Recuerdo los buenos tiempos, cuando no andábamos dando tumbos todo el rato, de crisis en crisis, y teníamos tiempo para preguntarnos por qué la legislación de playas limpias de la Unión Europea (UE) no había conseguido más popularidad. Quizá simplemente a la gente no le importaban las aguas fecales.
Posiblemente esa era la hipótesis que usaban los diputados conservadores, los mismos que sentían un creciente malestar (así es como se dice en los pasillos a estar de los nervios) por el proyecto de ley medioambiental que pretende reducir los vertidos de aguas fecales en mares y ríos.
Se trata de un texto legislativo muy complejo y la parte de las heces ocupa solo un pequeño lugar. Una enmienda en la Cámara de los Lores quiso imponer a las compañías de aguas la obligación de no verter en los canales las aguas residuales sin tratar y 265 diputados conservadores votaron en contra (solo 22 tories votaron contra el Gobierno). El sitio de noticias Evolve Politics publicó la lista completa de los que participaron en la votación y, de tanta urgencia que había en el público por conocer los nombres, se les cayó la web. Asombrados por la virulencia del sentimiento popular, los llorones de los tories acudieron a Twitter para decir que se trata de una noticia falsa.
Símbolo de promesas rotas
Creo que una pequeña explicación puede ayudar. Las aguas fecales se han convertido en un símbolo potente de varias cosas ocurriendo a la vez. En primer lugar, por todas aquellas promesas del Brexit de que nada cambiaría, salvo para mejorar, y de que en todo caso nuestras protecciones medioambientales sin la UE mejorarían.
En esta grieta que no se cierra, acaban de darle la vuelta a la tortilla. Antes del Brexit, los que querían permanecer en la UE eran los que exponían argumentos aburridos, prácticos y detallados; mientras los partidarios de salir entonaban sus cantos de libertad con toda la fuerza de sus pulmones. Ahora son los partidarios del Brexit los que tratan de dar a entender la complejidad del caso (“creemos que descubrirán que esto tiene que ver con las fuertes lluvias y con alcantarillas de la era victoriana”, dicen) mientras que los partidarios de la permanencia presentan el argumento simplista y emocional: “Las cosas solían ser mejores y ahora son una porquería”.
En segundo lugar, y de cara a la COP26, estamos viendo las consecuencias de elegir un gobierno de chiste que no cumple con sus promesas. La sensación es que el medioambiente se va a llevar la peor parte.
En tercer lugar, aunque las desventajas de las privatizaciones sean palpables, por lo general resulta difícil probarlas, son opacas y entran en el terreno de la conjetura. Pero no en este caso. Las compañías de agua están bombeando aguas residuales sin tratar porque no pueden permitirse las mejoras de infraestructura que hacen falta para dejar de hacerlo. En los últimos 30 años, también han repartido 57.000 millones de libras (67.000 millones de euros) en dividendos. Si hay algo peor que un tema que agrupa varios problemas a la vez, es uno con unas posibilidades metafóricas tan ricas que sería vulgar explotarlas.
Actualización: Tras el escándalo provocado por el voto en contra de los conservadores, el Gobierno ha dado un giro de 180 grados y ha impuesto finalmente controles a las empresas de aguas para evitar vertidos fecales descontrolados en mares y ríos británicos
Traducción de Francisco de Zárate.