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De la gloria olímpica a un campo de refugiados, la vida del ugandés John Akii Bua

Akii-Bua besa la medalla de oro tras ganar en los 400 metros vallas en Munich 72.

Javier Martín Galindo

26 de julio de 2021 22:14 h

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“Yo soy un atleta. Nunca antes me he sentido tan miserable. No se imaginan cómo es la situación en mi país”. Nadie podría imaginar que la persona que pronunciaba esas palabras ante una cámara de televisión, desde un campo de refugiados de Kenia, había sido el primer campeón olímpico en la historia de Uganda, plusmarquista mundial de los 400 metros vallas, el primer hombre en la historia en bajar de los 48 segundos. Habían pasado solo siete años desde los Juegos de Munich 72, pero parecía otra vida. John Akii-Bua conoció lo que era tocar el cielo, pero también supo qué se sentía al caer al abismo. Vivir en una nación que soporta el yugo de un dictador sanguinario no es sencillo para nadie, ni siquiera para el mejor atleta de la historia del país.

Akii-Bua había triunfado en Múnich para sorpresa de todos. Nadie apostaba por la victoria de un semidesconocido atleta ugandés, y menos aún por la derrota del británico David Hemery, campeón olímpico cuatro años atrás en México y récord mundial de la distancia. Para colmo, el africano tuvo que afrontar la final desde el carril interior, odiado por cualquier corredor de 400. La victoria en Múnich fue el cénit de una carrera que había empezado años atrás, en el equipo de atletismo de la policía de su país, cuerpo al que Akii-Bua se había unido huyendo de la pobreza.

El hombre que cambió el atletismo ugandés

Es de justicia atribuir gran parte de la victoria de Akii-Bua al británico Malcolm Arnold, su entrenador, confidente y amigo. Arnold había llegado a Uganda a principios de 1968, después de contestar un anuncio de la Federación Ugandesa de Atletismo, que buscaba entrenador para su equipo olímpico de atletismo. El joven viajó desde Bristol a Kamala, donde encontró unas instalaciones precarias y unos métodos de entrenamiento obsoletos, pero también mucho talento por pulir. Su llegada modificó para siempre la historia del atletismo del país africano. Entre sus muchos méritos, ninguno como convertir a un mediocre corredor de 110 metros vallas en el mejor del mundo en los 400 metros vallas.

Corriendo los 110 vallas, Akii-Bua no había conseguido la clasificación para los Juegos de México 68. Arnold atisbó entonces un futuro diferente para su pupilo. El preparador había estudiado las cualidades de Akii-Bua y consideraba que su talento se podía aprovechar mejor en la distancia larga, donde podía exprimir su resistencia. En un primer momento, el corredor no se mostró muy feliz con el cambio, pero los resultados dieron la razón al entrenador. Bajo la tutela de Arnold, Akii-Bua llegó a Múnich 72 como un atleta del montón y salió convertido en una leyenda del deporte.

Al regreso de Múnich, el campeón olímpico fue recibido como un héroe por el presidente Idi Amin. El dictador, que había accedido al poder mediante un golpe de estado en 1971, ascendió a Akii-Bua en el escalafón del cuerpo de policía, le regaló una casa, puso su nombre a una calle y utilizó su celebridad para lavar la imagen de su sangriento régimen. Mientras John era agasajado, Idi Amin ejercía el terror sobre el país. La tribu de la que provenía el campeón, los langi, fueron los principales destinatarios de la cólera del tirano. Tres de los hermanos de Akii-Bua fueron asesinados. Solo la celebridad salvó al atleta de la persecución étnica que sufrieron sus iguales. John solo podía continuar corriendo para salvarse. Su medalla de oro era su salvoconducto, pero no sabía durante cuánto tiempo.

