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Utopías 3: Los emigrantes

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Cuando estudié en el Instituto Sagasta de Logroño, tuve la suerte de tener un buen profesor de filosofía. Nos decía que lo absoluto no existe. La verdad, la justicia, la felicidad, la igualdad, los términos absolutos son inexistentes. Sí se es feliz en momentos determinados; algunas cosas de la vida son más justas que otras; algunos jueces son más justos que otros; la igualdad total no la conocemos, hay situaciones más equitativas que otras, las mujeres alcanzan más cotas de igualdad en los países democráticos que en los que no lo son… Y así podríamos continuar hasta acabar con todos esos grandes conceptos…

Muchos años después, cuando España empezó a dejar de ser UNA Y GRANDE, para ser un poco más LIBRE, cuando en las calles de Logroño y de otras ciudades empezamos a ver personas de otras razas, a escuchar idiomas que no eran el nuestro, a ver otras formas de vestir, conocer alimentos que nunca habíamos comido; más o menos por aquel entonces, empezó a rumorearse que los extranjeros venían a España a quitar el trabajo a los españoles, solo buscaban «las paguitas» del gobierno y vivir sin hacer nada, invadían nuestros centros de salud y llenaban nuestros hospitales porque venían a operarse y además robaban, violaban e incluso mataban. Esos bulos no encajaban con las experiencias personales que a mí me tocó vivir. Mi argumento contrario era: ¿todos los españoles violan, roban, matan?, ¿todos van a los centros de salud por ir y les gusta vivir de la «paguita» del paro?. La respuesta era obvia: No. Sin embargo, hay españoles que violan, maltratan, roban, asesinan, viven de la «paguita» del paro exactamente igual que algunos extranjeros. Luego, lo justo sería decir que delincuentes y sinvergüenzas los hay en todo el género humano, al margen de su raza o país.

Mi experiencia personal me dice que han venido a trabajar y a ganarse honradamente la vida. Los que yo conozco no han venido en pateras sino en avión o en autobús, y son de origen europeo: Rumania, Polonia, Hungría… Sufrieron por no poder regularizar su situación en nuestro país. Les tuvimos que hacer precontratos de trabajo, para que años después pudieran ser “legales” y no temer a la policía. Hasta que conseguían “los papeles”, no cotizaban a la seguridad social, ni pagaban impuestos. Legalmente no existían. 

Ahora, quienes llegan a Barajas y después se reparten por todo el territorio español, tienen que esperar tres años para legalizar su estancia. Hasta entonces trabajan en negro. Forman parte de la economía sumergida y España parece que aplaude esta situación, de lo contrario actuarían con rapidez y les concederían permisos de residencia y trabajo en un “plis plas”.

Y ahora viene lo bueno: QUE SE VAYAN POR DONDE HAN VENIDO gritan los voceros de siempre. Vale, pienso yo, que se vayan. Que se vayan y dejen las granjas en las que trabajan, las residencias de mayores en las se les explota, los carros de la limpieza de nuestras calles, los camiones de la basura en los que vierten los contenedores, los mataderos en los que sacrifican a los animales que comemos. Eso, que se vayan y dejen de cuidar y pasear a nuestros mayores, que se vayan que esos trabajos son nuestros, nos los están quitando y queremos hacerlos nosotros. ¿Qué pasaría entonces? ¡Piénsenlo!

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