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Un plan urbanístico israelí amenaza una histórica aldea símbolo de la expulsión de palestinos tras la guerra de 1948

Stefanie Glinski

Jerusalén —
1 de agosto de 2021 21:25 h

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La histórica aldea palestina de Lifta se sitúa en una tranquila ladera a pocos minutos del bullicioso centro moderno de Jerusalén. Quedó deshabitada cuando sus habitantes huyeron durante la guerra de 1948 y desde entonces ha permanecido intacta, congelada en el tiempo.

Sin embargo, en la actualidad, sus casas de piedra caliza con cúpulas y ventanas arqueadas, construidas durante los primeros años del Imperio Otomano y que se asientan sobre ruinas aún más antiguas que se remontan a la Edad de Hierro, corren el riesgo de ser demolidas para dar paso a un lujoso complejo de villas, hoteles y tiendas.

En una iniciativa conjunta israelí y palestina, los activistas se preparan para una batalla legal con el objetivo de intentar salvar la aldea, que se erige como un recuerdo de las expulsiones de palestinos de Jerusalén Occidental en 1948.

La autoridad territorial israelí anunció en mayo que tenía previsto convocar un concurso para la reurbanización de Lifta. Un tribunal ya paralizó un proyecto similar en 2012, cuando dictaminó que debía realizarse un estudio detallado de la historia y la arqueología del lugar antes de que pudieran comenzar las obras de construcción.

Los planes para la licitación se dieron a conocer durante el Día de Jerusalén de este año, fiesta que conmemora el establecimiento del control israelí sobre la Ciudad Vieja. Muchos palestinos, que creen que cualquier nuevo desarrollo borraría la historia de la zona, consideraron la medida como algo político y Lifta se convirtió rápidamente en un elemento de discordia.

Lifta está actualmente en la lista de candidatos de la UNESCO, lo que significa que podría convertirse en patrimonio de la humanidad. Los proyectos en torno a la aldea han dividido incluso a las autoridades israelíes, porque ha sido durante mucho tiempo un destino de excursión para miles de residentes de Jerusalén.

Un portavoz del Ayuntamiento de Jerusalén dijo la semana pasada: “No hemos sido informados de la publicación de esta licitación y no la hemos aprobado. El alcalde de Jerusalén había pedido a todas las autoridades competentes que reconsideraran el plan de urbanización”.

La autoridad del suelo ha indicado que había publicado licitaciones para vivienda, empleo y turismo “de acuerdo con la disponibilidad de suelo y la aprobación reglamentaria de los planes”. Aunque es inusual, legalmente se puede proceder a la licitación sin la aprobación del Ayuntamiento.

Como parte de su impulso al desarrollo urbanístico, la autoridad del suelo encargó a la autoridad de antigüedades, un organismo gubernamental independiente, la realización de un estudio completo de la zona. El estudio se completó en 2016, pero no se hizo público hasta este mes de mayo.

“Según ese estudio, no puede haber un proyecto nuevo de urbanización de Lifta”, indica el arquitecto palestino-británico Antoine Raffoul. “El manantial natural de la aldea se menciona incluso en la Biblia y ya existía un asentamiento en la zona en la Edad de Hierro. Se ha desarrollado a lo largo de miles de años y merece ser preservada. Estamos librando una guerra cultural”.

Los habitantes de Jerusalén han descrito Lifta como un museo al aire libre, con 77 edificios aún en pie. En su apogeo, era el hogar de más de 2.500 personas. Tenía huertos, varias prensas de aceitunas, dos cafeterías, una mezquita y un lagar.

Desde 1948 más de 200 edificios han quedado en ruinas. La mayoría de los residentes huyeron a la vecina Jordania o a otras ciudades palestinas de Cisjordania.

“Los habitantes de Lifta solían reunirse cerca del manantial por las tardes, contando historias, bebiendo café, incluso bailando juntos. Compartíamos la felicidad y, cuando uno de los aldeanos moría, también compartíamos la tristeza. La aldea estaba viva”, explica Yacoub Odeh, un exresidente de 81 años que nació en Lifta.

“Es una situación que me resulta dolorosa. Cuando nos expulsaron, los habitantes de la aldea se dispersaron en todas direcciones. Perdimos la pista de nuestros vecinos, de nuestra comunidad”, lamenta mientras permanece en silencio cerca de las ruinas de lo que fue su hogar.

Odeh, que vive en un barrio de Jerusalén, ha explicado que espera que la aldea sea declarada patrimonio de la humanidad. La visita varias veces a la semana, subiendo a la colina en su maltrecho coche.

Daphna Golan-Agnon, profesora de derechos humanos de la Universidad Hebrea y activista del movimiento de conservación de Lifta, subraya que el estudio de la autoridad de antigüedades –que ha tenido en cuenta la arqueología, la historia, la arquitectura, la vida silvestre y la ecología– muestra claramente que el lugar debe ser preservado.

“Es sorprendente que, tras más de 70 años de abandono, la aldea siga en pie de forma tan bella, incluso cuando los tejados de muchas de las casas se han hundido. Pedimos que se apuntalen los edificios [para evitar un mayor deterioro] y estamos dispuestos a ayudar a recaudar fondos si el coste es un problema”, dice.

En la actualidad, el antiguo emplazamiento se utiliza sobre todo como espacio de ocio para judíos y palestinos, con niños que nadan en la piscina del manantial, mujeres mayores que recogen frutos de cactus y adolescentes que fuman cigarrillos a la sombra de los árboles.

Tamar Maor, de 92 años, era uno de los pocos residentes judíos de la aldea en 1948. Describe las relaciones entre “las familias árabes” y la suya como “excelentes”.

“Recuerdo el día que nos fuimos”, señala. “Tres o cuatro hombres vestidos de caqui llamaron a nuestra puerta y le dijeron a mi madre que teníamos que irnos. También llamaron a la puerta de nuestro vecino árabe. Lloramos, nos abrazamos y seguimos llorando, pero nos prometimos que volveríamos. Nos fuimos todos al día siguiente”. La familia de Maor volvió temporalmente, pero se encontró con que la mayoría de las casas estaban demasiado deterioradas, sus amigos árabes ya no estaban y su pueblo ya no era habitable.

Décadas más tarde, muchas de las casas de Lifta tienen una pequeña bandera palestina pintada en el interior de los marcos de sus puertas y una única declaración, o deseo, inscrita debajo en árabe: “Volveremos”.

Traducido por Emma Reverter