La reacción de Nueva Zelanda ante su masacre evidencia el fracaso de EEUU 20 años después de Columbine
Cuando el flagrante fracaso de EEUU de responder a la violencia con armas de fuego volvió a entrar en el foco, 50 personas muerieron en el ataque a dos mezquitas en Nueva Zelanda. Tom Mauser observaba los hechos con angustia. No sólo el brutal ataque en Christchurch le recordó a la masacre de 1999 en el instituto de Columbine en el que murió Daniel, su hijo de 15 años, sino que la rápida decisión de Nueva Zelanda de prohibir los rifles de asalto dejó al desnudo décadas de inacción en Estados Unidos.
“En Estados Unidos, a menudo nos vemos como un modelo para el resto del mundo en muchos asuntos, pero éste no es uno de ellos”, afirma Mauser. “No hacemos nada. Sólo sacudimos la cabeza, decimos nuestras plegarias y esperamos a que haya una próxima masacre”.
Mauser conversa con The Guardian desde Colorado con motivo del vigésimo aniversario del tiroteo en el instituto de Columbine. En el ataque del 20 de abril de 1999, dos jóvenes asesinaron a 12 estudiantes y un profesor antes de suicidarse. Una masacre que debería haber sido una excepción.
Pero en cambio, el derramamiento de sangre se ha convertido en algo rutinario. Los ataques que sucedieron tras el de Columbine no han generado ningún cambio significativo en la cultura de las armas en Estados Unidos, a diferencia de lo que ha sucedido en otros países.
“No es tanto el número concreto de votantes que defienden la visión extrema del derecho a tener armas, sino que es un grupo muy movilizado políticamente”, explica Philip Cook, coautor de El Debate sobre las Armas.
“Si le preguntas a cualquier persona defensora de las armas: ¿Le has escrito a tu representante en el Congreso, has hecho una donación o has ido a un encuentro público?…es muy probable que la respuesta sea que sí”, señala Cook.
Columbine no fue el primer tiroteo en una escuela estadounidense, pero fue el más letal desde 1966. Los medios de comunicación se lanzaron a la tormenta de la confusión y conmoción, dando crédito a información falsa sobre una “mafia de las gabardinas” o sobre cómo la música de Marilyn Manson había influido en los asesinos.
Con el tiempo, el público supo que las armas de los tiradores las habían comprado otras personas y que su objetivo en realidad era matar a cientos de personas con precarias bombas caseras que la policía encontró en la cafetería del instituto y en el aparcamiento. Tras la masacre, los simulacros de tiroteos se han convertido en algo normal dentro del sistema educativo. Y el Gobierno nacional se ha quedado paralizado.
Desde 1994 hasta febrero de este año, no había avanzado en el Congreso ni un proyecto de ley de control de armas. La sequía finalizó con un proyecto para extender las revisiones de antecedentes a todos los compradores de armas y a la mayoría de las transferencias, cubriendo un vacío que permite que los vendedores de armas sin licencia no realicen revisiones de antecedentes. Es poco probable que ese proyecto de ley avance en el Senado, que está controlado por el Partido Republicano, y el presidente ya ha aclarado que lo vetaría.
“Estados Unidos está fracasando a la hora de proteger a las personas y comunidades que se encuentran en mayor riesgo de sufrir violencia armada, y esto es una violación de la ley internacional de derechos humanos”, advirtió Amnistía Internacional. “El derecho a vivir sin violencia, sin discriminación y sin miedo ha sido desbancado por la sensación de que cada persona tiene derecho a poseer prácticamente un número ilimitado de armas mortíferas”.
Espacios públicos: de sagrados a zonas de exterminio
Los tiroteos en las escuelas no son la primera causa de muerte por armas en Estados Unidos. En 2017 murieron 39.773 personas por heridas de armas de fuego en Estados Unidos, según el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades. Alrededor del 60% de esas muertes fueron suicidios.
Sin embargo, la noción de que espacios públicos como las escuelas, las iglesias y los festivales de música se puedan convertir rápidamente en zonas de exterminio ha sido uno de los efectos periféricos de la actitud del país respecto de las armas.
El mes pasado, un joven que estudiaba en Columbine durante el ataque, Craig Scott, dijo en un evento conmemorativo que le preocupa que los tiroteos en las escuelas se hayan convertido en “parte de la mentalidad estadounidense”.
Cuando 10 estudiantes y profesores fueron asesinados en un tiroteo en un instituto en Santa Fe, Texas, en mayo de 2018, un periodista le preguntó a Paige Curry, una alumna de 17 años: “¿Había algo dentro de ti que te hacía pensar que esto no era real, que no podía pasar en tu instituto?”.
Curry respondió, con una calma sorprendente: “No, nada de eso. Ha estado sucediendo en todos lados. Siempre he tenido la sensación de que en algún momento iba a suceder aquí también”.
