La privatización de las playas se convierte en un foco de tensión en EEUU para un verano de pandemia

Ankita Rao

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Cuando en abril cerraron las playas del estado de Florida como parte de las medidas de confinamiento, Josh Davis notó algo extraño en el condado de Palm Beach.“La gente que iba a esas playas se trasladó a las calles o a las aceras. Colocaban las tumbonas en el césped”, explica.

Davis, que trabaja para el condado como socorrista, cree que “si el objetivo era que la gente no se aglomerara, lo único que lograron fue empujarlos unos metros hacia otro sitio”. El lunes 18, cuando por fin reabrieron oficialmente las playas, el panorama fue de tranquilidad. La gente llegó a las playas poco a poco, manteniendo el distanciamiento, aunque la gran mayoría no llevaba mascarilla. Davis se sintió aliviado.

En medio de la pandemia del coronavirus, las playas se han convertido en un tema polarizador, igual que los tests y el confinamiento. Cuando las redes sociales se llenaron de fotografías de una abarrotada playa recién reabierta en Jacksonville, Florida, los críticos tuitearon #FloridaMorons (#idiotasdeFlorida). En Nueva York, los residentes se enfadaron con el alcalde Bill de Blasio por su decisión de dejar cerradas las playas durante el puente del 25 de mayo.

El tema de las playas suele generar mayor reacción y enfado que los parques u otros espacios públicos. Los expertos explican que se debe, en gran medida, a que las costas de Estados Unidos se han ido privatizando y han ido quedando cada vez más en manos de una pequeña élite.

“Antes de la Segunda Guerra Mundial, gran parte de las costas estadounidenses eran terrenos públicos. Luego llegó una fiebre privatizadora que fue devorando las playas”, señala Andrew Kahrl, profesor de la Universidad de Virginia y autor del libro La tierra era nuestra: playas afroamericanas en el sur de EEUU desde las leyes de Jim Crow.

Kahrl remarca que, a principios del siglo XIX, en Estados Unidos las playas eran mayormente espacios públicos y las ocupaban comunidades de clase trabajadora, muchas de ellas relacionadas con los barqueros afroamericanos. En aquella época, la costa no era un terreno codiciado, ya que era complicado mantener propiedades expuestas a fuerzas naturales como huracanes o mareas altas. En el sur del país, las playas eran cuidadas por grupos descendientes de africanos, como la Nación Gullah.

Sin embargo, en 1970, alrededor del 95% del territorio costero de Estados Unidos apto para las actividades recreativas estaba cerrado al público general. Para endurecer aún más esas restricciones, muchos municipios impusieron tarifas de estacionamiento y peajes para limitar el acceso.

El resultado fue que las playas públicas estadounidenses son cada vez más pequeñas y están cada vez más abarrotadas de gente, mientras que una pequeña élite de poderosos tiene el control sobre el resto de las playas. “La posibilidad del público general de disfrutar de las playas del país se ha reducido en forma directamente proporcional a la creciente desigualdad”, afirma Kahrl.

La Covid expone la desigualdad en el espacio público

Durante la pandemia del coronavirus, esta dicotomía se ha hecho mucho más evidente. Los funcionarios de sanidad promueven el ejercicio físico y tomar aire fresco durante el confinamiento, y los epidemiólogos han afirmado que es seguro estar al aire libre siempre que se mantenga el distanciamiento físico. Sin embargo, como informó The Guardian la semana pasada, 100 millones de estadounidenses, especialmente personas racializadas o pertenecientes a comunidades empobrecidas, no tienen acceso a ningún parque o espacio público decente, y eso incluye las playas.

Meg Walker, arquitecta del Proyecto para Espacios Públicos, asegura que los barrios de Nueva York sufren este mismo problema de acceso al espacio público, incluidos muchos de los barrios de los distritos de Queens y el Bronx, los más golpeados por el coronavirus. “En estos barrios muy densamente poblados hay mucha gente que sufre de asma y que respira aire de muy mala calidad”, afirma Walker, lo cual aumenta el riesgo a la hora de contraer el virus.

