El Día de Acción de Gracias, tres estudiantes universitarios de Burlington (Vermont) regresaban a casa después de las celebraciones. Era la segunda vez que celebraban esa festividad en EEUU, tras haber solicitado en 2021 estudiar en el extranjero desde Cisjordania. Según la Policía, los tres -Hisham Awartani, Kinnan Abdalhamid y Tahseen Ahmed- presuntamente fueron abordados por Jason J. Eaton, que, sin mediar palabra, comenzó a dispararles con una pistola. Eaton no conocía a los estudiantes: lo único que vio fue que dos de ellos llevaban la kufiya, el pañuelo blanco y negro que lleva más de medio siglo ligado a la lucha palestina.
En las últimas semanas, el clima de creciente islamofobia tras el estallido de la guerra entre Israel y el grupo palestino Hamás ha suscitado una serie de delitos de odio contra musulmanes, a menudo contra quienes llevan la kufiya. Una mujer fue detenida en Brooklyn tras arrojar café a un hombre que llevaba el tradicional pañuelo blanco y negro, y un guardia de seguridad arrancó el pañuelo del cuello de uno de los que asistían al encendido del árbol de Navidad del Rockefeller Center de Nueva York.
Pero, ¿cómo es que la historia del pañuelo -adoptado por muchos en el mundo árabe y en todo el planeta, incluidas figuras como Nelson Mandela, Madonna o Fidel Castro- está tan asociada con la lucha palestina por la autodeterminación?
Desde la época colonial
A menudo llamada la “bandera no oficial” de Palestina -en especial durante el periodo en que la bandera oficial de Palestina estuvo prohibida por la ocupación, entre 1967 y 1993-, su nombre “kufiya” o “kefia” se traduce literalmente como “relacionado con Kufa”, la ciudad iraquí de la que se cree que proviene esta tela. En Palestina, la kufiya era originalmente una tela blanca lisa utilizada a lo largo de los siglos por los campesinos y beduinos varones para protegerse de las quemaduras del sol, el frío, el polvo y la arena. Los palestinos urbanos, en cambio, solían llevar el tarboush o fez rojo turco [un sombrero redondo y aplanado con una borla en la parte superior popularizado por el Imperio Otomano].
La kufiya se convirtió en un símbolo de resistencia política en la década de 1930, cuando palestinos de todos los orígenes se unieron contra el dominio colonial británico. Cuando los luchadores rurales por la libertad, conocidos como fedayines, empezaron a lanzar ataques contra las fuerzas británicas en sus ciudades, eran fácilmente identificables por llevar ese pañuelo en la cabeza. “El campesinado y la burguesía se unieron para resistir la ocupación. La adopción de la kufiya por parte de ambos bandos fomentó un sentimiento nacionalista, haciendo caer las señas de identidad”, dice Jane Tynan, historiadora cultural de la Universidad Libre de Ámsterdam.
Según el etnógrafo Joseph Massad, autor de 'Colonial Effects: The Making of National Identity in Jordan' [Efectos coloniales: La construcción de la identidad nacional en Jordania], la popularidad de una kufiya específica -con un patrón de cuadros blancos y negros- como símbolo de la nacionalidad palestina se remonta a mediados del siglo XX, cuando Glubb Pasha, un oficial británico, hizo de la kufiya parte del uniforme de su fuerza paramilitar del desierto. “El hatta [kufiya] rojo y blanco debía servir como seña para distinguir a los ‘verdaderos’ transjordanos de los jordanos palestinos, que a su vez adoptaron el hatta blanco y negro como definidor de su nacionalidad palestina en el contexto nacional de Jordania”, escribe Massad en su libro. “La arbitraria elección de Glubb” fue la que definió uno de los símbolos “más visibles y provocadores del nacionalismo jordano y palestino”.
Las kufiyas rojas y blancas estaban hechas de algodón grueso y, sorprendentemente, en aquella época la mayoría estaban hechas en fábricas de algodón británicas. Acabarían convirtiéndose en el tocado estándar de las fuerzas policiales británicas de la Palestina colonial, las Fuerzas de Defensa de Sudán y las Fuerzas Árabes Libias. Con el tiempo se hicieron tan populares que también los palestinos las llevaban.
“Los traslados de población y los desplazamientos, resultado de la expropiación masiva de tierras y el consecuente declive de la actividad agrícola, llevaron a los palestinos a buscar símbolos que se opusieran a la realidad material del colonialismo”, explica Tynan. “La kufiya intensificó el vínculo con el suelo palestino, con el mar Mediterráneo, lo que pone de relieve el daño que la ocupación está causando a la identidad colectiva del pueblo palestino. Esto cala hondo en diversos grupos que buscan la justicia social, desde los anticapitalistas hasta los activistas climáticos”.
