La mañana del día de Navidad, Siouxsie Wiles recibió una llamada de su suegro. Se había levantado con síntomas de gripe, después de participar en un evento unos días antes. Mientras hablaban, Wiles buscó en su teléfono el centro de pruebas de COVID-19 más cercano a la casa de su suegro. “Te aconsejo que les llames”, le dijo, “porque a la cena de Navidad no vienes”.
Sus suegros debían traer el jamón para la cena. La familia pospuso la cena para después del Segundo día de Navidad, como llaman los neozelandeses al 26 de diciembre (también festivo en el país), cuando el suegro de Wiles ya tenía el resultado negativo de su prueba de COVID-19.
Seguramente a muchos les habrá parecido exagerado. Wiles y su familia viven en Auckland, donde no se ha registrado transmisión del virus desde noviembre. Desde entonces, la vida en Nueva Zelanda parecía normal, aunque de manera engañosa.
Esto es lo que preocupa a Wiles. El enero pasado, ella trabajaba como microbióloga en la Universidad de Auckland, especializada en las posibilidades científicas de la bioluminiscencia, además de ser una comentadora muy reconocida en los medios de comunicación locales.
Doce meses después, Wiles se ha convertido en la científica más famosa de Nueva Zelanda (o al menos la más visible, gracias a su característico pelo color rosa) y en una de las responsables del éxito del país en la lucha contra la pandemia, debido a sus esfuerzos constantes e incansables por explicar cómo se propaga el virus.
En el momento de mayor actividad, llegó a hacer entre 20 y 30 entrevistas por día. Sin embargo, mientras para muchos es la persona más destacada del año pasado, para Wiles la amenaza todavía sigue latente en 2021.
A pesar de que Nueva Zelanda reimpuso las restricciones de frontera desde que se detectó la nueva variante del virus en diciembre, se ha detectado un flujo constante de casos confirmados entre las personas que llegan al país y son obligadas a aislarse.
Parecía inevitable que en algún momento algún caso se escurriera por los controles, y eso es exactamente lo que sucedió el domingo pasado cuando se supo que una mujer que había pasado dos semanas en cuarentena obligatoria había dado positivo después de dejar el confinamiento. Los expertos creen que probablemente se haya contagiado durante la cuarentena.
“Ningún sistema es 100% perfecto”, dice Wiles.
“Lo más frustrante es la idea de que, si se nos cuela el virus por las fronteras, nuestros sistemas han fallado… Cualquier defensa que se utilice va a tener puntos débiles, por lo que se debe utilizar unas estrategias sobre otras para mejorar las cosas”.
La importancia de la responsabilidad colectiva
Uno de las campañas más exitosas del año pasado fue justamente un gif animado de este “modelo de queso suizo” como respuesta a la crisis, creado por Wiles y el humorista gráfico de The Spinoff, Toby Morris. El gif planteaba a la responsabilidad social como un elemento igual de necesario que las mascarillas.
“Vamos a tener que seguir trabajando en eliminar el virus”, escribió Wiles en octubre. Pero tres meses después, en general los neozelandeses no están poniendo de su parte.
Si comenzasen a aparecer positivos de coronavirus a raíz del caso del domingo en Northland, o de cualquier otro contagio que pudiera surgir, será esencial rastrear los contactos de las personas infectadas para limitar el avance del virus. Sin embargo, el uso de la app del gobierno neozelandés para rastrear casos de COVID-19 ha caído dramáticamente desde su punto máximo de 2,5 millones de escaneos diarios en septiembre.
Para Wiles, el relajamiento generalizado demuestra que la mayoría de la gente cree que la lucha contra el coronavirus corresponde al Gobierno y se libra únicamente en las fronteras.
“Obviamente tenemos que confiar en el Gobierno y necesitamos que funcione la cuarentena obligatoria… pero me vuelve loca la idea de depender absolutamente en él y de que no tenemos responsabilidad propia”.
La creciente ansiedad por la nueva variante del virus ha generado peticiones de endurecer los controles fronterizos, un hecho que ha preocupado a Wiles, pues le hace pensar en la posibilidad de que haya caído el espíritu comunitario que permitió el éxito del confinamiento nacional en 2020.
Cuando en diciembre el Gobierno comenzó a pedir pruebas de COVID-19 previas al embarque de un vuelo con destino Nueva Zelanda, Wiles fue la única que alzó la voz para advertir que la medida podía acabar siendo discriminatoria en términos socioeconómicos, ya que las pruebas de COVID-19 suelen ser caras.
El argumento científico “no es lo único que importa”
Wiles dice que el argumento científico es indiscutible “pero eso no es lo único que importa”. El riesgo de recibir casos procedentes de otros países se debe equilibrar con el derecho de los neozelandeses a regresar a su país.
