El ocupa de lujo abandona la Real Fábrica de Tapices: Livinio deja el histórico refugio de la familia Stuyck
La Real Fábrica de Tapices estuvo varios siglos bajo la dirección de un apellido: los Stuyck. Son descendientes de Jacobo Vandergoten, el tapicero flamenco que el rey Felipe V trajo a España desde Amberes en 1720 para fundar esta manufactura de tapices y alfombras de lujo, inspirada en los reales talleres franceses. En 1889, con el apellido Stuyck ya al frente de la empresa, el rey Alfonso XII construyó un nuevo edificio en el que se instaló la fábrica, pero también una vivienda de lujo de casi 700 metros cuadrados en el que la dinastía Stuyck instaló su residencia. 130 años después, el último de la saga deja la vivienda que ocupaba ilegalmente durante más de dos décadas tras perder la propiedad en 1996.
Livinio Stuyck fue el último propietario privado de la Real Fábrica de Tapices. La traspasó a una fundación creada por el Gobierno a finales de 1996, cuando estaba al borde de la quiebra. Ese año, esta fábrica en la que llegó a trabajar Francisco de Goya agonizaba con 236 millones de pesetas (1,4 millones de euros) de deuda, entre impagos a la Seguridad Social, a los trabajadores, a los bancos y a la Agencia Tributaria. La entonces ministra de Educación y Cultura, Esperanza Aguirre, decidió su rescate con dinero público. “275 años de historia no pueden desaparecer por un problema económico menor”, declaró entonces Aguirre.
La operación se cerró con trescientos millones de pesetas aportados entre tres administraciones públicas, todas ellas gobernadas por el PP –el Ministerio de Cultura, la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento– y otros cien millones de pesetas más de la Fundación CajaMadrid, controlada entonces por Miguel Blesa, también nombrado por el PP. El 24 de enero de 1997 se publicó en el BOE la inscripción de la nueva fundación y sus activos y deudas. En el BOE no figura evidencia alguna de que el acuerdo incluyese que Livinio Stuyck pudiese mantener su residencia en la Real Fábrica, como ha recordado ahora también la Audiencia Nacional en una sentencia fruto de un recurso de Livinio para intentar quedarse.
La empresa pasó así a manos mayoritariamente públicas, aunque el edificio en sí ya lo era. Es propiedad del Estado desde su construcción en 1889 –antes la Real Fábrica tuvo otras sedes–. Se trata de un inmueble de 6.913 metros cuadrados situado en la calle Fuenterrabía número 2, en una de las mejores zonas de Madrid, entre la estación de Atocha y el Parque del Retiro. En el catastro no figuraba vivienda alguna: los usos son de almacén, de oficinas, de aparcamiento...
Ahora Stuyck ha abandonado definitivamente la vivienda que ocupaba ilegalmente (sin contrato y sin pagar ningún tipo de alquiler). Este martes entregaba las llaves del inmueble ante el juzgado, según pudo saber eldiario.es de fuentes conocedoras del caso, después de una lucha con la administración pública que aunque le permitió vivir durante años completamente gratis (tampoco pagaba ni luz ni agua). Livinio ha abandonado el inmueble tras perder el proceso judicial que él inició y acumular una catarata de multas que ascienden a más de 410.000 euros.
Su casa era un 'dúplex' de casi setecientos metros cuadrados dentro de un edificio protegido como Bien de Interés Cultural, propiedad al cien por cien del Estado. Tras el rescate público, Livinio Stuyck permaneció cinco años más como director general de la Real Fábrica. Fue destituido en junio 2002 por el patronato de la fundación. En aquel momento el diario ABC informó de la peculiar situación de su vivienda. Desde la fundación se aseguró entonces que había “un problema” con la casa y que tras su destitución se entablarían “conversaciones amistosas” para solucionarlo.
Han pasado 17 años desde que Livinio dejó la dirección, 23 desde que renunció a su empresa, y no ha sido hasta ahora que ha dejado la casa en la que vivía con su mujer y una de sus hijas.
Los trabajadores de la Real Fábrica de Tapices convivieron con ellos cada día durante diecisiete años desde que se convirtiese en su exjefe. Hoy, con su salida definitiva, quieren pasar página de su legado, en el que estuvieron nueve meses sin cobrar las nóminas. Ya no se lo cruzarán cada día como ocurría hasta hace poco: el dúplex tiene un único acceso, que pasa por atravesar la entrada a la exposición de los tapices de Goya donde turistas y visitantes compran sus entradas. Era habitual incluso verle sacar la basura. Para entrar, si no estaba abierto, llamaba al guardia de seguridad que tiene el edificio 24 horas al día.
La realidad es que nadie reclamó formalmente la salida de Livinio Stuyck del edificio hasta la llegada de Manuela Carmena a la Alcaldía de Madrid. Fue su equipo de Gobierno quien presionó al Ministerio de Educación y Cultura para que iniciase el desalojo del expropietario de la Real Fábrica de este edificio público, tras detectar esta situación en una auditoría interna en octubre de 2015, según fuentes del Patronato.
