer que las personas contagiadas de la COVID-19 no desarrollen síntomas graves pero aún no sabemos si también evitarán que las personas vacunadas contagien a otras. Tampoco sabemos cuánto tiempo durará la protección de las vacunas ni si los gobiernos deberán programar campañas anuales de vacunación para toda la población, como ocurre con la gripe. Para generar la inmunidad de manada habrá que vacunar a un porcentaje de entre el 80% y el 90% de la población, una tarea gigantesca incluso en tiempos normales.

La culpa de esta nueva variante

El problema principal es que se trata de un virus al que le gusta saltar de una especie a otra. Lo hizo en Dinamarca, pasando de los humanos a los visones y viceversa. Cuanto más circula el virus, más probable es la aparición de mutaciones y variantes, lo que dificulta su erradicación. En parte, la culpa de esta nueva variante la tienen los que se oponían a las medidas de confinamiento con el argumento de que dejar que el virus corriera libremente entre los jóvenes, protegiendo a los vulnerables, permitiría la creación de esa inmunidad de grupo. Lo que no tuvieron en cuenta es que eso también favorecería el surgimiento de variantes. A menos que lo erradiquemos, lo más probable es que el virus mute aún más, lo que podría provocar segundos contagios o hacer que nuestras vacunas actuales pierdan su eficacia.

Una estrategia proactiva

Ahora está más claro que nunca por qué necesitamos una estrategia proactiva para erradicar por completo a la COVID-19. En muchas ocasiones el gobierno se ha retrasado y ha dudado, reaccionando ante los brotes en vez de tratando de evitarlos. Mientras el Reino Unido duda si suspender o no los viajes internacionales, las prohibiciones de vuelos impuestas por otros países europeos demuestran que ellos sí están perfectamente dispuestos a actuar para controlar la propagación de esta variante.

Ya no basta con aplanar la curva o con tratar a la COVID-19 como una gripe anual. Limitarse a eso agotará nuestros servicios sanitarios y devastará nuestra economía y nuestra sociedad. El modelo de convivir con el virus y permitir que se extienda entre la población ha fracasado. Incluso Suecia, que en otro momento fue elogiada por algunos como un modelo para evitar medidas drásticas, se ha visto paralizada por los brotes, se ha quedado sin camas de hospital y ha pedido ayuda a sus vecinos escandinavos.

¿Qué implica entonces esto para todos nosotros? Mientras los científicos siguen recogiendo la información y asesorando a los gobiernos sobre la mejor manera de actuar, cada uno de nosotros debería centrarse en cómo evitar contagiarnos y transmitir el virus a los demás. Tenemos que aprender maneras de vivir con restricciones y de una forma sostenible para los oscuros meses de invierno que nos quedan por delante. Es muy simple: evitar los lugares cerrados, mal ventilados y abarrotados; no entrar en la casa de otras personas; mantener las distancias; reunirse al aire libre; usar protección facial en el transporte público y en las tiendas; y pasarse de precavidos.

No escuchen a quienes dicen que la COVID-19 no es gran cosa o sugieren soluciones fáciles y remedios milagrosos. Que las directrices del gobierno permitan un comportamiento irresponsable, o que la aplicación de la ley sea laxa, no quiere decir que ese comportamiento sea seguro. En ausencia de un liderazgo fuerte y eficaz, se nos ha dejado a cada uno en una posición de responsabilidad individual: cuídense a sí mismos, a sus seres queridos y a su comunidad, y recuerden que las personas mayores y vulnerables corren mayores riesgo de morir pero que los jóvenes también pueden enfermar gravemente. Este no es el momento de jugar a la ruleta rusa con su salud.

La profesora Devi Sridhar es catedrática de Salud Pública Global en la Universidad de Edimburgo.

Traducido por Francisco de Zárate

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