El boicot a Montreal

Después de los Juegos de Múnich, Malcolm Arnold dejó el equipo ugandés y regresó a Inglaterra. Sin su guía y amigo, Akii-Bua consagró sus esfuerzos a la siguiente cita olímpica, los Juegos de Montreal de 1976. El sacrificio fue en balde, porque un boicot de última hora le impidió defender el oro en la ciudad canadiense. La mayoría de países africanos había exigido al COI la expulsión de los Juegos de Nueva Zelanda, cuya selección de rugby había participado en una gira por Sudáfrica en pleno apartheid. El COI no atendió la petición y los Juegos de Montreal se disputaron sin la participación de 24 países africanos. La ausencia de Uganda impidió al mundo contemplar el duelo entre John Akii-Bua y su sucesor, el legendario Edwin Moses, que ganó el oro y batió el récord que el atleta ugandés había establecido cuatro años atrás.

Mientras tanto, Idi Amin proseguía su escalada de violencia y represión, cada vez más cruel. El prestigio de Akii-Bua no le impidió sufrir el carácter caprichoso e implacable del tirano. Ya habían pasado unos años desde su hazaña en Múnich, y los privilegios adquiridos por ella empezaban a prescribir. Idi Amin prohibió al deportista viajar, incluso para competir en el extranjero. Si alguna vez le permitía salir del país, imponía que su mujer y sus tres hijos se quedaran en Kampala para evitar tentaciones de evasión.

Frustrado por no haber podido defender su título olímpico en Montreal, preso en su propio país, consciente del carácter cada vez más violento de su presidente y afligido por la limpieza étnica ejercida contra los suyos, el espíritu de Akii-Bua se fue socavando. Empezó a beber y a fumar en exceso. El atletismo pasó a un segundo plano.

Al final de la escapada

Ebrio de megalomanía, Idi Amin declaró la guerra a Tanzania en 1979, lo cual terminaría suponiendo su derrocamiento. En medio del caos reinante, Akii-Bua temía a las tropas de Idi Amin, cuyo comportamiento cada vez era más errático, pero también las represalias de su propia gente, que podría acusarlo de connivencia con el régimen que se desmoronaba. Atrapado en una situación sin salida, Akii-Bua decidió abandonar Kampala con su mujer embarazada y sus hijos. Debido al ajetreo de la huida, su mujer dio a luz a un bebé prematuro que no sobrevivió. Finalmente, la familia acabó en un campo de refugiados de Kenia. Allí fue donde un equipo de televisión británica filmó, abatido y desesperado, al atleta más grande de la historia de Uganda.

Las imágenes de Akii-Bua fueron vistas por Armin Dassler, director de la marca deportiva Puma. Conmovido por las palabras del deportista ugandés, y recordando que el atleta africano había ganado el oro en Múnich calzando unas Puma, se las arregló para conseguir asilo político en Alemania para John y su familia. Akii-Bua llevaba tres años sin entrenar con regularidad, pero llegó a tiempo para acudir a los Juegos de Moscú en 1980. Cuatro años después, tenía la oportunidad de arrancarse la espina de Montreal, pero Akii-Bua ya no era el mismo, ni física ni mentalmente. Lejos claramente de su mejor forma, no superó las semifinales. Sus días de gloria quedaban muy lejos. La dictadura, la guerra y la política habían destrozado los mejores años de su carrera. Moscú fue su última gran competición.

John Akii-Bua falleció a los 48 años en Uganda, donde había regresado a mediados de los 80. En un curioso giro del destino, Malcolm Arnold conoció la noticia cuando se encontraba precisamente en el Estadio Olímpico de Múnich, entrenando al equipo británico. Arnold fue durante décadas un exitoso preparador en su país, con pupilos como Collin Jackson, doble campeón del mundo en los 110 metros vallas, al que entrenó durante 20 años. “Si hubiera podido trabajar con John durante diez años, me pregunto hasta dónde habría podido llegar. Considerando que realmente solo tuvo dos años, lo hizo bastante bien”.

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