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Violencia, hermandades y tatuajes secretos: así son las 'pandillas' en la policía de Los Ángeles

Uno de los tatuajes de las pandillas policiales de la comisaría de Compton, en Los Ángeles (EEUU)

Andrew Gumbel

Los Ángeles —

Después de cuarenta años como abogado especializado en derechos civiles, John Sweeny sentía que había algo raro en el tiroteo policial contra Donta Taylor. Una noche del verano de 2016, Taylor –un afroamericano de 31 años de edad– caminaba desde la casa de un amigo en Compton hacia una tienda cercana de alimentación. Unos agentes de la oficina del sheriff del condado comenzaron a perseguirlo y a meterse con él. En un solitario camino de cemento junto al canal le dispararon. Recibió más de doce tiros.

Para Sweeney, cuya carrera comenzó junto al legendario abogado de los derechos civiles Johnnie Cochran, aquel asesinato tenía el sello de una ejecución. En un principio no era más que una corazonada, pero luego fue a más: aquello era la obra de agentes de policía renegados que se deleitaban con la violencia por la violencia.

La policía sostuvo que Taylor llevaba los colores de una pandilla (Compton es el lugar de origen de los Crips y los Bloods, dos bandas legendarias de Los Ángeles) y que había sacado una pistola semiautomática de su cintura. Pero ese arma nunca apareció en la escena del crimen ni cerca de allí. Cuando los agentes se acercaron, tampoco había sospecha alguna de que Taylor estuviera involucrado en actividades criminales.

“Lo detuvieron sin motivo, ¡por ninguna razón!”, dice Sweeney en declaraciones a The Guardian: “Había salido a comprar un Sprite y un cigarrillo… Me di cuenta de que estaba ocurriendo algo, que lo hacían para convertirse en miembros de algo o para ganarse el favor, porque eso no era trabajo policial”.

Sweeney se enteró de que meses antes los mismos dos agentes habían golpeado salvajemente a Sheldon Lockett, otro joven negro de Compton. A plena luz del día, Lockett estaba con un amigo fuera de la casa de su madrina cuando, según testigos presenciales, los policías lo cubrieron de insultos racistas, lo golpearon repetidamente con una pistola Taser y le metieron la porra en la cuenca de un ojo, provocándole un daño irreversible. En esa ocasión los agentes también dijeron haber visto un arma. Una vez más, no se encontró ninguna.

Hasta que llegó el momento de la verdad. Durante una audiencia judicial en mayo, Sweeney preguntó a Samuel Aldama, uno de los policías, si sentía algún tipo de rechazo racial hacia los afroamericanos. Aldama pasó unos cinco minutos debatiéndose con su propia respuesta. Primero dijo que sí sentía rencor. Luego cambió de estrategia y dijo que había malinterpretado la pregunta.

Sweeney preguntó después si tenía un tatuaje. Tras varias vacilaciones, Aldama mostró la elaborada imagen en su pantorrilla: una aterradora figura esquelética blandiendo un rifle. También admitió que había entre 10 y 20 policías del cuartel de Compton con el mismo tatuaje.

Los 'desafíos' para integrarse en las pandillas

Sweeney no sabía lo del tatuaje, pero sí que la oficina del sheriff de Los Ángeles tenía un historial de hermandades en las que, al estilo de las pandillas, se reverenciaba la violencia por la violencia, además de presionar a los agentes para romper las reglas, demostrar su fidelidad y “ganarse la tinta” de los tatuajes ocultos.

La revelación fue algo más que un momento ‘Perry Mason’ en el tribunal. Conmocionó a los líderes cívicos de Los Ángeles, que solo unos años antes habían conocido el gigantesco escándalo que reveló que agentes de policía –apoyados y protegidos por oficiales de alto rango que llegaban hasta el mismo sheriff– habían participado en palizas sistemáticas a prisioneros.

También se salió a la luz que estos policías habían trabajado al servicio de los líderes de las pandillas del White Power en el contrabando de drogas y otros artículos dentro y fuera de la cárcel, además de haber conspirado para ocultar al FBI los detalles del escándalo.

El ex sheriff Lee Baca, su ex número 2 y alrededor de una docena de sus agentes fueron procesados y condenados por delitos que iban desde el abuso de poder hasta la obstrucción de la justicia.

Jim McDonnell, el actual jefe del que es el mayor departamento de policía de condado en Estados Unidos, ha pedido una investigación interna sobre lo que él llama las “hermandades renegadas”. El año pasado, la oficina del fiscal a cargo del caso emitió una conclusión en favor de Aldama y de su socio, Mizrain Orrego. A pesar de ello, McDonnell insiste en que los incidentes de Compton todavía están siendo investigados.

No obstante, no ha conseguido aliviar a sus críticos dentro de la policía –dicen que de reformista solo tiene el nombre– y ha dejado una puerta abierta para que la atención vuelva a centrarse en estos asuntos: desde los polémicos tiroteos hasta la escasez de personal y equipo policial. En noviembre, McDonnell se enfrenta contra un veterano que lleva 30 años en el cuerpo, en una batalla por la reelección a sheriff que será inesperadamente dura.

El “nosotros contra ellos” en las comisarías

Los líderes de los movimientos por los derechos civiles también han enfurecido con estos casos. Hace seis años, un informe del condado coescrito por McDonnell (en aquel entonces, jefe de policía en la ciudad portuaria de Long Beach) describía cómo los agentes pertenecientes a hermandades secretas se desafiaban entre ellos a ver quién golpeaba o mataba a reclusos de la cárcel, añadiendo detalles a sus tatuajes cada vez que lo hacían.

