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Louis Zamperini, el atleta que impresionó a Hitler y superó un calvario en la guerra

El capitán Louis Zamperini (derecha), junto al capitán Fred Garrett, a su llegada a la base aérea de Hamilton, California, el 3 de octubre de 1945.

Javier Martín Galindo

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“Ah, tú eres el chico con ese final tan rápido”. Era Adolf Hitler quien dedicaba la frase al estadounidense Louis Zamperini, invitado al palco del gobernante alemán después de correr la final de 5000 metros en los Juegos de Berlín. Zamperini no había ganado la prueba, ni siquiera se había colgado una medalla, pero su última vuelta, completada en solo 56 segundos, impresionó al dictador.

El atleta no podía sospechar que el hombre que tenía enfrente iba a ser el responsable de que, unos años después, vagara 47 días a la deriva en una balsa y terminara torturado en un campo de prisioneros en Japón. Pero eso fue en otra vida, una de las muchas que tuvo Zamperini.

El Zamperini ratero

Antes de convertirse en atleta, Zamperini fue un delincuente juvenil en California. Hijo de inmigrantes italianos, el pequeño Louis sufrió en el colegio las burlas de sus compañeros por su procedencia y su limitado inglés. La calle fue su escapatoria. Empezó a beber, a fumar, a buscar camorra y a robar todo lo que se ponía a su alcance. Los policías eran visitantes habituales del domicilio familiar. Tarde o temprano, su carrera criminal lo iba a conducir al encierro, así que la familia decidió tomar cartas en el asunto. El hermano mayor de Louis, que practicaba atletismo, lo convenció para unirse al equipo del instituto. 

El chico se inició en el deporte para contentar a su familia, pero descubrió dos cosas que le sorprendieron: se le daba bien y le gustaba. El atletismo cambió la vida de Zamperini, que dejó las calles y los malos hábitos para centrarse en la pista. El delincuente rebelde se convirtió en un atleta de una disciplina casi fanática, que disfrutaba poniendo su cuerpo al límite. Pronto mostró aptitudes para las carreras de fondo y mediofondo, pero lo que más le agradaba era el reconocimiento, sentirse admirado y querido. “Nadie en el colegio, salvo unos pocos colegas, conocía mi nombre antes de empezar a correr”, afirmaría Zamperini.

El Zamperini atleta olímpico

Los Juegos de Berlín de 1936 estaban a la vuelta de la esquina y decidió participar en las pruebas clasificatorias de 5.000 metros, a pesar de que solo tenía 19 años. Antes de darse cuenta, se encontraba en la Villa Olímpica de Berlín con Jesse Owens, la que sería gran estrella del acontecimiento olímpico, de compañero de habitación. Del trayecto en barco desde Estados Unidos, lo que más sorprendió a Zamperini fue el buffet libre. Para un chico de familia humilde que había crecido durante la Gran Depresión, ese festín diario ilimitado era una tentación irresistible. Cuando se pesó en Berlín, la báscula arrojó cinco kilos de más.

Tal vez por el sobrepeso, tal vez por la inexperiencia, tal vez por el deficiente entrenamiento, Zamperini no rindió en la final como le hubiese gustado. Agarrotado y con las piernas pesadas, se quedó pronto descolgado del grupo de cabeza. Quizás se acordara entonces de los huevos y los filetes de bacon del viaje. Cuando la carrera se acercaba al final, empezó a encontrarse algo más ligero. Al toque de la campana, apretó la marcha, lanzando un interminable sprint de 400 metros. La última vuelta la hizo volando, más rápido que nadie, recogiendo cadáveres y marcando un asombroso tiempo de 56 segundos, impropio del giro final de un 5000. Cruzó la meta octavo, pero su esfuerzo final enloqueció al público y llamó la atención de Hitler, que le ofreció la mano que le había negado a su compañero de habitación.

De vuelta a California, Zamperini se fijó como objetivo los Juegos de 1940, a los que llegaría más maduro como corredor y más comedido en el buffet libre. Sin embargo, en septiembre de 1939, Hitler dio la orden de invadir Polonia y su vida cambió para siempre. El hombre al que había saludado una tarde de agosto en el Estadio Olímpico de Berlín frustraba los sueños olímpicos del prometedor atleta.

