Putin, como símbolo de la extrema derecha estadounidense: “Es clave para la supervivencia de los blancos”
“¿Podemos pedir un aplauso para Rusia?”, preguntó la semana pasada Nick Fuentes desde un escenario. “¡Putin! Putin!”, respondieron a gritos muchos de los participantes del encuentro nacionalista blanco en medio de un estruendo de aplausos para el presidente que unos días antes había invadido Ucrania. Sería fácil ignorar a la Conferencia de Acción Política América Primero (AFPAC, por sus siglas en inglés) que se celebró en Orlando (Florida) y pensar que es un movimiento marginal. Pero los discursos de dos congresistas del Partido Republicano, uno en persona y otro en vídeo, garantizaron la cobertura nacional y también la polémica.
La guerra en Ucrania ha dejado al descubierto la afinidad que existe entre la extrema derecha de EEUU y el presidente ruso Vladímir Putin, tal y como demostraron las reacciones del movimiento. Una afinidad especialmente compleja debido a la retorcida relación entre Rusia y el expresidente Donald Trump, cuyo ascenso al poder fue apoyado por Moscú con una operación encubierta de debilitamiento de la democracia estadounidense.
Fuentes, un conocido antisemita, ideó las siglas del encuentro AFPAC para que se parecieran a las de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), de carácter más general, que el año pasado tuvo a Trump como orador principal.
En el encuentro de AFPAC, Fuentes presentó a la congresista por Georgia, Marjorie Taylor Greene, la misma que en señal de protesta a la política migratoria de Joe Biden interrumpió el discurso del Estado de la Unión en Washington gritando “¡construyan el muro!”.
Taylor Greene no interrumpió en Orlando cuando la gente empezó a corear el nombre del presidente ruso. “No creo que haya que cancelar a nadie”, dijo a los asistentes a la conferencia del nacionalismo blanco. Abordó una amplia variedad de temas, cargando contra el marxismo y contra la cultura de la cancelación, pero evitó menciones a la invasión de Ucrania. Habló sobre el tema incluso menos que los medios estatales rusos.
Según Devin Burghart, director ejecutivo del Instituto de Investigación y Educación sobre Derechos Humanos, “en el mundo del nacionalismo blanco se ve mucho apoyo a Putin, como lo demuestran los vítores en la AFPAC durante el fin de semana”.
Putin y el nacionalismo blanco
Su opinión es compartida por otros, que señalan los puntos en común entre Putin y el nacionalismo blanco: conservadurismo social y cultural, desprecio por los sistemas democráticos, y afinidad con formas de gobierno basadas en un “hombre fuerte”. También se da la circunstancia de que fue el actual Gobierno ucraniano el que Trump trató de sobornar sin éxito para que iniciaran una investigación contra el que entonces era su rival político, Biden (y ese intento de Trump fue el que disparó la primera moción de censura en su contra).
Según Jared Holt, que en el Laboratorio de Investigación Forense Digital del Atlantic Council investiga los extremismos de EEUU, “cuando Rusia invadió Ucrania, gran parte de la extrema derecha lo apoyó”. “El hilo común es la idea de que, debido a la influencia de Europa occidental y de Estados Unidos, la sociedad de Ucrania se estaba descarriando; y la intervención y el sufrimiento infligido a Ucrania por Putin, como la figura del hombre fuerte y autoritario, eran vistos de forma positiva”, dijo.
Fuentes es sin duda el mejor ejemplo del nacionalismo blanco. En 2017 participó en Charlottesville de la letal marcha Unite The Right (Unir a la derecha) y hace poco fue citado por un tribunal con relación a su participación en la insurrección pro Trump del 6 de enero de 2021. Ahora está sacando adelante la AFPAC con el objetivo de crear una especie de archipiélago de extrema derecha para unir islas que hasta ahora solo hablaban entre sí: los nacionalistas blancos, los fascistas y las multitudes de simpatizantes de Trump.
La conferencia lleva ya tres años y se ve a sí misma como un enfant terrible capaz de irritar al ala más refinada del Partido Republicano, pero también como un movimiento de organización política de cervecería de la era Weimar, antes del golpe fallido de Adolf Hitler de 1923. Es de extrema derecha pero ya no está al margen de la política del Partido Republicano.
Algunos miembros del Partido Republicano cargaron contra Taylor Greene por hablar en la AFPAC pero no parece probable que la vayan a sancionar. Y no fue la única. El congresista por Arizona Paul Gosar pronunció un discurso en vídeo; y un vicegobernador de Idaho y un legislador del estado de Arizona también hablaron en el evento que atrajo a gente como Gavin McInnes, fundador de la violenta banda extremista Proud Boys, con una treintena de sus miembros actualmente acusados de insurrección.