“Me enfada muchísimo, a nivel humano, la idea de decir 'cerrad las fronteras, o poned la mayor cantidad posible de trabas, porque aquí queremos disfrutar del verano sin parar”, dice Wiles.
En sus apariciones o comentarios públicos, Wiles ha intentado lograr un equilibrio. A menudo la han comparado desfavorablemente (y con sesgos machistas) con el epidemiólogo Michael Baker, que siempre ha reclamado medidas más duras.
“Han intentado muchas veces enfrentarnos, y eso ha sido muy difícil… La gente suele decir ”eres una mujer, tienes el pelo rosa“, mientras que Michael encaja perfectamente en la idea de cómo debe verse un experto”.
Wiles está de acuerdo en que la respuesta del Gobierno de Nueva Zelanda ha reflejado ambos puntos de vista, combinando autoridad con empatía. En este momento es decisivo, en el que se desvanece la sensación de conexión con el mundo pero el relajamiento generalizado podría resultar mortal, Wiles cita al secretario general de la ONU: “Nadie estará a salvo hasta que todos estemos a salvo”.
No es suficiente con proteger solo las fronteras, dice Wiles. “Tenemos que hacer todo lo posible por promover todas las medidas posibles en otros países… para lograr detener la pandemia, para que dejen de aparecer variantes nuevas como estas”.
Ella cree que Nueva Zelanda tiene tres formas de aportar a los esfuerzos globales. Primero, difundiendo el conocimiento sobre cómo se propaga el virus. Como en el país ha habido tan poca transmisión comunitaria, se ha logrado rastrear el virus hasta en tapas de cestos de basura y botones de ascensores. “Hemos identificado cada grupo… así que podemos aportar buenos datos científicos, lo cual ayuda con los controles”, dice Wiles.
En segundo lugar, como es uno de los pocos países occidentales que ha logrado tener el coronavirus bajo control, Nueva Zelanda (y Australia) puede servir de modelo a otros para determinadas “cosas que hicimos nosotros, y que vosotros también podéis hacer”. Según Wiles, “el Reino Unido todavía está a tiempo de tomar estas medidas”.
Wiles es británica, pero desde hace más de una década vive en Nueva Zelanda junto a su marido “kiwi” y su hija, que tiene actualmente 14 años. Sus padres, que viven en Hull (Reino Unido), llevan un año confinados por los problemas de salud de la madre de Wiles.
“He sido muy estricta con ella”, dice Wiles. Pero lo más difícil de observar desde lejos lo que sucede en el Reino Unido ha sido “saber que las cosas no tienen por qué ser así”.
Conocimiento, pero también valores
A principios del año pasado, cuando daba entrevistas en el Reino Unido, a Wiles a menudo le preguntaban qué es lo que sabía Nueva Zelanda para tomar el camino que ha tomado. “Tenemos el mismo conocimiento, pero hemos tomado otras decisiones en base a nuestros valores”, respondía.
Wiles cree que el Gobierno del Reino Unido depositó en el sector privado ciertas responsabilidades -como el rastreo de contactos estrechos y las pruebas- que no tenía la capacidad de asumir, y se priorizó la economía por encima de la salud pública.
Más que su pequeña población y su distancia con otros países, la científica piensa que la clave del éxito de Nueva Zelanda fueron “sus valores políticos que consideran a la gente al mismo nivel que la economía, por lo que nuestra salud es lo más importante”. Además, añade, los líderes hicieron caso a los científicos, sin poner su ego por delante.
Recuerda con cariño que la primera ministra Jacinda Ardern la llamó inesperadamente para que le explicara cómo se transmite el virus a través de las superficies. Ese gesto fue coherente con la respuesta del Gobierno, que había combinado rigidez y sensibilidad. “Sosteniendo el armazón de medidas en su sitio, pero pidiéndole a la población que haga su parte, que sea solidaria”, dice Wiles.
Esta es la tercera forma en que puede ayudar Nueva Zelanda: demostrando la posibilidad de una acción colectiva efectiva, que también será necesaria para afrontar otros desafíos como la crisis climática.
“Me gustaría que la gente dijera: 'Mira, hemos podido llevar a cabo estos cambios drásticos y adaptarnos. ¿Podemos hacer lo mismo por otras causas?’”. Pero la rapidez con la que ha aparecido el exceso de relajación hace pensar que no es tan fácil, añade Wiles con decepción.
En Navidad, su suegro comprendió la situación perfectamente. “Me dijo 'cuando te llamé ya sabía que me ibas a decir eso'”.
Traducido por Lucía Balducci