Una dinastía casi Real
La dinastía de los Stuyck estuvo siete generaciones al frente de la Real Fábrica de Tapices, casi como una monarquía feudal. Fueron tres Gabinos y cuatro Livinios, siempre en ordenada formación. Cada Livinio llamaba Gabino a su primer hijo. Cada Gabino llamaba Livinio a su primer hijo. El padre de Livinio Stuyck, Gabino III, estuvo al frente hasta el mismo día en el que falleció, en 1975. “A rey muerto, rey puesto”, aseguró personalmente el propio Livinio, Livinio IV, cuando heredó de su padre el trono de la Real Fábrica y esa vivienda de casi 700 metros cuadrados que se resistió a abandonar.
Livinio no nació en la Real Fábrica de Tapices, como aseguró hace dos años a los medios de comunicación. Su dinastía, como la de los Borbones, también se interrumpió con la República. El edificio que era propiedad real desde 1889, fue incautado por la República tras el estallido de la Guerra Civil, en 1936, y la familia Stuyck tuvo que abandonarla unos años. Con las aguas más calmadas y Francisco Franco como dictador, los Stuyck regresaron a la Real Fábrica, ya en la década de los 40. Livinio era entonces un niño.
Livinio IV llegó a la dirección de la Real Fábrica en el mismo año en el que Juan Carlos I llegó al trono: en 1975. La empresa estaba ya en uno de sus momentos más delicados, tras décadas de aprietos económicos. Entre 1952 y 1962, contó con un salvavidas público: un generoso contrato de Patrimonio Nacional que cubría la práctica totalidad de los gastos de la empresa. Pero en 1963 el Gobierno lo canceló.
Solo tres años después de llegar a la gerencia, en 1978, Livinio ya reclamaba la vuelta de las ayudas públicas. “Una empresa artesanal con la tradición cultural de la Real Fábrica debe tener apoyo oficial”, aseguró en septiembre de 1978 en una entrevista en el diario Ya. En ella contaba también que ya el Gobierno de Adolfo Suárez buscó soluciones con dinero público en el Consejo de Ministros.
No está claro si el dinero público llegó finalmente a la Real Fábrica en esos años, pero la empresa de los Stuyck siempre contó con el apoyo oficial. No solo como cliente –gran parte de las alfombras y tapices de Patrimonio Nacional se restauraban allí– sino con la propia sede, que siempre fue propiedad del Estado desde su construcción.
Livinio es también familiar de otro Stuyck del mismo nombre muy conocido entre los aficionados a las corridas de toros. Fue otro Livinio Stuyck quien ocupó la gerencia de la plaza de toros de Las Ventas durante los años 40 y fundó la Feria de San Isidro de Madrid.
La Audiencia Nacional decide su salida
Livinio Stuyck entregó el pasado martes las llaves del inmueble ante el juzgado, según ha podido saber eldiario.es de fuentes conocedoras del caso. Pero aunque el depósito de las llaves se ha producido ahora, Stuyck no residía en el inmueble desde hacía algunos meses, tampoco su mujer y una de sus hijas, según informan fuentes del Ministerio de Cultura, propietario del edificio, a este diario.
El exdirector de la Real Fábrica de Tapices ha ido vaciando estos últimos meses la vivienda de muebles y piezas de arte, cuentan a este periódico los trabajadores de la fábrica. Sin embargo, aunque ya no residiera en el inmueble, el Gobierno necesitaba la entrega de las llaves para poder hacer uso de la propiedad. Los planes del Patronato pasan por trasladar ahí las oficinas, hoy en la planta baja que quieren destinar a más exposiciones, además de instalar una escuela taller sobre el oficio del tapicero.
La Audiencia Nacional dictaminó en diciembre de 2018 que Stuyck no poseía derecho alguno para permanecer en la vivienda. La sentencia ahora está recurrida ante el Tribunal Supremo, que aún no la ha admitido a trámite ni se ha pronunciado en ningún sentido. Pero paralelamente al desenlace de este proceso judicial desde el Patronato que dirige la Real Fábrica y el Gobierno como propietario iniciaron un proceso “amistoso”, según fuentes del Patronato, para acordar el abandono de la vivienda, dándole un plazo de tres meses y medio, hasta el 1 de abril. Cuando ese día llegó Livinio no entregó las llaves y desde entonces ha sido multado a razón de 41.000 euros, cada ocho días. La cuantía se fijó en función del valor catastral de la vivienda.
La Audiencia Nacional sentenció el pasado 14 de diciembre “la inexistencia de título que habilite para utilizar la vivienda”. “El uso como vivienda está vinculado indisolublemente a la condición de Director de la Fábrica, por lo que cesado el vínculo cesa el uso y disfrute de la vivienda con fundamento en el propio título habilitante”. Por tanto, según este dictamen, Livinio debió abandonar la residencia en 2002.
Lo ha hecho ahora 17 años después. Abandona la vivienda pero se lleva consigo cartones y tapices que vestían su residencia y quedaron en su propiedad, que ahora el Patronato quiere recuperar comprándoselos por su valor artístico e histórico.
El desenlace ha sido acorde con la tradición familiar. Según contó el propio Livinio Stuyck en varias entrevistas, a los Gabino siempre les tocaban los mejores años del negocio, mientras que las crisis eran para los Livinio. El último de los Stuyck en la Real Fábrica de Tapices, Livinio IV, fue destronado hace 17 años. Intentó mantener el palacio, que ha tenido que dejar cuando no le ha quedado más remedio.