Fuego de miseria en el mural de Robert Capa en Peirocenly 10
Luis Quinde Martínez llevaba cinco meses durmiendo en un descampado bajo una carpa, protegido del viento por el muro del centro pastoral San Carlos Borromeo, en Entrevías. “El chalé”, como le llamaba con ironía, ha ardido. Aunque no estaba presente, él cree que fue provocado. Gente que le quiere mal, a los que “se les va la olla”, porque él “no les ha hecho nada”. Resulta que el fuego quemó parte de la lona que estaba fijada al muro, en la que hay pintado un mural que representa instantes de la célebre imagen que el fotógrafo Robert Capa tomó en 1936 al otro lado del solar, en el número 10 de la calle Peironcely, gente sonriente ante una casa acribillada por las balas. El lugar del incidente y el contexto madrileño reciente podían hacer pensar que había detrás un ánimo político. La realidad parece apuntar más a la precariedad y la miseria.
Junto al muro hay apilados colchones, maletas, enseres cotidianos. Esta mañana, además de Quinde, están ahí un hombre que dice que se llama Sergio, sentado en una silla, con una pierna enyesada, mientras una joven, Mariela, le trenza el cabello. Él lleva durmiendo aquí “cuatro días”. Tumbados en uno de los colchones están María y José, amodorrados. Quienquiera que fuese el que prendió el fuego, no estaba pensando en política, coinciden. Incluso podría haber sido un accidente, porque en el suelo, junto a la pared, hay un resto de carbonilla. Bien pudo ser una lumbre que se descontroló.
Luis Quinde viene de Ecuador, su abuela era hija de negro y blanca, todo el mundo le pregunta por el origen del apellido, pero no lo sabe. Sobrevive vendiendo de todo en el rastrillo de la calle de la Imagen. “No me ha salido curro… La decadencia”, explica sobre su situación. También hay una mujer que lleva una temporada en el descampado. Llegó un día, cargada de maletas. “Su hija la echó de casa”, cuenta Luis. Hoy no se la ve por aquí. Al cabo de un rato, todos se van. José, que es nicaragüense, tiene tiempo de explicar que la situación política en su país se va a complicar de nuevo en noviembre, cuando vuelva a haber elecciones.
El descampado de Peironcely es también la plaza de Robert Capa, y posiblemente uno de los pocos solares bombardeados en la Guerra Civil que todavía están como quedaron entonces. Hay planes para dotar al área en un espacio museístico, memoria de la contienda. Pero en el solar, vallado, se cuelan los coches para aparcar, y de paso dificultar que los sintecho se acostumbren a dormir aquí. Todavía se recuerdan en Entrevías los problemas que trajo el poblado de los Pies Negros y el tráfico de drogas en los 80. Chelo, trabajadora social de la coordinadora de barrio, que comparte espacio con el centro pastoral, dice que solo le consta que duerman dos personas junto al muro.
Al otro lado de la valla cotillean dos vecinas, las dos llevan más de 50 años en el barrio. Son Paquita Parra, de 76, y Pilar Asensio. “Llevan desde antes del verano. Por la mañana apoyan los colchones y por la noche los tumban”, dice Paquita sobre los que duermen al relente. Ella es “muy de izquierdas” y está orgullosa de su barrio, “obrero y muy digno”. A su abuelo lo mataron en la guerra. Su padre y su tío estuvieron en la cárcel. La intervención cultural en el lugar le parece una gran idea. Pilar, por su parte, expresa una xenofobia trivial. “Este barrio ha tenido etapas buenas y etapas malas”, empieza. “Hace unos años había sudamericanos. Ahora, moros; cada vez que mejora, nos mandan a alguien”, se despacha. Paquita interrumpe: “Son gente normal y tienen derecho igual”.
El mural de Capa, realizado en 2018 por alumnos de Bellas Artes de la universidad Rey Juan Carlos, ha ardido por el centro, pero en los extremos sobreviven las dos partes de la frase de Durruti, que enmarcan el conjunto: “Llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones, y ese mundo está creciente en este instante”.
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