Los policías a veces se metían en peleas con miembros de hermandades rivales. Por ejemplo, los polémicos altercados durante la fiesta de Navidad del departamento de policía de 2010, que terminó con el despido de seis agentes, o la violencia física empleada contra agentes honestos que se negaban a aceptar los desafíos.

La principal preocupación es que estos comportamientos estén resurgiendo. Una de las explicaciones es que algunos policías han desarrollado una mentalidad de “nosotros contra ellos” tras el surgimiento de Black Lives Matter y otros grupos de derechos civiles, que surgieron precisamente de la indignación por los disparos de policías contra civiles. En parte, también se debe a que la limpieza entre los jefes del departamento que prometió McDonnell al asumir el cargo no ocurrió.

“Esto llega muy alto en la comisaría de Compton”, acusa Sweeney. “El capitán dice que no sabía nada. Estos agentes se quitan todos los días su ropa de civil en el vestuario para ponerse los uniformes, ¿me van a decir que había hasta 20 personas con ese tatuaje sin que nadie preguntara nada? Por supuesto que lo sabían”, razona.

Un representante sindical de otra comisaría –que habló con The Guardian con la condición de no ser identificado– explicó que no todos los tatuajes son iguales. Así, algunos agentes los reciben como una señal de orgullo genuino, un signo de que están dispuestos a hacer bien su trabajo y perseguir a los criminales violentos por grandes que sean los riesgos; pero, en cambio, para otros, los tatuajes son más secretos y siniestros.

“¿Por qué tiene que ser un cráneo con un rifle?”, se pregunta el representante sindical sobre ‘la tinta’ de Compton: “Lo que parece indicar eso es una mentalidad de matón, que se hacen cosas que son, entre comillas, no declaradas. Está empezando a cambiar la forma en que los agentes se tratan unos a otros. En la comisaría del Este de Los Ángeles, unos amigos me hablaron de tres tatuajes diferentes. A veces los tres grupos se pelean entre sí. Eso es totalmente inaceptable. No tiene nada que ver con la forma en que debería comportarse la policía”.

Una “banda neonazi de los supremacistas blancos”

Hace diez años, en el departamento de policía regía un liderazgo oculto que alentaba a los agentes a “trabajar en la sombra”. Para protegerse mutuamente (o para obtener ascensos), muchos respetaban el código de silencio sobre los abusos cometidos. Se decía que los policías sucios que se atenían a ese código estaban “en el auto” con el número dos del sheriff y ex miembro de la famosa hermandad de los Lynwood Vikings, Paul Tanaka

En su juventud, Tanaka había sido uno de los cinco policías pertenecientes a los Vikings, responsables por el asesinato de un inmigrante coreano desarmado que no paró en un stop de Lynwood en 1988. Tres años después, un juez federal describió a los Vikings como una “banda neonazi de los supremacistas blancos” que se burlaba una y otra vez de la Constitución.

Por culpa de las actuaciones de los Vikings, el departamento de policía terminó pagando casi 10 millones de dólares en arreglos extrajudiciales. La carrera de Tanaka parecía haber llegado a su fin... Hasta que Baca asumió el cargo y lo puso en la vía rápida hacia la cima.

Como número dos del sheriff, Tanaka manejaba una lista de correos electrónicos con el nombre de los subordinados de confianza. Muchos miembros del departamento confiaban en que McDonnell usara esa lista como guía para purgar las filas. En lugar de eso, según las fuentes consultadas, McDonnell mantuvo a gran parte de los antiguos acólitos de Tanaka, que cumple una condena de cinco años por conspiración y obstrucción a la justicia. En algunos casos, incluso los ascendió.

“Ha sido poner al zorro a cuidar el gallinero”

Es probable que la proximidad de las elecciones de noviembre provoque nuevas indagaciones. Toda la campaña del candidato estrella que desafía a McDonnell, el teniente de policía retirado Alex Villanueva, está basada en la necesidad de reformar lo que él llama un sistema corrupto de clientelismo que atenta contra la moral. “Llega McDonnell y no solo ha dejado todo el sistema intacto”, dice Villanueva a The Guardian, “sino que ha dejado a los jugadores clave en los mismos cargos o los ha ascendido. Se ha rodeado de personas que le están dando malos consejos, ha sido poner al zorro a cuidar el gallinero”.

El representante del sindicato está más o menos de acuerdo con Villanueva. “Las bases detestan a McDonnell”, dice. “No sé si es porque le están obligando o si es porque cree que hay que hacerlo así, pero se ha centrado casi exclusivamente en detalles de cosmética. No ha hecho casi nada por una reforma seria. La radio se estropea aproximadamente una vez a la semana, pero nosotros gastamos un millón de dólares en reemplazar los botones plateados de nuestros cinturones por otros amarillos, ¿qué tiene que ver eso con nada?”, critica.

El propio McDonnell ha intentado quitar importancia a los tiroteos de Compton. Dice que las revelaciones de la declaración de Aldama “no reflejan en modo alguno [la oficina del sheriff] de hoy”. El capitán de la comisaría de Compton dijo al periódico Los Angeles Times que habían limitado a Aldama a hacer tareas de oficina y que Mizrain Orrego había sido despedido por un delito no relacionado.

Pero John Sweeney sigue presionando. En los próximos días pegará carteles en los alrededores de Compton pidiendo que dé un paso al frente cualquier persona que crea haber sido víctima de Aldama o de Orrego. “Sospechamos que hay muchas víctimas de esta pandilla”, advierte Sweeney. “Esto puede ser nada más que la punta del iceberg”.

Traducido por Francisco de Zárate

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