Se confirman las encuestas y los peores temores de la izquierda internacional. Jair Bolsonaro será el presidente de Brasil tras alzarse con la victoria en las elecciones celebradas este domingo.
Jair Bolsonaro, con más del 92% de las urnas escrutadas, suma el 55,63% de los votos frente al 44,37 % que ha conseguido Haddad. Unos 57 millones de brasileños terminaron por sumarse a la propuesta de la ultraderecha. El Partido de los Trabajadores de Lula da Silva –en prisión– y Fernando Haddad solo pudo plantar cara en la región nordeste, su nicho habitual de electores. En el sudeste y el sur del país Bolsonaro ha arrasado con porcentajes que rondan el 70% de los votos.
El rechazo a los candidatos, alto en ambos casos, ha resultado fundamental en las votaciones de esta segunda vuelta. En las encuestas publicadas anoche, los que declararon que no votarían a Bolsonaro de ninguna manera cerraron un ciclo que ha pasado en los últimos diez días de un 35% a un 40%, para terminar en un 39%. A pesar de la imagen cultivada a conciencia por el candidato ultra, el rechazo a Fernando Haddad ha sido superior, y le ha terminado por condenar. En los últimos diez días, su rechazo pasó del 47% al 41%, para acabar repuntando hasta el 44%. Los votantes, en realidad, no le han rechazado a él, sino a Lula y todo lo que salga de su entorno.
Otro dato fundamental ha sido el voto de la población evangélica, las últimas encuestas ofrecían un 68% a 32% a favor de Bolsonaro, que seguía dominando esta variable aunque perdía siete puntos gracias a los últimos movimientos progresistas –minoritarios todavía– en algunas iglesias. También con la variable por situación económica se puede realizar un análisis certero: Bolsonaro ha arrasado, según las últimas encuestas, entre los brasileños con unos ingresos equivalentes a más de cinco salarios mínimos. Será el primer presidente de la República que no construye su base entre el electorado que se sitúa por debajo de los dos salarios mínimos.
A Haddad también ha terminado de enterrarle la falta de apoyo de Ciro Gomes, tercer candidato más votado en la primera vuelta, y exministro de Lula. Igual que la estrategia electoral de Bolsonaro antes de acabar con la izquierda se centró en acabar con la derecha, Lula quiso acabar con sus competidores dentro de la izquierda antes de centrarse en la derecha, instando a echar abajo la candidatura de Ciro Gomes, que ha respondido invisibilizándose en las últimas semanas, cuando Haddad más necesitaba su influencia para acabar de relanzar el frente antiBolsonaro.
El ambiente en las calles durante la jornada electoral
El ambiente en las calles y en los centros electorales fue, como en la primera vuelta, de serenidad. La tensión se ha reservado para las redes sociales y para las declaraciones públicas. En los grupos de Whatsapp seguían las mentiras para dañar la imagen de Fernando Haddad (PT), y entre las declaraciones de los políticos destacaban las del líder del partido de Bolsonaro, Gustavo Bebianno, que suena para ministro: “La Organización de los Estados Americanos (OEA) tiene credibilidad cero para nosotros”, comentó haciendo referencia al trabajo de observador internacional que ha estado desarrollando dicho organismo internacional.
A la coordinadora de la misión de la OEA, Laura Chinchilla, expresidenta de Costa Rica, la ninguneó y la tachó de izquierdista, por afirmar durante las últimas horas que el fenómeno de las noticias falsas en plena campaña electoral brasileña ha sido de unas dimensiones “sin precedentes”.
Que Bolsonaro iba a ganar fácil en este segundo turno de las elecciones presidenciales brasileñas, se venía masticando desde esta mañana, cuando los puestos de camisetas del candidato ultraderechista junto a la playa de Copacabana, uno de los barrios que más se han volcado con el candidato del Partido Social Liberal, no daban abasto. Silva era uno de los vendedores ambulantes. En anteriores elecciones había votado hasta por tres veces a Lula, pero le ha decepcionado, y ahora busca un cambio, algo nuevo. El furor que causaron los modelos que vendía desde primera hora anticipaban el éxito de la extrema derecha.
“El pueblo necesita educación porque sino lo manipulan”, comenta Silva, mientras va haciendo caja con la venta de camisetas. Quiere creer que Bolsonaro podrá encargarse de ese aspecto y de todos los demás. Este comerciante podría haber votado a cualquiera de los otros candidatos alejados también del ámbito tradicional de la derecha, como a João Amoedo (Partido Novo) o Álvaro Dias (Podemos –nada que ver con el partido español–), pero dice que “a esos no les conoce nadie.”
Una mujer joven, que paseaba con su hija –de no más de diez años–, se detenía ante el puesto de camisetas de Bolsonaro y pregunta si tiene alguna para niños. “Están todas agotadas”. Compra la suya, mientras aclara que la de la niña “solo era para tener un recuerdo”. Sabe que no es una buena idea que la niña vista una camiseta con la cara del candidato ultraderechista, pero no por los valores que este representa, sino “por el peligro de una posible agresión”. Las estadísticas la llevan la contraria: son los seguidores de Bolsonaro los que están cometiendo actos criminales con tintes políticos en las últimas semanas.
En los últimos días, además, anunciando lo que el país puede llegar a ser con un perfil como Jair Bolsonaro al frente, una veintena de universidades públicas tomaron una dosis de censura. Ante la avalancha de actos en contra el candidato ultraderechista, en la Universidad Federal Fluminense (UFF) una decisión judicial ordenó retirar una pancarta que colgaba de la fachada de la facultad de derecho y que decía “Direito UFF Antifascista”, amenazando a su vez con la detención del director de la facultad en caso de no cumplirse la orden.
A 1.450 kilómetros de allí, en la Universidad Federal de Grande Dourados (estado de Mato Grosso do Sul), la policía federal impidió la celebración de una conferencia titulada “Aplastar el fascismo: El peligro de la candidatura Bolsonaro”, tras una denuncia previa a través de un aplicativo lanzado por el Tribunal Superior Electoral para detectar infracciones electorales. La procuradora general de la República, Raquel Dodge, y la jueza del Tribunal Supremo Cármen Lúcia, desautorizaron todas las acciones contra las universidades, en nombre de la libertad de expresión, ofensa al derecho a crítica y a la autonomía universitaria.
Pero este domingo no ha sido momento de censuras en Brasil, sino de fiesta, la fiesta verde y amarilla de los seguidores del ultraderechista Bolsonaro. Ha comenzado con aglomeraciones en la puerta de su domicilio en el barrio carioca de Barra da Tijuca, y después se ha ido propagando por toda la geografía nacional. A partir del 1 de enero se verá si Bolsonaro y su vicepresidente, el General Hamilton Mourão, pueden llevar a cabo todas sus ideas, desde las privatizaciones en cadena hasta “la limpieza” que anuncian entre aquellos que no se adecuen a la ley y el orden.
En sus primeras palabras como presidente electo, Jair Bolsonaro hizo referencia a lo que según él es una persecución por parte de los medios de comunicación, y se acordó del enemigo comunista y los extremismos de izquierda algo habitual en sus mensajes. Lo siguiente fueron oraciones.
Tiene dos meses para preparar el traspaso de poderes con el presidente Michel Temer, el vicepresidente que traicionó a Dilma Rousseff en 2016 en el controvertido impeachment. El decorado, ayudado por un congreso más conservador que nunca y con la victoria de la derecha en las votaciones de gobernadores –Doria en São Paulo, Witzel en Río de Janeiro, y Zema en Minas Gerais–, no puede estar más alejado de lo que significó Brasil entre 2002 y 2014.