“Me siento como si el país me odiara”, me cuenta una estudiante rumana, y añade que le da miedo salir de casa. Antes de que me acusen de legitimar el alarmismo, la tranquilicé diciéndole lo contrario. Pero esta es solo una anécdota que debería molestarnos y al mismo tiempo avergonzarnos.
A unos tres millones de personas –europeos que ayudan a que este país siga funcionando–, el resultado del referéndum sobre la UE les ha dejado sintiendo miedo e inseguridad. No es un ataque contra los que votaron por el Brexit, entre los que hubo mucha gente de clase trabajadora que se sentía ignorada y ridiculizada y con reclamos que nuestra élite política lleva mucho tiempo sin atender. Pero con la retórica de la campaña oficial del Brexit –que hizo énfasis en que la inmigración desde Europa es un problema–, la sensación de legitimidad que los xenófobos y racistas creen tener ahora y la falta de garantías que tienen los migrantes europeos, ¿cómo te sentirías?
Que actualmente haya un debate político sobre si deportar a los migrantes europeos es un asunto de vergüenza nacional. A la gente que ha venido aquí –al igual que muchos británicos han ido en masa a otros países europeos–, ha trabajado, ha pagado impuestos, se ha asentado con sus familias y ha contribuido a la sociedad, ahora le dicen que les podrían poner de patitas en la calle. El gobierno se ha negado a dar garantías a los nacionales de la UE que ya viven aquí, diciendo que dependerá de las negociaciones, convirtiendo en la práctica a seres humanos y su seguridad futura en moneda de cambio.
Y no son solo los ciudadanos europeos que viven entre nosotros quienes se han visto sumergidos en la inseguridad: ¿qué hay de los cientos de miles de británicos que viven en la tranquilidad soleada de España? Incluso si el Parlamento decide rápido descartar las deportaciones, el daño está hecho. Han dejado a la gente sintiendo que no son bienvenidos, que solo los aceptan a regañadientes en un lugar que convirtieron en su hogar. Qué desagradables debemos parecer a ojos del mundo exterior.
De hecho, cuando hablé con la estudiante rumana, fue difícil no recordar el feo episodio en el que Nigel Farage afirmó que le preocuparía que una familia de rumanos se mudara al lado de su casa. En aquel momento, pareció un nuevo mínimo en el debate político británico. Luego llegó la campaña oficial del Brexit, a la que no le faltó tiempo para mostrar a los migrantes de la UE –así como a los ciudadanos turcos, basándose en la afirmación falsa de que Turquía entrará inmediatamente en la UE– como potenciales violadores, asesinos y delincuentes.
Millones de personas que votaron por la salida de Europa no ven así a los migrantes de la Unión. Pero, por esta retórica, los xenófobos y racistas ahora creen que tienen un mandato. Los delitos de odio denunciados en Londres están aumentando: no han llegado a su techo después del referéndum. La Policía londinense ha informado de un aumento del 50% en los delitos de odio en comparación con la semana anterior. Las redes sociales están llenas de denuncias de odio en la calle. Como apunta Media Diversified, los racistas no están teniendo respuesta y se les están dando tribunas como en la BBC, lo cual no puede ser más que una fuente de intimidación para millones de personas.
No importa qué votaste en el referéndum. La inseguridad y el miedo que muchos sienten ahora entre nosotros es una fuente de bochorno nacional. Estamos todos sin duda obligados a desafiar ese miedo y ese fanatismo y mostrar solidaridad con quienes se sienten amenazados. El veredicto de la historia sobre nosotros si no lo hacemos será condenatorio, como poco.
Traducción de Jaime Sevilla Lorenzo