Este simbolismo se acentuó en la década de 1960 con el florecimiento del movimiento de resistencia palestino y la adopción de la kufiya por figuras revolucionarias como Yasser Arafat, líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Arafat saltó a la fama internacional por ser cofundador de Al Fatah, grupo que buscaba la liberación de Palestina mediante la lucha armada contra Israel. Una foto de la activista Leila Khaled -la primera mujer en secuestrar un avión- con una kufiya y un fusil AK-47 en la mano catapultó la prenda al imaginario colectivo occidental como símbolo del terrorismo.
Khaled lució la kufiya en muchas imágenes que circularon en Occidente, “un factor significativo en la evolución del objeto como seña internacional de solidaridad palestina y como objeto sin género”, escribe la historiadora del diseño Anu Lingala en 'A Sociopolitical History of the Keffiyeh' (Una historia sociopolítica de la kufiya).
Las mujeres se ponen la kufiya
El historiador Nadim Damluji sostiene que el hecho de que Khaled llevara la kufiya “alejó el pañuelo de la practicidad masculina y lo convirtió en un ejercicio interpretativo”, inspirando a “cientos de mujeres jóvenes enfadadas de todo el mundo” que empezaron a llevar el pañuelo.
Al principio, los únicos occidentales que llevaban la kufiya eran aquellos que buscaban mostrar su solidaridad con el movimiento de resistencia palestino, en su mayoría “activistas antibelicistas de finales de los años sesenta”, según Lingala. Pero pronto se convertiría en un símbolo de antiimperialismo y de la ideología de izquierdas, usado por figuras revolucionarias como Fidel Castro y Nelson Mandela, que se oponían al apartheid de Israel contra el pueblo palestino. “Sabemos demasiado bien que nuestra libertad está incompleta sin la libertad de los palestinos”, declaró Mandela en 1997, tres años después del fin oficial del apartheid en Sudáfrica.
A medida que la kufiya iba ganando popularidad en Occidente a finales de los setenta y en los ochenta, pasó de ser un símbolo de solidaridad palestina a un símbolo más general de los sentimientos de libertad y antiautoritario, y fue utilizada para provocar por artistas como Madonna, que fue fotografiada con uno al cuello en una sesión de fotos de 1982. A finales de la década de 1980, la kufiya tuvo la misma suerte que innumerables estilos contraculturales anteriores, y finalmente fue fagocitado por la moda popular y se convirtió en un accesorio estiloso. Melanie Mayron lo lució en la serie de TV ‘Treinta y tantos’ (1988), al igual que Sandra Bullock en ‘En la cuerda floja’ (1987).
El uso de la kufiya como accesorio de moda continuó en la década de 1990. En la cuarta temporada de Sexo en Nueva York, Carrie Bradshaw lució una cuestionable pieza de escote halter y patrón kufiya, mientras que Raf Simons llevó el pañuelo en su colección Riot Riot Riot, a la industria de la moda calificó de “terrorista chic”. A mediados de la década de 2000, con el auge de los hipsters, se convirtió en una prenda omnipresente, llevada por todo el mundo, desde Kirsten Dunst a David Beckham, y completamente alejada de sus raíces revolucionarias. Incluso a Meghan McCain se le ha visto luciendo uno.
Del terrorismo a las pasarelas
La colección “traveller” de Balenciaga de otoño 2007 de Nicolas Ghesquière consolidó la kufiya como objeto de moda. Ghesquière hizo desfilar a la modelo brasileña Flávia de Oliveira con una versión del pañuelo, lo que llevó a la revista W a nombrarlo uno de los diez mejores accesorios del otoño de aquel año. Unos meses más tarde, Isabel Marant también presentó modelos con kufiya y color caqui verde militar en su colección de primavera 2008.
Para entonces, resultaba imposible escapar de la kufiya, con imitaciones baratas en colores chillones disponibles en todas partes, desde el mercado londinense de Camden hasta la cadena de tiendas Urban Outfitters, que lo vendía como pañuelo “antibélico” antes de que fuera retirado por las quejas de Stand With Us, una organización pro-Israel que envió cartas a miembros del consejo de administración y a accionistas de la empresa, junto con fotos de combatientes de Hamás llevando esa prenda. “Parece extraño que algo que ha sido tan publicitado como un pañuelo utilizado por terroristas sea elegido como un pañuelo antibélico. No creo que sea una elección inocente. O es pura ignorancia o [hay] alguien en el departamento de compras con una agenda política contra Israel y los judíos”, dijo Allyson Rowen Taylor, entonces directora asociada de Stand With Us, al periódico israelí Jerusalem Post.
A la vez que la kufiya disfrutaba de sus últimos días como accesorio de moda en Occidente, tenía lugar la segunda intifada, un importante levantamiento de palestinos contra la ocupación israelí que comenzó en 2000 y que causaría más de 3.000 muertos palestinos y 1.000 israelíes. Las entrevistas a los hipsters que llevaban el pañuelo parecían indicar que desconocían su historia en el contexto palestino, pero esto no necesariamente implicaba que usarlo fuera una declaración completamente apolítica. “Es fácil olvidar que hubo un fuerte sentimiento anti-Bush, incluso entre los hipsters más apolíticos, en respuesta a la invasión de Irak”, dice el creador de la cuenta de Instagram Indie Sleaze, que retrata este período de la historia de la moda. “Esto no quiere decir que yo piense que la mayoría de los hipsters llevaban la kufiya como gesto político de solidaridad. Estoy seguro de que para muchos no era más que otra tendencia a seguir, o [una prenda] para ser provocativo o irónico, ya que había algunas personas y políticos reaccionarios que pensaban en la kufiya como un símbolo del terrorismo”.
El debate sobre las raíces políticas de los pañuelos no estuvo del todo ausente en su momento. En 2007, el diario The New York Times publicó un artículo titulado “Donde unos ven moda, otros ven política”, que presentaba el debate de aquel entonces, aunque la mayor parte de la atención se centraba en un bloguero de moda judío que lo consideraba un símbolo del terrorismo y en fashionistas despistados que habían comprado el pañuelo en Urban Outfitters. “Es parte del kit hipster esencial: necesito mis vaqueros pitillo, algún tipo de pañuelo y una camiseta destartalada”, decía uno de los fashionistas. “No estoy muy al día de lo que está sucediendo en Oriente Medio”, admitía otro, que hacía poco había comprado una kufiya a un vendedor de St. Mark's Place, en Nueva York. “Es algo estético”, añadía.
Una prenda polémica y política
Muchos han intentado presentar la kufiya como un símbolo de odio y terrorismo. En 2008, en el punto álgido de su popularidad, las quejas porque la presentadora de televisión y escritora estadounidense Rachael Ray llevara el pañuelo en un anuncio de Dunkin' Donuts hicieron que éste fuera retirado. La medida fue alabada por la comentarista política conservadora Michelle Malkin, que la consideró una refrescante victoria para “los estadounidenses opositores a la yihad islámica y a sus apologistas”. Esa retórica se ha recrudecido en el último mes. En Berlín se ha prohibido a los escolares llevar el pañuelo porque, según las autoridades, “puede ser entendido como una apología o aprobación de los ataques contra Israel o un apoyo a las organizaciones terroristas que los llevan a cabo”.
El mes pasado, una estudiante palestino-estadounidense de la Universidad de Columbia, que perdió a 14 familiares en los ataques israelíes contra iglesias cristianas de Gaza, denunció que, un día en el que ella llevaba la kufiya, un compañero la había parado en el campus y le había preguntado si era “partidaria de Hamás”. “Seguramente apoyas la violación de mujeres. Seguramente apoyas la decapitación de bebés”, le dijo, en referencia a los crímenes perpetrados presuntamente por miembros de Hamás en comunidades de Israel.
“Los llamamientos a prohibir el pañuelo sugieren que la kufiya es un símbolo provocador y subversivo, pero esto es reduccionista”, explica Tynan, en alusión a los recientes intentos de los Gobiernos de Francia y Alemania de prohibir el pañuelo en las escuelas y las manifestaciones, alegando que la polémica prenda puede provocar “desorden público”. “La kufiya es testigo de la ocupación de los territorios palestinos. La historia del pueblo palestino está incrustada en la kufiya, que a estas alturas es un símbolo significativo y apropiado de la lucha continua por la justicia social”.
Quizá paradójicamente, a mayor popularidad de la kufiya en Occidente, menor impulso para la economía palestina. Hoy en día, sólo queda una auténtica hilandería palestina. “Después de la segunda intifada [en 2000], la llegada de kufiyas producidas masivamente [procedentes de China] redujo considerablemente el mercado de las kufiyas auténticas fabricadas localmente. Cada vez era más difícil competir con los bajos precios de las falsificaciones importadas, a pesar de que nuestras kufiyas eran de una calidad mucho mayor y tenían un significado importante para nuestra cultura”, explica por correo electrónico Nael Alqassis, director general de Hirbawi, la última fábrica de kufiyas que queda en Palestina. “Esta situación amenazó la supervivencia misma de la industria palestina de tejido tradicional de kufiyas hasta reducirla a una única fábrica operativa: la nuestra. La resistencia y persistencia de Hirbawi frente a estos desafíos han sido cruciales para mantener vivo este aspecto fundamental del patrimonio palestino”.
La kufiya ha vuelto a ser el centro de atención una vez más, pero en un clima cultural muy distinto al de mediados de la década de 2000. “En la última década, las redes sociales han contribuido a generar conciencia política y animar al activismo a los jóvenes. La cultura del ‘call-out’ [denunciar públicamente la conducta de personas o grupos] también ha aumentado la conciencia social de la apropiación cultural como una cuestión problemática o controvertida”, dice Lingala.
“La kufiya ha vuelto como símbolo de solidaridad con Palestina y muchos están redescubriendo la historia y el significado del pañuelo”, añade Tynan. “En las redes sociales, la gente publica historias sobre su simbolismo e imágenes que explican la historia y el significado del tejido: el patrón de hojas de olivo, que representa el cultivo de aceitunas; el patrón de rejilla, que representa el mar Mediterráneo; y las líneas gruesas del diseño, que representan las rutas comerciales que atraviesan la Palestina histórica. Hoy se entiende como un símbolo que defiende la causa palestina, pero la kufiya también encarna aspiraciones más amplias en torno a la justicia social y la descolonización”, afirma.
El regreso de la kufiya como símbolo explícitamente político del derecho palestino a la autodeterminación puede significar una sentencia de muerte para los intentos de las marcas de apropiarse del estampado ignorando su historia. El “mono festivalero” de Topshop de 2017, que incorporaba el patrón kufiya, fue retirado tras las protestas del público, aunque el “vestido-bata tribal” de Boohoo de 2019, que hacía lo mismo, de alguna manera logró pasar desapercibido. Virgil Abloh lanzó en 2021 otra versión de lujo del pañuelo para LVMH, de un color azul y blanco especialmente llamativo que algunos comentaristas juzgaron como un intento bastante tonto de hacer política.
Algunos diseñadores israelíes también insisten en su derecho a utilizar el estampado, como la marca Dodo Bar Or, con sede en Tel Aviv. “Me da miedo meterme en política, pero crecí con estas telas, las veía todos los días. Israel es una colección de culturas; tenemos a todo el mundo aquí”, dijo la diseñadora a un periodista del periódico The Times en 2018 sobre su decisión de usar la tela palestina. Esta justificación para la apropiación basada en el “crisol de culturas” resultó vacua después de las publicaciones islamófobas de Bar Or en las redes sociales que, tras el ataque de Hamás del 7 de octubre, parecían equiparar la llamada musulmana a la oración con el terrorismo. Posteriormente, la marca fue retirada de las distribuidoras Net-a-Porter y Matches.
La ocupación israelí significa que el único productor auténtico de kufiyas que queda, con sede en Hebrón (Cisjordania), debe enfrentarse a muchos problemas logísticos para continuar con su oficio. Dado que Palestina no tiene el control sobre sus propias fronteras, la capacidad de Hirbawi para importar materias primas y exportar kufiyas depende en gran medida de los puestos de control y los controles fronterizos israelíes, que a menudo provocan retrasos y aumentan los costes.
Para Alqassis, cuya empresa familiar está atravesando un “aumento sin precedentes de la demanda” por parte de clientes de todo el mundo, desde Irlanda hasta México y Japón, el acto de llevar la kufiya en este contexto trasciende la apropiación cultural. “Creemos que llevar una kufiya auténtica, hecha en Palestina, es la mejor forma de solidaridad internacional. Aunque resulte difícil satisfacer la demanda, [la alta demanda] es un poderoso testimonio de la importancia de la kufiya y del apoyo público internacional a Palestina”, dice. “Esperamos que, a medida que aumenta la demanda de kufiyas palestinas auténticas, se abran más fábricas en Palestina. Esto no sólo reactivaría la industria de la kufiya en su tierra natal, sino que también reforzaría la base económica de nuestra comunidad, manteniendo viva y pujante esta parte significativa de nuestro patrimonio”.
Traducción de Julián Cnochaert