“Malo” es un concepto relativo. Tras conocerse los resultados de las elecciones regionales en Alemania, se ha calificado de “dramática” la derrota del partido de centro derecha Unión Cristianodemócrata (CDU), liderado por Angela Merkel. Estos comicios eran percibidos como un referéndum oficioso sobre la acogida de refugiados y los resultados han sido interpretados como un suspenso. La extrema derecha xenófoba ha obtenido el mayor impulso electoral; algo impensable en Alemania hasta la fecha. Los electores han castigado las medidas impopulares de CDU, ideadas y auspiciadas por Merkel, con una audacia poco habitual en ella.
La profundidad de la caída de CDU, y por extensión de Merkel, depende en gran medida de nuestras expectativas.
El pronóstico más extremo era que la derrota de CDU sería tan espectacular que Merkel se tendría que plantear dimitir. Esto no ha pasado; el CDU no se ha desvanecido y si bien es cierto que la Canciller se ha debilitado también lo es que todavía puede dar mucha guerra. En el otro lado de la balanza, había la esperanza, aunque débil, de que los votantes cerrarían filas con Merkel, como muestra de confianza de una nueva Alemania, más moderna, más diversa y más generosa. Esto tampoco ha pasado. El apoyo a Alternativa para Alemania (AfD) ha crecido sustancialmente y el partido antiinmigración ha obtenido cifras de dos dígitos en los tres estados que votaron este domingo y ha conseguido representación en los parlamentos regionales. Así que Alemania, a pesar de su historia, no es inmune a la extrema derecha.
Sin embargo, el voto de los alemanes es más astuto y más realista de que se podría pensar a simple vista. Los efectos del voto a la extrema derecha son diferentes en cada región. En Sajonia-Anhalt, un estado pobre del este, el AfD superó a los socialdemócratas del SPD de centro izquierda y se situó en segundo lugar, por detrás de CDU. En el estado de Baden-Wurtemberg,, los verdes han capitalizado los problemas de Merkel, mientras que en Renania-Palatinado ha sido el SPD, y la líder regional de CDU Julia Klöckner, que es percibida como una posible sucesora de Angela Merkel, los que han sufrido el golpe más duro.
Al final, ni el bofetón a CDU ni el abrazo a AfD han sido lo suficientemente fuertes como para hacer temblar los cimientos de la política alemana. En cada uno de los tres estados, el partido más votado sigue siendo el mismo si bien es cierto que se tendrán que reconfigurar las coaliciones. Por otra parte, el AfD no tiene ninguna posibilidad de entrar en el gobierno regional. Sigue siendo, al menos de momento, el partido de las protestas.
El voto a AfD pone de manifiesto dos problemas, uno estructural en la política alemana y el otro más inmediato y creado por Angela Merkel.
Los votantes de los comicios regionales constituyen cerca del 12% del electorado de Alemania, y le han lanzado una clara advertencia a Merkel de cara a las elecciones nacionales del próximo año. No todos han dado su apoyo al AfD al expresar su rechazo. En lo que antes era Alemania Occidental muchos optaron por votar al partido de los verdes, el SPD, que podría cortarle las alas a CDU. Este es el legado de un electorado bien informado y práctico pero también es un indicador de los defectos del sistema.
Merkel lidera una gran coalición formada por CDU, CSU y SPD, lo que significa en la práctica que no existe un partido de oposición oficial a nivel nacional ni alternativas “respetables” para aquellos votantes que quieran castigar a la Canciller. El centro derecha (CDU CSU), el centro izquierda (SPD), la extrema izquierda (Die Linke) y los Verdes están a favor, al menos oficialmente, de políticas de migración permisivas. Ello convierte a Alternativa para Alemania en el único partido que tiene otra opinión al respeto, y muchos alemanes se lo pensarán dos veces antes de votarlos. Algunas de las críticas más feroces a la política de acogida de refugiados de Merkel provienen de ministros de su propio partido, Wolfgang Schäuble el ejemplo más conocido, y del partido bávaro CSU, ya que Bavaria soportó la carga de la primera ola de refugiados.
El resultado de las elecciones de este domingo concede a Merkel y a su gobierno el margen de tiempo y de acción necesarios para demostrar que pueden gestionar la tarea que se han autoimpuesto antes de la nueva cita con las urnas. Deben integrar al millón aproximado de recién llegados cuya permanencia ya han aprobado, mejorar el registro de los que todavía están por llegar y convencer a otros países europeos de la necesidad de esforzarse más.
Sin embargo, la ausencia de una vía formal de oposición es un problema ya que no permite la canalización correcta del descontento popular, cada vez más frecuente en conversaciones privadas. Y aquí es donde entra en escena uno de los problemas más graves a corto plazo: el acuerdo que Merkel ha alcanzado con Turquía para controlar la llegada de nuevos refugiados y también las repatriaciones. Con toda seguridad, Merkel esperaba que el acuerdo, alcanzado unos días antes de las elecciones y suscrito por la Unión Europea en su conjunto, le proporcionaría tiempo. Es difícil saber si ha tenido un impacto en estas elecciones.
Cuando todavía no se han concretado los pormenores del acuerdo, entre ellos, el levantamiento de las restricciones de los visados para los ciudadanos turcos que quieran viajar a la Unión Europea, una medida muy impopular entre el electorado, al menos 37 personas han muerto al explotar un coche bomba en Ankara; el último de una ola de atentados. El gobierno turco ha respondido a estos ataques restringiendo las libertades civiles, ha cerrado uno de los diarios más populares y ha aumentado su ofensiva contra las fuerzas kurdas situadas cerca de su frontera.
¿Es este un país con el que la Unión Europea en general y Alemania en particular debería aliarse? ¿Es correcto pensar que Turquía es un lugar seguro para sus ciudadanos y ya no digamos para los refugiados? Merkel tal vez ha conseguido más tiempo para su gobierno pero ¿a qué precio? Si se analiza desde una perspectiva más amplia, tal vez Merkel ha conseguido esquivar una crisis local pero ha caído en otra mucho más profunda y más difícil de controlar. Las elecciones de este fin de semana podrían parecer una simple borrasca en comparación con la tormenta política que está por llegar.
Traducción por Emma Reverter