Lejos de pacificar, el fallo de la ONU sobre el Mar del Sur de China puede reavivar los conflictos
Cuando el gobierno filipino presentó su caso ante la Corte Permanente de Arbitraje (CPA) de la ONU, con sede en La Haya, esperaba encontrar una solución pacífica e internacionalmente aceptable para la antigua disputa marítima con China, su vecino más poderoso. Pero el fallo de este martes, en gran medida a favor de Manila y contra el pedido de Pekín de tener el control absoluto en grandes porciones del Mar del Sur de China, tal vez logre todo lo contrario avivando la tensión en la zona, incorporando a EEUU y a Japón al conflicto, y aumentando el riesgo de un enfrentamiento armado.
El posible desencadenante de una escalada bélica es la negativa de Pekín a aceptar la autoridad y jurisdicción de la corte de la ONU, así como su rechazo instantáneo a la sentencia de la CPA, pese a que China es miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU y uno de los países firmantes de la Convención de los Derechos del Mar de la ONU, supervisada por La Haya.
El intento de Pekín de elegir según su conveniencia qué tratados y normas respetar representa un desafío importante al derecho internacional y al funcionamiento de las Naciones Unidas, dos instituciones que China, en teoría, defiende. Aunque los partidarios de Pekín seguramente dirán que simplemente está siguiendo el ejemplo de Estados Unidos.
Ya hace varios meses que los funcionarios y medios de comunicación chinos se anticiparon al fallo. Se refirieron a él en tono despreciativo y dijeron que los procedimientos legales de la CPA eran nulos de pleno derecho. Todo apunta a que está naciendo una nueva y perturbadora doctrina del excepcionalismo chino, bajo la férrea tutela de su autoritario presidente, Xi Jinping. La ironía es obvia para Estados Unidos, que en el siglo XX también justificó su expansión global basándose en el excepcionalismo y ahora debe sufrir las consecuencias de esa doctrina.
El dinero y la propaganda
La construcción de islas que hizo China por todo el Mar del Sur de China ha sido completa, inclemente, veloz y descarada. Ni siquiera se han molestado en ocultar sus planes concretos de construir bases navales, de aviones y de misiles en los nuevos territorios.
A la vez y para enfrentar las posibles críticas, Pekín ha ejercido activamente su poder blando. Una muestra ha sido su voluntad de convertirse en el gran prestamista e inversor de varios países en desarrollo. Así como su presentación de documentos antiguos, supuestamente auténticos, para respaldar sus dudosos reclamos. Un comportamiento digno de un subastador deshonesto que intenta hacer pasar una pintura falsa por una obra maestra.
Incluso antes de conocerse el fallo, el aparato de propaganda de China rechazó de forma muy notoria la decisión de la Corte. Su intensa campaña para conseguir el apoyo diplomático de lugares tan distantes como Lesoto y Palestina antes de la sentencia demuestra que Pekín es plenamente consciente de que su intento de anexar gran parte del Mar del Sur de China tiene, en los hechos, poca justificación histórica, legal o moral. En términos generales, cuanto más fuerte se hace escuchar un Gobierno, más grandes son las mentiras que dice.
Bajo el liderazgo disidente del recientemente elegido presidente Rodrigo Duterte, Filipinas parece ser la primera nación en la línea de fuego de China, ansiosa por dar rienda suelta a su profundo descontento. Antes de presentar su caso en 2013, Manila reflexionó larga y profundamente sobre las consecuencias negativas que podría tener un desafío a la autoridad de su poderoso vecino.
Una zona en constante disputa
La provocadora campaña china para impedir que los barcos filipinos ingresaran al atolón de Scarborough, generalmente considerado dentro de la zona económica exclusiva de Filipinas, así como su falta de seriedad a la hora de encontrar una solución diplomática a través de las charlas bilaterales, hicieron que Benigno Aquino, el antecesor de Duterte, no tuviera más salida que buscar resarcimiento, al precio que fuera.
Manila se convirtió así en la abanderada no oficial de otros Estados de la región, como Vietnam, Singapur, Indonesia y Malasia. Todos ellos le disputan a China la denominada “línea de los nueve puntos”, que abarca el 90% de la producción de pescado del Mar del Sur de China, rutas marítimas estratégicas y recursos energéticos sin explotar.
A medida que la disputa se intensificaba, estos países, junto a Japón y a Taiwán, estuvieron constantemente reforzando la relación de sus ejércitos con el de Estados Unidos. Antes del fallo de La Haya, Washington envió una poderosa fuerza naval a la zona y estableció patrullas en la zona para mantener la libertad de navegación en el área que EEUU y el resto de países consideran aguas internacionales.
Por todo ello, tal vez Filipinas no sea el foco principal de la cólera de China, que podría ignorar sus protestas sin mayor problema, sino EEUU, la superpotencia militar que agrupa a las naciones de la región en una posible coalición anti-China. Los medios chinos ya se han quejado de una conspiración liderada por los estadounidenses. De Xi para abajo, todos los funcionarios han dejado en claro su oscura determinación de defender lo que ellos definen como un territorio de soberanía china. Si es necesario, con el empleo de la fuerza.
Un retroceso de Xi es posible, incluso a riesgo de quedar mal parado. Como anfitrión del próximo G20 en septiembre, el presidente de China tal vez elija no seguir enardeciendo a la opinión internacional. Pero también es posible que elija hundirse o nadar, por ejemplo, aumentando la presencia militar con aeronaves de combate sobrevolando las islas artificiales construidas por su gobierno o declarando de forma unilateral zonas de exclusión marítima y aérea.
El sinfín de problemas domésticos que enfrenta Xi, originados en el retroceso de la economía y en el creciente descontento público por la incompetencia y corrupción del Partido Comunista, tal vez lo lleven a generar algún tipo de emergencia nacional falsa. Exagerar una amenaza externa podría afirmar su poder en casa. Los riesgos inherentes de una decisión así, tanto por tierra como por mar, son demasiado obvios.
Traducción de Francisco de Zárate