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El fin de la virginidad mental

El actor Matt Smith, en un fotograma de la película 'Charlie says'

Janina Pérez Arias

Venecia —

No cabe duda de que la figura de Charles Manson despierta una extraña mezcla de repelús, asco, curiosidad, morbo y angustia. Manson era un macabro manipulador, un egocéntrico marginal, abusador sexual, y sin embargo seguido por un nutrido cortejo que cayó tan rendido a sus pies hasta el punto de cometer una serie de masacres. El asesinato más sonado fue el de la actriz Sharon Tate, la esposa del director Roman Polanski, a quien ejecutaron estando embarazada junto a cuatro amigos que casualmente estaban de visita en su casa.

Estos crímenes, acaecidos en Los Ángeles en 1969 a manos de la llamada Familia Manson, le pusieron fin a la virginidad mental de los estadounidenses, que en aquel tiempo vivían el movimiento hippie del amor y paz, las protestas contra la Guerra de Vietnam, así como las revueltas por la lucha racial. En este contexto la directora Mary Harron (American Psycho, Betti Page, Alias Grace) junto a su colaboradora habitual la guionista Guinevere Turner, se propusieron poner el foco en las tres chicas que llevaron a cabo estos crímenes.

En Charlie says, protagonizada por Hannah Murray (como Leslie Van Houten), Sosie Bacon (en el rol de Patricia Krenwinkel) y Marianne Rendón (como Susan Atkins), se plasma el proceso de “lavado de cerebro” al que se sometieron voluntariamente estas muchachas que cayeron bajo los encantos de Manson (interpretado por Matt Smith). En el filme se deja en claro que Manson tenía un olfato muy fino para detectar a quiénes podía incluir en “su familia”, a quiénes podía “marionetizar”, se le muestra como un animal salvaje al acecho, en su particular caza de adeptos.

Con notables actuaciones, incluyendo la de Merrit Wever (como Karlene Faith), Mary Harron quiso mostrar cómo esas chicas de procedencia e historias muy diversas se convirtieron en el brazo ejecutor de Manson, pero también quiso plasmar la armónica relación entre ellas, y de cómo ya estando en la cárcel para cumplir la condena, empezaron un intenso proceso de despertar, de recuperar la identidad perdida, de volver a iniciar una frase con un “yo digo…” y no con un “Charlie dice…”.

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