El Zamperini héroe de guerra

Zamperini se alistó como voluntario en la aviación y fue destinado en el Pacífico. En 1943, durante una misión de rescate de un bombardero perdido, el motor del avión en el que viajaba empezó a fallar en mitad del océano. La nave cayó y solo tres de los once integrantes del avión lograron sobrevivir, flotando a la deriva en un bote salvavidas. Uno de ellos era Louis Zamperini

Durante más de mes y medio vagaron por el Pacífico, alimentándose de los peces que capturaban y los pájaros que atrapaban al posarse en la barca. Gracias al agua de lluvia no murieron de sed. Fueron atacados por tiburones, se defendieron de ellos a golpe de remo y terminaron cazándolos para conseguir alimento. Sobrevivieron a una tormenta y al ataque de un caza japonés. 47 días después del accidente, la balsa llegó a las islas Marshall, donde fueron inmediatamente capturados por las tropas japonesas, detenidos como prisioneros de guerra. Su odisea estaba lejos del final.

Zamperini pasó dos años y medio en diferentes campos de prisioneros, sufriendo torturas físicas y mentales. Su verdugo más cruel fue Mutsuhiro Watanabe, conocido como ‘el Pájaro’, un oficial japonés célebre por su sadismo que encontraba una especial satisfacción en martirizar a una antigua estrella olímpica. Fue privado de alimentos para quebrar su voluntad y sufrió humillaciones de todo tipo. “Podría hablar de los golpes y el castigo físico, pero era el intento de destruir tu dignidad, de hacerte sentir insignificante, lo más duro de soportar”, reconoció. Se le ofreció grabar un mensaje propagandístico para la radio, a cambio de beneficios en su encierro, pero lo rechazó. Fue dado por muerto en 1944 y sus padres recibieron un mensaje de condolencia del presidente Roosevelt, que Zamperini guardó toda su vida. Finalmente llegó la rendición de Japón y Louis Zamperini fue rescatado en septiembre de 1945.

El Zamperini predicador 

Volvió a casa convertido en héroe de guerra, pero sus cicatrices eran profundas. Después de dos años y medio de cautiverio, sus torturadores le perseguían en sus pesadillas. Intentó volver a los entrenamientos para reemprender su glorioso pasado atlético, con los Juegos de 1948 en mente, pero su cuerpo había sufrido demasiado.

Como en su adolescencia, de nuevo encontró en la bebida el refugio para escapar de la angustia. Su matrimonio se tambaleaba y su mujer, en un intento desesperado, le pidió asistir al sermón de un pastor evangelista de su confianza. Zamperini lo consideraba una pérdida de tiempo, pero era lo menos que podía hacer por ella. Escuchando el sermón, tuvo una epifanía que cambió su vida, según él mismo reconoció.

El atletismo lo rescató del abismo la primera vez y la religión la segunda. Dedicó el resto de su vida a organizar campamentos para chicos problemáticos y dar charlas motivacionales, predicando el perdón y el amor. Decidió buscar a sus torturadores, muchos de ellos en prisión, para ofrecerles su perdón. El que un día fuera mediofondista más prometedor de Estados Unidos se reencontró con su pasado olímpico en 1984, como relevista de la antorcha en los Juegos de Los Ángeles. Repitió experiencia en Atlanta 96 y en los Juegos de invierno de Nagano de 1998. En este último trayecto pasó junto a uno de los campos donde había sido torturado. “No me considero a mí mismo un héroe, sino un superviviente agradecido”, concluyó Zamperini.

Su inabarcable vida fue llevada al cine en 2014 por Angelina Jolie, después de que un guión con su peripecia estuviera vagando durante décadas por las oficinas de la Universal, sin que nadie se atreviera a hincarle el diente (en el proyecto, Zamperini llegó a tener la cara de Tony Curtis). “La historia era tan vasta como las aguas del océano en las que Zamperini estuvo flotando casi dos meses”, resumió John Horn, periodista de Los Angeles Times. Demasiadas vidas para una sola vida.

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