En el despacho de la planta de pacientes ambulantes del servicio de Urgencias de Hospital 12 de Octubre de Madrid los médicos parecen disciplinados oficinistas. Solo los pijamas y las batas identifican como tales a la media docena de facultativos que teclean en los ordenadores sin descanso, en silencio, al mediodía de una jornada invernal. No queda tiempo para chascarrillos en la sala: hay que rellenar informes a toda prisa y salir de nuevo a ver pacientes. Es miércoles, el día de la semana en el que estadísticamente la presión asistencial es menor, pero la previsión no es alentadora. Uno de los médicos mira la tabla en la pantalla del ordenador, levanta la cabeza y adelanta: “Hoy llegamos a 100”. Un centenar de pacientes en espera de atención en unas instalaciones diseñadas para 50. En un día bueno.
Aunque la crisis del COVID-19 ha quedado atrás, la saturación de las urgencias madrileñas permanece. En cuanto llega el invierno y proliferan las afecciones respiratorias, los servicios, con las plantillas ya en el esqueleto, se tensan al máximo. Quedó patente en enero, cuando trabajadores de los hospitales de La Paz, Alcalá de Henares y San Sebastián de los Reyes denunciaron de nuevo el colapso. La respuesta de la Comunidad de Madrid fue la de siempre: escudarse en los picos de demanda y esperar a que la subida de las temperaturas haga que virus y bacterias dejen de proliferar.
La constante saturación hace mella, sin embargo. Por mucho que los profesionales sepan que la de Urgencias es una especialidad exigente, empieza a cundir lo que un médico adjunto define como una “desesperación y ansiedad difíciles de describir”. Quien lo dice es un facultativo del 12 de Octubre, donde las Urgencias siempre han tenido fama de duras. Por la amplia población de referencia y su ubicación al sur, en el Madrid trabajador, ser del “doce” supone un cierto orgullo para muchos de los médicos que allí trabajan. Pero eso no quita que la excepcionalidad convertida en sistema habitual de trabajo agote los nervios.
Prácticamente a diario no queda más remedio, llegadas las 15:00, que activar el plan de contingencia, consistente en movilizar a médicos de todos los servicios para acometer las urgencias. Debería servir para afrontar situaciones puntuales, como pudo ser el COVID, o quizás un accidente múltiple de carretera, pero se ha normalizado. “Una vergüenza”, opina otro médico, con mando en plaza.
En un servicio en el que, según cálculos de los trabajadores, la plantilla debería sumar 60 médicos, no suele haber más que seis adjuntos por turno, que acaban trabajando unas 50 horas semanales. Puede suceder, como sucedió un sábado de enero, que se acumulen hasta 120 pacientes ambulantes, más otros 80 en la zona de consultas -con afecciones más leves- a cargo de un único médico adjunto y cuatro residentes, todavía en periodo de formación. Esperar cinco horas no es una anomalía.
La espera silenciosa
En la sala de espera de ambulantes del Hospital 12 de Octubre, el ambiente está cargado. La estancia, con las sillas ancladas en el suelo, está a rebosar, pero casi no se escuchan voces. Apenas alguna tos ocasional, alguna mirada esperanzada cuando entra alguien en bata. Una médico residente de segundo año que aguarda a que venga a relevarla un compañero con el cambio de turno advierte de la “sobrecarga emocional e intelectual” que supone ver que la hilera de pacientes que esperan consulta no disminuye. “Llamas a uno y tienes a 40 que te dicen ‘por favor'”, pone como ejemplo.
Luego resulta que muchos han venido con problemas “muy banales”, como catarros que acaban en Urgencias porque los centros de atención primaria están saturados. No hay solución en el horizonte: a tres meses de las elecciones autonómicas, continúa la huelga de los médicos de familia, que ya no saben qué hacer para que la Comunidad de Madrid se avenga a reforzar las plantillas.
La Comunidad de Madrid celebraba el año pasado una clasificación elaborada por la revista estadounidense Newsweek que situaba al 12 de Octubre como el 66º mejor hospital del mundo y el tercero de España, solo por detrás de La Paz. “¿Por hacer trasplantes eres mejor hospital? ¿Dónde los vas a hacer? ¿En Soria?”, se molesta un adjunto de Urgencias, que dice que las clasificaciones de excelencia no casan con la realidad sobre el terreno. Recuerda, a modo de ejemplo, que en Urgencias no hubo almohadones para los enfermos hasta que una compañera se hartó y los compró personalmente. Los demás hicieron una colecta para contribuir al gasto.
“Los fines de semana estás vendido”
El adjunto del 12 de Octubre recurre al símil futbolístico para describir el trabajo en las guardias de 24 horas. “Patadón palante. ”Las madrugadas es un flujo impresionante, fatigoso […] Resuelves lo que puedes, pero no llegas […] Los fines de semana estás vendido. A algún compañero se le ha quedado gente ‘parada’ [en parada respiratoria] esperando. El estado de ansiedad constante que tienes encima es abrumador. Te vuelves un cínico, te deshumanizas para sobrevivir. La situación es cada vez peor, y no hay visos de solución“, lamenta este médico, que pide ocultar su nombre para evitar represalias.
Con el estrés al máximo, surge la tentación de culpar al paciente por abusar de las urgencias. “A veces la cabeza te pide decirles que sean empáticos”, confiesa el facultativo. En invierno, abundan las enfermedades infecciosas respiratorias, pero también sobrevuela “una sensación de que [algunos] vienen peor (un cáncer más avanzado, una diabetes más descontrolada) porque no están teniendo acceso a una medicina familiar”. Si piensa con la cabeza fría, considera que al paciente “tampoco se le puede exigir más” durante el trance de la enfermedad. “Cuando no tiene nada, hay que pedirle que vote responsablemente”.
El médico se despide cuando en la cafetería del 12 de Octubre ya ha acabado el horario de la comida. Tres días después, trabajando poco antes de la noche, envía otro mensaje explicando que en la sala de espera hay 40 pacientes. En esos momentos, siente “la soledad del náufrago, de saber con certeza que nadie va a venir a ayudarnos”.