Dicen que los grandes, que los inteligentes, saben reirse de sí mismos. Cuando lo que te ha pasado es que has tenido un desafortunado tropiezo, es fácil sonreir, pero si resulta que lo que te ocurre es que eres un discapacitado, no me negarán que resulta más difícil. Para reirse, hay que tener un cerebro prodigioso.
“Los límites existen, no se les puede dar la espalda, pero si te las dan, que te las den, no te las des tu antes”. Esta es la frase más seria que se le puede sacar a este joven de 26 años que viste como un macarra para que la gente se fije en sus pintas más que en su discapacidad.
La calabera parece ser su icono favorito. A parte de portar un anillo con muchas cabezas de esqueleto unidas, este símbolo es la palanca de su silla de ruedas. Quizás esta insignia se ha convertido en un referente de su lucha personal contra el prejuicio. Una enfermedad social que, para él, solo se puede combatir con sentido del humor.
“La gente viene como si fueras un extratarreste. Te habla despacio y vocalizando. Te dicen -hooolaaa-. Cuando ya se dan cuenta de que puedes entenderles e incluso hablar, se esperan que levantes el dedo, se encienda una lucecita y digas -mi casa, teléfono-”.
Allá va “El diablo sobre ruedas” a subirse al escenario. Parece cabizbajo, pero en cuanto comienza a hablar, su mentón se eleva. Se nota que esto de la farándula es lo suyo. Su monólogo versa sobre discapacidad y así lo anticipa. “Discapacidad, depende de con quién te compares. Yo me niego a ser menos válido que Paquirrín, que no se sabe que mérito tiene en la vida”.
Antonio Tejerina asegura que si ser normal es tener un SEAT Ibiza blanco, bailar bacalao en una discoteca de mala muerte y grabar palizas con un movil de última generación, se siente orgulloso de ser anormal, aunque su descapotable no sea lo mismo que el de “Corrupción en Miami”.
Durante su actuación se ha atrevido incluso a resaltar algunas ventajas de ser discapacitado. “Todo el mundo presupone que por ir en silla de ruedas no tienes maldad. Cuando pisas a alguien, aunque haya sido intencionado, te pide perdón, con lo que puedes partirle las piernas a quien quieras. Además, te subvencionan. Hombre no tanto como a Julián Muñoz, pero bueno. Con las chicas, también tenemos algo bueno y es que después de echar un polvo, ellas saben que no saldrás corriendo”.
Antes de arrancar un efusivo aplauso, justo antes de partir y para despedirse ha dicho: “si he ofendido a alguien, era mi intención, pero acepto todo tipo de declaraciones. Un día fui a hacer un monólogo y los parroquianos no quedaron satisfechos. Desde entonces, así me gano la vida”.