El parque Shevchenko, en el centro de Kiev, es un tranquilo jardín público donde las hojas de los árboles se tiñen de dorado en contraste con el cielo azul del otoño. Lo preside una estatua de Taras Shevchenko, el poeta nacional de Ucrania que en el siglo XIX fue perseguido por los rusos por escribir en ucraniano.
Pero la sensación de calma se rompió violentamente este lunes cuando una serie de misiles impactó en el centro de la capital. La guerra había regresado a una ciudad que llevaba varios meses viviendo prácticamente en paz, aunque la preocupación no había desaparecido.
Uno de los impactos se produjo en plena hora punta, sobre las 8:15 de la mañana de Kiev, en un cruce de calles que hay junto al parque y cerca de la biblioteca científica de la Universidad Nacional Taras Shevchenko. La explosión del misil destruyó tres coches y mató a varios de sus ocupantes. En las imágenes se podían ver vehículos en llamas mientras el personal de primeros auxilios atendía a los heridos.
En la zona de juegos para niños del propio parque Shevchenko impactó otro misil que arrancó los adoquines, dobló los columpios y quebró un árbol cercano. Más misiles cayeron cerca de la estación principal de trenes, cerca de la central eléctrica de Troieshchyna (en la orilla izquierda del río Dniéper) y en un puente peatonal sobre el río.
La novelista Victoria Amelina, convertida en investigadora de crímenes de guerra desde que comenzó la invasión rusa en febrero, estaba en el centro de la ciudad cuando cayeron los misiles. Acababa de llegar en el tren cama Leópolis-Kiev y estaba haciendo cola para subirse a un taxi cuando escuchó al menos dos explosiones.
Desde el taxi que la llevó a casa vio “nubes negras y escombros” cerca del puente Klitschko, nombrado así en honor al alcalde de Kiev. El puente, que tiene el suelo de cristal y cruza el río Dniéper, es para peatones y ciclistas y fue inaugurado en 2019. Es muy frecuentado por turistas y paseantes. “Este no es un objetivo estratégico”, dice Amelina. “El ataque contra este puente es una extraña venganza por el puente de Crimea: este es un puente por el que pasean turistas”.
Su ruta en taxi la llevó después por el cruce de calles del parque Shevchenko, que había sufrido el ataque unos minutos antes. “Parecía que habían querido darle a la universidad o a la estatua de Taras Shevchenko”, dice. “Por desgracia, colisionaron contra los coches, vi los incendios y los coches en llamas”.
Luego pasó al otro lado del parque y detuvo su taxi para poder grabar la escena. “Vi un gran agujero con llamas dentro justo al lado del parque infantil”, dice. “Está muy en el centro de nuestra capital y es el parque que amo”, añade. “Es la razón por la que me mudé a Kiev. Está lleno de vida”.
El atentado contra el parque, dice Amelina, se produjo junto al Museo Khanenko, donde se exponen objetos antiguos de China y de Irán y cuadros de Boucher, Rubens y Bellini. También está a unos segundos de distancia de un hospital infantil.
Cuando cayeron los misiles, Dmytro Olyzko y su hija de ocho años, Kamila, estaban en el hospital clínico infantil número 6. “Allí los padres me decían que todos los niños del hospital vienen a jugar aquí”, dice Olyzko. “Si esto hubiera ocurrido dos horas más tarde, el patio de recreo habría estado lleno de niños”.
“Nunca nos derrotará”
La rapidez con la que Kiev ha vuelto a la vida normal tras el atentado es tan extraordinaria como la certeza de la destrucción. A la hora de comer, un niño hace acrobacias con su monopatín en la base de una estatua con sacos de arena frente a la ópera, a menos de 200 metros del lugar donde se produjo el ataque sobre la universidad. Las tiendas y los restaurantes han vuelto a abrir y la gente pasea a sus perros por el parque.
Después de haber sobrevivido a semanas de ataques rusos durante el principio de la guerra, los habitantes de Kiev parecen no inmutarse por esta última agresión. En las estaciones de metro donde se refugiaban cantaban canciones mientras los trabajadores de las cafeterías repartían bebidas.
Oleksii Striapko se mudó hace poco a Kiev desde Járkov porque le parecía más seguro de cara a posibles ataques con misiles. “He vivido en Kiev durante dos meses tranquilos, sin explosiones ni muertes”, dice Striapko, que trabaja en una empresa de informática. “Acababa de empezar a acostumbrarme a vivir de nuevo, intentando hacer planes para el futuro, pero Rusia lo está destruyendo todo de nuevo, matando, robando, aterrorizando a todos los ucranianos sin excepción”, relata. A pesar de ello, añade, ahora ha comprendido que ya no siente “miedo como al principio de la guerra”. “Sé qué hacer y cómo comportarme en una situación peligrosa”, dice.
Tetiana Kononir, vecina de las inmediaciones del Parque Shevchenko, observa las tareas de limpieza del lugar que comenzaron desde la primera hora de la tarde del lunes. “Es terrible, no sé qué decir, quién sabe lo que puede estar pensando Putin. Ni siquiera puedo decir si está enfermo o si está tratando de asustarnos o no”, dice. “No sé qué tiene en la cabeza, qué tiene en el corazón... Esto solo sirve para unirnos aún más, nunca nos derrotará, nunca nos pondrá de rodillas”.
Vuelta al 24 de febrero
A un par de kilómetros del parque, Iryna Gorlach se despertó por otra explosión que se había producido cerca de la estación de tren, no muy lejos de su apartamento. Gorlach, que trabaja para una ONG del sector educativo, se instaló a media mañana en su cuarto de baño, la parte más segura de la vivienda, bebiendo café y tratando de trabajar. Había decidido que no intentaría llegar a la estación de metro, que era el refugio más cercano.
“En cierto modo es lo mismo que el 24 de febrero”, dice refiriéndose al primer día de la guerra, cuando también cayeron misiles sobre Kiev. “Aun así, para nosotros no es la primera vez, así que no es igual [que el 24 de febrero]”.
Maria Glazunova también estaba a una distancia desde la que se podían escuchar las explosiones que se produjeron cerca de la estación de tren y afectaron a un centro de negocios. Glazunova, que trabaja para el archivo cinematográfico del Centro Dovzhenko, dice haber disfrutado de un verano “bastante normal” con “estrenos de películas, conciertos y demás”. Salvo por un toque de queda que los “volvió a convertir en adolescentes”. “Regresábamos a casa sobre las 11 de la noche”, dice.
A media mañana del lunes, sin embargo, se dedicó a cargar todos sus dispositivos y baterías portátiles y a llenar botellas de agua como medida de precaución. “Estamos muy enfadados porque la Universidad Shevchenko tiene ahora las ventanas rotas, lo mismo que el museo, y entre los dos edificios, el parque infantil está destruido”. “Es bastante terrible, pero lo que sentimos es enfado porque no tiene sentido. Todavía hay amigos bromeando sobre el puente de Kiev, que parece más estable que el de Crimea”, añade.
Glazunova había programado para el día siguiente una serie de estrenos de cortometrajes. “Si hace falta, los trasladaremos a un cine asociado que tenga su auditorio en el subsuelo, el espectáculo debe continuar”, dice.
Traducción de Francisco de Zárate