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La presidenta soy yo
'La flecha de Pinto', como llamaban por entonces a su equipo, ganó varias competiciones locales. Suya fue la responsabilidad de federar al equipo, que adoptó entonces su nombre actual: el Atlético de Pinto. Amelia no solo se convirtió en su presidenta, también en su entrenadora, en su utillera, en la persona que tiraba del club.
Era el año 1962. Las mujeres españolas no podían firmar un contrato, sacarse el carné de conducir, abrir una cuenta en los bancos sin autorización de sus maridos ni mucho menos divorciarse. Amelia, recién entrada en la veintena, también se topó con esa clase de barreras. “Mi ilusión de verdad era ser entrenadora, así que solicité hacer los cursillos en el colegio de entrenadores, pero el reglamento lo prohibía. Sólo me concedieron asistir a las clases teóricas”, recuerda. Así, con la gimnasia que había aprendido en el colegio y con la teoría de sus cursos entrenaba a sus 'chavales'.
Sentada en los banquillos de los campos de decenas de pueblos en los que el Pinto se enfrentaba a sus rivales, Amelia se daba de bruces con la realidad. “Cuando los jugadores ya estaban vestidos yo pasaba a dar la alineación. Lo menos que me decía la gente era bonita, me ponían a parir”. En su pueblo, no pasaba menos. “Yo iba siempre con mis chicos, íbamos a los bares a tomar una gaseosa y a mí me cambiaban de sexo. Tuve que pasar mucho, no estaba bien visto. Las madres de mis amigas no las dejaban irse conmigo. Fue bonito pero duro a la vez”, dice. A pesar de las habladurías y de los rumores, sus padres nunca le pusieron problemas y respetaron su vocación.
El equipo cogió forma y las exigencias aumentaron. Necesitaban equipaciones, balones, botas, dinero para pagar la gasolina de la camioneta DKV que les llevaba a los campos contrarios y que tantas veces tuvieron que empujar para que salvara las cuestas. Amelia no tuvo complejos en llamar a las puertas de la Federación, del Real Madrid, del Atlético de Madrid y de quien hiciera falta en busca de un poco de ayuda.
Así surgió su amistad con Vicente Calderón, que la recibió con curiosidad en su despacho y al que recuerda con cariño. “Yo le había escrito para pedirle que nos comprara papeletas para una rifa que íbamos a hacer. Cuando me recibió me dijo que me iba a comprar las papeletas, pero que además me daba una carta para que fuera a donde se equipaba el Atlético de Madrid y me dieran camisetas y botas”, recuerda Amelia. Si alguno de los muchachos de la entrenadora tenía una lesión, Vicente Calderón les ponía a su servicio el médico del club.
Periódicos y revistas de la época llenaron páginas con su historia. “Amelia del Castillo es una linda muchacha de veintidós años y la primera y única entrenadora de fútbol que hay en el mundo mientras no se demuestre lo contrario”, decía uno de aquellos reportajes. En otro artículo, en el que destacaban que Amelia había sido “condecorada como la delegado más destacado del fútbol castellano”, no perdían la ocasión de preguntarle por su estado civil. “Yo estoy soltera. Tengo novio, pero prefiero no tocar ese tema. Mi vida privada es completamente distinta de mis aficiones”, respondía ella.
El empeño de Amelia pasaba por que el Atlético de Pinto tuviera un campo cerrado en el que jugar. “Lo decía en todas las entrevistas que daba”, subraya. Vicente Calderón acabó enviándole un camión lleno de vallas con las que cerrar el campo y allí, entre todos, se pusieron manos a la obra. Cuando el objetivo estaba casi logrado, llegaron las malas noticias: el alcalde se opuso al cercado y empezó a poner trabas a la actividad de Amelia.
“Mientras era un juego nadie se había metido. Pero cuando esto creció, cuando la prensa empezó a venir, cuando tuvimos una junta directiva, y yo ya no entrenaba, cuando íbamos a empezar a hacer socios, el ayuntamiento vio que esto tenía mucho auge y me dijeron que tenía que dimitir porque eso no era cosa de mujeres”, explica. Rondaba el año 75.
