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El impacto en la vida de los sanitarios del caos en las urgencias de Ayuso: “Vivo cada día con mucha ansiedad”

Punto de Atencion Continuada del Centro de Salud Federica Montseny, Vallecas

Clara Angela Brascia

10 de noviembre de 2022 23:12 h

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El caótico plan de Isabel Díaz Ayuso para reabrir las urgencias extrahospitalarias cerradas durante la pandemia no solo está complicando el trabajo de los sanitarios de la Atención Primaria madrileña, sino que también está desbaratando su vida personal y su salud mental. Además del desmantelamiento de los equipos humanos y la inesperada decisión de implantar videoconsultas, los trabajadores del sector afirman que se enfrentan a una tormenta de decisiones unilaterales y barreras burocráticas que dificultan la atención a los pacientes e imposibilitan la organización de sus responsabilidades fuera del horario laboral.

Ángel Bayo, médico en Arganda del Rey, asegura que el colectivo de los sanitarios se encuentra “en una situación de vulnerabilidad absoluta” a partir de la entrada en vigor del nuevo plan. Su vida está “patas arriba” desde que recibió uno de los “famosos correos” el 27 de octubre que cambiaba por completo su jornada laboral. A pesar de ser uno de los “afortunados” que no ha tenido que cambiar de ubicación, sus horarios se encuentran totalmente distorsionados y han desorganizado toda su vida. “De la noche a la mañana nos han cambiado la plantilla. He pasado de ser una persona tranquila, con una planificación familiar y laboral, a vivir en una incertidumbre permanente”, lamenta. 

Cuando conversa por teléfono para esta entrevista, acaba de salir del SAR de Arganda del Rey, donde trabajaba desde antes de la pandemia. Su turno ha terminado, pero no excluye la posibilidad de tener que volver en cuestión de horas. “Aún no he mirado el correo. Igual lo abro y descubro que me han vuelto a convocar o que me necesitan en otro lugar”, afirma Bayo, que lleva 22 años en atención primaria.

En su centro del ámbito rural había ocho médicos antes de la reforma de la Consejería de Sanidad de Madrid. “Ahora somos solo tres y ya nos han dicho que vamos a pasar al modelo de las videoconferencias. Nadie sabe aún dónde le va a tocar trabajar en los próximos días”, explica. En estas condiciones, la conciliación familiar se convierte en una quimera: le es imposible acompañar a sus hijos a las actividades extraescolares de tarde, así como ayudar a su padre cuando necesita asistencia. “La Administración puede imponer determinadas cuestiones para garantizar asistencia. Pero no debería vulnerar la dignidad y la vida personal”, dice. 

“Cada día recibo unas siete llamadas perdidas fuera de mi horario”

Fani Moreno estaba de interina en el SAR de Humanes, en el sureste de Madrid. Todos los días, pandemia incluida, empezaba a trabajar a las nueve de la noche y salía a las seis de la mañana. Su rutina cambió por completo hace dos semanas, cuando fue trasladada a las urgencias de Pinto: el nuevo horario ya no le permite compaginar su segundo trabajo en un colegio. Tampoco le permite visitar a su padre en la residencia de mayores, algo que antes hacía todos los días por la tarde. “Ahora vivo con el miedo a que empiece a sonar el móvil, porque sé que es para hacer una sustitución. Cada día me encuentro con unas siete llamadas perdidas fuera de mi horario laboral”, explica. 

“Es imposible trabajar así, nadie nos ayuda”, reprocha Moreno. Una noche que estuvo sin médico ni enfermero, sola con el celador, cuenta que intentó llamar a los servicios generales para que enviaran un sanitario de soporte: “Al principio, me dijeron que estaban muy ocupados y colgaron. Después me volvieron a llamar para decir que iban a buscar una doctora, pero cuando se enteraron de que solo había dos camas para dormir, me dijeron que ningún médico iba a querer ir”. Como alternativa, trasladaron en su centro a un segundo enfermero. Finalmente, por la mañana descubrió que todos los sanitarios que les iban a relevar no habían estado nunca antes en Pinto. “¿Cómo puedes ser rápido y ayudar con eficiencia a los pacientes si no sabes ni dónde están las jeringas?”, se pregunta. 

Moreno indica que el estrés que está acumulando desde que han cambiado las plantillas no le permite dormir de noche, ni relajarse cuando no está en las urgencias. “Me falta el aire. Voy muy nerviosa a trabajar y estoy en estado de alerta permanente cuando salgo. Como si fuera poco, si dentro de un tiempo me doy de baja por ansiedad, tendré que soportar que me acusen de hacer boicot”, lamenta. 

“Para cuidar a una persona es necesario estar bien”

“Me encantaba trabajar. Te tiene que gustar si estás dispuesta a estar 24 horas al pie del cañón. Pero ahora tengo que defender mi salud”. Elina Pereira, médica desde hace 11 años en el SAR de Robledo de Chavela, está de baja desde el 27 de octubre. Venía arrastrando unos problemas de salud y el nuevo régimen le ha hecho imposible seguir trabajando. “Nos han destrozado, literalmente. Estamos todos mal de espíritu. Como médica de familia, sabes que tarde o temprano lo emocional acaba por tener repercusiones físicas”, lamenta. 

Ella asegura que le afecta mucho el hecho de estar de baja, pero añade que no le queda otra opción. Ya no puede contar con su equipo, que siempre estaba dispuesto a cubrir el turno de un compañero cuando era necesario pero ahora ha sido desmantelado. “A los sanitarios nos cuesta mucho tomar estas decisiones, porque pensamos que vamos a dejar a los pacientes sin atención o fastidiar a los compañeros. Pero llega un momento en que uno no puede más. Si tienes que cuidar a una persona, lo mínimo que tienes que hacer es estar bien tú”, indica. 

“Nada me ha afectado tanto como esto”

Margarita Correa está “viviendo fatal” la presión de haberse quedado sola en su centro de atención continuada. Recibe diariamente y de madrugada un correo corporativo donde le indican el horario y el destino de trabajo. Afirma que hay una “amenaza” implícita de que si no se presenta, o si va a casa antes del fin del turno por sufrir un ataque de ansiedad, le van a abrir un expediente. “Me siento como si alguien hubiera entrado en mi casa y la hubiera ocupado. Es una situación imposible de entender desde fuera”, asegura esta enfermera. 

Correa empezó su carrera en el Hospital 12 de Octubre y, cuando fue trasladada al SAR de San Agustín, sentía “un poco de vértigo” porque había menos personal. Sin embargo, se dio cuenta desde el primer día que el centro contaba con un equipo que funcionaba “como una familia”. Nunca había faltado nada, asegura, por lo menos hasta la reforma de las urgencias. “Vivo cada día con mucha incertidumbre y ansiedad. Esto es un trabajo en equipo. Si falta gente o el equipo cambia cada día, es imposible hacerlo bien”, explica. La enfermera resalta que es justamente esta presión por los cambios la que ha causado estragos en el personal: “Entiendo perfectamente a los compañeros que están de baja. Yo he pasado por todo tipo de cosas en la vida, pero nada me ha tocado tanto como esto”.

Su centro no volverá a tener facultativo: pasará a tener consultas telemáticas. De hecho, a Correa le han encomendado instalar las cámaras que servirán para atender a los pacientes por videollamada, y el martes ha recibido un correo corporativo con las instrucciones para hacerlo. “Yo no soy una técnica informática y no lo he hecho. Además, me parece demasiado peligroso poner la vida de un paciente en una pantalla”, expresa con preocupación.

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