Maribel Piqueras es profesora de historia contemporánea y trabaja como guía cultural, enseñando Madrid a grupos profesionales o familias. Entre otras, ofrece una ruta por las corralas, una tipología de vivienda popular muy típica de los barrios del centro de Madrid. Hasta hace pocas décadas, la mayoría de las casas de corralas eran catalogables como infraviviendas, bien por su tamaño, de veinte o treinta metros cuadrados, bien por su falta de iluminación y ventilación. Pero muchas están ya rehabilitadas, han pintado su patio de blanco, verde o rojo y son pasto de dos cosas: apartamentos turísticos y atracción cultural.
“Yo parto de la base de enseñar lo público”, explica Piqueras, “pero si quiero ver una corrala privada llamo al telefonillo de algún vecino y pido permiso. Nos dicen: 'solo un poquito'. Así que pasas, la ves y te vas”.
La profesora cifra el número de corralas de la ciudad en 500. La mayoría están cerradas y son difíciles de detectar desde fuera, pero los guías las conocen y se las apañan para entrar. En un momento en el que los efectos del turismo están más que cuestionados, pero al mismo tiempo es una industria que no para de crecer, que grupos de visitantes se cuelen habitualmente en el patio de su casa tiene a más de un vecino crispado.
“En una ocasión me encaré”, cuenta Alejandro, vecino de una pequeña corrala de Lavapiés. “La guía decía: 'es que nos han abierto'. Llevaba el carné de guía oficial de la Comunidad de Madrid, que supuestamente preserva la esencia del buen turismo frente a los guías gratuitos. Pero es una mala práctica: la gente vive ahí. Les contaba que esto es muy castizo. Yo entiendo que es pintoresco, pero es una propiedad privada y tenemos derecho a estar tranquilos”.
Desde la asociación de guías oficiales de la Comunidad de Madrid explican que ser “guía oficial” significa simplemente haber pasado un examen y que cada uno trabaja sus rutas como quiere, sin que exista un estándar en cuanto a cómo actuar en estos casos. Piqueras, por su parte, apunta que son muchos los guías (oficiales o no) que van por las corralas, que hay varias públicas (como la corrala-museo de Carlos Arniches) y que “hay que tener mucho cuidado” con las privadas.
“Sé que hay guías que van con el micrófono a toda pastilla”, señala. “Es normal que a los vecinos les moleste”.
“Imagina salir de tu casa y encontrarte a 50 chinos”
El de las corralas madrileñas no es el único, ni el más llamativo, caso de invasión turística en una propiedad. En los últimos años ha sido noticia una urbanización de Calpe que puso una valla para evitar la entrada de 'instagrammers'. Se trata de La Muralla Roja, un edificio en azul, rojo y rosa del arquitecto Ricardo Bofill que por sus características y fotogenia se popularizó entre marcas de moda y en la propia red social.
Tras años de popularidad, los vecinos se declararon “hartos” — “es de locos la invasión de curiosos que sufrimos (...) Es esperpéntico que la gente se meta en tu casa para hacerse un selfi o tomar fotos para subirlas a Instagram” — y tomaron sus propias medidas. Pusieron una valla que el ayuntamiento les obligó a desmantelar. Más tarde, colocaron carteles recordando que es una propiedad privada.
En Walden 7, otro edificio singular del mismo arquitecto en Sant Just Desvern (Barcelona), la dinámica es similar. Actualmente se encuentra “cerrado” por reformas y ha suspendido las visitas, que hasta hace poco se podían solicitar a través de su web. Pero es un enorme espacio de 14 plantas, con 85 viviendas en cada una, y al conserje (Juan) le resulta muy difícil de controlar.
“Es un sitio que atrae a fotógrafos y arquitectos. Ha habido abusos de turistas que se ponen chulos y la gente mayor no se siente segura. En general, si tú entras y dices educadamente que quieres verlo, algún vecino te lo enseñará con amabilidad. Pero cuando la gente empieza a hacer lo que le da la gana...”, dice al teléfono. “También hay muchos rodajes: entre eso y los asiáticos es una locura. Yo al día veo un promedio de 80 personas intentando entrar. Muchos se cuelan”.
A casas más pequeñas, mayor turistificación
Tanto en Walden 7 como en La Muralla Roja como en las corralas el hartazgo de los visitantes se mezcla con la otra cara de la moneda: los alquileres en Airbnb, que cotizan altos (a 259 euros por noche uno de cuatro camas en Calpe; a 200 uno de tres en Barcelona). Las corralas son, además, una tipología de vivienda especialmente expuesta a convertirse en pisos turísticos y parecer un pequeño hotel.
Un TFM centrado en el efecto de Airbnb en Lavapiés encontró que lo que antes eran infraviviendas, que más tarde pasaron a estudios para “gentrificadores marginales” (jóvenes profesionales que buscaban alquileres asequibles) han terminado siendo apartamentos para turistas precisamente por su tamaño.
“Dado su precio competitivo, el usuario de Airbnb no tiene por qué pasar tiempo en el apartamento si solo va a estar un fin de semana. Los datos muestran que, en el distrito, Centro el tipo de apartamento más frecuente es el de una habitación con cuatro camas”, escribía su autor, Angelo Caccese. “Los datos también muestran que a medida que el tamaño desciende su rentabilidad potencial aumenta. Eso significa que los propietarios de pequeñas unidades, estudios o áticos prefieran ponerlo en Airbnb que en el mercado de alquiler tradicional”.
Eso también explica por qué muchos guías entran sin control: no quedan tantos vecinos 'normales' y a los turistas alojados no les preocupa. “Aquí vive alguna gente mayor, una familia de inmigrantes y hay mucho alquiler, mucha rotación. Así que gente a la que nos preocupe de verdad somos pocos”, concluye Alejandro. “Su actitud es distinta”.
Los guías, mientras tanto, continúan como pueden. Alguno está cabreado también. “El uso turístico de pisos, del que estoy en contra, nada tiene que ver con la enseñanza de la historia de Madrid y del modelo de vivienda tradicional”, apunta Carlos Osorio, guía de Caminando Por Madrid. “Normalmente vemos las corralas que se pueden ver desde fuera. Si hay suerte y coincidimos con algún vecino simpático entramos. Pero los vecinos de antes, que estaban encantados de enseñarte su casa, ya casi han desaparecido. Y los nuevos vecinos solo piensan en la protección de datos y la privacidad”.