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El primer objetor de conciencia israelí encarcelado en la guerra de Gaza: “Más muertes no devolverán las vidas perdidas”

Tal Mitnick, de 18 años, durante una entrevista en Tel Aviv a finales del pasado octubre.

Michael Segalov

19 de febrero de 2024 22:40 h

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En su primera mañana en una prisión militar israelí, a Tal Mitnick le ordenaron entrar en una pequeña aula. En las paredes había pegadas varias citas célebres. Una le llamó la atención: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”. Esa afirmación iba acompañada de un nombre: Nelson Mandela.

“Casi me parto de la risa”, dice el joven de 18 años, en una conversación por Zoom desde el dormitorio de su casa familiar en Tel Aviv después de haber sido dejado en libertad temporalmente el pasado mes de enero. “¿Un Ejército que defiende el apartheid poniendo eso en una pared, mientras Sudáfrica ha presentado una demanda por genocidio contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia?”, se pregunta. “Señalé lo ridículo que era que esa cita estuviera allí. Ningún otro preso me dio la razón. Me di cuenta de lo solo que estaba”.

A finales de diciembre, Mitnick se negó a cumplir el servicio militar obligatorio y alistarse en las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). Como consecuencia, un tribunal militar lo condenó a 30 días de prisión preventiva, convirtiéndose en el primer objetor de conciencia encarcelado en Israel desde los ataques transfronterizos de Hamás del 7 de octubre y el comienzo de la guerra en Gaza. Habló con The Guardian un día después de su puesta en libertad, pero esa libertad no duró mucho.

“Ya tengo la orden de reclutamiento del Ejército para el martes por la mañana. De nuevo, iré a la base militar y les diré que me niego a servir. De nuevo, me enviarán a la cárcel”. Así fue. El martes 23 de enero, Mitnick fue condenado a otros 30 días de cárcel, que está aún cumpliendo.

No existe una norma que establezca la duración de este ciclo. A menudo, los que se niegan a cumplir el servicio militar obligatorio pasan periodos de 100 días o más en la cárcel, tras los cuales las FDI llegan a la conclusión de que no son aptos para servir en en Ejército.

“Una acción militar no arregla nada”

La última fecha de alistamiento de Mitnick era el 26 de diciembre de 2023. “Debía alistarme ese día, sí, pero también muchos otros. Mis compañeros estaban allí, con sus madres, padres y hermanos también, todos sabiendo que estaban enviando a sus hijos a jugarse la vida”, relata. Contó a otros centenares reclutas. “¿Ver a otra persona presente, en este caso yo, negándose a hacer lo mismo? Eso crea encontronazos. Muchos me ignoraban y seguían caminando, o decían sólo unas palabras al pasar. Nos llamaban traidores, decían que debería haber sido yo quien estuviera en Be'eri”, uno de los kibutz asaltados por los milicianos de Hamás el 7 de octubre.

Mesarvot –una red de apoyo a los llamados refuseniks– había organizado una pequeña protesta para mostrar su apoyo a Mitnick ante la base militar de Tel HaShomer, a la que acudió para su reclutamiento. Sus amigos y familiares también se mostraron más comprensivos. “Saben que lo que quiero es ser moderado, no violento y pacífico, aunque mi punto de vista no sea el más habitual en Israel”, admite el joven.

Mitnick cuenta que desde hace muchos años sabía que se negaría a hacer el servicio militar cuando le llegara el momento. Mientras estudiaba matemáticas e informática en el colegio, un profesor le sugirió que sus aptitudes naturales encajarían con un papel en una unidad de Inteligencia de élite. “Así que lo investigué más a fondo. Me enteré de que las unidades de Inteligencia chantajean a los palestinos LGTBIQ+ y a las personas que necesitan tratamiento médico en Israel para que se conviertan en informantes. Empecé a ver cómo el sistema se basa en la opresión. Cuando me di cuenta, supe que no sólo tenía que negarme, sino también trabajar en contra” de ese sistema.

Los atentados de Hamás del 7 de octubre y la posterior ofensiva israelí contra Gaza no han hecho más que confirmar su decisión. “Israel ya ha perdido esta guerra”, opina. “Más muertes y más violencia no devolverán las vidas perdidas el 7 de octubre. Sé que hay gente herida. Traumatizada. Pero una acción militar no arregla nada”. Para erradicar las ideas extremistas de la sociedad palestina, debemos erradicarlas en Israel“ también, afirma.

Y así, una vez dentro de la base militar en diciembre, Mitnick presentó al oficial de reclutamiento su documento de identidad. “Dije: 'No, no voy a hacer el servicio militar'. Me gritaron, me dijeron que no tenía elección. Tuve que defenderme”. Fue enviado de comandante en comandante. “A cada uno de ellos le dije lo mismo: creo que no hay solución militar a este conflicto. Soy pacifista”.

