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Cómo una provincia canadiense del tamaño de Francia ha conseguido librarse de las ratas

Un cartel de 1948 del departamento de salud pública de Alberta

Ashifa Kassam

Langdon, Alberta —

Phil Merris tiene su centro de operaciones en la provincia canadiense de Alberta y recibe llamadas de todo el mundo. Lo llamen desde Nueva Zelanda o desde Irlanda, la pregunta siempre es la misma: ¿Cómo consigue deshacerse de las ratas?

Durante casi 50 años, Merrill ha librado una singular batalla y ha conseguido ganarla. Ha logrado que esta provincia del oeste de Canadá sea uno de los únicos lugares del mundo sin ratas. “Estamos ganando”, indica Merrill: “A las pobres ratas les fue muy bien en el siglo XVIII pero no en el actual”.

Bordeada al sur por el estado estadounidense de Montana y flanqueada por las provincias canadienses de British Columbia y Saskatchewan, Aberta –con 4 millones de habitantes y un área parecida a Francia– rara vez ve una rata.

Sin embargo, salvo algunas contadas excepciones en las últimas décadas, en esta provincia las ratas ya no se reproducen.

“Ya no tenemos ratas, pero todo el mundo llega a nuestra provincia con las malditas ratas”, explica Merrill: “Algunos llegan con su tráiler tras unas vacaciones en Palm Beach y se traen una rata. O los camiones con mercancías que llegan de todas partes y al cargar y descargar, la rata se baja del vehículo. Así es como nos llegan unas dos ratas al mes”.

Merrill empezó a trabajar en la provincia en 1971 como oficial de control de plagas. Unos veinte años antes, los habitantes de Alberta se habían encontrado con las primeras ratas. En un contexto de preocupación por el daño que los roedores podían causar en el sector agrícola, se decidió a impulsar un ambicioso plan para expulsar a los roedores de la provincia.

“Cuando empecé pensé…demonios, no lo conseguiremos”, reconoce Merrill.

El plan incluía una estrategia de ataque desde múltiples frentes y que no contemplaba atrapar a las ratas, así como carteles que urgían a los residentes a matar a los roedores que encontraran. También se prohibió la tenencia de roedores como mascotas y empezaron a llevarse a cabo inspecciones rutinarias en lo que pasó a llamarse la “zona de control de ratas”; un tramo de 29 kilómetros situado en la frontera de la vecina Saskatchewan.

Merrill y su equipo, integrado por seis personas han sido un elemento clave de esta estrategia. Inspeccionan de forma regular unas 3.000 granjas a lo largo de la zona de control de ratas, y ponen veneno para ratas cuando es necesario. Merrill tiene una red todavía más amplia integrada por unos 150 colaboradores repartidos a lo largo y ancho de la provincia y que lo ayudan a eliminar con las ratas que detectan.

En 2015, se puso en marcha un teléfono de denuncias, 310-Rats, y Merrill y su equipo pasaron a tener la colaboración ciudadana en toda la provincia.

En estos momentos, el 95% de las llamadas que reciben son denuncias de personas que en realidad han visto roedores que no son ratas; en gran parte debido al hecho de que los habitantes de Alberta han visto pocas ratas en su vida. Merrill estima que cada mes reciben dos denuncias de ratas de verdad. “Si no nos llamaran, esa rata escaparía de nuestro control”, señala: “si los ciudadanos no nos llamaran para alertarnos, ¿cómo podríamos saber de la existencia de esa rata en concreto?”.

El resultado ha sido muy positivo. “Cuando empecé en los años setenta, teníamos entre 50 y 70 plagas al año a lo largo de la frontera”, indica Merrill. “Lo hemos reducido a una o dos”.

Parte del mérito es de los agricultores, que han aprendido a proteger sus cosechas. Aunque la población de ratas se ha reducido drásticamente, la provincia aun no quiere bajar la guardia.

Cualquier persona que tenga una rata como mascota y quiera pasar por la provincia, por ejemplo alguien que se esté trasladando de Dakota del Norte a Alaska, necesita una autorización. También necesitan una autorización los zoológicos y las universidades que quieran llevar a cabo estudios con ratas.

No todas las ratas de la provincia terminan muertas; algunas son deportadas. En una ocasión, Merrill y su equipo cubrieron los gastos de traslado de una rata, que fue devuelta a British Columbia. “Su propietario amaba al animal y no quería que la matásemos así que cada uno de nosotros puso diez dólares y la metimos en un avión”, explica.

El coste de la batalla que libra la provincia contra las ratas es de unos 380.000 dólares anuales; un coste relativamente económico si tenemos en cuenta que un informe del año 2004 estimaba que las ratas pueden causar anualmente, solo en la provincia de Alberta, daños por valor de 42 millones de dólares canadienses.

“Creo que esta cifra es algo exagerada”, señala Merrill: “Pero sin duda, luchar contra las ratas es beneficioso desde un punto de vista económico. Si nuestros agricultores tuvieran ratas, se quedarían sin contenedores de madera en menos de seis meses”.

Con una sonrisa, destaca otro motivo, más sutil, detrás de esta batalla de décadas: “Para la provincia es un motivo de orgullo no tener ratas”.

Traducido por Emma Reverter

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