Walker también señala que las playas públicas, incluso más que los parques, tienden a atraer a personas de diferentes orígenes, especialmente durante las vacaciones. La diversidad de una playa pública contrasta enormemente con las playas de propiedad privada, que suelen ser ocupadas por grupos de personas blancas y de clase alta.

La creciente presencia policial en las playas representa un factor de tensión para las comunidades negras, que tienen más posibilidades de tener interacciones tensas con las fuerzas de seguridad. Este año, tanto en Los Angeles como en Miami, la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas Negras (NAACP, por sus siglas en inglés) advirtió que habían aumentado los casos de acoso policial a personas negras en las playas.

Ampliar en lugar de restringir

Durante la pandemia, las playas han quedado en medio de la grieta política entre estados republicanos, que han flexibilizado las restricciones mucho antes, y estados demócratas, que han tenido muchas más precauciones. En este caso, estados como Florida y Carolina del Sur, que tienen mucho territorio costero y gobernadores republicanos, abrieron las playas, mientras que la gente del noreste del país, gobernado por el partido demócrata, seguían en sus casas.

Ahora, a medida que las comunidades del noreste comienzan a flexibilizar las medidas de confinamiento, muchas han decidido mantener las playas cerradas. En Connecticut, estado que Kahrl considera que tiene las “playas más elitistas” del país, piden un permiso de residente para aparcar cerca de las playas. En Long Island, un conjunto de suburbios residenciales cerca de la ciudad de Nueva York, los funcionarios municipales han dejado claro que las personas de la ciudad no son bienvenidas.

Oyster Bay, un tranquilo caserío en Long Island con playas privadas, normalmente permite que personas no residentes visiten las playas los días laborables, pero no los fines de semana. Sin embargo, durante la pandemia todas las playas de Oyster Bay han permanecido cerradas para los forasteros.

Joseph Saladino, funcionario supervisor de Oyster Bay, dice que han levantado barreras en la estación de trenes y en los puntos de entrada a la playa para asegurarse de que sólo ingresan residentes. “Entendemos que la playa ofrece un espacio de recreación, pero también es un sitio de renovación emocional”, afirma Saladino, pero aclara que las restricciones son necesarias para mantener la ocupación de la playa por debajo del 50% de su capacidad y para proteger a los contribuyentes de Oyster Bay.

Defensores del espacio público están de acuerdo con que existe un peligro real de que quienes vayan a la playa se conviertan en una amenaza para la salud pública, como sucedió, por ejemplo en Miami, donde los jóvenes que fueron a festejar las vacaciones de primavera en marzo  llevaron el coronavirus a otras partes del país porque no había ninguna regulación en las playas y no estaba establecido el distanciamiento físico.

A diferencia de los parques, muchas playas han permanecido al menos parcialmente cerradas durante el confinamiento, y cuando reabren la gente aprovecha la oportunidad y acude en masa. “Creo que veremos un aluvión de gente en las playas”, advierte Walker.

Sin embargo, según ella, la solución no está en restringir el acceso a las playas sino en abrir más espacios públicos, como senderos peatonales, y pensar formas creativas de recordarle a la gente las precauciones necesarias. Por ejemplo, en Detroit surgió el proyecto de abrir playas urbanas para los vecinos. Y Walker señala que los carteles con mensajes de sanidad los pintaron artistas, en lugar de estar diseñados por las fuerzas de seguridad.

Mientras tanto, Davis en Palm Beach se preparaba para un aluvión de visitantes durante el puente porque las playas públicas de los distritos vecinos de Miami y Broward siguen cerradas. “Ya veremos cómo nos va este fin de semana”, dice. “Nosotros seguimos teniendo un objetivo claro: que la gente mantenga el distanciamiento físico”.

Traducido por Lucía Balducci

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