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“Socialismo” ya no es una palabrota en Estados Unidos

En 1988, el actor estadounidense Warren Beatty produjo, dirigió y protagonizó Bulworth, una película en la que fabulaba sobre la posibilidad de que un senador demócrata deje de seguir las reglas del juego y decida darse un atracón de verdades que para cualquier otro candidato de ese partido implicarían un suicidio electoral. Llega incluso a mencionar la palabra socialismo.

“La palabra socialismo equivale, en Estados Unidos, a decir hijo de puta”, me explicaba Beatty con una risa, durante una cena en su casa de Los Ángeles poco después del estreno, y le daba contexto a tan dura afirmación: “Tenemos esta economía supuestamente próspera que ha dejado atrás a la mayoría y mientras las diferencias entre ricos y pobres aumentan, sólo tenemos un partido—el del dinero, formado por Republicanos y Demócratas”.

Ante la sugerencia de que esa frase sonaba a socialismo, Beatty renunció a ella sin problemas. “Me interesa un gobierno que cuide a quienes necesiten cuidados”, dijo. “La ideología parece pasada de moda, ¿por qué no aprovecharse de eso y dejar de identificarse con un término tan problemático?”.

Ahora, varias décadas más tarde, las cosas han cambiado y los estudios de opinión no se ponen de acuerdo a la hora de evaluar cómo se sienten los estadounidenses ante el socialismo. En mayo, Gallup descubrió que el 43% cree que alguna forma de socialismo podría venirle bien al país, elevando esa opción política en un empate técnico con la defendida por el presidente Trump, cuya aprobación roza el 42%. El término socialismo es más popular entre las personas jóvenes y no blancas.

Pero hay matices. El barómetro Harris, publicado dos semanas antes, señalaba que sólo un 24% se mostraba dispuesto a votar por un candidato socialista. Una encuesta del canal NBC mostraba que el término “socialista” era el rasgo menos atractivo de entre los buscados por los votantes en una elección presidencial, dejando atrás con diferencia a otros como “alguien de más de 75 años” o “un musulmán”. El barómetro Harris de marzo sugería que la mitad de los menores de 40 años “preferiría vivir en un país socialista”. Tres cuartas partes de los demócratas creen que el país “iría mejor” si fuera más socialista.

El problema es que no hay acuerdo a la hora de definir “socialista”. “Yo se lo he trasladado así a la gente: No deberías tener que elegir entre un medicamento o hacer la compra”, mantiene Sarah Innamorato, socialista y congresista en la Cámara de Representantes del estado de Pensilvania, que derrotó a un candidato que llevaba cinco mandatos en el cargo, tres de ellos sin contrincante. “Si trabajas a jornada completa, te mereces poder mantenerte junto a tu familia con ese salario. Y cuando sales a la calle te mereces respirar aire limpio o abrir el grifo y que el agua sea potable. Nada va a cambiar a menos que cambiemos a nuestros representantes y el modo en que funciona nuestro gobierno”, añade.

En cierta medida, y no se trata de una tendencia nueva, el modo en que uno ve el socialismo dice mucho de lo que se siente sobre el capitalismo. Cuando el presidente Barack Obama buscaba su reelección, las encuestas se dieron cuenta de que la retórica tradicional, con sus referencias a una vida de progreso incuestionable y movilidad social ascendente, no impactaba en los electores.

En los últimos 40 años se han estancado los salarios mientras la matrícula y costes universitarios, por ejemplo, han subido sin parar. Poco a poco, los seguros médicos han ido desbordando las economías familiares.

Joel Benenson, uno de los responsables de esas encuestas, le dijo al Washington Post que “las referencias al sueño americano ya no sonaban igual” y que “algunos de los símbolos de haber logrado el sueño americano comienzan a verse como cargas: la casa y la hipoteca son caras, dos coches o enviar a tu hijo a la Universidad implica más deuda. Asumirla comienza a percibirse con ambivalencia. No están seguros de que merezca la pena ir a la Universidad”.

En un ámbito más local, la ciudadanía también asume esa tendencia a aceptar el término “socialismo” en respuesta a una democracia cada vez más esclerótica, lastrada por el nepotismo, la corrupción y la exclusión de ciertos colectivos. En su circunscripción en el sureste de Pensilvania, Innamorata ganó a Dom Costa, representante de una familia que había dominado la política local durante muchos años. Paul Costa, otro de sus miembros,fue derrotado también por otra candidata socialista, una mujer afroamericana, Summer Lee. Un tercer miembro de la familia, Ronald Costa,fue vencido hace un año por otro candidato socialista, Mikhail Pappas, en la elección a juez de distrito.

En Chicago está sucediendo lo mismo. Seis candidatos apoyados por organizaciones socialistas han ganado concejalías en el gobierno municipal, siguiendo la lógica de terminar con la élite corrupta.

El distrito número 33 de Chicago, por ejemplo, ha estado en manos de la familia de Deborah Mell desde hace 44 años. Su padre, Dick Mell, suegro del exgobernador de Illinois, Rod Blagojevich, en la cárcel por delitos relacionados con la corrupción y la extorsión, estuvo en el cargo desde 1975. Cuando Mell se retiró en 2013, el alcalde Rahm Emmanuel nombró a su hija para sucederle, pero cuando llegó el momento de la ratificación en las urnas, perdió ante Rosana Rodriguez-Sanchez, otra socialista. Y no ha sido la última: Andre Vasquez venció a Patrick O'Connor, representante durante 36 años seguidos y miembro del grupo de concejales blancos que asumió como santo y seña el bloqueo a las propuestas de Harold Washington, el primer alcalde afroamericano de la ciudad. Los tres antecesores de Jeanette Taylor, militante también de los Democratic Socailists of America, han sido juzgados por corrupción.

