En una tienda de armas de Cisjordania, el vendedor pone sobre el mostrador una selección de pistolas descargadas e invita a un grupo de hombres reunidos a su alrededor a cogerlas y a apretar el gatillo para comprobar lo que se siente. Sus consejos tienen como ruido de fondo una ráfaga de disparos de rifles automáticos procedentes del campo de tiro colindante y, de vez en cuando, del sonido rítmico de los disparos de una pistola.
“Todo el mundo viene a nuestra tienda a pedir una Glock”, explica. “En realidad lo que necesitáis es un arma que os haga sentir cómodos cuando la tengáis en vuestras manos”.
El grupo de hombres, algunos de las comunidades judías religiosas de Israel, otros vestidos con camisetas y kipás más discretas, observan con atención al vendedor mientras éste les explica cómo elegir un arma de fuego.
“Solicité mi licencia hace un mes y, si no hubieran ocurrido los atentados, habría pospuesto esta formación. No tenía prisa, pero tras los ataques decidí hacerlo inmediatamente”, cuenta Yonatan Elbaz, de 29 años, que vive en el asentamiento vecino de Beitar Illit. Elbaz elige una pistola de fabricación israelí porque quiere “comprar un arma de Eretz Yisrael”, indica, en referencia al nombre bíblico del pueblo israelí.
Desde el ataque sin precedentes perpetrado el 7 de octubre por militantes de Hamás contra varias ciudades israelíes cercanas a la frontera de Gaza, en el que murieron al menos 1.400 israelíes, las solicitudes de licencias de armas se han disparado.
Mientras se cuestiona el fracaso de los servicios de inteligencia israelíes y la forma en que el ejército no protegió a sus ciudadanos que vivían cerca de la frontera de Gaza, un número creciente de israelíes ha solicitado una licencia de armas o se ha apresurado a comprar un arma, ya que afirman que se sienten intranquilos y creen que tienen que responsabilizarse de su seguridad.
Zin Levy, que ha acudido a la tienda para comprar balas y renovar su licencia de armas antes de lo previsto, se levanta la camisa para mostrar una Smith & Wesson enfundada. Explica que hace muchos años que tiene pistola y que antes del atentado estaba sopesando la posibilidad de deshacerse de ella. Ahora la lleva a todas partes.
“Supongo que es una especie de protección, un elemento disuasorio. La sensación de inseguridad es generalizada”, afirma. Cuenta que entre los grupos de vecinos de su barrio de Jerusalén ha circulado la petición de que toda persona con licencia para portar armas lleve su arma a las oraciones de la sinagoga del barrio.
La armería, con sus vitrinas decoradas con brillantes casquillos de bala usados, se encuentra dentro de Calibre 3, un complejo de campos de tiro, una sala de entrenamiento de artes marciales y una sinagoga en los límites del asentamiento de Gush Etzion, en las colinas de Cisjordania, al sur de Belén.
Fuera, equipos de soldados israelíes con el ceño fruncido esperan para entrar en un campo de tiro adyacente haciendo cola junto a multitudes de ciudadanos que han acudido al centro para pasar el día de entrenamiento necesario para obtener una licencia de armas.
“Normalmente tenemos tres sesiones de formación a la semana para nuevas licencias, pero ahora mismo, desde el 7 de octubre, estamos haciendo dos al día”, explica Yael Gat, directora de Calibre 3: “Viene mucha más gente: ahora todo el mundo quiere un arma. Están conmocionados y no se sienten seguros. Desde el atentado, la percepción es muy distinta: quieren armas para protegerse”.
Dos días después del ataque de Hamás, el ministro de Seguridad Nacional de extrema derecha de Israel, Itamar Ben-Gvir, puso en marcha lo que su ministerio denominó una “operación de emergencia para que el mayor número posible de civiles pueda armarse”. Decretó que cualquier ciudadano israelí que reuniera los requisitos necesarios y quisiera adquirir un arma podría pasar por una entrevista telefónica en lugar de presencial y obtener una licencia de armas de fuego en el plazo de una semana.
Los israelíes que han ido a la tienda para comprar un arma ya han podido tramitar una licencia por la vía rápida. Daniel Yashua, de 25 años, miembro de la comunidad ultraortodoxa, que en el pasado rara vez se asociaba con el servicio militar israelí o la posesión de armas, se inclina contra una vitrina mientras describe la rapidez con la que ha conseguido una licencia para un arma personal. La pistola que lleva en la cintura, explica, es de su trabajo como guardia de seguridad en un colegio religioso masculino, pero ahora quiere un arma para uso personal.
“Presenté la documentación una semana antes del 7 de octubre. Normalmente, con el sistema que tenemos en Israel, esto llevaría meses. Pero ahora tarda unos días”, indica. “Ya lo tenía en mente, pero quiero sentirme seguro”.
Muy cerca, una mujer que vive en el asentamiento de Gush Etzion y que prefiere no dar su nombre mira la selección de pistolas mientras carga a un niño pequeño en la cadera y mira su teléfono. “Soy madre soltera y tengo dos hijos”, explica. “En realidad no quiero tener un arma, pero quiero tener la opción de proteger a mis hijas pequeñas”. “Ahora mismo todo el mundo siente que necesita la seguridad que les da un arma, especialmente las mujeres, ya que los hombres están desplegados. Todo el mundo quiere sentirse seguro”, señala Gat.
No todos los que se entrenan y compran en Calibre 3 viven en los asentamientos israelíes en Cisjordania, considerados ilegales por el derecho internacional y donde aumentan los incidentes de los colonos contra los palestinos.
El jefe del consejo regional de Samaria, en Cisjordania, distribuyó la semana pasada 300 fusiles de asalto a “escuadrones de seguridad civil” en coordinación con el ministerio de Ben-Gvir y el ejército israelí.
Encima de las vitrinas de la armería, un televisor montado en la pared muestra imágenes de atentados grabadas por cámaras de seguridad y acompañadas del rótulo: “Israel, bajo ataque: en las carreteras, en las paradas de autobús, en los trenes, en todas partes”. “Para nosotros, los atentados del 7 de octubre fueron de mayor escala, pero no es una amenaza nueva”, afirma Gat. “Lo que hacemos en Caliber 3 es ayudar a la gente a sentirse segura... El ejército israelí no puede estar en todas partes todo el tiempo”.
Traducido por Emma Reverter