El giro representa un cambio desorientador para un Partido Republicano que, en otra época, se oponía firmemente al comunismo y al “imperio del mal”, como llamaba a la Unión Soviética el presidente republicano Ronald Reagan. Pero Trump, que en 2015 presentó su candidatura a la presidencia prometiendo un muro y el veto a los musulmanes, ha avivado el elemento nacionalista y anti inmigrantes del partido.
A medida que Estados Unidos y el resto del mundo se hacen más diversos, Rusia es percibida como un faro de salvación para los nacionalistas blancos. David Duke, que durante mucho tiempo lideró la organización racista Ku Klux Klan, mencionó en 2004 a Rusia como “clave para la supervivencia blanca”. “En 20 años, Rusia será el único país reconocible como europeo”, dijo en 2017 la autora y comentarista de derechas Ann Coulter.
“Durante casi una década, la obra del fascista ruso Alexander Dugin ha tenido muy buena acogida en los círculos del nacionalismo blanco estadounidense”, dijo Devin Burghart. Los investigadores que siguen de cerca a los grupos de extrema en EEUU derecha coinciden en su diagnóstico sobre las raíces intelectuales del actual entusiasmo por Putin.
Impregnada de nacionalismo cristiano ruso, la ideología de Dugin coincide con la visión del mundo de Putin. También tiene mucho del activismo nacionalista cristiano estadounidense, que considera decadentes y culpa del declive de EEUU a los valores liberales, a los derechos de los homosexuales y al deseo de mantener a la religión apartada del Estado.
“La postura autoritaria y de línea dura de Putin atrae, también sus políticas agresivas; se sienten atraídos por el cristianismo tradicional que Putin ha dejado ver; a algunos les gustan los embates de Putin contra la comunidad LGBTQ+ rusa”, dijo Burghart.
En la víspera de la invasión rusa, el ex asesor de Trump Steve Bannon invitó a su popular podcast War Room al jefe de seguridad privada Erik Princ, fundador del grupo mercenario Blackwater (ahora conocido como Alumni). De mucha influencia en los círculos trumpistas, los dos hombres elogiaron a Putin como el “anti woke” [pasado del verbo inglés despertar, 'woke' se emplea en EEUU para definir a las personas que han tomado conciencia del racismo estructural y de otras desigualdades sociales].
“Putin no es woke”, dijo Bannon. Los ataques a todo lo relacionado con el término woke también fueron el hilo conductor de la CPAC, que este año tuvo como lema oficial: “Despierto y no despertado” [Awake not woke].
El legado de la era Trump ha moldeado la forma en que la derecha de Estados Unidos percibe a Putin. Durante su presidencia, Trump demostró una afinidad evidente con el líder ruso, incluso cuando salieron a la luz los detalles del intento del Kremlin de socavar la democracia estadounidense en las elecciones de 2016. “Genio” y “listo” fueron los adjetivos que Trump le dedicó a Putin cuando comenzó la invasión.
Luego cambió de tono, cuando la acción militar rusa comenzó a flaquear y aumentaron las bajas. Pero incluso durante su condena a la invasión en el CPAC, dijo: “El problema no es que Putin sea inteligente, que por supuesto lo es, el verdadero problema es que nuestros líderes son tontos”.
Lo mismo ocurrió en la cadena Fox News con Tucker Carlson, el presentador conservador más popular de EEUU. Hasta que se produjo la invasión, Carlson arremetía contra Ucrania diciendo que no era “una democracia” sino un Estado títere del Departamento de Estado de EEUU. También elogiaba a Putin. “¿Me ha llamado Putin alguna vez racista?”, decía. “¿Me ha amenazado con hacer que me despidan por no estar de acuerdo con él? ¿Ha enviado a Rusia a todos los puestos de trabajo de clase media de mi ciudad?”.
Comparar a Putin con los Demócratas para hacerlo parecer mejor que ellos en los principales canales de la televisión estadounidense tiene un impacto. Como dijo Burghart, “después de cuatro años de alabanzas al líder ruso, una franja amplia de la derecha ha interiorizado el mensaje; parte de la derecha ha aceptado a Putin, mientras que otros han estado lentos en su denuncia a la invasión a Ucrania”.
Según Burghart, incluso algunas milicias de extrema derecha están estudiando lo que ocurre en Ucrania como un posible escenario de guerra urbana para hablar sobre cómo prepararse en una futura insurrección dentro de EEUU. En lugar de horrorizarse ante el estallido de una guerra urbana despiadada, algunos extremistas estadounidenses están obsesionados con la idea de una próxima guerra civil en EEUU. “Ven el derrumbe social y la necesidad de prepararse para una inminente guerra civil, y su atención se centra en preparar las batallas para eso aquí en los EEUU”, dijo Burgheart.
Traducido por Francisco de Zárate.
41