La tristeza aún le dura a Amelia cuando recuerda aquello. Fue en una junta de socios, un domingo por la mañana, cuando le hicieron firmar su renuncia. “Llamé a Cecilio Palencia, presidente del Getafe, porque teníamos mucha amistad. Yo no tenía fuerzas ni para levantarme de la silla del bar en el que estábamos. Le llamé desde el teléfono del bar y vino a por mí con su coche. Pensé 'ya lo que me queda para que sigan pensando cosas de mí...'”.
Aquel episodio hizo que estuviera un tiempo sin aparecer por Pinto. El presidente de la Federación Madrileña no aceptó su dimisión porque consideró que era obligada. Sin embargo, el alcalde amenazó a Amelia con hacer un equipo paralelo con apoyo del ayuntamiento. Después de tantos años, y de tantas trabas, Amelia se sintió harta y decidió dejarlo ahí. “El Atlético de Pinto no se podía morir, así que preferí irme voy”, afirma. Después de eso, ocupó la secretaria técnica de la Federación de Madrid durante varios años.
Pisar el Metropolitano
Pisar el MetropolitanoLa casa de Amelia está llena de recuerdos: balones, bufandas, fotos, alineaciones, placas de reconocimiento, banderines... El fútbol suena en su radio de la cocina y se ve en su televisión del salón, con su marido, con sus hijas. “En mi casa siempre se ve fútbol. Me veo todo, al Madrid, al Barça, igual esta noche me veo el partido”.
Lejos queda la primera vez que pisó el Metropolitano, cuando apenas tenía 14 años y hacía poco que había llegado a la capital para trabajar en las oficinas de unos grandes salones de peluquería de la época. “Me iba con una compañera del trabajo, que también era del Atleti. Menuda tormenta nos cayó la primera vez que fuimos”. Algunos recuerdos aún se guardan frescos en la memoria de Amelia.
Por ejemplo, el 25 de mayo de 1996. Aquel día, el Atleti se hizo con el doblete: copa y liga en la que fue una de las temporadas más gloriosas que se recuerda en el club. No pudo estar en Madrid para la celebración, pero guardó todo lo que encontró sobre los actos. “Y la televisión me la comía”, asegura.
Ahora, los achaques de la edad no la dejan ir tanto a los campos como a ella le gustaría. La última vez que vio a su Atleti fue hace ya un par de temporadas, en un partido contra el Getafe. “Simeone tiene garra, siente los colores y eso es lo que les está inculcando a los jugadores. Los jugadores reflejan en el campo el espíritu del entrenador y la tranquilidad o no que exista en los despachos. Si en los despachos hay jaleo, eso se nota. El Calderón ahora es un fortín”. Amelia es una sabia del fútbol y se le nota.
En su época, disfrutaba con Pelé y Di Stéfano. “Y del Atléti me gustaban todos”, dice riendo, aunque reconoce que tenía un favorito: Gárate. “Era un caballero del fútbol, Di Stéfano ha marcado una época, pero como Gárate muy pocos...”. Ahora, Amelia se confiesa más de Messi que de Cristiano y más de Guardiola que de Mourinho. “Cada época ha tenido sus cosas buenas y malas y ha tenido sus formas de jugar al fútbol”, sentencia.
Pero si con algo disfruta Amelia es con su Atlético de Pinto. El campo del club lleva su nombre y ella es su presidenta de honor. “Yo planté un arbolito pero si no lo sigues cuidado eso se muere. Por eso agradezco muchísimo a todos los presidentes que han estado después de mí, todos han aportado su grano de arena, han puesto su ilusión y gracias a ellos hemos llegado a donde hemos llegado”.
'La flecha de Pinto', como llamaban por entonces a su equipo, ganó varias competiciones locales. Suya fue la responsabilidad de federar al equipo, que adoptó entonces su nombre actual: el Atlético de Pinto. Amelia no solo se convirtió en su presidenta, también en su entrenadora, en su utillera, en la persona que tiraba del club.
Era el año 1962. Las mujeres españolas no podían firmar un contrato, sacarse el carné de conducir, abrir una cuenta en los bancos sin autorización de sus maridos ni mucho menos divorciarse. Amelia, recién entrada en la veintena, también se topó con esa clase de barreras. “Mi ilusión de verdad era ser entrenadora, así que solicité hacer los cursillos en el colegio de entrenadores, pero el reglamento lo prohibía. Sólo me concedieron asistir a las clases teóricas”, recuerda. Así, con la gimnasia que había aprendido en el colegio y con la teoría de sus cursos entrenaba a sus 'chavales'.