Los adolescentes actuales nacieron después de la masacre de Columbine. Eran niños cuando fueron los tiroteos en Virginia Tech y Sandy Hook. Han visto a los políticos conservadores resistirse al cambio después de cada ataque y han visto al grupo de presión a favor de las armas presionar más y más al Gobierno, negándose a apoyar siquiera una reforma moderada de las leyes.
En 2018, se preguntaron por qué las atrocidades que se describían en sus libros de texto seguían ocurriendo. En febrero de 2018, un tiroteo en el instituto Marjory Stoneman Douglas de Parkland, Florida, acabó con la vida de 17 personas. Los adolescentes del instituto manifestaron su repulsión en las redes sociales y ante las cámaras de televisión, generando el movimiento contra la violencia armada más notorio en décadas.
Los estudiantes dieron apasionados discursos y desafiaron a los críticos, a la vez que convocaron la que fue una de las manifestaciones estudiantiles más grandes de la historia de Estados Unidos, la Marcha por Nuestras Vidas. En marzo de 2018, cientos de miles de personas acudieron a las marchas y salieron de las aulas, incluyendo alumnos del instituto de Columbine, para pedir medidas más fuertes de control de armas.
“Hay esperanza”
La oleada de apoyo público no se dio solamente en las calles, sino que se vio representada en las demandas de la Marcha por Nuestras Vidas, que incluían revisión de antecedentes en todas las ventas de armas y la prohibición de vender cargadores de alta capacidad en Estados Unidos. Estas dos demandas son apoyadas por la mayoría de los estadounidenses. En las elecciones de mitad de mandato de 2018, los candidatos demócratas hablaron más sobre el conflicto del control de armas, y ganaron.
“Hay esperanza en la gente que apoya una regulación razonable de las armas”, dijo Cook. “Ha habido cierto cambio, quizá en parte por lo que pasó después de Parkland y el éxito de esos estudiantes en captar la atención del público y ganar apoyos”.
Mauser afirma que los alumnos de Parkland han logrado un impacto “tremendo”, especialmente a la hora de reforzar el control de armas en el estado de Florida. Pero Mauser ha visto tantos destellos promisorios en años anteriores que observa todo con cautela.
“Tengo que decir que he visto otras cosas en el pasado que me han hecho pensar que íbamos a lograr algo y luego no cambió nada”, admitió Mauser. “Creo que estos jóvenes tienen la capacidad de generar un cambio duradero, pero tienen que seguir trabajando en ello”.
Mauser sabe mejor que muchos lo que es andar por el fango de la batalla por el control de armas en Estados Unidos. Diez días después de que Daniel fuera asesinado, Mauser se unió a otras miles de personas en una protesta en las puertas de la convención anual de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) en Denver, a 24 kilómetros de Columbine.
Durante décadas, la NRA ha presionado por la elección de candidatos defensores del derechos a llevar armas, a pesar de ser menos poderosa económicamente que otros grupos de presión. La asociación basa su poder en un pequeño grupo de personas muy apasionadas que logran bloquear leyes y normativas que apoya la mayoría de los estadounidenses.
Durante 20 años, Mauser se ha enfrentado a esa fervorosa minoría y ha luchado por un mayor control de armas en el estado de Colorado. En este momento, Mauser apoya el proyecto de la ley “bandera roja” que permite que las fuerzas de seguridad o un familiar le pidan a un juez que prohíba que compre armas alguien que se considere un peligro para sí mismo o para otros.
En momentos clave de estas campañas, Mauser se pone los mismos zapatos que llevaba su hijo cuando murió en abril de 1999.
Pero desde entonces el clima ha cambiado, afirma. Los que se oponen al control de armas están más atrincherados que después de la masacre de Columbine, cuando él lograba hablar con republicanos sobre posibles leyes más restrictivas.
“En el caso de la ley Bandera Roja, ni un solo republicano votó a favor de la ley”, asegura Mauser. “El nivel de resistencia y la intensidad de la oposición han aumentado significativamente”.
Al margen de cuánto quiere Mauser que cambien las cosas, la realidad es que el aniversario de la masacre de Columbine es simplemente otro día sin su hijo. Ni él ni su familia participarán en actos públicos. Prefieren recordar a Daniel en privado, como el muchacho tranquilo y pensativo al que le gustaba el pollo asado y los gofres que le preparaba su padre.
“Era muy tímido y aún así se apuntó al club de debate del instituto, donde tenía que ponerse de pie y hablar delante de otras personas”, relató Mauser. “Eso ha sido una inspiración para mí. A pesar de lo difícil que es hacer lo que yo hago y hablar de esto, si Daniel pudo hacerlo, yo también puedo”.
Traducido por Lucía Balducci