Para los que se niegan por primera vez, la sanción estándar es de siete a diez días de cárcel. El 26 de diciembre, Mitnick fue condenado a pasar 30 días en una prisión a las afueras de la ciudad de Kfar Yona. “No me considero un héroe ni nada por el estilo, mientras se masacra a gente todos los días en Gaza”, afirma. “Y quiero subrayar que no soy en absoluto el único. Hay otros activistas que se oponen a la ocupación, gente que opta por no alistarse en el Ejército. Activistas por la paz, jóvenes y mayores. Pero al mismo tiempo, creo que esto requiere valentía”.

El precio social de negarse a servir en el Ejército

Algunas voces pro palestinas, al menos en Internet, han cuestionado los elogios a Mitnick, por considerar que negarse a participar en la matanza de civiles es lo mínimo que cabe esperar. “Negarse a servir tiene enormes consecuencias sociales, sobre todo hacerlo públicamente”, explica. “La sociedad israelí está tan militarizada que la mayoría de las conversaciones empiezan con: '¿Dónde has hecho el servicio militar?' o '¿Dónde lo estás haciendo?'. Cuando dices que no lo hiciste, que no lo haces o que no lo harás, se abre una brecha. Estoy pagando un precio por esto”.

“Nací en Israel, pero no elegí vivir aquí. A los 18 años nos someten a una prueba, el país y el sistema nos ponen a prueba para ver si seremos cómplices. Yo elegí no serlo”, declara Mitnick.

Los atentados del 7 de octubre cambiaron los paradigmas políticos dentro de Israel. “Hace cuatro meses estábamos en medio de las protestas por la reforma judicial” impulsada por el primer ministro Benjamín Netanyahu. Mitnick participó activamente en las manifestaciones. “El movimiento contra la reforma estaba ganando fuerza. Ahora los supuestos liberales, que protestaban contra la reforma judicial, son pilotos que masacran a la gente en Gaza. La gente que denunciaba la corrupción del Gobierno apoya ahora a los dirigentes de extrema derecha, diciendo que en Gaza no hay población civil”, lamenta.

Hitpakhut es un término muy utilizado en Israel hoy en día. “Significa 'recuperar la sobriedad'”, explica el objetor. “Muchos liberales israelíes que estaban vagamente a favor de la paz están ahora a favor de la destrucción de Gaza. Dicen que estaban colocados, borrachos con la fantasía de la paz; ahora están sobrios y dicen que tenemos que matar a los palestinos”.

Mitnick tuvo que adaptarse a la vida en prisión: “Te tratan como a un soldado dentro de una cárcel militar. Al personal no se le llama guardias, sino comandantes. Pasas parte del día haciendo cola durante horas mientras te hablan. Por lo demás, comes, limpias tu celda, tal vez descansas. Luego repites esta misma rutina, una y otra vez”.

El acceso a los medios de comunicación es limitado. “La única fuente regular de noticias es el diario de derechas Israel HaYom”, dice. De vez en cuando, podía ver un noticiero en la televisión de su celda, aunque las cadenas nacionales prácticamente han ignorado a Mitnick y al movimiento contra la guerra en general. Cree que los medios de comunicación en Israel “intentan generar consenso para matar y masacrar cada vez más”. “Si mostraran mi opinión, dando a entender que hay otra forma [de pensar], eso desautorizaría lo que el Gobierno está haciendo”, agrega.

Mitnick era reacio a contar a otros reclusos por qué estaba en la cárcel. “Estuve mayoritariamente con desertores. Gente que sirvió en el Ejército y luego no quiso seguir. La mayoría, por razones socioeconómicas”. Pocos, por no decir ninguno, compartían su postura política: “Sabía que no podía mantenerlo en secreto todo el tiempo”, relata. “Así que hablé. Al principio, me llamaron estúpido e ingenuo. Y otras cosas peores”. Pero mantuvo algunas conversaciones. “Humanizar mi opinión es importante. Un tipo al que llegué a conocer oyó a otros presos hablar de mí a mis espaldas, y entonces me defendió. Les dijo que yo no apoyo a Hamás, que sólo quiero la paz”.

En realidad, el joven sabe que su generación no comparte su opinión. “Los jóvenes israelíes son más de derechas que sus padres”, dice. Los activistas por la paz han sido detenidos y se enfrentan a la condena pública.

A pesar de todo, asegura mantener la esperanza: “Aquí no tenemos el privilegio de perder la esperanza. Espero que cada vez sean más los jóvenes de mi edad que vean que no es normal vivir con el miedo constante a los atentados terroristas, ni alistar a jóvenes de 18 años en el Ejército. Aquí nada es normal, y está en nuestras manos cambiarlo”.

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