¿Qué pasará en EEUU? Trump es demasiado viejo e incitó a un golpe; Biden es demasiado viejo y confunde los nombres
En Estados Unidos uno de los posibles candidatos a la presidencia pronuncia discursos farragosos de una hora de duración en los que explica que va a ser un dictador, pero toda la conversación gira en torno a si el otro candidato ha perdido la cabeza.
Nuestro asunto de hoy es el presidente, Joe Biden, que convocó una improvisada rueda de prensa el jueves por la noche en la que insistió acaloradamente en que su memoria estaba bien. La ocasión era la publicación de un informe del Departamento de Justicia que exculpaba a Biden de cargos penales por su gestión de material altamente clasificado. La investigación, de un año de duración, fue llevada a cabo por el fiscal especial Robert Hur, que casualmente es un republicano reconocido, y cuyo informe menciona específicamente la memoria “significativamente limitada” del presidente.
Hur dice que parte de la razón por la que no presentó cargos fue que “en el juicio, el señor Biden probablemente se presentaría ante un jurado, como lo hizo durante nuestra entrevista con él, como un hombre simpático, bien intencionado, de edad avanzada y con mala memoria”. Oh, vaya. Un verdadero regalo para la línea de ataque de Donald Trump, y la confirmación de mi convicción de siempre de que la falsa simpatía es mucho más mortal que un ataque abierto.
Biden casi había abandonado el escenario anoche cuando volvió al podio para responder a una pregunta sobre el conflicto entre Israel y Gaza, en la que lamentablemente se refirió al líder egipcio Abdel Fattah el-Sisi como “el presidente mexicano”. Por un lado, esto ocurría justo en el momento en que insistía en que su memoria era excelente. Es una verdad universalmente reconocida que las personas que corrigen la gramática o la ortografía de otra persona normalmente cometen involuntariamente algún error propio en el proceso... Es la maldición de los pedantes.
Por otro lado... vaya. Según las encuestas, la edad y los fallos cognitivos de Biden son su mayor vulnerabilidad ante los votantes. En cuanto a su probable oponente, para mi diagnóstico de sillón, lo más aterrador de Donald Trump es que está completamente cuerdo (a no ser que se cuente el narcisismo avanzado, que supongo que hay que hacerlo hoy en día). Pero Trump es apenas tres años más joven que Biden, a menudo camina tambaleándose y él mismo confundió hace poco a Nikki Haley con Nancy Pelosi. Entonces, ¿es justo que uno se enfrente a un escrutinio infinitamente mayor que el otro?
Por desgracia, la imparcialidad no es una de las notas básicas de la vida política. Me temo que podríamos estar ante la teoría política de las vibraciones, que sostiene que la forma en que se presenta un político, basada en los sentimientos, es más importante que trivialidades como los hechos o su historial. Yo no hago las reglas. Pero durante la primera contienda por el liderazgo conservador de 2022 en el Reino Unido, la conservadora Liz Truss se presentó como más pro Brexit ante las bases del partido que el izquierdista Rishi Sunak. ¿Por qué? Vibraciones. Sólo... vibraciones.
Las vibraciones sobre la edad de Biden no son buenas. Sí, ha liderado la excepcional e internacionalmente envidiada recuperación económica de su país tras la pandemia, así que la gran parte racional de mí juzga eso injusto. Pero otra parte de mí, quizá la irracional, ya no puede ver ningún discurso o alocución de Biden sin imaginarse a sus ayudantes también observando entre bastidores, consumiendo cortisol, con cada fibra de sus seres en tensión deseando que supere la frase sin cometer ningún error no forzado, y que luego salga del escenario sin intentar utilizar una bandera como puerta.
Estoy segura de que esto es pura fantasía y de que los únicos niveles de cortisol que están por las nubes son los míos. Sin embargo: vibraciones. No se puede luchar contra ellas. Recuerdo que tenía el corazón en un puño durante la antedicha contienda por el liderazgo tory cuando la favorita, Truss, salió por el camino equivocado del escenario tras el arranque de su campaña.
¿Pensé que Liz Truss literalmente no era capaz de encontrar el camino fuera del escenario? Por supuesto que no. Racionalmente, sabía que se trataba de un error tonto, de esos que todos cometemos a diario. Al mismo tiempo, la mitad irracional de mí sintió el satisfactorio clic de la llave correcta girando en la cerradura. Sabía que Liz Truss, metafóricamente, ni siquiera era capaz de encontrar la salida de un escenario. Había una especie de verdad psicológica inefable en todo ello que era mucho más poderosa que los hechos.
El poder de las vibraciones
Como alguien que cree que el probable candidato republicano es horrible y abrumadoramente peor, me temo que Joe Biden se está preparando para unas elecciones agotadoras precisamente con esta desventaja basada en las vibraciones. Tanto él como Trump se encuentran en la etapa de la vida en la que la gente corriente y sensata encuentra la fuerza para dirigirse a sus familias y preguntarles: sinceramente, ¿debería seguir conduciendo? Sin embargo, el gran poder de Trump es desafiar la racionalidad, como un oscuro señor de las vibraciones. Posee una capacidad hipnotizadora para hacer que todo parezca estar en sus manos, y por eso ahora todos vemos las noticias sobre los cargos judiciales que se le imputan y pensamos: “Oh, esto le vendrá bien”. ¿Lo hará? Y si es así, ¿por qué? Quién sabe realmente, pero las vibraciones lo dicen.
Después de la última vez que hablé de la gerontocracia en estas páginas, The Guardian publicó tres cartas de lectores masculinos mayores bajo el titular “¿Qué tiene que ver la edad, Marina Hyde?”. Se mencionaba el edadismo, y uno de ellos daba detalles de cómo pasaba sus días, como argumento contra lo que podríamos haber llamado amablemente mi propio argumento sobre cuándo los grandes bateadores deberían abandonar el escenario profesional. A nadie le gusta más que a mí recibir una buena reprimenda en la página de cartas, y los tres hombres fueron muy amables con el resto de mi trabajo. Gracias.
No obstante. A riesgo de atraer más correspondencia, creo que todavía tengo que mantener la postura de que ser presidente de los Estados Unidos no es lo mismo que “escribir, enseñar y ser voluntario en una residencia”, y es un trabajo para un hombre más joven que Biden y Trump. No una mujer más joven, por supuesto –eso sería una auténtica locura en el sentido clínico más estricto del término–. Pero más joven que 86 años al concluir el cargo. Así que termino esta columna con un reto: si algún lector de este periódico es capaz de llegar al final de la larga campaña electoral estadounidense y piensa que ha mostrado una democracia vibrante, sana y vivaz, entonces le insto a que escriba el 6 de noviembre y sugiera la jubilación obligatoria para mí.
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