Parece ser que ahí, en la política local, es donde se produce la intersección entre la izquierda y el activismo de base. En la primera reunión de distrito de Rodriguez-Sanchez, acudieron más de 60 personas y llenaron la sala, demasiado pequeña para el encuentro. Tras unas pocas palabras, su representante los invitó a acercarse con los temas que deseaban situar en la agenda. Rodriguez-Sanchez ganó su puesto frente a Deborah Mell por 13 votos. Cada persona, cada militante, cada esfuerzo cuentan en la pelea electoral.

La organización de socialistas democráticos ha jugado un papel importante en todo esto, según explica el activista local Sandy Gutstein. Pero no sólo ellos, también contribuyeron otros grupos en defensa de los derechos de los migrantes o contra el racismo: “Se nos acercó mucha gente que no había estado implicada en política antes y creo que eso es lo que les atrajo hacia la campaña”, cuenta Gutstein.

Al inicio de su mandato, Jeanette Taylor debió escoger un superintendente del distrito, un puesto remunerado que evalúa si los ciudadanos reciben los servicios a los que tienen derecho. Son habituales los nombramientos a dedo. Taylor decidió que se votase. “Que decida la comunidad”, explicó. “Todo lo que suceda aquí tiene que pasar porque lo decidan quienes viven aquí. Se presentaron tres personas para el puesto. Escuchamos sus presentaciones. Se les pidió abandonar la sala. Debatimos y la gente votó”.

Según Gallup, es más probable que los estadounidenses vinculen socialismo con “igualdad” que con “propiedad gubernamental o control” como sucedía durante la década de los cuarenta. “No creo que sea ya por antagonismo de clase”, opina Jesse Starkey, líder del Sindicato de Maestros de Chicago. “Es por un capitalismo humano, para que la sociedad tenga control sobre las peores manifestaciones del capitalismo como [lo que sucede con] la asistencia sanitaria y las pensiones”.

La consecuencia de todo esto es una cierta normalización política. Ya nadie entiende “socialista” como insulto. Ahora se pregunta sobre el tema en las encuestas y la palabra comienza a encontrar eco en la sociedad.

Carlos Ramirez-Rosa es concejal en Chicago desde 2015. Cuando se presentó, hace cuatro años, “coqueteaba con la idea de hacerlo abiertamente como socialista democrático” pero al final decidió que aún no era el momento. “Un buen número de personas me dijo que me presentara pero que no lo hiciera con el grupo socialista: eres tú quien tiene que salir a ondear una bandera roja mientras ellos, que te empujan a hacerlo, se echan a un lado”, explica.

Ramirez-Rosa ya no piensa igual. A principios de 2019 renovó su cargo y lo hizo como socialista democrático. Atribuye la modificación de su punto de vista a Bernie Sanders, el candidato miembro de los Socialistas Democráticos de EEUU que puso contra las cuerdas a la campaña de Hillary Clinton por la nominación demócrata para las elecciones de 2016 y tratará de nuevo de ser el candidato del partido para las elecciones de 2020. “Ver cómo hablaba tan abiertamente de ser socialista democrático, sin evitar la etiqueta, sino apoyándose en ella” fue, en sus propias palabras, lo que materializó el giro a la izquierda de Ramirez-Rosa.

“Una vez involucrado en la campaña no me sorprende que tengamos seis socialistas democráticos en el Ayuntamiento. Cuando miro atrás y me pongo a mí mismo en el lugar del que partí en 2015, me digo 'Guau, es tremendo'”, cuenta Ramírez-Rosa.

Rick Perlstein, escritor residente en Chicago con obras sobre el ascenso de la derecha en EEUU desde el movimiento por los derechos civiles en los sesenta, cree que parte de la atracción hacia el socialismo nace cuando los republicanos lo utilizaron de manera despectiva contra Barack Obama durante la crisis económica. “En mi opinión, mucha gente sintió lo siguiente: Si eso es socialismo, no puede ser tan malo”.

Perlstein explicaba esto en un bar repleto de gente en Chicago, mientras los más jóvenes bailaban y las personas de más edad aplaudían y jaleaban la actuación de Daniel Kahn and the Painted Bird sobre gentrificación, masculinidad tóxica y desigualdad económica. En un discurso que baila del yiddish al inglés, Kahn parte de la tradición izquierdista judía previa a la Segunda Guerra Mundial y adapta algunas de sus canciones.

La actuación, organizada por Yivo, promueve la historia cultural del judaísmo asquenazi llegado a Chicago desde el Este de Europa y Rusia. Kate Underhill, una de las organizadoras explica, además, que ofrecen “una alternativa a la identidad sionista” que no implica “un rechazo total de la misma, pero trata de avanzar más allá de dos de los pilares de la identidad judía –el sionismo y el holocausto– al remitirse a la tradición cultural de entreguerras”.

Shtumer Alef, una banda de punk yiddish que actúa con Kahn, calentó al auditorio pidiéndoles cantar en Yiddish: “Acordaos de siempre partirles la cara a los Nazis”.

Lorrie, la vocalista, explica que “Trump lo ha politizado todo” mientras sale a echarse un cigarro: “La gente habla de política todo el tiempo, pero la élite dirigente del partido Demócrata sigue sin ofrecer respuestas. Por eso le tienen tanto miedo a Alexandria Ocasio-Cortez. Ofrece un símbolo poderoso, muestra que se pueden hacer las cosas de otro modo”.