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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Trump y su equipo no podrán cenar en paz mientras haya menores encerrados en jaulas

Los republicanos están muy preocupados por el “civismo” estos días. Les enfurece que la secretaria de Seguridad Nacional, Kirstjen Nielsen, se viese obligada a salir de un restaurante de Washington por las protestas de los manifestantes. Les molesta que llamasen fascista a Stephen Miller cuando el asesor de la Casa Blanca estaba comiendo en un restaurante mexicano. Y les horroriza que el dueño de un restaurante de Virginia pidiese a la secretaria de Prensa, Sarah Sanders, que se fuese. Algunos seguidores jóvenes de Trump en Washington incluso están deprimidos por no poder conseguir una cita.

En el mejor de los casos, se nos dice que la izquierda está siendo intolerante. En el peor –tal y como expresa un colaborador de Fox News–, que es una “turba” que se “acerca a la anarquía”.

Parece que no han considerado la respuesta más simple: que cuando haces y defiendes cosas terribles, la gente no quiere estar a tu lado.

Hay una razón por la que el actor Seth Rogen, por ejemplo, rechazó recientemente hacerse una foto con Paul Ryan; o por la que la fiscala de Florida, Pam Bondi, se encontró con manifestantes cuando salía de una proyección del documental de Rodgers. Los estadounidenses están horrorizados con lo que los republicanos están haciendo a este país, y de manera más urgente, con lo que están haciendo a los menores.

Como escribí poco después de las elecciones, cuando la derecha se enfureció por los abucheos que recibió el que se iba a convertir en vicepresidente, Mike Pence, cuando acudió al musical Hamilton, no hay nada malo en que te obliguen a sentirte avergonzado cuando has hecho algo vergonzoso.

Aun así, no son solo los conservadores los que afirman que marginar a los seguidores de Trump o a sus cómplices es “irrespetuoso”. El domingo, por ejemplo, David Axelrod –exasesor de Obama– tuiteó que estaba “sorprendido y perplejo por la cantidad de gente en la izquierda que ha aplaudido la expulsión de Sanders y su familia de un restaurante”.

Un editorial de The Washington Post sostiene que los estadounidenses deberían “dejar comer en paz al equipo de Trump”. Las protestas recientes, señala el periódico, “han desdibujado la línea entre horas de trabajo y tiempo privado”.

Pero cuando hablas del tipo de violaciones de derechos humanos que la Administración de Trump ha promovido y defendido abiertamente, no hay una línea pública/privada que valga la pena respetar. Cuando se habla de niños en jaulas, no solo eres responsable de tus acciones de 9 a 5 de la tarde.

Si eres el responsable por el encarcelamiento de bebés latinos, no tienes derecho a disfrutar de comida mexicana sin protestas. Si defiendes campos de internamiento donde los menores salen con picaduras de chinches, piojos y un trauma emocional irreparable, no puedes tener una divertida cena fuera sin que los camareros y los dueños de los restaurantes se enfaden. No tienes derecho a posar con famosos ni a disfrutar de una película sobre el poder de la bondad y el amor cuando estás dejando a millones de personas sin sanidad. Y cuando apoyas todo lo anterior, nadie se va a sentir mal por que no puedas conseguir una cita.

Una de las partes fundamentales de construir una comunidad es trazar límites sobre lo que se considera un comportamiento aceptable o inaceptable. Es normal que la gente decida que determinadas acciones no tienen cabida en una sociedad civilizada. Lo que le está pasando ahora a los republicanos solo es eso: miembros de la comunidad envían un mensaje claro sobre lo que están dispuestos a tolerar, y lo que ninguno de nosotros deberíamos tolerar. No hay nada más “cívico” que eso.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti