El 13 de junio de 1971, el reportero Neil Sheehan firmó una de las exclusivas más célebres de la historia del New York Times. El titular no era tan llamativo como los efectos del artículo hasta nuestros días para la política, la guerra y el derecho a la información: “El archivo de Vietnam: un estudio del Pentágono reconstruye tres décadas de intervención creciente de Estados Unidos”. Eran los papeles del Pentágono.
Neil Sheehan fue uno de los periodistas más influyentes y pioneros del siglo XX. Se puede decir que cambió el periodismo gracias a su espíritu crítico y su perfil personal como hijo de inmigrantes irlandeses que lo había tenido más difícil que otros colegas para llegar a la cima. Sheehan murió este jueves en Washington a los 84 años, y su fallecimiento desvela ahora el secreto que guardó durante décadas: cómo consiguió los papeles del Pentágono.
En 2015, cuando ya estaba enfermo de Parkinson, Sheehan quiso contarlo en una entrevista al New York Times con la condición de que el artículo se publicara tras su muerte.
La fuente fue Daniel Ellsberg, que había sido analista del Departamento de Defensa, había visto los horrores de Vietnam y cómo los políticos mentían sobre la marcha de los acontecimientos o las tropas necesarias, y había copiado de tapadillo los documentos clasificados en 1969. Ellsberg fue también la fuente del Washington Post, que llegó más tarde que el Times a la noticia, y confesó su participación a los pocos días de la publicación. Pero Ellsberg no le dio en principio a Sheehan los papeles del Pentágono. Le dijo al periodista, al que admiraba por su reporterismo en Vietnam, que sólo podía leer las 7.000 páginas del informe y tomar algunas notas.
Un periodista audaz
Sheehan había publicado unos meses antes una crítica de varios libros sobre Vietnam en el suplemento literario del Times, que era una sección considerada más activista que el resto del periódico. El periodista escribió que se había dado cuenta de que él mismo había presenciado crímenes de guerra en Vietnam, una afirmación radical para la época y sobre todo para su periódico.
“En cierto sentido, publicar eso fue más audaz que publicar los papeles del Pentágono, que obviamente eran papeles oficiales”, escribió el también reportero del Times David Halberstam en su libro de 1975 The Powers That Be. “El suplemento de libros estaba más cerca de la contracultura y simpatizaba más con las protestas contra la guerra de Vietnam que la portada del periódico, más ligada a la versión oficial”.
Sheehan y Ellsberg tenían en común su condición de testigos en primera línea de la guerra y de críticos del establishment.
Sheehan había empezado a cubrir la guerra en Vietnam con 25 años como reportero de la agencia U.P.I. en 1962. Dos años después lo contrató el Times para seguir informando sobre la guerra, de la que cada vez ofrecía una visión más pesimista entre las quejas del gobierno y cierta preocupación de sus jefes que temían que el periodista estuviera demasiado implicado personalmente en lo que contaba en Vietnam.
“En los artículos de Sheehan se notaba un sentido de lo que la guerra estaba haciéndole al país, algo que se veía en las historias de pocos reporteros. Mientras otros periodistas americanos recién llegados veían la guerra a través del prisma de los estadounidenses, él lo veía desde el prisma de los vietnamitas”, escribió Halberstam, que también fue reportero allí. “Le atormentaba lo que había visto”.
Su trayectoria personal también era distinta de la de sus colegas. Creció en la granja de Holyoke, en Massachusetts, de sus padres, inmigrantes irlandeses. Logró estudiar con becas y graduarse en Harvard en Historia de Oriente Próximo. Se alistó en el ejército y así llegó a Corea, donde se quedó trabajando y se pasó al periodismo.
Fotocopias a escondidas
Su perfil le hizo conectar con Ellsberg, que era una persona “imposible”, según el periodista.
En principio, Sheehan accedió al trato mientras Ellsberg ni siquiera tenía claro que fuera a dar su autorización para que el Times publicara la información. Pero enseguida se dio cuenta de que necesitaba una copia del informe para estudiarlo y buscar noticias con sus colegas.
Ellsberg confiaba en el reportero y cuando se fue de vacaciones le dejó quedarse en su apartamento en Cambridge, en Massachusetts, a cambio de que siguiera trabajando como hasta entonces, tomando notas y sin hacer ninguna copia.
Sheehan llamó a su mujer Susan, periodista del New Yorker, para que fuera a Cambridge, y, entre los dos, sin avisar a nadie, se pusieron a hacer fotocopias. Primero lo intentaron en una tienda a las afueras donde nadie se hizo preguntas, pero cuando se rompió la fotocopiadora tuvieron que recurrir a otra en Boston de un veterano de la Armada que reconoció los mensajes de “información clasificada”. Los periodistas se inventaron que se trataba de un estudio para la Universidad de Harvard y que en realidad esos documentos ya habían sido desclasificados.
Durante esa operación, Sheehan guardó parte de los papeles en taquillas en la estación de autobuses y en el aeropuerto de Boston. Cuando logró tener las miles de fotocopias, compró un asiento extra en un vuelo a Washington para los papeles. Algunos acabaron en el congelador de un colega. Otras copias que tenían las iniciales de Ellsberg, quemadas en una barbacoa de un diplomático brasileño amigo del suegro de Sheehan.
El silencio de Sheehan sobre los detalles de su exclusiva tal vez explica por qué Steven Spielberg le dedicó la exitosa película sobre el tema al Washington Post, que llegó más tarde a la noticia, pero cuya editora, Katharine Graham, detalló aquellos días en sus memorias.
“No, Dan, no lo robé”
Poco antes de la publicación, Ellsberg accedió a darle a Sheehan una copia entera del estudio. Pero otra de las revelaciones de la entrevista póstuma de Sheehan es que Ellsberg no sabía que el Times iba a publicar los papeles hasta que la rotativa ya estaba en marcha. Le alertó otro periodista del Times que estaba escribiendo un libro sobre el tema y Sheehan sólo le avisó cuando ya había 10.000 copias impresas de la exclusiva por miedo a que Ellsberg acabara contándoselo a alguien del gobierno.
Sheehan siempre protegió su identidad, incluso frente a sus jefes más directos, pero Ellsberg reconoció ante las autoridades que él había hecho la primera copia de los papeles.
El periodista y su fuente estuvieron seis meses sin hablar. Cuando se encontraron por primera vez en Nueva York, Ellsberg le dijo: “Lo robaste, igual que hice yo”. El periodista contestó: “No, Dan, no lo robé. Y tú tampoco lo robaste. Los papeles son propiedad de los ciudadanos de Estados Unidos. Pagaron por ellos con su dinero y la sangre de sus hijos, y tienen derechos sobre ellos”.
Y ése es justamente el espíritu de la histórica sentencia del Tribunal Supremo que permitió al New York Times, el Washington Post y otros periódicos seguir publicando los papeles del Pentágono por su interés público en contra de la voluntad del Gobierno y su intento de aplicar censura previa. El caso New York Times Co. vs United States de 1971 apuntaló la Primera Enmienda de la Constitución y fue un precedente clave para la publicación del Watergate y los abusos de los gobiernos de Estados Unidos desde entonces.
“Con la Primera Enmienda los padres fundadores dieron a la prensa libre la protección que debe tener para desempeñar su papel esencial en nuestra democracia. La prensa tiene que servir a los gobernados, no a los gobernantes… Sólo una prensa libre y sin restricciones puede exponer de manera efectiva el engaño en el gobierno”, dice la sentencia, que alaba al Times, el Post y los demás periódicos por su trabajo. “En su revelación de las acciones del gobierno que llevaron a la guerra de Vietnam, los periódicos hicieron con nobleza precisamente lo que los fundadores esperaban que hicieran”.